Yo fui budista
SEGÚN RELATADO AL CORRESPONSAL DE “¡DESPERTAD!” EN LAOS
ME LEVANTÉ antes que amaneciera, me puse mi sarong y fui a la cocina para comenzar el día. Primero tuve que encender la estufa de queroseno. Entonces puse una olla grande de agua en ella. Finalmente coloqué en la olla llena de agua una canasta grande en forma cónica llena de arroz que había puesto a remojar toda la noche. Apenas había acabado de cocer el arroz y meterlo en su canasta de acarreo cuando el tambor del templo o wat cercano sonó fuertemente y sin resonancia.
Sí. No me había levantado a las cinco de la mañana para preparar arroz para mí misma. Era para los monjes del wat vecino. El toque del tambor nos daba a mí y a mis vecinas la señal para que sacáramos nuestras canastas de arroz a la calle y esperáramos la llegada de los monjes. Todas estábamos cuidadosamente vestidas con nuestros mejores sarongs de seda, con estolas de seda sobre nuestro hombro izquierdo. Nos arrodillamos en una larga fila en el camino, y pronto por la puerta del wat salió la procesión de monjes descalzos, con túnicas azafranadas.
¡Cómo respetábamos a estos hombres! ¿No habían dado su vida, o por lo menos parte de ella, en devoción a Buda y sus enseñanzas? ¡Qué privilegio considerábamos el poder ofrecerles sostén de esta manera! Al pasar cada monje junto a mí yo tomaba un puñado de arroz de mi canasta y lo ponía en el tazón que se me extendía. Ninguno de los monjes decía una sola palabra, ni siquiera el acostumbrado “khob chai” (gracias). El privilegio de dar era nuestro. De hecho, al dar dones a estos “santos” creíamos con toda convicción que estábamos efectuando “boon,” es decir, edificando mérito para nosotras para que en nuestra reencarnación fuésemos felices y ricas y tuviésemos una casa grande y muchos criados.
Cuando el último monje había recibido su arroz, saqué un frasco pequeño de agua y derramé su contenido en el piso. Así pedíamos a Nang Thorani, la diosa Tierra, y a nuestros antepasados muertos que dieran testimonio de nuestras buenas obras. Al partir los monjes cada una de nosotras meditaba silenciosamente con la cabeza inclinada, llena de satisfacción por una obra bien hecha.
Sí, yo amaba mi religión y aprovechaba toda oportunidad para arreglar una fiesta especial para mis amigos o para ir al wat a ayudar a los monjes a hacer su trabajo. Obedecía los preceptos del budismo y me parecía que estaba colocando un cimiento espléndido para mi siguiente vida.
Una nueva experiencia
En ese tiempo vivía en una población al sur de Laos. Estaba empleada como bibliotecaria. Un día una joven entró en la biblioteca y se presentó como misionera de los testigos de Jehová. Eso era algo nuevo para mí, pero me sentí atraída por su afectuosa y amigable personalidad. Me dijo algo acerca de sus creencias y me parecieron tan buenas que yo pensé: “Es igual que el budismo.”
Poco después, me mudé más al sur adonde vivían mis padres, y donde no había ni un solo testigo de Jehová. Al mismo tiempo la misionera se mudó a la capital, de modo que en el transcurso de los siguientes dos años solo la vi una vez durante una visita a Vientiane. De nuevo me fui con el pensamiento de que su religión se asemejaba estrechamente a la mía.
Para explicar esta aparente semejanza, debo mencionar que el budismo enseña que la salvación se consigue siguiendo la noble Senda Óctuple: (1) Punto de vista correcto... considerar al mundo con apego a la realidad; (2) Resolución correcta... tratar de librarse uno de cualidades como el orgullo y el resentimiento, y esforzarse por amar a sus enemigos; (3) Habla correcta... que Buda definió como “abstinencia de habla mentirosa, de difamación solapada y habla injuriosa y de charla ociosa”; (4) Conducta correcta... el ser pacífico, puro, honrado; (5) Subsistencia correcta... evitar trabajo que cause sufrimiento a otros; (6) Esfuerzo correcto... desarrollar vigorosamente buenos estados de ánimo; (7) Atención correcta... ser vigilantes o mentalmente alertos para evitar habla o conducta inconsideradas; y (8) Concentración correcta, es decir, meditación.
En el asunto de conducta, la enseñanza bíblica me pareció muy semejante a la enseñanza budista. Hay una semejanza particularmente estrecha entre los mandamientos alistados en Éxodo 20 y cuatro de los “cinco preceptos” que los budistas recitan en el templo en los días santos:
“Acepto el precepto de abstenerme de matar;
“Acepto el precepto de abstenerme de hurtar;
“Acepto el precepto de abstenerme de adulterio;
“Acepto el precepto de abstenerme de mentir;
“Acepto el precepto de abstenerme de licor que cause embriaguez e imprudencia.”
En aquel tiempo yo consideraba la Biblia como otro libro de reglas religiosas. Nunca se me ocurrió que tuviera un autor divino, y que contuviera evidencias que probaban que no era simple obra del hombre. Al mismo tiempo había estado dando por sentado que la misionera era católica romana. Me imaginé que tal como hay muchas variantes del budismo (según se practica en la India, Laos, el Japón, etc.), así los testigos de Jehová y los católicos eran variantes de la misma religión.
Después de dos años en el sur obtuve empleo en Vientiane. Cuando me establecí allí decidí visitar a la misionera en la dirección que me había dado. Realmente me caía bien. Ella aprovechó la ocasión para invitarme a asistir a las reuniones de los Testigos, pero yo no estaba suficientemente interesada para aceptar. Recuerdo que en ese tiempo traté de leer el libro De paraíso perdido a paraíso recobrado y no pude entenderlo. Además, yo tenía mi religión.
Un punto de viraje
Mi amiga misionera se mantuvo en comunicación conmigo, y en toda oportunidad me instaba a asistir a las reuniones de los testigos de Jehová. Finalmente accedí y comencé a aprender muchas cosas buenas de la Biblia. Puesto que siempre había tenido en alta estima las cosas sagradas, disfruté del estudio de la Biblia, aunque todavía no veía ninguna distinción clara entre sus enseñanzas y el budismo.
Llegó un punto de viraje para mí cuando un día la misionera me dio un ejemplar de la revista ¡Despertad! Era un número que trataba de la vida de familia. La enseñanza budista dice poco sobre este tema, y como resultado son muy comunes la poligamia, el divorcio, el matrimonio consensual, el abandono y la prostitución. Pero ahora supe que la Biblia dicta específicamente el deber del padre de sostener a su familia, de enseñar y disciplinar, y de tomar la delantera en la adoración y todos los otros asuntos vitales. (Pro. 29:17; Efe. 6:4; 1 Tim. 5:8) Y aprendí que la posición de la esposa es mostrar respeto a su esposo mientras se ocupa en los quehaceres de la casa para beneficio de su familia.—Tito 2:4, 5.
El demonismo desenmascarado
Otra revista que me impresionó en gran manera fue un número de La Atalaya con un artículo sobre cómo resistir el ataque de los espíritus inicuos. Pues, verá, la adoración demoníaca abunda en Laos. Aunque estrictamente no forma parte de la religión budista, millares de personas creen en los demonios y se esfuerzan por apaciguarlos. Por ejemplo, uno puede ver en un rincón del patio de muchos hogares una casita provista para el espíritu a quien se supone que pertenece esa porción de terreno. Podría ser un espíritu bueno o un espíritu malo, pero de todas maneras tiene que ser apaciguado con ofrendas de alimento, flores, incienso, etc. El amo de casa espera obtener la protección del espíritu por medio de esas dádivas.
Se supone que los demonios son los espíritus de los muertos que regresan a la Tierra. La mayoría de los laosianos les tienen mucho miedo; piensan que pueden causar enfermedades y muerte y otras clases de perjuicio, mientras que para ellos es imposible librarse de su influencia.
¡Imagínese qué revelación fue para mí leer en la Biblia que los demonios realmente son ángeles desobedientes, criaturas inicuas, enemigos de Dios y del hombre! (2 Ped. 2:4; Mat. 4:24) Además de eso, aprendí que la única manera de librarse de su influencia maligna era librarse de toda cosa relacionada con ellos: estatuas, cuadros, amuletos, libros de artes mágicas, y confiar en la ayuda de Dios.—Efe. 6:10-18; Hech. 19:19.
Una vez que el asunto de los demonios estuvo aclarado en mi mente me fue fácil aceptar las explicaciones de algunas de nuestras ceremonias budistas, prescindiendo de lo inesperadas que fueran. Por ejemplo, la ceremonia laosiana favorita —baci (que se pronuncia basí)— está estrechamente relacionada con el demonismo. Se lleva a cabo en ocasiones especiales, como cuando alguien está enfermo, o está por emprender un viaje largo, o cuando ha nacido un niño. Se corta un hilo largo de algodón en pedazos cortos y los que están presentes atan los pedazos alrededor de las muñecas de unos y otros. El resultado es que cada uno tiene muchos de esos hilos alrededor de las muñecas. Siempre se nos había enseñado que éstos traían buena suerte.
La misionera señaló que estos hilos estaban conectados con la idea de que cada uno de los treinta y dos órganos vitales del cuerpo están habitados por un “alma.”a El propósito de la baci es pedir que regrese cualquiera de estas “almas” que haya partido. Si uno tiene dolor de cabeza, por ejemplo, se debe a que esa “alma” en particular ha vagado a algún lugar, y tiene que pedírsele que regrese para que se efectúe una curación. Y si uno está por emprender un viaje largo es vital que todas sus “almas” estén presentes en esa empresa. Inútil es decir que cuando me di cuenta de la realidad dejé de participar inmediatamente en aquellas ceremonias.
Agradecida de estar libre de Babilonia
Otra sorpresa para mí fue aprender que Jehová Dios es Aquel que creó la Tierra. (Isa. 45:11, 12) Desde la niñez se me había enseñado, con compañeros budistas, que todo acaeció por casualidad. En Laos tenemos muchas leyendas acerca del origen de la raza humana, pero ninguna de ellas, según puedo recordar, menciona a un Creador. Ahora empecé a ver lo razonable que es la Palabra escrita de Dios. ¡Ciertamente todo lo que vemos a nuestro alrededor en la vida proclama la existencia de un Creador!—Rom. 1:19, 20.
Con el tiempo aprendí, por medio del estudio bíblico regular, que hay religión verdadera y religión falsa. Quedé asombrada al averiguar que toda la religión falsa en sus diversas manifestaciones está arraigada en la antigua religión de Babilonia... una religión que confundía a los hombres y deshonraba a Dios, una religión que daba énfasis a los ritos y ceremonias y no impartía a sus devotos educación genuina en la justicia.
Cuando al fin tuve la oportunidad de asistir a una asamblea grande de los testigos de Jehová vi por mí misma que la enseñanza de la Biblia acerca de tener amor entre ellos mismos de veras se estaba poniendo en práctica. (Juan 13:35) Desde este punto en adelante jamás miré atrás. Sabía que estaba en el sendero correcto.
Al debido tiempo simbolicé mi dedicación al Creador por bautismo en agua en la asamblea de distrito de Chiengmai, al norte de Tailandia, y desde entonces he estado esforzándome mucho por ayudar a otros a encontrar la religión verdadera. Jehová ha bendecido mis esfuerzos humildes, porque mi hermano joven, que en un tiempo había entrado en un wat budista como monje novicio, ahora ha dedicado su vida a Jehová, y otro miembro de mi familia ha comenzado a estudiar la Biblia.
[Nota]
a Kingdom of Laos, págs. 128-131.