Conciencia, ¿por qué me atormentas?
“¡OH, COBARDE conciencia, cómo me afliges!” Estas célebres palabras pronunciadas por el rey Ricardo III en la obra dramática de Shakespeare del mismo nombre, describen el remordimiento que puede provocar la conciencia humana. En la vida real, esta ha perturbado y alterado la vida de muchas personas.
El caso reciente de un joven italiano ilustra bien el poder de la conciencia. Su trabajo como guardia de seguridad incluía transportar grandes sumas de dinero. Todo iba bien hasta que un día cedió a la tentación y robó una saca que contenía 300.000.000 de liras [185.000 dólares (E.U.A.)]. Él y sus dos compañeros de trabajo fueron despedidos porque era imposible determinar cuál de los tres la había robado.
El joven escondió el dinero con la intención de usarlo cuando se calmara la situación. Pero lo que no esperaba era que su conciencia empezara a atormentarlo. No podía dejar de pensar en el despido de sus compañeros inocentes. Su conciencia no lo dejaba en paz ni por un momento; no podía dormir ni comer, y llegó a hacerse intratable.
Finalmente, vencido por el sentimiento de culpabilidad y cansado de la lucha interna que sostenía, entregó el dinero a la policía. El joven dijo: “El remordimiento es insoportable. ¡Ya no aguanto más!”. Y añadió: “Prefiero ir a prisión sabiendo que soy honrado a estar libre con una conciencia que me acusa de ladrón”.
La conciencia es una dádiva de Dios a todos los seres humanos. Puede acusarnos o excusarnos. Si le prestamos atención, puede evitar que cometamos equivocaciones o que justifiquemos maldades serias. De modo que en vez de hacer caso omiso de sus punzadas o resentirnos y denostar contra ella como hizo el rey Ricardo III en la obra de Shakespeare, deberíamos apreciarla y protegerla. (Romanos 2:14, 15.)
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