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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1955
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1955
w55 15/8 pág. 491

Sólo en Japón podía verse esto

Por misioneros de la Watch Tówer en el Japón

UN GRUPO de delegados a una asamblea que ahora se hallaban en camino a sus casas se acomodó para una noche tranquila en un tren en viaje desde Sendai a Tokio. Había sido una asamblea deleitosa, y todo el mundo estaba rebosando de buen ánimo. Tanto era así que los demás pasajeros preguntaron el porqué y la razón, y uno de éstos, diez minutos antes de la medianoche del último día de la campaña de subscripción a La Atalaya, se subscribió a La Atalaya en japonés.

¡Entonces fué! Los pasajeros adormecidos fueron despertados por la entrada súbita de unos veinte campesinos muy desaseados, cada uno cargando en su espalda un bulto tan grande como un hombre. Las cargas fueron depositadas violentamente a lo largo del pasillo, unidas y divididas en muchos paquetes más pequeños. Paquetes en disfraces muy ingeniosos se colocaron a lo largo de la sección provista para colocar el equipaje, entre los asientos, dondequiera que había una esquina libre. Sacos de papel de más grande tamaño fueron empujados rudamente bajo los asientos, entre los asientos, hasta que casi no había un rincón donde colocar las piernas. ¡Los traficantes de arroz “negro,” toscas criaturas del mundo bajo del Japón, habían tenido que escoger nuestro vagón, ¡de entre tantos!, para su excursión de una noche a Tokio!

Un escalofrío sacude a nuestro grupo. ¡Estos hombres y mujeres tan extraños están sacando sus cuchillos! Al mirar a través del nublado hedor del humo de sus tabacos, notamos que cada uno de ellos tiene un cuchillo en la mano, envuelto en un pañuelo a manera de disfraz, pero cuya punta sobresaliente se puede ver sin dificultad. ¿Nos irán a acuchillar? Nos estamos acercando a una estación. Estos traficantes del mercado negro, con sus manos contraídas nerviosamente, saltan rápidamente a sus pies, y bajan todas las persianas, ocultando del exterior el interior. Cuando el tren ya se apresta a detenerse, patanes que están a cada extremo del coche clavan tablones pesados de un lado a otro de las puertas. El que está vigilando para ellos grita: “¡La policía! ¡Inspección!” y estalla el pandemonio.

Un corpulento condestable aparece en una de las puertas. Le toma medio minuto romper el cristal, pero es demasiado grueso para poder pasar adentro. Al fin un detective en ropa corriente logra penetrar y abre a fuerza la puerta. ¡Se han perdido segundos preciosos! Pero nuestra atención está fija ahora en los del mercado negro. ¡Los cuchillos vuelan en todas direcciones, y también el arroz! ¡Torrentes de arroz! Arroz a la izquierda de nosotros, arroz a la derecha de nosotros, arroz metiéndose en nuestros zapatos. Mientras nos trepamos sobre nuestros asientos, el suelo del coche queda cubierto a pulgadas de profundidad por un mar de resplandeciente arroz blanco. Para el tiempo que una fuerza policíaca furiosa puede llegar a la escena, sólo queda intacto un paquete grande que pueden confiscar. No se pueden hacer arrestos. No se puede probar quién puso el arroz allí. A través de una ventana, la policía lanza con pala el arroz que puede a la plataforma de la estación, pero el gran mar de arroz continúa en el tren cuando suena el pito de éste, dando la señal de salir a la policía, que lo hace en medio de una nube de polvo de arroz.

Entonces, ¡más acción febril! Los traficantes del mercado negro enjambran alrededor y bajo los asientos. Sacan nuevos sacos de papel, sogas y palas hechas al momento y de lo que pueden, y en diez minutos el suelo está limpio como un espejo otra vez. Recogen los paquetes disfrazados que habían colocado en las secciones donde se coloca el equipaje, vuelven a hacer los grandes bultos de arroz. Al llegar a los suburbios de Tokio, el ejército de traficantes del mercado negro sale vacilante bajo sus cargas, coronados con una sonrisa de victoria, y haciendo una reverencia al decir: Lamentamos mucho haber causado tan abominable trastorno a los demás pasajeros. Contestamos nosotros: ¡Ni hablar! Una noche de entretenimiento emocionante, ¡y todo gratis!

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