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¡Despertad! 1971
g71 8/1 págs. 3-7

Beneficiándose de la asociación con los mayores

HOY día una familia que no incluya a por lo menos un pariente de más de sesenta y cinco años de edad de veras es una familia excepcional. Pues ahora hay en los Estados Unidos unos 19.000.000 de personas —cerca del 10 por ciento de la población del país— que tienen sesenta y cinco años de edad o más. En Inglaterra el número de personas que tienen más de sesenta y cinco años ha pasado de los 8.000.000... más del 10 por ciento de la población. En otras naciones hay aumentos semejantes en el número de personas de edad avanzada.

Difícilmente se puede pasar por alto a tantos millones de personas de la humanidad. Sin embargo, hoy parece que ésa es la tendencia en un mundo de paso acelerado donde se da mayor énfasis a la juventud y a las ventajas de ser joven. Ya rara vez se invita a los ancianos a las reuniones de los jóvenes. De hecho, es necesario dar considerable estímulo a hijos y amigos para que mantengan correspondencia con los ancianos o se mantengan en comunicación con ellos por teléfono. No siempre fue así. Los tiempos han cambiado.

Un hombre de ochenta y dos años recuerda el cambio con estas palabras, según se informó en el Evening News de Newark: “Cuando yo era jovencito, el tener ancianos a nuestro alrededor era parte del modelo de la vida. Mi vecindario estaba lleno de ellos . . . Cuando andaba por la calle había uno o dos sentados en la escalinata de la entrada o en la acera enfrente de casi todas las viejas casas de ladrillo rojo. Solamente unos cuantos vivían solos; la mayoría de ellos vivían con hijos y nietos. Conversaban, leían o descansaban; algunos tenían aficiones especiales. Cada uno se sonreía con nosotros o nos decía algo bondadoso cuando pasábamos. Junto a nuestra casa estaba la Sra. Burns, una señora gruesa que nos invitaba a su casa cada vez que hacía una hornada de maravilloso pan de levadura al que le rociaba salsa fresca de chile hecha en casa. . . . El anciano Sherman se había jubilado de la mercería . . . Su hija lo atendía . . .

“Respetábamos a estos ancianos y acudíamos a ellos; no los hacíamos víctimas de bromas ni nos burlábamos de ellos a sus espaldas. Ellos habían cuidado bien a sus hijos, y después que los muchachos habían pasado de su adolescencia, esperaban cuidar a sus padres en cambio.

“Hoy día los ‘viejos’ se sientan solos en alguna habitación alquilada oscura o en un banco de parque, desatendidos, solo esperando . . . Saben que los tiempos han cambiado pero se ven desheredados de hasta un poco de la siega de amor y consideración que habían esperado de sus hijos.”

Hoy una verdadera tragedia de la vejez es que un número cada vez mayor de ancianos reciben menos amor de hijos y los jóvenes que están a su alrededor. Hoy día pocos hijos consideran un privilegio el atender a sus padres ancianos. Sin embargo, muchos hijos de generaciones anteriores no pensaban así.

Más respeto en tiempos antiguos

Como se indica en la Biblia, Dios mandó a los hijos del Israel de la antigüedad que honraran a sus padres, y esto resultaba provechoso para los hijos. (Éxo. 20:12) A las comunidades en las que abundaban los ancianos se les representaba como muy favorecidas. El respeto señalado con el cual se trataba a los ancianos se discierne de este mandamiento: “Ante canas debes levantarte, y tienes que mostrarle consideración a la persona de un anciano, y tienes que estar en temor de tu Dios. Yo soy Jehová.” (Lev. 19:32) El respeto a los ancianos era un mandato de Dios, un deber sagrado. Hasta “los de edad se levantaban, se ponían de pie” cuando pasaba el patriarca Job en las calles. (Job 29:8) El respeto a los ancianos era una cosa hermosa entonces como lo es ahora cuando se muestra a los que lo merecen.

Aun entre algunas naciones no gobernadas por la ley de Dios, se mostraba respeto a los ancianos. Entre los egipcios, los jóvenes se levantaban ante los ancianos y les cedían el primer lugar. Los jóvenes de Esparta hacían lo mismo y se quedaban callados delante de los mayores. En Grecia a los ancianos se les trataba con respeto.

A los ancianos se les consideraba como varones de inteligencia y buen juicio. Se creía que habían acumulado un caudal de sabiduría y recuerdos. Los ancianos servían de consejeros de reyes, y la gente por lo general respondía afectuosamente a su conocimiento y entendimiento. Cuando Jeroboán y todo Israel suplicaron a Roboam acerca de aligerar sus cargas pesadas, dice la Biblia: “El rey Roboam empezó a aconsejarse con los hombres de más edad que habían continuado atendiendo a Salomón su padre.” Sin embargo, Roboam “dejó el consejo de los hombres de más edad con que lo habían aconsejado, y empezó a aconsejarse con los hombres jóvenes que se habían criado con él.” (1 Rey. 12:4-19) El resultado fue una revuelta en Israel y una división irreparable en el reino de doce tribus.

En distintas regiones a través de la Tierra todavía se tiene en alta estima a los ancianos. Pero generalmente en el mundo occidental su influencia ha disminuido mucho. Sin embargo, los ancianos todavía pueden ofrecer mucho y su asociación puede resultar inestimable si uno simplemente les escucha y aprende.

Sin embargo, esto no quiere decir que todo anciano constantemente habla palabras de sabiduría o estímulo. Muchos de ellos han tenido mucha experiencia, y algunos de ellos tienen antecedentes que de veras pueden ser muy enriquecedores. Pero debe recordarse, también, que muchos de los problemas y dificultades del mundo se pueden atribuir a las obras de cabezas canas. De modo que se tiene que ser selectivo. Cuando los mayores han seguido el camino de justicia de Dios, entonces hay probabilidad de derivar mucho beneficio de la asociación con ellos. Aplica el principio bíblico: “La canicie es una corona de hermosura cuando se halla en el camino de la justicia.” (Pro. 16:31) Una cabeza cana que ha sido modelada por la Palabra de Dios es una corona de hermosura, y con ella, uno encuentra placer y beneficio.

Muchos haberes de los mayores

Muy a menudo los jóvenes temen que las personas de mayor edad representen una carga financiera, más de la que desearían llevar. Por lo tanto, los evitan. ¡La realidad es que uno tiene de dos a cinco veces más probabilidad de heredar dinero o propiedad de sus padres ancianos y otros parientes ancianos que de tener que pagar sus cuentas!

Es verdad que la vejez tiene sus dolores y dolencias peculiares, pero también la juventud los tiene. Piense en las enfermedades asociadas con la niñez. Cuando la vejez no está plagada de demasiados males, pesares y temores, puede ser, de hecho, un período benigno de tranquilidad, con recuerdos atesorados encerrados en una mente que está en paz. En este mundo trastornado, ¿qué joven no quisiera disfrutar él mismo de una fracción de esa tranquilidad? Pudiera disfrutar de ella si dedicara un poco de tiempo a los ancianos que están en paz.

A menudo los ancianos ofrecen mucho al ser simplemente lo que son... ancianos. Tienen un calor de amistad y un cariño que les encanta a los niños. Es por eso que los abuelos constituyen excelentes cuidadores de niños, especialmente cuando uno no se aprovecha injustamente de ellos. También son excelentes maestros. Una niñita de cinco años solía pasar su tiempo con su abuela. La abuelita le hablaba acerca de Dios y de las bendiciones de su reino. La niña creció resuelta a hacerse misionera de la Sociedad Watch Tower, la cual meta realizó con el tiempo.

La mayoría de nosotros recordamos con cariño a los ancianos que conocimos, quizás a nuestros propios abuelos. Un joven se acordaba de su abuela por las maravillosamente fragantes y morenas hogazas de pan que ella hacía. ‘Mi abuela sacaba una hogaza caliente del horno, la abría y ponía una tajada grande de mantequilla en el centro,’ contaba con deleite. ‘Luego, cuando toda la mantequilla se había derretido y se había extendido por toda la hogaza, nos daba una rebanada grande. Devorábamos hasta las migajas. El pan recién horneado era algo que no se nos permitía comer en casa, pero mi abuela siempre procuraba tenerlo para nosotros.’ El joven recordó por mucho tiempo a su abuela y su cocina de agradables olores.

El hecho sencillo de que por lo general los ancianos no están de prisa es un beneficio que no debe pasarse por alto. A menudo en la juventud todo lo que se desea es un oído que escuche, quizás un poco de simpatía y comprensión. Los ancianos a menudo tienen el tiempo y la paciencia para esas cosas. Dijo una abuela anciana: “Me he sorprendido y me he deleitado al descubrir cuántos de los hijos de los vecinos me visitan solo para hablar unos cuantos minutos. Dejan sus juegos bulliciosos para entrar a contarme algo interesante o para decirme lo que piensan. Solo tengo que escuchar, porque parece que solo desean un oído compasivo. No se pueden imaginar el gozo que le dan a una persona cuyos hijos y nietos están lejos, pero quizás sientan algo del amor que despiertan.”

No es preciso que todas las cosas que hagan los ancianos sean grandes para que tengan su efecto. Sus hornadas de galletas de vez en cuando se recuerdan por largo tiempo. ¿Qué madre joven no ha apreciado la ayuda que se le ha dado en remendar calcetines? O cuando azota la enfermedad o el agotamiento, ¿a quién se puede acudir mejor por ayuda que a la abuela o al abuelo?

A menudo quizás solo sea una palabra o una frase de un anciano lo que pueda hacer que uno se sienta seguro y lo que anime a uno a hacer lo bueno. Una anciana nos cuenta de los días de su niñez. Había conocido a muchos ancianos, pero especialmente recuerda a una anciana que era apacible, benévola y bondadosa: “Me acuerdo tan vívidamente como si fuese ayer cuando le tomaba la mano, la miraba a los ojos, la veía sonreírse conmigo y le oía decir: ‘Bendita seas, hija mía.’ Hasta recuerdo su nombre.” Aquel contacto sencillo con la anciana, dice ella, “me hacía querer ser buena.”

Busque asociación con los mayores

Sin duda, la asociación con los mayores ha sido un campo que se ha descuidado mucho en la vida moderna, con una pérdida grave de amor y bendiciones tanto para los ancianos como para los jóvenes. ¿Por qué no hacer algo en cuanto a ello? ¿Por qué no animar a los ancianos a que lo visiten de vez en cuando y disfrutar de su compañía? Invítelos a comer, por lo cual estarán sumamente agradecidos, y a la vez será remunerador para usted. O cuando prepare una fiesta o una reunión, ¿por qué no incluye en su lista a algunos de edad avanzada? Cuando se encuentran en medio de grupos grandes de personas, los ancianos tienden a aislarse. ¿Por qué no buscar su asociación y hacerlos parte del alborozo? Esté con ellos y hágalos parte de su vida. Esa bondad de su parte ayudará a impedir que los ancianos contraigan la enfermedad de la soledad y de compadecerse a sí mismos.

Por supuesto, hay cosas que recordar cuando se visita a los ancianos. Primero, concédase usted tiempo razonable para una visita constructiva. Muy a menudo las personas jóvenes se apresuran con palabras de disculpa: “Siento que solo pueda quedarme un minuto.” Trate de no sentirse apresurado. Es bueno, también, tener presentes temas interesantes e importantes que usted quiera traer a colación en su conversación. Tenga un punto que quiera recalcar. Y trate de dejarles en mente una fecha en la cual puedan esperar que usted regrese u oír de usted en un futuro razonablemente cercano. Esto les da algo que esperar con placer.

También es excelente llevar algo que sirva de tema de conversación. Cuando los visite, pudiera llevar una carta de alguien de la familia y leerla en voz alta. Quizás usted haya leído un libro o una revista que le haya llamado la atención. Pudiera compartir con ellos algunos puntos interesantes de los cuales haya disfrutado usted. Dé énfasis a los puntos que le impresionaron a usted. Así al ayudarles usted mismo se estará ayudando a recordar cosas que le interesan a usted.

A los ancianos especialmente les gustan las plantas para el interior de la casa o las flores. Son maravillosos regalos si usted quiere llevarles algo. Si usted ha tejido algo para ellos, esas cosas personales son especialmente apreciadas. Si usted quiere darles dinero, métalo en un sobre y quizás sugiérales cómo quiere usted que ellos lo usen. Álbumes fotográficos de miembros de la familia, comestibles o algún platillo favorito deleitan a los ancianos.

Vigile la fatiga y el desaliento. Los ancianos no tienen la fuerza de los jóvenes. Minimice sus errores. Mantenga positiva su conversación, no crítica ni censuradora. Admire la apariencia que presentan si se atienden. Si cuidan sus posesiones y propiedad, llame atención a ello y no se retraiga de darles encomio por las cosas que se interesan en hacer. Cuando los ancianos hablen, escúcheles. Puede aprender algo. Los ancianos han aprendido a enfrentarse a mucho dolor y sufrimiento. Quizás les sean de ayuda a usted mostrándole cómo evitar sufrimiento y peligros innecesarios.

Tal como los judíos de la antigüedad estaban bajo la obligación de honrar a sus padres y sus madres, hoy los cristianos no están bajo menos obligación. El apóstol Pablo le aconsejó a Timoteo: “No critiques severamente a un hombre de mayor edad. Por lo contrario, ínstale como a padre, a los de menos edad como a hermanos, a las mujeres de mayor edad como a madres.”—1 Tim. 5:1, 2.

Podemos mostrar nuestro interés visitándolos y haciéndolos parte de nuestra vida. Podemos saludarlos cuando se presenta la oportunidad y demostrar sinceramente que nos alegramos de tenerlos entre nosotros. Si la distancia nos impide verlos en persona tan a menudo como quisiéramos, siempre queda el teléfono o podemos comunicarnos con ellos por correo. El sonido de la voz de uno o el leer una carta de uno acerca de su vida y el pensar en que a uno le importó lo suficiente el acordarse de ellos son galardones amorosos para los ancianos. Estas cosas nos cuestan muy poco, pero significan muchísimo.

Para muchos, el tiempo de la vejez quizás sea como las últimas horas de la tarde de un día de verano, cuando las sombras se han hecho largas pero la luz todavía persiste, y aún hay aves canoras en las copas de los árboles y el crepúsculo está en paz. En asociación con esos ancianos a menudo aprendemos cuáles son las cuestiones vitales de la vida. Ellos, como la tierra, pueden estar llenos de tesoros, tesoros desconocidos que todavía se pueden descubrir y de los cuales se puede disfrutar. Cuando los jóvenes buscan su compañía hacen una bondad, y ellos mismos se enriquecen con las bendiciones que solo los mayores pueden dar.

[Ilustración de la página 5]

Los ancianos a menudo tienen una afectuosidad y un cariño que les encanta a los niños

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