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  • ‘Felices los que se lamentan’
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¡Despertad! 1971
g71 22/9 págs. 27-28

“Tu palabra es la verdad”

‘Felices los que se lamentan’

¿NO ES contradictorio decir que una persona que se lamenta puede ser feliz al mismo tiempo? No necesariamente. Cuando Jesús hizo esta declaración aparentemente contradictoria en su Sermón del Monte evidentemente no tenía presente el significado más común de la palabra “feliz.” Evidentemente quiso decir algo más que alegría festiva.—Mat. 5:4.

Los griegos aplicaban la palabra griega para “feliz” en este texto, makarios, a la felicidad suprema, la felicidad de la que se suponía que disfrutaban los dioses. En vista de la manera en que se usó la palabra en el Sermón del Monte de Jesús, y a través de las Escrituras Griegas Cristianas, un significado más abarcador de makarios sería ‘felicidad por ser favorecido por Dios.’

¿Quiénes, pues, son los ‘favorecidos por Dios’ porque se lamentan? ¿Solo cualquiera que esté triste? No, porque la palabra griega para “lamentarse,” pentheo, significa lamentación profunda, un sentimiento de estar aplastado o quebrantado. El apóstol Pablo usó esta palabra cuando censuró a la congregación corintia porque no estaban profundamente heridos en lo vivo con desconsuelo debido a la inmoralidad crasa que había en medio de ellos: “¿Y están ustedes hinchados, y no se lamentaron más bien?” (1 Cor. 5:2) De manera semejante, el discípulo Santiago censuró a ciertos individuos en su día: “Límpiense las manos, pecadores, y purifiquen su corazón, indecisos. Sientan la desdicha y laméntense y lloren.”—Sant. 4:8-10.

El hecho de que Jesús quiso decir un profundo sentido de lamentación se confirma por el relato paralelo de Lucas: “Felices son ustedes los que lloran ahora, porque reirán.” (Luc. 6:21) Aquí ‘llorar’ se traduce de la palabra griega klaío, que “se usa en cualquier expresión de desconsuelo, especialmente en lamentación por los muertos.” (An Expository Dictionary of New Testament Words, W. E. Vine) No hay duda en cuanto a ello, una lamentación profunda, un fuerte llorar, es lo que Jesús quiso decir en esta segunda de las bienaventuranzas (felicidades) que se mencionan en su Sermón del Monte.

Pero, ¿son todas las personas que, por cualquier razón, están profundamente conmovidas por el desconsuelo las que son hechas “felices” o favorecidas por Dios? Evidentemente no, porque Jesús dijo que estos lamentantes serían consolados, y sin embargo no todos los que están aplastados o quebrantados con un espíritu de desconsuelo reciben consuelo. El motivo del corazón entra en el cuadro. Por ejemplo, hubo el caso de Esaú, el hermano de Jacob, que, debido a “que no [apreció] cosas sagradas, . . . a cambio de una sola comida vendió regalados sus derechos de primogénito.” Después le pesó el cambio y lamentó profundamente su pérdida, pero fue en vano.—Heb. 12:15-17.

De manera similar, Judas, el apóstol infiel, sintió remordimiento después de traicionar a Jesús, sin embargo terminó suicidándose. Tampoco habrá consuelo alguno para los ricos que se lamenten por la caída de Babilonia la Grande, el imperio mundial de la religión falsa. Ellos también perecerán.—Mat. 27:3-5; Juan 12:6; Rev. 18:7, 8, 11, 15, 19; 19:19-21.

Entonces, ¿a quiénes aplican las palabras de Jesús? Tienen una aplicación principal y directa a sus seguidores que heredarán el reino celestial de Dios. Es a éstos que “pertenece el reino de los cielos,” son éstos los que “serán llamados ‘hijos de Dios’” y realmente “verán a Dios.”—Mat. 5:3, 9, 8.

Los discípulos de Jesús se lamentaron profundamente cuando su Maestro fue ejecutado en un madero de tormento. Pero más tarde fueron consolados cuando se les apareció después de su resurrección. (Lucas, capítulo 24) El apóstol Pedro se lamentó profundamente por haber negado tres veces a su Maestro. (Mat. 26:75) Sin embargo, debido a que mostró pesar piadoso fue consolado, recibiendo una comisión triple de alimentar a las ovejas y los corderos de Jesús, y teniendo el privilegio de tomar la delantera en la predicación de las buenas nuevas del Reino tanto a los judíos como a los gentiles.—Juan 21:15-17; Hech. 2:14-41; 10:34-38.

Las palabras de Jesús, ‘felices los que se lamentan, los que lloran,’ tuvieron aplicación especial a los cristianos ungidos de tiempos modernos que estaban desconsolados por la condición de desolación en que se hallaron debido a los ataques del enemigo. El profeta Isaías predijo que el Ungido de Jehová, principalmente Jesucristo, habría de “consolar a todos los que están de duelo; para hacer la asignación a los que están de duelo por Sion, para darles . . . el aceite de alborozo en vez de duelo, el manto de alabanza en vez del espíritu desalentado.” Estos son también aquellos de quienes fue escrito: “Cuando Jehová hizo volver a los de Sion que eran cautivos, . . . se llenó nuestra boca de risa.” Sí, el consuelo y la risa fueron su porción.—Isa. 61:1-3; Sal. 126:1, 2.

Sin embargo, las palabras “felices son los que se lamentan,” “felices son ustedes los que lloran ahora,” también expresan un principio que aplica a otros. El profeta Ezequiel tuvo una visión de algunos que estaban ‘suspirando y gimiendo por todas las cosas detestables que se estaban haciendo en medio de’ su ciudad Jerusalén. Estos a su vez fueron favorecidos grandemente por medio de ser conservados divinamente con vida cuando los ejecutores de Dios pasaron por aquella ciudad matando violentamente a todos los que no habían sido identificados como lamentantes.—Eze. 9:1-7.

Estos lamentantes y llorantes tienen su paralelo en nuestro día, pues la cristiandad afirma ser la ‘ciudad’ de Dios, como afirmó serlo Jerusalén. Como aquella ciudad de la antigüedad, la cristiandad está llena de cosas detestables... religión falsa, inmoralidad sexual y de otras clases y violencia. Los que tienen la condición correcta de corazón no se muestran indiferentes ante esta situación; se lamentan profundamente por estas cosas. Estos son los que hoy día también reciben el favor de Dios y son consolados.

¿De qué manera? Por medio de la predicación de las buenas nuevas del reino de Jehová Dios. Este mensaje, que los testigos cristianos de Jehová están llevando a esas personas que se lamentan, les habla del propósito de Dios de desarraigar de la Tierra a todos los practicantes de iniquidad. (Pro. 2:21, 22) Les dice que ya pronto se cumplirá esta oración que han hecho los cristianos: “Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra.” Ciertamente esto es un gran consuelo para ellos. Y más que eso, estas buenas nuevas también dicen que vendrá una resurrección de todos los que están en las tumbas conmemorativas. Sí, volverá a haber unión entre aquellos a quienes la muerte ha separado.—Mat. 6:9, 10; Juan 5:28, 29.

También son gran consuelo para estos lamentantes las buenas nuevas de que bajo el reino de Dios nada causará daño ni destruirá, porque el conocimiento de Jehová cubrirá la Tierra como las aguas cubren los mismísimos mares. (Isa. 11:9) Además, al aplicar a la humanidad los beneficios del sacrificio de rescate de Jesús, Dios “limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento, ni clamor, ni dolor.”—Rev. 21:4.

Ciertamente con este entendimiento más profundo de lo que estaba diciendo Jesús se remueve toda duda de que haya contradicción. Verdaderamente felices, en un sentido ensanchado y mayor, son los que se lamentan, los que con la condición correcta de corazón para con Jehová Dios están profundamente desconsolados, porque disfrutan del favor de Dios y reciben consuelo.

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