Recomendándose como ministros de Dios
En el trópico australiano
EL APÓSTOL Pablo, ese misionero y precursor cristiano del primer siglo, al discutir su comisión como embajador de Dios en substitución de Cristo Jesús declaró: “De toda manera nos recomendamos como ministros de Dios, por aguante de mucho, por tribulaciones, por casos de necesidad, por dificultades,” etc. (2 Cor. 6:4, NM) El hecho de que los testigos de Jehová en este siglo veinte están recomendándose como embajadores o ministros de Dios de una manera semejante es evidente de la siguiente experiencia que tuvo una pareja que son ministros de tiempo cabal de Jehová Dios.
“Nuestro campo para el ministerio era una población en el trópico de Queensland, Australia. Trajimos una tienda de campaña con nosotros por si se daba el caso de no poder encontrar alojamiento; y después de agotar todas las posibilidades—habiendo encontrado que no sólo había una escasez aguda de alojamiento sino también gran prejuicio contra los testigos de Jehová—nos resignamos a continuar viviendo en nuestra tienda. Todo pasó tan bien como podría esperarse en nuestro campo por unos nueve meses, o hasta febrero, cuando la época de lluvias de mitad de invierno llegó a su colmo. Y cuando llueve en el trópico llueve a cántaros. Sólo es asunto de minutos el que cada hendedura en el suelo, cada zanja, sumidero y caño se inunden, y la población se convierta en un lago.
“Nuestra tienda, después de tantos meses bajo el sol ardiente, no podía resistir, y por eso no pasó mucho tiempo antes de que el agua comenzara a meterse por todos lados, de modo que nos vimos obligados a mudarnos a una vieja barraca de hierro, después que se mojó todo lo que teníamos. A medida que las lluvias continuaron, los ríos empezaron a subir y por radio se dieron avisos de inundación.
“Después de quedarnos en nuestra ‘casa’ por dos días decidimos que si íbamos a lograr nuestra cuota de 140 horas mensuales como ministros de tiempo cabal, tendríamos que ponernos activos. Emprendimos viaje, caminamos media milla y luego llegamos a agua de más o menos un pie de profundidad a través de la cual caminamos trabajosamente por unas tres millas antes de llegar a la población en la que efectuamos nuestra obra predicadora. Al regresar encontramos que el agua había subido medio pie más. Después de varios días de esto se nos ocurrió la idea de caminar por la vía del ferrocarril; pero como las aguas siguieron subiendo, eso pronto quiso decir caminar media milla a través de agua de tres pies de profundidad antes de llegar a la vía y luego, una vez terminada la marcha de tres millas por ese camino, avanzar de nuevo trabajosamente a través de agua antes de llegar a nuestro territorio. Nos tomaba dos horas hacer el viaje de ida y dos el de regreso.
“El caminar a lo largo de la vía del ferrocarril no fué tan malo los primeros días; pero a medida que las aguas seguían subiendo, inundando los campos por millas a la redonda, los reptiles que buscaban un lugar seco tuvieron la misma idea que nosotros y se dirigieron a la línea del ferrocarril también. Ahí llegaron por cientos—culebras pardas y negras, crótalos y víboras mortíferas; pechirrojas y pechiamarillas; algunas medían sólo seis pulgadas de largo, otras seis pies; algunas eran tan delgadas como lombrices, otras tan gruesas como un brazo humano. Se deslizaban a través del agua hasta colocar la cabeza sobre uno de los rieles. Debido a la superficie pulida de los rieles, no podían arrastrar el resto de su cuerpo viscoso sobre ellos.
“Por dos semanas nos mantuvimos caminando la media milla a través de las aguas para llegar a la línea del ferrocarril, luego tres millas a lo largo de ella matando culebras a medida que pasábamos, y luego a través de agua de tres pies de profundidad por otra media milla hasta llegar a nuestro territorio. Al fin de dos semanas había tantas culebras muertas a lo largo de la vía que era difícil distinguir las muertas de las vivas, de modo que teníamos que tener mucho cuidado. Poco antes de que las aguas inundadoras bajaran se le acabaron las provisiones a nuestro vecino y tuvo que ir a la población. Había compuesto su barca y nos gritó desde el otro lado de las aguas si queríamos viajar con él. Tuvimos muchísimo gusto en aceptar su ofrecimiento, ya que para este tiempo nos estábamos cansando mucho.
“Remamos por cuatro millas hasta el pueblo ese día pasando sobre cercas de haciendas y por calles y patios de la gente y el hedor del agua llegaba hasta la estratosfera. Al pasar remando bajo el follaje de los árboles veíamos su copa llena de culebras que colgaban de las ramas, aparentemente mirándonos con amenaza en los ojos. Nos estremecíamos y confiábamos en que permanecerían allá arriba.
“La vida en el lugar donde estábamos acampados también dejó mucho que desear durante esos días. Constantemente siguieron las aguas acercándose a nosotros hasta que sólo hubo unos cuantos metros cuadrados de tierra seca entre nosotros y el agua. Como resultado allí también tuvimos que luchar contra toda sabandija imaginable, culebras de todas clases, ranas, ratas, ratones, etc. Por la noche teníamos que arremangar nuestros mosquiteros ajustadamente alrededor de nuestra cama si no queríamos encontrar sabandijas introduciéndose por nuestra ropa. Y ¡cuán lleno de mosquitos estaba el ambiente! A veces los mosquitos se hacían casi insoportables a pesar de todo el pulverizador insecticida que usábamos.
“Después de la tormenta viene la calma se dice; y así sucedió con nosotros. Un día una persona con quien estudiábamos la Biblia, después de oír nuestra experiencia dijo: ‘¿Quieren decir que han aguantado todo eso sólo para poder hablar a personas como nosotros acerca del reino de Dios? Tenemos una casa de nueve cuartos aquí; pueden usar un cuarto, y pueden acondicionarlo.’ Prestamente nos mudamos. Esa fue la primera vez en más de nueve meses que dormimos bajo el techo de una casa. Y ¡vaya si lo apreciamos! Como resultado de habernos mudado, antes de que pasara un mes la joven pareja estaba yendo con nosotros al servicio, predicando las buenas nuevas de casa en casa.
“En nuestra jornada de cuatro millas al pueblo teníamos que pasar por un caserío cuyos ocupantes habían manifestado prejuicio extremado a nuestra obra cuando los visitamos por primera vez. Pero habiéndonos visto caminar al pueblo diariamente a pesar de la inundación se produjo un cambio en ellos y después cuando nos veían pasar manifestaban tal amistad que muchas oportunidades se abrieron para darles el testimonio concerniente al Reino. Nuestra persistencia fué ricamente recompensada, porque pudimos comenzar muchos interesantes estudios bíblicos en las casas de personas de ese pueblo tropical de Queensland, personas que manifestaron ser de buena voluntad, pertenecer a las ‘otras ovejas’ del Pastor Propio, Cristo Jesús.—Juan 10:16.”