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¡Despertad! 1970
g70 8/7 págs. 8-11

Los apuros del agricultor de las praderas

Por el corresponsal de “¡Despertad!” en el Canadá

¡TIERRA risueña! Sí, eso fue lo que descubrieron los primeros pioneros cuando penetraron en las praderas canadienses. Verdaderamente era una tierra de abundancia. La exuberante vegetación del verano alimentaba al búfalo, el venado, el alce y otras criaturas silvestres por millones. Lagos y ríos anchos estaban repletos de peces. Abundaban las aves de caza y las aves canoras. Inmensas fajas de terreno forestal con claros acá y allá y extensiones interminables de terreno plano interrumpidas acá y allá por arboledas, en particular a lo largo de las riberas de los ríos, prometían agricultura próspera.

A cada colono se le concedieron 65 hectáreas de tierra gratis, con opción de comprar más. Parecía que no había duda en cuanto a qué hacer con toda esta tierra. El mundo necesitaba trigo, y aquí había tierra peculiarmente adecuada para producirlo. Por eso, se revolvió el césped y se plantó trigo hasta que las praderas ondulantes se hicieron famosas como el Oeste Dorado. ¿Puede usted imaginarse el grano dorado maduro, ondulando con el viento, extendiéndose hasta el horizonte?

Entonces las líneas ferroviarias comenzaron a extenderse cada vez más, y trenes larguísimos cargados de grano retumbaban en su viaje a la costa para transferir su preciosa carga a barcos que esperaban. Mientras tanto, todavía más inmigrantes llegaban. Agricultores vigorosos continuaban rompiendo la tierra virgen con yuntas de bueyes o de caballos. Hogares temporales, algunos construidos de hierba, les servían. Todos esperaban con deleite y confiadamente una era de prosperidad.

Al terminarse la I Guerra Mundial comenzó un período de modernización. Las yuntas de caballos y las trilladoras impelidas por vapor, difíciles de manejar, comenzaron a desaparecer gradualmente. El versátil motor de gasolina ocupó su lugar. Éste, a su vez, fue reemplazado por el Diesel. Enseguida aparecieron gigantescas segadoras autopropulsadas equipadas con trituradoras. Ciertamente era asombroso ver cómo segaban y se engullían, por decirlo así, inmensas ringleras del grano en desarrollo en unos minutos. Pero con todo este progreso llegaron altos costos y cobros por el mantenimiento.

Un poco de previsión debería haber persuadido a aquellos agricultores de las praderas de que la mecanización y los métodos agrícolas mejorados pronto llegarían a las naciones subdesarrolladas, y ellas, también, entrarían en el mercado con sus miles de millones de toneladas de trigo. Pero pocos consideraron seriamente aquella posibilidad. Los agricultores compraban más tierra para cultivar más trigo para pagar más maquinaria, y luego compraban más tierra para cultivar más trigo para pagar más maquinaria. Era un tiovivo que no habría de resultar tan vivo después de todo.

Como fue en el principio

Pocos agricultores de aquellos días más tempranos se especializaron en el trigo. También eran dueños de caballos, ganado vacuno, cerdos, gallinas, patos y pavos. No ‘ponían todos los huevos en una sola canasta.’ Pronto descubrieron que las cosechas excelentes no se suceden una a la otra interminablemente. También hay años improductivos. De modo que tenían que cultivar forraje para el ganado, y por lo general una huerta repleta de toda clase de legumbres. Las legumbres, frutas y carnes se guardaban adecuadamente para usarlas en el invierno.

El trueque de mantequilla y huevos y la venta de crema fresca o la carne de res o de cerdo que sobraba siempre parecían abundar para neutralizar la cuenta de los abarrotes. Nadie padecía de hambre. Los niños crecían tan saludables como los topos de la pradera que corrían y se escabullían en torno de ellos. Las familias trabajaban juntas y permanecían juntas. Hacían un éxito del trabajo agrícola hecho como unidad, pues cada miembro, joven y anciano, participaba en el trabajo.

No, no se trataba de que todo fuera trabajo y no se jugara. Cada verano había los muy esperados paseos campestres y rodeos. Había béisbol y otros juegos, y luego bailes por la noche. En el invierno se organizaban patinaje, esquiar y debates literarios. También había frecuentes “tertulias,” pues, si llegaba alguna persona nueva o se quemaba el granero de alguien, los vecinos se reunían y construían una casa o levantaban de prisa un nuevo granero. La gente era amigable.

El punto de viraje

Entonces, súbitamente, en 1929, la situación cambió drásticamente. Había comenzado la Gran Depresión Económica. Los mercados bursátiles del mundo se desplomaron. Personas acomodadas se arruinaron casi de la noche a la mañana. Habían llegado los “hambrientos treinta.” Muchos inversionistas desilusionados se suicidaron por no encararse a la desolación de la pobreza. Los agricultores sufrieron duramente, también, y muchos se rindieron en la lucha, permitiendo que las compañías hipotecarias ocuparan su lugar.

Otros se adhirieron tenazmente a sus granjas. Trabajaban desde que salía el Sol hasta que se ponía y, cuando anochecía, todavía había cosas que hacer. Había vacas que ordeñar, crema que separar, cerdos que alimentar, puertas que reparar, cercas que arreglar, ganado extraviado que recoger. Con frecuencia, la esposa del agricultor era la heroína en el frente doméstico, porque muchas de las tareas vitales recaían sobre sus fuertes hombros.

Por desgracia para los agricultores, muchos jóvenes, impacientes, no pudieron o no quisieron perseverar. Se rebelaron contra ser niñeras del ganado, pues, sin importar lo duro que trabajaran, parecía que la familia nunca salía de debajo de la carga de la deuda. Deseaban mejor educación y emanciparse de los quehaceres agrícolas. Comenzaron a irse a la ciudad, donde la gente solo tenía que trabajar ocho horas al día y recibía paga por ello. Con el tiempo el éxodo de las granjas alcanzó proporciones pasmosas.

Para los que se quedaron fue un tiempo de consolidación. Algunos, esperando prosperidad, compraron terrenos de los propietarios en pequeño, y el resultado fue enormes haciendas. El agricultor en pequeño, obligado a vender perdiendo, se fue a los centros industriales y a menudo recibió asistencia social. Entonces llegó a ser el gran dolor de cabeza hallar trabajadores agrícolas. En algunas secciones parecía que no había quedado nadie a quien emplear. Todo el programa agrícola tuvo que ser reorganizado. Todo fue mecanizado para que un solo hombre pudiera encargarse del trabajo. Los agricultores se libraron del excedente de ganado y el agricultor misceláneo dio paso al agricultor de grano.

Prosperidad inducida por la guerra

Entonces la II Guerra Mundial fomentó la economía con una infusión de dinero efectivo. Subieron los precios; estuvieron en demanda los productos agrícolas de toda clase. Muchos agricultores participaron en la guerra, pero los que se quedaron segaron una abundante cosecha. De nuevo cambió la escena agrícola. Ahora no eran solo los jóvenes quienes iban a la ciudad. Las personas de mayor edad se mudaban a las comodidades de la vida urbana, o pasaban los inviernos en California, Florida o México. Ya no se necesitaba ganado ni huertas. Compraban lo que necesitaban en el supermercado.

En consecuencia el “agricultor próspero” llegó a ser un hombre de holganza. Iba a la granja y regresaba de ella en un automóvil costoso y trabajaba su tierra con tractores. En el otoño se cerraba la granja, y el dueño quedaba libre para hacer lo que quisiera durante el largo invierno. Parecía como si estos agricultores fueran a alcanzar la independencia y una vida más o menos fácil.

¡Pero aguarde! Estaban sucediendo cosas también en otros países. Sí, aun países subdesarrollados estaban siendo transformados velozmente. Nuevos métodos de agricultura, máquinas ingeniosas, abonos comerciales, mejor surtido de semillas y variedades nuevas fomentaron la producción en las cosechas. Más países se las arreglaban para cultivar suficiente grano para su propio consumo y les sobraba.

En consecuencia sucedió que en los 1950 y 1960 los canadienses se encontraron en verdadera dificultad. Había demasiado grano en los mercados del mundo. Todavía había demanda de millones de toneladas de trigo, pero ahora la Argentina, Australia y los Estados Unidos de Norteamérica habían entrado en una competencia intensa. En poco tiempo el Oeste Dorado tenía elevadores voluminosos llenos de trigo sobrante, mientras que los agricultores, con dos años de cosechas todavía en sus depósitos, y otra cosecha que venía en el campo, se preguntaban cuántas de sus hectáreas deberían dejar a la mala hierba que florecía.

Se calcula que ahora el Canadá tiene hasta mil quinientos millones de bushels de trigo en sus manos, con pocos que los acepten. Y ahora rara vez se trata de una transacción en efectivo. A menudo el Canadá tiene que determinar qué cantidad de las exportaciones de sus clientes está anuente a importar a cambio de trigo. Es un mercado de compradores. Al mismo tiempo las naciones en que hay hambre simplemente no pueden pagar el precio. De modo que los exportadores afrontan la pregunta: ¿Venderán o no venderán por menos? El rebajar drásticamente el precio mundial podría precipitar una tremenda guerra de precios que nadie puede aguantar.

Entretanto, han surgido corrales de forraje para engordar el ganado... corrales de forraje donde no se necesita granero, ninguna residencia agrícola, sino simplemente elevadores para almacenar forraje, establos exteriores y máquinas que distribuyen el forraje a esos establos. Y el grano ha llegado a ser el wampum o medio de cambio. Con él maquinaria, muebles, abarrotes, etc., han cambiado de manos.

Escribe Philip Mathias en Financial Post: “La economía agrícola de las praderas está empezando a retroceder al sistema de trueque. La razón: No se pueden vender los enormes sobrantes de grano. Agricultores con graneros que se pandean por el peso del grano están cambiando grano por maquinaria, ganado, muebles, educación para sus hijos y quizás una visita al dentista.” Esto puede aliviar la presión local, pero no suministra alivio verdadero a la economía de la nación.

De todas las secciones de la sociedad el agricultor parece haber sido el más dócil. Los motivos de queja de los obreros industriales se desahogan en huelgas y paros, pero el agricultor simplemente solía tragarse sus sentimientos y afanarse con la esperanza de que de alguna manera con la siguiente temporada vendría mejoramiento. Pero, finalmente, la enfermedad de los manifestantes lo alcanzó... los obreros protestaban, los estudiantes protestaban, hasta el clero protestaba; así que, ¿por qué no habría de protestar el agricultor?

Se efectuaron reuniones de protesta a través del país, y las organizaciones agrícolas enviaron resoluciones vehementes al Gobierno, exigiendo acción. No querían ser entretenidos más con las perogrulladas y consejos de tener paciencia que ofrecían las autoridades. Se hicieron firmes y avanzaron en masa. Cuando el primer ministro del Canadá, Pierre E. Trudeau, se reunió con ellos recientemente en Winnipeg y Regina, millares de agricultores obstruyeron las calles urbanas con sus tractores y le gritaron encolerizadamente, impidiéndole expresarse.

Pero, ¿cuál es la respuesta? ¿A quién vendería usted hielo en el Ártico? ¿A quién verdaderamente puede uno vender trigo en un mercado mundial inundado de trigo? Otros países, también, se enfrentan al mismo problema, y también están clamando por escapes. No parece haber solución inmediata. ¡Qué paradoja produce esto! Las naciones inundadas de grano no tienen una cantidad suficiente de otros artículos porque tienen demasiado grano, mientras que los desnutridos y los que mueren de inanición ven abundancia en todas partes menos en sus propias mesas. Se necesitará un rey más sabio que Salomón para que salga con la respuesta.

¿Adónde ahora?

Prescindiendo del remedio que trate de aplicar el Gobierno, una cosa parece segura: Los conceptos anteriores de las relaciones del Gobierno con los agricultores tendrán que ser revisados, cambiados drásticamente. Los agricultores ya no podrán especializarse en una sola clase de siembra. Es muy posible que la agricultura diversificada regrese bajo condiciones totalmente diferentes. Pero se necesitará alguna clase de control internacional para ponerle fin a la situación de “banquete o hambre” que ahora prevalece en casi todo país.

Para muchas personas parece que el sistema de competencia, particularmente en lo que toca a la producción agrícola, es anticuado y no sirve. Muchos sostienen que se necesita un cuerpo consejero internacional... un cuerpo que sea absolutamente imparcial, honorable y justo, y que regule cuidadosamente quién cultive qué y dónde, sobre una base mundial. Sin embargo, la verdad lamentable es que en la actualidad es inalcanzable una organización de ese tipo entre los elementos políticos y comerciales de la sociedad.

¡Ciertamente será un administrador sabio quien logre solucionar este problema continuo! Los esfuerzos humanos no ofrecen esperanza alguna de una solución súbita a los apuros del agricultor de las praderas.

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