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¡Despertad! 1975
g75 8/1 pág. 12

Él obtuvo algo de mucho más valor

MUCHAS personas hoy en día ponen mucho énfasis en la educación académica, particularmente en la enseñanza universitaria, pues la consideran como algo que puede suministrar las soluciones a los problemas del hombre así como una clave para la seguridad económica. Aunque la educación seglar definitivamente tiene su valor, ¿es ése el modo de lograr que la vida tenga verdadero significado? ¿O, se necesita algo más? El hecho de que se necesita algo de mucho más valor se puede apreciar por las expresiones de los que en un tiempo fueron en pos de un derrotero de instrucción superior.

En una asamblea de distrito de los testigos de Jehová en Laurel, Maryland, un hombre instruido reconoció: “Yo he dedicado la mayor parte de mis treinta y un años de vida a una búsqueda vana de la psicología e instrucción mundana. Pero fue de un hombre relativamente sin instrucción y de un libro de 192 páginas escrito en lenguaje sencillo que, en solo seis meses, obtuve sabiduría verdadera y un entendimiento del propósito de la vida.”

Con respecto a sus antecedentes académicos, él relata: “Cuando ingresé al colegio en la Universidad (jesuita) de Fairfield en Connecticut, ya estaba asqueado del comercio, con su codicia y sus normas crueles, y decidí seguir cursos académicos, especializándome en psicología. Fue aquí que la poca fe católica que todavía me quedaba pronto se echó a pique en mis clases de teología, las cuales conducía un sacerdote jesuita. Él no toleraba preguntas relacionadas con el entendimiento de la Biblia, y su examen final consistió en un tipo de preguntas de selección múltiple que cubrían asuntos tan triviales como: ‘¿Cuánto pesaba la cruz? ¿Cuán lejos estaba el Gólgota de las murallas de Jerusalén?’ En las clases casi todos hacían trampas, pues el profesor había usado las mismas preguntas año tras año, y éstas habían sido pasadas entre los estudiantes antes del examen.

“Después de mis estudios de bachillerato en Fairfield, asistí a la escuela de graduados de la Universidad de Florida en Gainsville, donde obtuve mi licenciatura en psicología y más tarde mi doctorado y me envolví en la investigación básica de la función del cerebro. Para este tiempo descubrí que mis diez años de entrenamiento en psicología me eran más o menos inútiles desde el punto de vista práctico para ganarme la vida, puesto que en mi especialidad por lo menos había diez individuos para cada oportunidad de trabajo. Esto me amargó un poco, y como protesta, me dejé crecer el cabello y la barba desaliñadamente. Mi esposa y yo consideramos el mudarnos a alguna isla lejana para alejarnos del ‘establecimiento.’ Pero debido a mi trabajo en la Universidad de Florida, el Instituto Nacional de Salud me concedió una beca para continuar mis estudios con algunos de los mejores científicos del cerebro en el mundo.

“En nuestros experimentos destruíamos una zona del cerebro de un mono y entonces comparábamos las habilidades de este animal con las de un mono normal, ileso. En estos experimentos era relativamente fácil aprender cuáles células cerebrales controlan las funciones elementales, como la vista, el oído, o la actividad muscular. Y de hecho, esto ya había sido bien establecido por otros investigadores. Pero yo estaba trabajando en la zona de los procesos del pensamiento, y es algo completamente diferente el tratar de determinar cualquier cosa relativa a la memoria, conciencia, juicio o habilidad para pensar.

“Entonces, un día ocurrió un acontecimiento de lo más inesperado, uno que iba a resultar en un cambio total para mi vida. Me encontraba en una zona donde se mantenía a los animales para los experimentos y llegué a oír una discusión bíblica entre uno de los cuidadores de los animales y su compañero. No pude resistir el intervenir en la conversación y traté de desechar la Biblia por carecer de autoridad. Pero hallé que . . . el razonamiento del cuidador de animales basado en la Biblia era claro, sencillo y lógico. Me enteré que él se había hecho testigo de Jehová solo recientemente. Aunque tenía una vaga información o mala información acerca de los testigos de Jehová, nunca antes había hablado con uno. Me hallé queriendo creer tal como creía él.”

En cuanto al resultado final, él continúa: “Ahora mi esposa y yo nos regocijamos en participar en la predicación con otros testigos de Jehová. Después de todos mis años de infructífera investigación del conocimiento y la sabiduría, puedo, con el apóstol Pablo, expresar mis sentimientos en armonía con Romanos 11:33, 34: ‘¡Oh la profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios e ininvestigables sus caminos! Porque “¿quién ha llegado a conocer la mente de Jehová, o quién se ha hecho su consejero?”’”

Ciertamente, un conocimiento exacto de la Palabra de Dios y el vivir en armonía con eso es de mucho más valor que la mejor educación que el mundo pueda ofrecer.

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