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¡Despertad! 1971
g71 8/3 págs. 27-28

“Tu palabra es la verdad”

“No debes dar testimonio falsamente”

EL Noveno Mandamiento del Decálogo prohibía el dar testimonio falso contra otra persona. Así, pues, leemos: “No debes dar testimonio falsamente como testigo contra tu semejante.” (Éxo. 20:16) El dar testimonio falso contra otro se consideraba una ofensa muy seria a los ojos del gran Juez, Jehová Dios. Esto se puede ver por el castigo que se requería que se impusiera al testigo falso. ¿Y cuál era ése? Habría de recibir el castigo que trataba de hacer que se le infligiera al otro:

“En caso de que un testigo que esté tramando violencia se levante contra un hombre para presentar contra él una acusación de sublevación, los dos hombres que tienen el litigio entonces tienen que estar en pie delante de Jehová, delante de los sacerdotes y los jueces que estén en funciones en aquellos días. Y los jueces tienen que escudriñar cabalmente, y si el testigo es testigo falso y ha presentado una acusación falsa contra su hermano, entonces ustedes tienen que hacerle a él tal como él había tramado hacerle a su hermano, y tienes que eliminar lo que es malo de en medio de ti. Así los que queden oirán y tendrán miedo, y nunca volverán a hacer ninguna cosa mala como ésta en medio de ti. Y tu ojo no debe sentirse apenado: alma será por alma” —es decir, vida por vida— “ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie.”—Deu. 19:16-21.

Subrayaba además lo serio de dar testimonio falso el requisito de la Ley de que aquellos cuyo testimonio condenaba a otro de un crimen capital, que merecía la muerte, tenían que ser los primeros en participar en la ejecución del criminal, la cual se efectuaba lapidándolo. Por eso leemos: “La mano de los testigos primero que todas debe venir sobre él para darle muerte, y la mano de todo el pueblo después; y tienes que eliminar lo que es malo de en medio de ti.” Debido a este mismísimo requisito, ¡qué cuidadoso propendería a ser el que diera testimonio!—Deu. 17:7.

El hecho escueto de que el que daba testimonio de la culpa de un malhechor tenía que tomar la delantera en ejecutar a la persona culpable quizás haya hecho que algunos tendieran a no desear dar testimonio contra una persona culpable. Pero la ley de Dios no permitía que uno se retrajera de dar testimonio acerca de la maldad cuando uno era testigo de aquel hecho. Explícitamente la ley declaraba: “Ahora bien, en caso de que peque un alma por cuanto ha oído maldecir en público y es testigo o lo ha visto o ha llegado a saber de ello, si no lo informa, entonces tiene que responder por su error.” Cualquiera que sabía un mal serio y no lo informaba llegaba a ser cómplice del malhechor. Al fingir no haber visto ni oído ningún mal, vivía una mentira y estaba tan equivocado como aquel que estando bajo juramento daba testimonio falsamente contra su hermano.—Lev. 5:1; Sal. 50:18.

Entre los que maliciosamente violaron el Noveno Mandamiento estuvieron los enemigos de Jesucristo. Buscaron hombres que testificaran falsamente contra Jesús. Sin embargo, como tan a menudo sucede en esos casos, al principio, “muchos, realmente, testificaban falsamente contra él, pero sus testimonios no estaban de acuerdo.” Al fin, por la acusación falsa de blasfemia juzgaron que Jesús merecía la muerte. Aunque todos los que estuvieron envueltos en esta violación del Noveno Mandamiento en el juicio de Jesús no recibieron castigo inmediato, con el tiempo pagaron por su crimen, en la destrucción de Jerusalén y de su nación, tal como Jesús había advertido.—Mar. 14:56-60; Mat. 23:35, 36.

Siglos antes el inicuo rey Acab de Israel y su esposa Jezabel resultaron culpables de un crimen semejante. Para adquirir la viña de uno de sus vecinos, Nabot, Acab permitió que Jezabel obtuviera testigos falsos que juraran que Nabot había blasfemado a Jehová Dios. Como resultado Nabot fue ejecutado y así Acab pudo tomar posesión de la viña de Nabot. Por este hecho asesino Dios le advirtió a Acab que tanto él como Jezabel morirían violentamente, lo cual les sucedió.—1 Rey. 21:1-26; 22:34-38; 2 Rey. 9:30-37.

En la Palabra de Dios no se condena solo el dar testimonio falso en un sentido legal, sino todo mentir. “No deben engañar, y no deben tratar falsamente, ninguno, con su asociado.” “El que lanza mentiras perecerá.” Entre las cosas que Jehová dice que odia está “una lengua falsa.” “[Tú, Jehová,] destruirás a los que hablan una mentira.”—Lev. 19:11; Pro. 19:9; 6:17; Sal. 5:6.

Jesucristo incluyó los “testimonios falsos” entre hechos inicuos como el asesinato, el adulterio y el hurto. El apóstol Pablo aconsejó: “No estén mintiéndose los unos a los otros.” “Por lo cual, ahora que ustedes han desechado la falsedad, hable verdad cada uno de ustedes con su prójimo.” Por otra parte, subrayan lo serio que es mentir las palabras que se hallan en Revelación 21:8, donde a “todos los mentirosos” se les incluye entre los que sufrirán destrucción eterna en la muerte segunda.—Mat. 15:19; Col. 3:9; Efe. 4:25.

Se puede comprender lo serio del mentir y dar testimonio falso cuando notamos que todas las dificultades de la humanidad empezaron cuando Satanás le dijo la primera mentira a Eva, a saber, que no moriría si comía del fruto prohibido. Por esta mentira también dio testimonio falso contra Jehová Dios. Verdaderamente, como Jesús dijo, Satanás es “el padre de la mentira.”—Gén. 3:4; Juan 8:44.

El relato de Ananías y Safira muestra exactamente cómo considera Dios el mentir en asuntos que se relacionan con la congregación cristiana. Fingieron dar todo el producto de la venta de su propiedad a la congregación cristiana primitiva en Jerusalén, tal como otros lo habían hecho, aunque se quedaron con parte del producto. No estaban bajo ninguna obligación de vender su propiedad, mucho menos de dar todo el producto a sus compañeros cristianos. Pero, tratando de que otros los tuvieran en buen concepto, mintieron descaradamente a los apóstoles. Para grabar en todos los de la congregación lo desagradable que le es a Jehová Dios mentir de esa manera, tanto Ananías como Safira fueron muertos por Dios. “Gran temor vino sobre . . . todos los que oían de estas cosas.” Si queremos agradar a Jehová Dios, tenemos que evitar las mentiras; siempre tenemos que hablar la verdad.—Hech. 5:1-11.

En la Biblia encontramos que la verdad se atribuye a Jehová Dios, a Jesucristo, a la Palabra de Dios y al espíritu santo o fuerza activa de Dios. Por eso a Jehová se le llama “el Dios de verdad.” (Sal. 31:5) De él el apóstol Pablo escribió: “Es imposible que Dios mienta.” (Heb. 6:18) Del Hijo de Dios, Jesucristo, leemos que estaba “lleno de bondad inmerecida y verdad.” Y Jesús habló de sí mismo como “el camino y la verdad y la vida.” (Juan 1:14; 14:6) De la Palabra de Dios, Jesús dijo: “Tu palabra es la verdad.” (Juan 17:17) Y Jesús llamó al espíritu santo o fuerza activa de Dios “el espíritu de la verdad.” (Juan 14:17; 15:26; 16:13) Con razón, entonces, el apóstol Pedro pudo llamar al cristianismo verdadero el “camino de la verdad.”—2 Ped. 2:2.

Por lo tanto todos los siervos verdaderos de Jehová Dios y los seguidores sinceros de Jesucristo deben ejercer mucho cuidado para nunca dar testimonio falsamente. Sí, que siempre presten atención al consejo de estar “hablando la verdad.”—Efe. 4:15.

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