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  • g77 8/11 págs. 14-15
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  • Un recobro asombroso
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¡Despertad! 1977
g77 8/11 págs. 14-15

Un recobro asombroso

SUPONGA que su empleador se acercara a usted y le dijera que su hijo de diecinueve años de edad había sido herido en un accidente automovilístico. ¿Qué pensamientos cree usted que cruzarían su mente? Esta fue la experiencia que yo tuve aquí en Bélgica.

Al llegar al hospital, mi esposa y yo nos enteramos de lo peligrosa que estaba la situación. El cirujano nos dijo: “Su hijo no solo tiene una fractura del cráneo, con grave conmoción cerebral, sino también tiene costillas rotas que han penetrado en los pulmones, resultando en mucha pérdida de sangre. Su sangre ya se parece a agua de color. Sin sangre, solo le quedan unas cuantas horas para vivir.”

Hasta entonces los médicos se habían abstenido de darle sangre. ¿Por qué? Porque habían respetado las dos declaraciones escritas que habían hallado con la cédula de identidad de nuestro hijo en las que pedía que jamás se le diera sangre prescindiendo de lo que fueran las condiciones. Habían esperado nuestra llegada para obtener permiso para administrarla, pues tenían todo listo para ello.

Fue un momento de tremenda tensión para nosotros dos. Nos dirigimos a Jehová en oración y conocimos personalmente que él es un Dios ‘que es una ayuda que puede hallarse prontamente durante angustias.’—Sal. 46:1.

Nos sentimos agradecidos en lo profundo de nuestro corazón de que los médicos habían respetado nuestra posición respecto a la santidad de la sangre. Les dimos las gracias por esto y por el buen tratamiento que hasta entonces habían dado a nuestro hijo. Les pedimos que siguieran haciendo todo dentro de su poder para respetar los deseos de nuestro hijo de abstenerse de sangre. Puesto que estábamos convencidos de que nuestro amoroso Hacedor, el Creador, Jehová Dios, había dado los elevados principios que se hallan en la Biblia acerca de la santidad de la sangre, les explicamos a los médicos que nosotros tres estábamos muy interesados en tener la aprobación divina y que queríamos obedecer las leyes de Dios. Sabíamos que jamás nos pesaría el haber tomado una posición fiel a favor de Jehová.—Hech. 15:28, 29; 21:25.

Al entrar en la unidad postoperativa, nos dimos cuenta inmediatamente de que nuestro hijo estaba recibiendo excelente atención. Pero todavía estaba inconsciente. Puesto que el cirujano nos había dicho que era posible que nos oyera de vez en cuando, me acerqué a él y con gran esfuerzo dije: “Federico, sigue durmiendo y no te preocupes. Todo va a salir bien.”

El día siguiente, a las seis de la tarde, el pulso de Federico se debilitó tremendamente. Esta era una señal de que estaba menguando su energía vital. Una enfermera estaba a su lado de continuo, atendiéndolo y vigilando cualquier pequeña seña que pudiera darnos esperanza. Esa noche, a las ocho, la enfermera abrió la puerta de su cuarto y nos dijo que hacía un rato que la pérdida de sangre había permanecido estable. Esto renovó nuestra esperanza de que sobreviviera.

Imagínese nuestra felicidad, cuando la tarde del tercer día después de su accidente, nuestro hijo pudo hablar unas cuantas palabras. Le parecía a él que estaba despertando de un sueño. No había estado consciente de nada durante el entero lance y no había sentido dolor alguno. Desde este punto en adelante mejoró rápidamente.

Veintiocho días después del accidente, Federico pudo salir del hospital, lo cual asombró a muchos. Un médico dijo: “¡Qué grato es ver a un muerto volver a vivir!” Otro comentó: “Me veo obligado a respetar su posición.”

Entonces, con Federico a nuestro lado, descendimos los mismos escalones que habíamos ascendido la mañana del accidente. Nos dábamos cuenta más que nunca de la gran disparidad entre la vida y la muerte, entre el temor y el gozo, entre la angustia y la paz. Debido a nuestra resolución de continuar obedeciendo la ley de Dios, bajamos esos escalones como vencedores.

Durante este tiempo de dificultad, nos conmovió el interés profundo que manifestaron nuestros hermanos y hermanas en la fe. Realmente sabían consolarnos. Hasta personas que no veíamos en otras ocasiones vinieron a preguntar acerca de nuestro hijo. Los médicos también fueron una tremenda fuente de estímulo, especialmente porque respetaron nuestra conciencia cristiana.

Especialmente dimos gracias a Jehová, quien nos sostuvo tan firmemente con su espíritu en respuesta a nuestras oraciones. Nunca nos abandonó en esas horas difíciles. Aún más que antes nos sentimos felices de visitar a nuestro semejante y mostrarle que dentro de poco Jehová le pondrá fin a toda la tristeza, porque “limpiará toda lágrima de [los] ojos, y la muerte no será más, ni existirá más lamento ni clamor ni dolor.” (Rev. 21:4)—Contribuido.

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