Un clérigo reexamina el infierno
RECIENTEMENTE se publicaron en la revista U.S. Catholic las dudas que tiene un clérigo de la Iglesia Metodista Unida acerca de la existencia de un infierno de fuego. Él escribió: “Hay de hecho, tan grande cantidad de sólidos argumentos bíblicos, doctrinales y lógicos en contra de la existencia de un infierno literal que, naturalmente, surge esta pregunta: ¿Por qué enseñan esto las iglesias, y a qué se debe que la gente a menudo lo crea?” El ministro, Roberto Short, sugiere que la respuesta está en “el temor falto de fe de las iglesias en cuanto a renunciar ‘al evangelio a punta de pistola.’” Dijo: “Las iglesias tienden a creer, consciente o inconscientemente, que es el temor —más bien que el amor— lo que todo lo conquista.”
Este clérigo aseguró que el “argumento más poderoso en contra de la existencia de un infierno literal es . . . que podemos conocer las cosas por los frutos que producen. (Mat. 7:16, 20)” Examinando de este modo la doctrina del infierno ardiente, expresó lo siguiente: “Se ha hecho penosamente claro que la doctrina ‘cristiana’ que más venenosos frutos ha producido es la enseñanza de un infierno literal. Pues no solamente se puede probar que esta doctrina ha producido durante toda la historia occidental ‘cristianos’ crueles y que son justos en su propia estimación, cristianos que se han sentido justificados al odiar y hasta matar, puesto que se puede alegar que cualquier acto está justificado mientras evite que más personas vayan al infierno, sino que también la enseñanza de un infierno literal ha producido el fruto más moderno, y hasta más mortífero, del ateísmo.”
Para concluir, Short declaró: “Solamente si la enseñanza del infierno fuera verdadera tendrían las iglesias razón para retenerla. Y un número creciente de teólogos —tanto católicos como protestantes— dicen ahora que no es cierta. Si no es cierta, entonces las iglesias deben apresurarse a decir esto al mundo con voz fuerte y clara.”
Los testigos de Jehová han tenido cien años de ventaja en ‘decir esto al mundo con voz clara.’—U.S. Catholic, abril de 1980, págs. 37-40.