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¡Despertad! 1995
g95 22/5 pág. 31

Las lágrimas de la naturaleza

ESTÁ amaneciendo. El ambiente es fresco y sin brisa. Las gotitas de agua que cubren toda hoja y brizna de hierba reflejan trémulamente la primera luz del día. Parece que la vegetación hubiera derramado lágrimas de alegría al salir el sol. Con razón el rocío ha inspirado a poetas... y a fotógrafos.

No obstante, el rocío no se limita a refrescar el espíritu humano. Este fenómeno atmosférico, común en todo el planeta excepto en las regiones polares, extiende un manto húmedo que mantiene la vida. Jehová Dios creó la atmósfera de tal modo que al enfriarse por la noche en ciertas condiciones, alcanza el llamado punto de rocío, es decir, la temperatura a la cual el aire se satura de vapor de agua y lo deposita sobre las superficies que están más frías que el ambiente. A través de las hojas, las plantas absorben agua del rocío, a veces tanta como su propio peso, y expulsan una gran parte de ella por medio de las raíces para almacenarla en el suelo.

En tierras bíblicas, donde la estación seca es muy larga, pudiera ser en ocasiones la única fuente de humedad para las plantas. Por eso en la Biblia la presencia del rocío se relaciona muchas veces con las cosechas abundantes, y su ausencia, con el hambre.

Este fenómeno puede tener también un significado más personal. En su canción de despedida al pueblo de Dios, Moisés escribió: “Goteará como la lluvia mi instrucción, destilará como el rocío mi dicho, como suaves lluvias sobre la hierba y como copiosos chaparrones sobre la vegetación”. (Deuteronomio 32:2.) Las palabras de Moisés fueron vivificantes como el rocío. Puesto que era el más manso de todos los hombres, no hay duda de que era dulce y considerado al hablar. (Números 12:3.) Al igual que el rocío o la lluvia suave, sus palabras nutrían sin causar daño.

La próxima vez que se admire de la belleza serena del rocío matutino —las lágrimas de la naturaleza— tal vez medite en la imponente sabiduría de su Creador.

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