Cirugía cardíaca sin transfusión de sangre
EL 22 de noviembre de 1963, el mundo lamentaba pasmado la muerte del presidente estadounidense. Poco nos dábamos cuenta de que antes de terminar el día nuestra propia familia quedaría aturdida por un sobresalto.
A medianoche, Pedro, nuestro hijo más joven —que tenía siete años— entró gritando en nuestro cuarto. “Mamá, el piso está subiendo y bajando. Se me viene encima.”
Respiraba como ahogándose, con rápidas interrupciones. Lo levanté y lo llevé a la cocina. Estaba segura que deliraba, de modo que frenéticamente lo lavé con agua fresca con una esponja y le di una aspirina de niño y traté de consolarlo.
A las siete de la mañana llamé por teléfono a nuestro médico de familia. Cuando llegó, examinó a Pedro, y su rostro se puso serio. Abruptamente preguntó: “¿Por cuánto tiempo ha estado su corazón así?”
“¿Cómo?” pregunté.
Explicó que Pedro tenía un murmullo cardíaco muy malo. Estaba seguro de que era una válvula defectuosa. Después de muchas preguntas, el doctor decidió que Pedro había nacido con aquel defecto, que era congénito. Esto nos dejó pasmados, porque Pedro aparentemente había sido un nene muy saludable.
Preguntamos: “¿Sería posible operarlo de esto?”
“Sí, creo que sí,” contestó el doctor, pero añadió: “No será posible con la creencia de ustedes.”
Asentimos con la cabeza, sin poder hablar. Somos testigos de Jehová y no aceptamos transfusiones de sangre porque creemos que el tomar sangre es contra la ley de Dios que específicamente dice: “Que se abstengan . . . de la sangre.”—Hech. 15:20, 29.
“Tráiganlo al consultorio el viernes para sacarle un cardiograma. Quiero estar seguro,” dijo el médico al salir.
Esta visita solo confirmó la sospecha de nuestro médico de que Pedro tenía una obstrucción que restringía la corriente de sangre a los pulmones; se llama estenosis pulmonar. Sin embargo, hizo arreglos para una cita con un especialista para oír otra opinión y sacar placas de rayos X.
El especialista terminó su examen en solo unos cuantos minutos. Diciéndole a Pedro que se vistiera, me llamó al consultorio exterior.
“Sin cirugía este muchacho se muere,” dijo.
Cuando tuve oportunidad, sugerí: “Quizás se pueda hacer esta operación sin sangre. Hay sustitutos.”
“No,” declaró enfáticamente. “Es absolutamente imposible. Sé de lo que estoy hablando.”
“Doctor,” supliqué, “me doy cuenta de que usted sinceramente cree tener razón. Pero por favor lleve a Pedro para los rayos X.”
“Lo llevaré, pero es una pérdida de tiempo.” Tomando a Pedro de la mano, se fue por el pasillo hasta el departamento de rayos X.
En unos cuantos días nuestro médico de familia nos dio el informe de los rayos X. Estos confirmaron su propio diagnóstico. Ahora teníamos que averiguar qué podía hacerse. En la biblioteca buscamos información sobre enfermedades del corazón y métodos modernos de cirugía, pero no hallamos nada.
¡Entonces un día hallamos la respuesta! Estaba en la revista La Atalaya en inglés del 1 de septiembre de 1963 (en español el 15 de enero de 1964) en el artículo corto intitulado “Cirugía cardíaca sin transfusión de sangre.” Explicaba cómo una nueva clase de aparato cardíaco-pulmonar se ‘preparaba’ con dextrosa y agua en vez de sangre. También mencionaba 200 operaciones de corazón al descubierto efectuadas por médicos de la Universidad de Minnesota sin transfusiones de sangre.
¡No cabíamos en nosotros de la emoción! Me pareció que nunca llegaba en camino al consultorio del doctor. Rápidamente le expliqué acerca del artículo que habíamos encontrado y se lo di a leer. Después de leerlo, dijo: “Sí, ésta es información confiable. Yo mismo conozco bien la Universidad de Minnesota. Si están haciendo esto allí, ciertamente se puede hacer. Ahora hay que hallar un médico que lo haga aquí en el Canadá.” Me dijo que haría cuanto pudiera para hallar a alguien.
Unos cuantos días después supimos que un amigo había sufrido una apoplejía y como resultado las válvulas de su corazón habían recibido daño. Un famoso cirujano de Toronto, Canadá, había operado sin transfusión de sangre. Le telefoneamos a nuestro médico y le hablamos acerca de esto. Se alegró mucho, y dijo que inmediatamente concertaría una cita.
Llegó el día de la cita de Pedro en Toronto y estuvimos en el consultorio del médico esperando el veredicto. Verificó el diagnóstico de nuestro propio médico, que Pedro tenía estenosis pulmonar muy grave... como resultado, el corazón se había ensanchado mucho.
Entonces el médico se excusó para telefonear a un bien conocido cirujano de niños en el Hospital de Niños Enfermos. Cuando abrió la puerta, de regreso, su rostro irradiaba alegría. Dijo: “El Dr. T—— los atenderá. Le he explicado la situación de ustedes. Deben ir directamente al hospital y esperar en el vestíbulo. Él los verá.”
Hicimos esto. Cuando el doctor llegó, fue muy bondadoso. Dijo que entendía nuestro problema y que era cierto que estos nuevos métodos quirúrgicos eran muy eficaces. Nos aseguró que usaría un “sustituto de la sangre” si fuese necesario. Concordamos en que él prosiguiera con los arreglos para la operación. ¡Qué agradecidos estábamos!
Unos cuantos días después se nos notificó que Pedro habría de ser admitido en el Hospital de Niños Enfermos el 15 de abril. Durante su primera semana allí le hicieron análisis y fue examinado cabalmente. Antes de la operación, señalada para el 22 de abril, el Dr. T—— le explicó consideradamente a Pedro exactamente cómo iba a atenderlo. Le dijo que no se preocupara cuando despertara y viera todos los tubos... eso no era sangre que se le estuviera administrando.
En la mañana de la operación no se le permitió a Pedro comer ni beber nada. Entonces, aproximadamente a las dos de la tarde, sonó el teléfono. Era la enfermera del piso, que me pidió que lo bajara. Mientras se lo llevaban en la mesa de ruedas tuvimos un intercambio de amplias sonrisas... él confiaba en que saldría bien.
A las 7:30 de la mañana me llamaron al consultorio del Dr. T——. “Su hijo está bien.” Las otras palabras solo fueron un borrón, pero más tarde me explicaron esto: La válvula había estado tan fundida donde estaba que había sido necesario cortar parte de ella y hacer una nueva con lo que quedó. Solo el tiempo diría hasta qué punto había tenido éxito la operación.
Pedro se recuperó asombrosamente. Dos semanas después estuvo listo para regresar a casa. En dos semanas más regresó a la escuela. Seis meses después su primer examen reveló que su corazón estaba volviendo a tamaño normal y que la válvula estaba funcionando eficazmente. ¡Un año después la noticia fue maravillosa! El corazón estaba de tamaño normal. Ahora Pedro lleva una vida normal, activa.
Estamos sumamente agradecidos a nuestro médico de familia y a los otros doctores concienzudos que respetaron nuestra creencia en la santidad de la sangre y cooperaron con nosotros haciendo posible la operación.—Contribuido.