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  • El género de muerte de Jesús
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1960
w60 1/10 págs. 605-606

El género de muerte de Jesús

LOS últimos días del ministerio de Jesús en la tierra estuvieron llenos de pruebas severas. Sabiendo que el tiempo de su muerte se acercaba, “Jesús tomó a los doce discípulos aparte privadamente y les dijo en el camino: ‘¡Miren! subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sacerdotes principales y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a hombres de las naciones para que se burlen de él y le azoten y empalen, y al tercer día él será levantado.’”—Mat. 20:17-19.

El 14 de nisán, el día de la Pascua, habiendo instituído con sus discípulos el Memorial en conmemoración de su muerte, los llevó al monte de los Olivos. “Y Jesús les dijo: ‘A todos ustedes se les hará tropezar, porque está escrito: “Heriré al pastor, y las ovejas serán esparcidas.”’” (Mar. 14:27) Jesús sabía que esta profecía, registrada mucho antes en Zacarías 13:7, pronto se cumpliría, y él estaba preparando a sus discípulos para la gran prueba que les sobrevendría.

Llegando al jardín que se llamaba Getsemaní, tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, “y comenzó a aturdirse y a angustiarse en sumo grado. Y les dijo: ‘Mi alma está hondamente afligida, aun hasta morir.’” O, según Una Traducción Americana, en paráfrasis él dijo: “Casi se quiebra mi corazón.” “Y yendo un poco más adelante, cayó sobre su rostro, orando y diciendo: ‘Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa. Sin embargo, no como quiera yo, sino como quieras tú.’ De nuevo, por segunda vez, se apartó y oró, diciendo: ‘Padre mío, si no es posible que ésta pase de mí sin que la beba, hágase tu voluntad.’” (Mar. 14:32-34; Mat. 26:37-39, 42) Jesús tenía una gran preocupación. Lo de mayor importancia para él era la vindicación del nombre de su Padre. La salvación del género humano, así como la vida propia de él, dependían de la manera en que él procediera.

Al principio de su ministerio terrenal, cuando Jesús fue tentado por Satanás en el desierto, el Diablo trató de desviarlo de su proceder de fidelidad, pero Jesús rehusó servir a otro fuera de Jehová. “Entonces el Diablo lo dejó, y, ¡mire! ángeles vinieron y empezaron a ministrarle.” Así, también, en este tiempo de prueba al final de su vida humana, un “ángel del cielo se le apareció y le fortaleció.”—Mat. 4:11; Luc. 22:43.

En estas alturas es interesante considerar una profecía acerca de la muerte de Jesús que está registrada en Isaías 53:10, la cual dice: “Jehová mismo se deleitó en aplastarlo; lo enfermó.” ¿Exactamente de qué manera resultó ser verdad eso?

Allí en Getsemaní Jesús estuvo en gran agonía. “Entrando en agonía, continuó orando más encarecidamente; y su sudor vino a ser como gotas de sangre que caían al suelo.” (Luc. 22:44) Jehová permitió esto, y por eso podría decirse que fue él quien enfermó a Jesús en el jardín. Tan severa fue la agonía de Jesús, aun produciendo sudor corporal que caía al suelo, que él podría haber muerto si ésta no hubiera sido abreviada. Sin embargo, se ha sugerido que esta enfermedad que él experimentó fue de tal naturaleza que amortiguó la sensitividad de sus nervios, haciendo que fueran soportables las experiencias por las cuales él todavía había de pasar. En esto vemos la misericordia de Jehová al permitir él que Jesús se enfermara antes de ser clavado en el madero de tormento.

Después que Jesús fue arrestado y se le sometió a un juicio de burla, fue azotado y, ante la insistencia de la muchedumbre guiada por el clero, fue entregado para ser empalado. Terrible como fue la experiencia, el dolor sin duda fue aminorado hasta cierto grado por las experiencias amortiguadoras de nervios por las cuales él ya había pasado. Más bien que permitir que Jesús sufriera mucho tiempo en el madero de tormento o permitir que los soldados pusieran fin a su vida por medio de quebrarle los huesos, “Jehová mismo se deleitó en aplastarlo,” lo cual él hizo por medio de permitir que expirase unas cuantas horas después de ser empalado. Jesús, dándose cuenta de lo que sucedía, clamó: “Mi Dios, mi Dios, ¿con qué propósito me has abandonado?” Y, rendido de angustia, “Jesús dio un gran grito y expiró.” (Mar. 15:34, 37) Al explicar lo que sucedió, Guillermo Stroud, M.D., en The Physical Cause of the Death of Christ, se refiere a la observación de cierto Grüner, quien dice: “Es común que personas cuyo corazón está oprimido por congestión excesiva de sangre, con ansiedad y palpitación, y que están amenazadas de sofocación, clamen con voz fuerte.” Aparentemente se le había quebrado el corazón o una de las arterias grandes se había reventado, haciendo que él expirara.

Esto hizo posible el cumplimiento de otra parte importante del propósito de Jehová. “A menos que se derrame sangre, ningún perdón se efectúa.” (Heb. 9:22) Y respecto a la muerte de Jesús se había escrito: “Derramó su alma hasta la mismísima muerte.” (Isa. 53:12) Su muerte tenía que ser en un madero para poder libertar a judíos creyentes de la maldición de la Ley, pero la muerte en un madero no haría que fuera derramada sangre, y eso se requería para cumplir con los requisitos divinos para la remisión de pecados de todos los creyentes de entre el género humano. (Gál. 3:13) Pero habiendo Jehová aplastado a Jesús por medio de permitir que sus manos y pies fueran traspasados con clavos y permitiendo una ruptura de su corazón o de una de las arterias, la sangre se derramó en su pericardio o tórax. Por eso cuando uno de los soldados tomó una lanza y traspasó su costado, “salió sangre y agua.” (Juan 19:34) De esta manera, aunque le agradó a Jehová terminar rápidamente con la agonía, de su Hijo, él también hizo posible que todas las cosas escritas por los profetas inspirados se cumpliesen y que se llenaran los requisitos para la salvación.

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