Se echa a un lado el odio racial

MARIE estaba de pie al lado de la piscina de bautismo esperando que su sobrina se bautizara en una asamblea de distrito de los testigos de Jehová que se había organizado en Cicero, Illinois. De repente, oyó a alguien a su lado exclamar: “¿No la he conocido a usted en algún sitio?”. Se volvió y vio el rostro conocido de alguien a quien había olvidado... una señora llamada Agerthia.

La memoria de Marie retrocedió a los años mucho antes de que ella llegara a ser testigo de Jehová, y recordó los pasillos de la escuela secundaria, donde las dos habían luchado en motines raciales... pero en lados opuestos. Las alumnas negras del grupo de Agerthia y las muchachas blancas de la pandilla de Marie se gritaban obscenidades las unas a las otras. Entonces empezaba la pelea o sarracina, y las de ambos lados sufrían gravemente por la violencia. ¡Marie recuerda cómo Agerthia había causado que una muchacha hasta fuera hospitalizada! A las muchachas de ambos grupos se les suspendía de la escuela, pero tan pronto como se las readmitía, comenzaban de nuevo los insultos y las peleas.

Ahora, unos trece años después, se encontraron las dos al lado de una piscina de bautismo... pero esta vez no había ninguna animosidad entre ellas. Puesto que las barreras raciales ya no las separaban, se abrazaron amorosamente como hermanas espirituales unidas en la fe verdadera. El conocimiento exacto respecto a Jehová Dios y Jesucristo las había ayudado a rehacer su mente. (Romanos 12:1, 2.)

El odio racial no existe entre los siervos de Jehová. Más bien se aman unos a otros, en armonía con las palabras de Jesús: “Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros; así como yo los he amado, que ustedes también se amen los unos a los otros. En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre ustedes mismos”. (Juan 13:34, 35.)