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  • ¿Es usted sensible de la manera apropiada?
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¡Despertad! 1977
g77 8/8 págs. 3-4

¿Es usted sensible de la manera apropiada?

HAY maneras apropiadas y maneras inapropiadas de ser sensibles. El ser sensible de una manera inapropiada o incorrecta es una debilidad, una seña de falta de madurez, una desventaja definida. El ser sensible de una manera apropiada muestra fortaleza y es seña de madurez.

Continuamente nos encontramos con personas que son sensibles de una manera inapropiada. A veces se llama a esta sensibilidad quisquillosidad. Así sucede, pues, que algunas personas son quisquillosas en lo que tiene que ver con su apariencia, ya sea porque son demasiado gruesas o porque cojean o porque tienen algún defecto facial.

Otros son sensibles debido a su nacionalidad o raza o el color de su piel. Como resultado, sus amigos y conocidos hacen esfuerzos desmedidos a fin de evitar darles base alguna para sentirse desatendidos o pasados por alto. Por ser sensibles o delicados llaman la atención a la mismísima cosa que quieren que otros pasen por alto. Si se olvidaran del asunto, sin duda otros harían lo mismo.

Además, es un defecto común el ser extremadamente sensible ante la corrección o crítica. A menudo los empleados o estudiantes se muestran muy quisquillosos acerca de la más mínima insinuación de disciplina. Sin duda la tendencia humana de ofenderse por la disciplina, de tratar de evadirla debido a delicadeza, explica por qué la Biblia da tanto énfasis a la necesidad de disciplina. La Biblia llama la atención literalmente veintenas de veces al valor de la disciplina. Así leemos: “Ásete de la disciplina; no sueltes. Salvaguárdala, pues ella misma es tu vida.” “Las censuras de la disciplina son el camino de la vida.” “Escuchen la disciplina y háganse sabios.” Sí, la persona sabia no es quisquillosa al recibir corrección.—Pro. 4:13; 6:23; 8:33.

El rey David del antiguo Israel fue un hombre sabio tocante a esto. En uno de sus salmos dijo: “Si me golpeara el justo, sería una bondad amorosa; y si me censurara, sería aceite sobre la cabeza, que mi cabeza no querría rehusar.” (Sal. 141:5) Y no solo dijo eso, sino que vivió en conformidad con esas palabras. En varias ocasiones fue censurado por haber emprendido un mal proceder, pero en ninguna ocasión se ofendió por la censura. Su hijo, el rey Salomón, expresó sentimientos parecidos en uno de sus proverbios, al decir: “Más vale una reprensión abierta, que un amor callado. Los golpes de un amigo son leales [“bien intencionados,” The New English Bible].”—Pro. 27:5, 6. Nieto.

Es irónico, pero a menudo sucede que el individuo que es muy sensible en cuanto a sus propios sentimientos carece de sensibilidad para con los sentimientos de otras personas y por lo tanto las trata sin miramiento. Puede que tal persona no tolere que la critiquen pero a su vez libremente critica a otros. Un caso extremo es el de Adolfo Hitler. Se informa que no toleraba la disidencia o crítica por parte de sus asociados, sus subordinados, o, en cuanto a eso, por parte de persona alguna. No obstante, él era devastador en cuanto a su manera de criticar a otros. No solo podía ordenar tranquilamente el asesinato de millones de judíos inocentes, sino que se deleitaba en ver atormentados a éstos y a otros enemigos. Por eso no solo hizo que torturaran diabólicamente a los conspiradores contra su vida, sino que mandó hacer películas de sus agonías para su propio disfrute. Verdaderamente, el ser sumamente sensible en cuanto a los sentimientos de uno mismo pero enteramente insensible en cuanto a los sentimientos de otros es una mala combinación.

¿Cómo se manifiesta la clase de sensibilidad que es correcta? Se puede ilustrar esto recurriendo al campo de las artes. Un músico excelente es sensible en cuanto a las hermosuras del sonido, melodía y armonía. Un artista que trabaja con un pincel es sensible a las ligeras diferencias de luz y sombra, de los matices y de forma. Al grado que estos artistas sean sensibles a este estímulo exterior, a ese grado pueden producir felicidad para ellos mismos y otros.

Así, también, las personas pueden estar alerta y ser sensibles al observar a otros alrededor de ellas. Esta sensibilidad puede manifestarse en amor compasivo al prójimo. En la ilustración bíblica del “buen samaritano” tanto un sacerdote como un levita carecían de esta clase de sensibilidad. Sin el más ligero sentimiento de compasión pudieron pasar por alto a un hombre tirado al lado del camino a quien unos ladrones habían golpeado y robado. Pero el “buen samaritano” tenía esta sensibilidad; tenía compasión, sí, tenía empatía. Manifestó que la tenía haciendo todo lo posible para aliviar el sufrimiento de la víctima de los salteadores.—Luc. 10:29-37.

Jesús mismo tenía esta sensibilidad compasiva. Por lo tanto leemos que en una ocasión se indignó en gran manera, “estando cabalmente contristado por la insensibilidad de [los] corazones” de los individuos tan exigentes respecto al sábado que preferían ver a un hombre sufrir más bien que verlo sanado en día de sábado.—Mar. 3:1-5.

Sí, Jesús “se compadeció de ellas [las muchedumbres], porque estaban desolladas y desparramadas como ovejas sin pastor.” (Mat. 9:36) Dedicó su vida a atender las necesidades de su pueblo. Y comisionó a sus apóstoles a hacer lo mismo cuando les dijo: “Al ir, prediquen, diciendo: ‘El reino de los cielos se ha acercado.’ Curen enfermos, levanten muertos, limpien leprosos, expulsen demonios. Recibieron gratis, den gratis.”—Mat. 10:7, 8.

Otra clase de sensibilidad que es apropiada tiene que ver con nuestra conciencia. Debido a las iniquidades de este sistema de cosas y el egoísmo innato, muchísimas personas “andan en la inutilidad de su mente, . . . debido a la insensibilidad de su corazón. Habiendo llegado a estar más allá de todo sentido moral, se entregaron a la conducta relajada para obrar toda clase de inmundicia con avaricia.” Estos individuos ya no tienen una conciencia sensible. Más bien, están “marcados en su conciencia como si fuera con hierro de marcar.” Si no hacemos caso de los acicates de nuestra conciencia en asuntos de poca importancia, podemos hacernos cada vez más descuidados, con el resultado de que nos hallaremos cometiendo pecados crasos.—Efe. 4:17-19; 1 Tim. 4:2.

Todavía otra faceta de la clase de sensibilidad que es apropiada tiene que ver con lo que se llama percepción mental sensible. Es un discernimiento perspicaz en cuanto a la mejor manera de proceder en ciertas circunstancias. Es la rara habilidad de tratar con otros sin ofenderlos, por ser sensible a los genios y modo de pensar de otros. La persona sensible puede detectar estas cosas observando tales detalles como la expresión facial, el tono de la voz, la postura de la persona o hasta la manera en que está vestida. Los que tratan con personas mentalmente alteradas deben tener esta percepción mental sensible y también deben tenerla todos los cristianos que quieren predicar y enseñar a otros las buenas nuevas del reino de Dios eficazmente.

Realmente, este asunto de ser sensibles tiene muchas facetas. A veces el ser sensible de la manera inapropiada se debe simplemente a descuido. Pero más a menudo es una debilidad, y a veces también una manifestación de egoísmo, como en el caso de ser insensible a las necesidades o penosa situación de otros. El ser sensible de la manera apropiada es el proceder de la sabiduría, y la empatía, compasión y amor fomentan esa sensibilidad o la hacen posible.

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