Jehová da la victoria
LA ASOCIACIÓN ministerial del clero en una ciudad del Canadá se preocupó por la obra de predicación de los testigos de Jehová en la comunidad. Contrató los servicios de un hombre de otra ciudad para dirigirse a los feligreses allí y para contestar sus preguntas acerca de los Testigos. Se publicaron noticias en los diarios invitando al público al discurso que esta persona presentaría. Los miembros de las iglesias comenzaron a hacer insinuaciones de que los Testigos se las verían mal como resultado de esta acción del clero. Pero los Testigos se mantuvieron en calma e imperturbables. Aseguraron a los que abordaban el tema que no se preocupaban y que a las personas de corazón honrado les ayudaría lo que se oyera, que los que buscaban la verdad podrían ver la diferencia entre la verdad y la falsedad.
Los que les mencionaban estas cosas a los Testigos estaban entre los más prominentes de las iglesias. Cuando vieron que los Testigos no se preocupaban, entonces ellos mismos se perturbaron. Llamaron a sus ministros y les dijeron que no había ningún sentido en pagarles un salario si tenían que contratar a uno de afuera para que hablara acerca de los testigos de Jehová. Aunque era tarde para hacerlo, tanto la visita como el discurso se cancelaron.
Ese mismo domingo el ministro bautista local y su diácono principal vinieron al discurso público y al estudio de La Atalaya. Durante el discurso se reían despectivamente y se codeaban el uno al otro para mostrar que se divertían con los argumentos de la discusión. A veces levantaban las manos como para tomar parte en el estudio pero luego se cubrían las bocas si el presidente miraba a donde ellos estaban. Lo que el clérigo y su diácono no sabían era que uno de sus miembros estaba solamente algunas filas detrás de ellos, observando sus bufonadas. Este joven había asistido a solamente algunos discursos bíblicos en el Salón del Reino y todavía era miembro de la iglesia. Después del estudio el clérigo vio al joven y le dijo: “Salgámonos de aquí. Tuercen las Escrituras para acomodarlas a sus propias necesidades.” El joven replicó: “¡No gracias! He visto suficiente para saber que los testigos de Jehová tienen la verdad.”
Cuando el pueblo de Jehová es valeroso y continúa confiando en él, él le da la victoria: “Cualquiera que sea el arma que se forme contra ti no tendrá éxito.”—Isa. 54:17.