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  • Predicando a los isleños de las Malvinas
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1955
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1955
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Predicando a los isleños de las Malvinas

ERA una sofocante y calurosa tarde de verano en medio de enero en el Uruguay cuando dos misioneros de la Sociedad Watch Tówer dijeron adiós a más o menos una docena de sus compañeros misioneros, después de haber subido a una lancha que iba a llevarlos a un buque de carga holandés que iba con rumbo a las Islas Malvinas, a unas mil millas desde allí en el Atlántico del Sur.

Durante el viaje se dió un buen testimonio a todos los miembros de la tripulación y los pasajeros, entre los cuales estaba un grupo de meteorologistas en camino a sus puestos en las regiones del Antártico, quienes no sólo pidieron literatura para ellos mismos, sino también para sus compañeros estacionados en el Antártico. Finalmente, después de cinco días de mucho ajetreo en el barco, aparecieron las islas sin árboles del grupo de las Malvinas. Las casas brillantemente pintadas de la capital, Puerto Stanley, con sus techos pintados, fueron una vista bienvenida para nuestros viajeros, cansados como estaban ya del viaje por mar. El ondulante terreno gris estaba cubierto de artemisas, y, como se supo más tarde, sólo hay ocho millas de carreteras en todo el grupo de las islas. Pronto los 2,280 habitantes de estas islas habían de oír acerca de las buenas nuevas del reino de Jehová por primera vez. ¿Cómo reaccionarían?

Después de hallar alojamiento, conseguir algún alimento y entonces descansar bien por una noche, los misioneros se levantaron temprano por la mañana para empezar su predicación de casa en casa. ¡Cuánto se sorprendieron al saber en la primera casa que las noticias de su llegada les habían precedido, de hecho, se habían extendido como fuego! Todo el mundo sabía que dos misioneros habían llegado el día antes y los misioneros hallaron una buena bienvenida esperándoles. La gente de las primeras cuatro casas, espiritualmente hambreadas a pesar de tres iglesias y cinco miembros del clero en la población, escucharon a los misioneros por tres horas. En cinco días éstos habían colocado más de 100 libros de ayuda para el estudio de la Biblia y cientos de folletos y revistas que trataban de temas bíblicos. Se hicieron arreglos para volver a visitar casi todas las casas a donde habían llegado.

Esta actividad, sin embargo, trastornó la tranquilidad de la aldea. Era el tópico de casi toda conversación. Aunque muchas personas escucharon ansiosamente e hicieron preguntas bíblicas, todo esto perturbó y molestó mucho a los clérigos, quienes súbitamente se hicieron activos visitando sus rebaños y denunciando la obra de los misioneros. Un clérigo protestante, quien no había visitado a alguna de su gente por más de dos años, de pronto halló tiempo para visitarla dos veces al mes. Y tan cambiante como el viento resultó ser la actitud de la gente. Debido a la propaganda del clero, empezaron a correr rumores por el pueblo: los misioneros tienen una Biblia diferente, son espías, etc.

Los misioneros empezaron a presentar discursos públicos, tanto en casas como en un salón que alquilaron, donde la asistencia promedio a la serie de discursos fué de alrededor de treinta personas. La gente se sorprendió al aprender que el nombre de Jehová estaba en sus Biblias, así como de aprender otros asuntos doctrinales. En un mes cada casa de la capital fué visitada y se celebraban estudios bíblicos en catorce diferentes hogares. Pero como cerca de la mitad de la población de las islas estaba esparcida por las islas alrededor y en puestos aislados y campamentos, inaccesibles a los misioneros en ese tiempo, éstos hicieron arreglos para enviar por correo literatura bíblica a cada familia. Así, después de unos dos meses de trabajo en las Islas Malvinas, toda familia de allí sin excepción recibió el testimonio del Reino, fuera por visita personal o a través del correo.

Desde que los misioneros volvieron al Uruguay han recibido cartas de personas de buena voluntad en que éstas dicen que están continuando su estudio de la Biblia y ahora han empezado a hacer la obra de predicar entre sus compatriotas. Claramente el tiempo y el esfuerzo que se dedicaron a llevar las buenas nuevas del Reino a los isleños de las Malvinas no fueron tiempo y esfuerzo perdidos. Sin duda, entre ellos habrá algunos que sobrevivirán a la batalla del Armagedón para disfrutar de las bendiciones de Jehová en el nuevo mundo de justicia.

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