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  • ¡Despertad! 1970
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¡Despertad! 1970
g70 22/11 págs. 3-4

¿Por qué envidiar a celebridades?

¿SUEÑA usted con llegar a ser un famoso cantante o actor y ver a la gente arremolinarse a su alrededor para obtener su autógrafo? Este es un deseo muy común, especialmente entre los jóvenes. Pero, ¿realmente hace más rica y más deleitable la vida esa fama?

Considere lo que sacrifica la celebridad por la fama. No puede disfrutar de la libertad que le permite a usted andar inconspicuamente en lugares públicos. En una fiesta no puede hablar sin vigilar lo que dice, porque es probable que alguien cite lo que diga, o que lo citen erróneamente. El que esa persona sea famosa hace difícil que sus hijos tengan asociación normal con otros niños. También hay el peligro constante de que personas que quieran obtener dinero le secuestren los hijos con ese propósito.

No le es fácil mantener privados los asuntos personales de su vida familiar. Recientemente la ex-secretaria personal de Jacqueline Onassis publicó un libro que revela al público cosas que sucedieron en la vida privada de la Sra. de Onassis mientras era la Sra. de John F. Kennedy. Sin duda la Sra. de Onassis preferiría que sus asuntos particulares no se hicieran públicos. Pero puesto que las celebridades se sienten obligadas a contratar empleados, no se les hace fácil mantener privado lo que sucede dentro de su propio hogar. Es pagar un precio caro por la fama su pérdida del derecho a la vida privada. ¿Realmente le gustaría a usted vivir como un pez en una pecera, como alguien que tiene todo movimiento bajo observación y crítica?

Además, las celebridades no pueden estar seguras de que los que se llaman sus amigos realmente lo sean. En verdad esas personas pudieran estar más interesadas en que el público las viera en compañía de una persona famosa. La amistad que muestre otra celebridad tampoco es confiable, porque esa persona pone en primer lugar su propia posición ante la vista del público. Puede hacerse extremadamente envidiosa de un llamado amigo si ése consigue más aclamación del público que ella. Sin embargo, el amigo verdadero se adhiere “más estrechamente que un hermano.”—Pro. 18:24.

En lo que toca a la moralidad, ciertamente no hay que envidiar a las celebridades. La inmoralidad cunde desenfrenada entre ellas, con el resultado de contiendas en el hogar, divorcios y enfermedades. Un modo de vivir inmoral no produce felicidad. Tocante a esto, Maurice Zolotow, quien estuvo estrechamente asociado con muchas personas famosas, comentó: “Por aproximadamente quince años he sido el confidente de actores y actrices de Broadway y Hollywood que tienen oportunidades de llevar una vida sexual sin riendas. Y algunos de ellos la viven hasta lo sumo . . . Pero cuando ellos confían en uno y hablan con franqueza, confiesan lo frustráneo y no satisfactorio que es todo ello.”

Por lo general la persona famosa pasa al olvido poco después que muere. Aunque su nombre sea conservado en libros de historia, cesa de brotar de los labios de la gente. Esto sucede en particular a medida que vienen nuevas generaciones y las generaciones más antiguas que la conocían pasan. Por ejemplo, ¿a cuántos atletas de los que se hicieron famosos en la Grecia antigua conoce usted por nombre? ¿A cuántos se aclama hoy?

¿Ha oído alguna vez de Filónides? Se hizo famoso por correr 169 kilómetros en un solo día, pero hoy el público no lo aclama. ¿Qué hay de Alcibíades? Fue famoso porque fue el único que tuvo siete carros en los juegos olímpicos en una sola ocasión y ganó el primero, segundo y tercer premios. Varias ciudades celebraron juntas su victoria; no obstante, hoy el público en general lo desconoce.

La fama de esas personas duró relativamente poco. No fue eterna, como algunos quizás hayan pensado que sería. Hoy lo mismo es cierto en cuanto a la fama. Hace poco un miembro bien conocido de un trío de cantantes dijo: “Aquí estamos, fijos en el tiempo, por siempre jamás.” ¿No es eso simple ilusión, hacer castillos en el aire? La única manera en que uno puede estar ‘fijo en el tiempo, por siempre jamás’ es obteniendo el don de vida eterna que nuestro Creador ha prometido a los que hacen su voluntad.—Rom. 6:23.

Un atleta de hoy, un boxeador que se hizo famoso en Oceanía, se dio cuenta de que hay algo que vale más la pena que buscar la fama. Sabía lo que era ser famoso. La gente extendía la mano para tocarlo cuando pasaba; tenía trofeos, publicidad y gloria personal.

Al darse cuenta de que su ocupación de pelear no le agradaba a su Creador, inmediatamente renunció. Cuando se le preguntó qué diría la gente, especialmente cuando tenía un encuentro importante programado para el día después de haber renunciado, y considerando que había sido escogido para representar a su isla en unos juegos especiales en Nueva Caledonia, dio una respuesta breve y al grano. Dijo que las alabanzas de los hombres ya no le importaban. Lo que quería era la aprobación de Dios.—2 Tim. 2:24.

En vez de envidiar a las celebridades que tienen un nombre famoso, pero pasajero, entre los hombres, ¿no sería mucho más remunerador y satisfactorio buscar un buen nombre ante Dios por obras buenas que estén en armonía con su Palabra escrita?

El boxeador que renunció a la fama para buscar un buen nombre ante Dios escogió el mejor derrotero de la vida. Ahora tiene la satisfacción de ayudar a otros, el placer de estar rodeado de amigos genuinos y la felicidad de esperar un futuro eterno en perfección humana en el nuevo orden de Dios. ¿No es esto más deseable que la fama efímera de ser una celebridad?

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