¿De quién es su cuerpo?
SI USTED es adulto, ¿cómo contestaría la pregunta susodicha? Sin duda usted respondería, como lo haría casi todo adulto: “Mi cuerpo es mío.”
¿Qué hay, entonces, si alguien le recomendara que comiera cierta clase de alimento que cree que sería bueno para usted pero usted no quisiera comerlo? ¿Cómo se sentiría si él se apoderara de usted y lo obligara a engullir el alimento?
¿Qué hay si un cirujano le recomendara una operación para amputarle un brazo, una pierna, o extraerle un ojo o algún órgano interno porque le parece que sería bueno para su salud y usted se rehusara? ¿Cómo se sentiría usted si él usara la fuerza y lo hiciera de todos modos?
¿Qué hay si un doctor le recomendara una medicina que le parece que le serviría, pero usted no la quisiera? ¿Qué hay si usted la rechazara debido a que, aunque quizás ha beneficiado a algunos, hubiera causado millares de enfermedades y muertes y también estuviese en contra de sus creencias religiosas? ¿Qué pensaría si el doctor se apoderara de usted y lo obligara a tomar la medicina?
Como adulto, es probable que usted se sentiría ultrajado por tal trato. Prescindiendo de los riesgos envueltos, usted ciertamente quiere poder decir la última palabra en cuanto a lo que le sucede a su cuerpo. El que alguien lo obligara a hacer cosas como ésas en contra de su voluntad lo haría sentirse como un esclavo, como un prisionero. Le haría a uno acordarse de la “edad del obscurantismo” o de las tácticas de los campos de concentración nazis.
En muchos países la ley protege los derechos del individuo sobre su propio cuerpo. En los Estados Unidos, la cuarta enmienda de la Constitución Federal declara que “será inviolable el derecho de la gente a estar segura en su persona, casa, papeles y efectos, contra búsquedas y embargos irrazonables.”
La enmienda decimotercera declara: “Tampoco existirá dentro de los Estados Unidos esclavitud ni servidumbre involuntaria, salvo como castigo por el crimen del cual se haya probado debidamente la culpabilidad del involucrado.” Y la primera y decimocuarta enmiendas garantizan al individuo libertad de religión.
Hablando generalmente, los oficiales reconocen este derecho básico del individuo de tener control sobre su cuerpo. Por eso, cuando un hospital y médicos de Cincinnati apelaron a un tribunal de Ohio para que éste les diera autorización para amputar la pierna cancerosa de una muchacha de dieciséis años, el tribunal rehusó.
Sin embargo, los doctores alegaron que sin la operación ella tendría una probabilidad mucho más pequeña de sobrevivir. Entonces, ¿por qué rehusó el tribunal? Porque tanto la muchacha como su madre habían negado a los doctores el permiso para ejecutar la operación.
El juez Benjamín Schwartz, que presidió en el caso, declaró: “La muchacha testificó en el tribunal que preferiría arriesgarse sin la operación. Dijo que si le amputaran la pierna quedaría como un caso de caridad para el resto de su vida. Dijo que no podría disfrutar de la vida, casarse, pues ni siquiera tenía los medios para obtener una pierna artificial, y su madre concordó con ella.”
El juez Schwartz añadió: “Dije que este tribunal no sobrepondría su voluntad a la persona que no está dispuesta, . . . y no concedería la orden. La decisión en cuanto a la operación le pertenece a la madre y a la muchacha. No voy a hacerla de Dios.”—Evening Independent, Massillon, Ohio, 9 de julio de 1971.
De igual manera, un juez de tribunal de circuito en Miami, Florida, falló que una mujer de setenta y dos años que había estado recibiendo tratamiento médico doloroso tenía “el derecho de morir en paz.” La mujer padecía de un desorden sanguíneo fatal y había estado aceptando transfusiones de sangre. El procedimiento incluía cirugía dolorosa en sus venas, de modo que suplicó a los doctores que cesaran, aunque le costara la vida. Dijo que no quería que “siguieran torturándola.”
El juez, David Popper, declaró: ‘Un individuo tiene el derecho de no padecer dolor. . . . Yo no puedo decidir si ella vivirá o morirá. Eso le toca a Dios.” Él falló que ella tenía el derecho de rehusar el tratamiento médico, y obligó a los doctores a que cesaran de administrarlo.
Rehusando sangre
En ese caso, la mujer no ponía reparos a las transfusiones de sangre. A lo que se oponía era al procedimiento doloroso.
Sin embargo, ¿qué hay si otros individuos pusieran reparos a la transfusión de sangre misma? ¿No deberían ellos, como adultos, tener el derecho de rehusar este tratamiento médico y aceptar uno de su propia selección?
Winfield Miller, redactor asociado de Medical Economics hizo notar una de las razones por las que algunos rehúsan sangre. Dijo: “Ningún producto biológico tiene más potencialidad de errores fatales en la práctica médica que la sangre. Más de un doctor ha aprendido, para su pesar, que cada botella de sangre en los bancos de sangre es en potencia una botella de nitroglicerina.”
Un editorial en The Wall Street Journal del 14 de junio de 1971, declaró: “Se calcula que cada año 180.000 norteamericanos desarrollan hepatitis de suero tan solo de las transfusiones de sangre. De éstos, 3.000 mueren y otros 30.000 quedan postrados en cama por varias semanas.”
Este trágico cobro de víctimas proviene de una sola de las complicaciones de las transfusiones de sangre... la hepatitis de suero. Sin embargo, hay otras. En el libro Complications in Surgery Management, bajo el encabezamiento “Mortalidad acumulativa de las complicaciones de las transfusiones de sangre,” leemos:
“La mortalidad anual a causa de solo tres complicaciones de la transfusión de sangre (reacciones hemolíticas, sobrecarga y hepatitis de suero) es, según cómputos, de 16.500 personas. Aunque es posible desafiar algunas de las suposiciones que se utilizan para llegar a esta cifra, uno no puede disputar el hecho de que este procedimiento provoca una tremenda pérdida de vida y enfermedad, . . . En términos de incapacidad y pérdida de la vida . . . las transfusiones de sangre compiten con algunos de nuestros principales problemas de salud.”
Por lo tanto, a principios de 1971, el Tribunal Supremo de Illinois, EE. UU., falló que los pacientes pueden demandar a los hospitales por daños y perjuicios si contraen hepatitis a causa de una transfusión de sangre.
En vista de todo esto, ¿se debe obligar a un adulto a tomar sangre si no quiere hacerlo? Los individuos razonables reconocerán que un adulto debe tener el derecho de escoger tocante a un producto que tiene tal potencialidad de peligro, especialmente si está en contra de sus creencias.
Muchos médicos concuerdan con esto y dan a sus pacientes el derecho de escoger. Por ejemplo, en 1970 el Dr. Charles W. Pearce, cardiólogo, ejecutó con buen éxito cirugía de corazón al descubierto en un testigo de Jehová sin usar sangre, puesto que ésa fue la petición del paciente. Los observadores se sorprendieron por la veloz recuperación del paciente. El Sentry News de Slidell, Louisiana, EE. UU., informó:
“El cirujano dijo que cree que el método usado ha resultado ser una bendición no solo para los testigos de Jehová sino también para la mayoría de los pacientes en quienes se ejecuta cirugía de corazón al descubierto. ‘Recientemente usamos esta técnica en 100 operaciones consecutivas de corazón al descubierto para defectos congénitos del corazón,’ explicó, ‘y hubo una sola muerte.’”
El Dr. Pearce dijo que al no utilizar sangre casi se eliminaba la posibilidad de la hepatitis infecciosa y el riesgo de una reacción alérgica. Además, dijo que cuando se utiliza sangre a veces las funciones del corazón, los pulmones y los riñones llegan a dañarse durante el período inmediato a la intervención quirúrgica. “Pero con la técnica [sin sangre],” declaró, “el funcionamiento de estos órganos casi siempre es satisfactorio.”
Esto es semejante a lo que han estado haciendo el renombrado cirujano del corazón, Dr. Denton Cooley y su equipo de doctores de Texas. The Arizona Republic del 6 de diciembre de 1970, dice:
“De todas las cosas que pueden resultar mal durante la cirugía de corazón, uno de los principales problemas siempre ha sido las complicaciones con las transfusiones de sangre. El paciente corre el riesgo de contraer hepatitis, reacciones que producen choque y la posibilidad de que la sangre transfundida sea incompatible con su propia sangre. Ahora este problema parece haberse resuelto por un grupo de doctores de Houston. Simplemente eliminan las transfusiones.
“El famoso equipo de cirujanos encabezado por el Dr. Denton Cooley dio este paso radical . . .
“El procedimiento dio buen resultado con los Testigos [de Jehová] y ahora el equipo lo utiliza con todos los pacientes que padecen del corazón, lo cual ha resultado en una disminución en las complicaciones postoperatorias.
“‘Tenemos un contrato con los Testigos de Jehová de no administrarles transfusión bajo ninguna circunstancia,’ dice Cooley. ‘Los pacientes son los que asumen el riesgo, pues ni siquiera tenemos a la mano sangre para ellos.’ . . .
“‘Quedamos tan impresionados con los resultados en los Testigos de Jehová,’ dice Cooley, ‘que empezamos a utilizar el procedimiento en todos nuestros pacientes que padecen del corazón. Hemos tenido un éxito sorprendentemente bueno y lo utilizamos también en . . . trasplantes [de corazón].’”
Esos doctores escuchan las peticiones de sus pacientes. Entienden que ésta es la única cosa correcta que hacer. También, han segado beneficios, pues han aprendido cosas que antes no sabían. Y si hay algún riesgo debido a rehusar cierto tratamiento médico, el paciente lo acepta y asume la responsabilidad, lo cual es lo correcto.
Fallo de la “edad del obscurantismo”
Ante todo esto, el Tribunal Supremo de Nueva Jersey, EE. UU., emprendió una acción completamente contraria en julio de 1971. Sostuvo la orden de un tribunal inferior que impuso una transfusión de sangre a una adulta cuerda, Delores Heston de veintidós años de edad, que había sufrido un accidente.
Repetidas veces, la Srta. Heston le dijo a su doctor y a otros que no quería sangre bajo ninguna circunstancia. Hasta llevaba consigo una tarjeta que decía lo mismo en caso de que estuviera inconsciente. No obstante los médicos pasaron por alto completamente sus deseos. El tribunal inferior falló a favor de la transfusión a viva fuerza. Un testigo presencial, Thomas Keeney, da este relato notariado de lo que sucedió cuando la llevaban por fuera a la sala de operaciones:
“Durante el proceso de ponerla en la camilla ella siguió gritando: ‘No me toquen... no me toquen.’
“Cuando llevaron a Delores en camilla de ruedas por el pasillo, gritó sin parar por todo el pasillo: ‘No me toquen.’
“También pidió a gritos que alguien la ayudara, que los hiciera detenerse. Repetidas veces dijo que no deberían tocarla. Vio a Bob DiNardo [un amigo] que estaba parado en el pasillo cuando pasó en camilla por donde él estaba y le dijo: ‘Bob, ayúdame.’ Gritó por todo el camino hasta la sala de operaciones.”
Otro testigo presencial testificó que se le pudo oír resistir aun después de haberse cerrado las puertas de la sala de operaciones. Pero no fue posible ayudarla en nada, ya que la orden judicial podía hacerse cumplir por violencia física, aun con ayuda de la policía, si se creía necesario.
Así, se apoderaron del cuerpo de la Srta. Heston y la obligaron a aceptar tratamiento médico que ella no quería en absoluto. La ley llama criminal, violador al individuo que se apodera de una mujer y la viola. ¿Qué hay, entonces, de los doctores y oficiales que hicieron lo mismo, apoderándose de y violando el cuerpo de esta mujer contra su voluntad? El relato ciertamente parece algo sacado de la “edad del obscurantismo” o de un campo de concentración nazi.
Es verdad que la Srta. Heston había sufrido un accidente. A los doctores les pareció que moriría sin una transfusión de sangre. Pero los doctores le han dicho la misma cosa a muchísimas personas. Y la mayoría de estas personas que rehusaron sangre, sobrevivieron. Pero aun si no hubieran sobrevivido, de todos modos ellos tenían el derecho de decidir.
Es cierto que hay riesgos... de ambas maneras, como se hace patente por el horrible cobro de víctimas de 180.000 perjudicados y muertos tan solo a causa de la hepatitis. Pero el punto en cuestión aquí es que el individuo debe tener el derecho de decidir qué riesgo aceptará, y luego asumir las consecuencias.
El dictamen del Tribunal Supremo de Nueva Jersey fue redactado por el juez que presidió, Joseph Weintraub. Teniendo esto presente, es interesante leer el siguiente artículo publicado por el Express de Easton, Pensilvania, hace tres años, el 3 de diciembre de 1968:
“El lunes el presidente del Tribunal Supremo de Nueva Jersey criticó fuertemente a los hospitales y bancos de sangre comerciales por ‘utilizar fuentes sucias’ de sangre para las transfusiones.
“La crítica del presidente del Tribunal Supremo Joseph Wientraub se produjo al oír argumentos en el caso de la Sra. Fanny Lou Jackson de Plainfield.
“La Sra. de Jackson, que alegó padecer de hepatitis como resultado de las transfusiones de sangre, ha demandado al Hospital Muhlenberg de Plainfield y al Banco de Sangre Eastern en Newark. . . .
“‘Ustedes están aceptando sangre de borrachos y personas abandonadas en los sectores del barrio bajo que no vacilarían en mentir acerca de su historia clínica pasada para obtener unos cuantos dólares,’ dijo el presidente del Tribunal Supremo a los abogados del hospital y del banco de sangre. . . .
“El presidente del Tribunal Supremo dijo que estaba especialmente preocupado en cuanto al uso de sangre de adictos a los narcóticos, que se exponen a la hepatitis debido a las inyecciones que ellos mismos se ponen.”
Pero entonces, en 1971, en el caso de la Srta. Heston, ¡el mismo juez dijo que las transfusiones de sangre eran “un procedimiento establecido, sencillo”! Debía haber sabido que no es así, especialmente en vista del testimonio que él mismo dio hace tres años, y en vista de lo que se ha escrito tan extensamente en publicaciones médicas por autoridades más competentes.
En el dictamen, el juez Weintraub también indicó que ‘el intento de suicidio es un crimen de derecho consuetudinario y ahora se considera delito de personas desordenadas bajo la ley de Nueva Jersey.’ Pero, ¿dónde estaba la evidencia de intento de suicidio? No había ninguna en absoluto. La Srta. Heston no quería morir. No trató de quitarse la vida. Quería atención médica, hasta intervención quirúrgica si fuese necesario. Estaba dispuesta a aceptar medicación, incluso cualquiera de las varias alternativas de la sangre.
Pero hablando de quitarse la vida, ¿qué hay de los miles que mueren por aceptar sangre cada año? Si al riesgo de morir por no aceptar sangre se le llama delito contra la ley, y se expide una orden judicial, ¿por qué no expedir órdenes judiciales para prender a los doctores cuyos pacientes han sido muertos por las transfusiones de sangre? Después de todo, esos doctores han sido responsables de quitar vidas y causar daño a millares de personas cada año. ¿Ha de considerarse contra la ley el rehusar una transfusión de sangre, y sin embargo considerar como algo lícito el mutilar y matar a millares de personas cada año? ¿Es razonable considerar como criminal al que rehúsa sangre, pero no a los que son homicidas?
La mayoría de los doctores, incluso los que creen en las transfusiones de sangre, son sinceros en su punto de vista. Pero se pueden equivocar, y se equivocan. Además hay doctores que sencillamente no están al tanto de los hallazgos más recientes en el campo de la medicina, especialmente en conexión con lo que se puede hacer sin sangre. Otros son demasiado orgullosos para reconocer que no son infalibles, y hay otros a los que simplemente no les importan los derechos de sus pacientes.
En el caso de algunos doctores hay que poner en tela de juicio sus motivos, su sinceridad. ¿Por qué? Porque aunque por un lado dicen que administran sangre debido a su deseo de salvar la vida, por otro lado ejecutan o aprueban abortos, los cuales arrebatan la vida... ¡165.000 de ellos tan solo en la ciudad de Nueva York en un solo año! ¡Imagínese el clamor y las órdenes judiciales si 165.000 bebés hubiesen muerto debido a que las madres hubieran rehusado transfusiones de sangre! Puesto que los muertos en abortos no son lo bastante grandes para protestar, muchos doctores ejecutan este asesinato legalizado.
El fumar cigarrillos causa cáncer de los pulmones y mata a millares de personas. El alcoholismo acorta la vida de millares más. Pero, ¿obtienen los doctores órdenes judiciales para apoderarse de los fumadores y alcohólicos e imponerles tratamiento médico? No, aun tales prácticas obviamente perjudiciales se dejan al juicio del individuo aunque matan millares de veces más personas que las que mueren debido a haber rehusado una transfusión de sangre. ¿Ha sugerido seriamente alguien el obtener una orden judicial que prohíba a la gente conducir automóviles debido a que más de mil personas mueren y cuarenta mil salen lesionadas en promedio cada semana debido a accidentes?
De modo que hay muchas prácticas, para bien o para mal, que incluyen riesgos. Al individuo se le da el derecho de decidir si las aceptará. ¿Por qué, entonces, particularizar a una persona que rehúsa sangre para obligarla a aceptar un tratamiento que ella no quiere, sobre todo cuando este tratamiento incluye un riesgo, está en contra de sus creencias religiosas y la persona está anuente a aceptar tratamiento médico alternativo?
Un artículo de Newsweek del 9 de agosto de 1971 hizo notar recientemente la manera de pensar de algunos de la profesión médica en cuanto a los derechos de sus pacientes. Informó lo siguiente después que el Dr. Christiaan Barnard de la República Sudafricana trasplantó un corazón y dos pulmones de una persona a otra:
“Más tarde, el mismo día, Rosaline Gunya, esposa del donador muerto, Jackson Gunya, le dijo a los reporteros con lágrimas en los ojos que las autoridades de Groote Schuur [el hospital] ni siquiera le habían dicho que su esposo había muerto antes de removerle sus órganos, mucho menos pedirle permiso a ella para el trasplante. ‘Jamás hubiera dado permiso para que su corazón fuera removido de su cuerpo,’ dijo sollozando. ‘Lo que ha sucedido es una cosa terrible.’”
Aunque las autoridades del hospital alegaron que no sabían que el Sr. Gunya era casado, se supo que la Sra. de Gunya había visitado a su esposo la noche antes de morir él. Y los reporteros no necesitaron más de treinta minutos para descubrir a los parientes del muerto. ¿No pudieran haber hecho eso también los doctores, si lo hubieran querido hacer? Dijo editorialmente el Cape Times de la República Sudafricana: “Es lamentable que haya quedado asentado que [el profesor Barnard] dijo: ‘Pensábamos que era soltero.’ Hasta los solteros africanos cuentan con hermanos y hermanas.”
Por lo tanto aunque muchos doctores y oficiales tienen motivos correctos y respetan las peticiones y derechos de sus pacientes, hay algunos que no lo hacen, y que en cambio los pisotean. El hecho de que esa actitud puede existir hoy debe dar motivo para pensar. Muestra que el modo de pensar de algunos no está lejos de la mentalidad de la “edad del obscurantismo” y de los campos de concentración nazis.
Pero los que niegan al paciente el derecho de escoger que Dios les ha dado, especialmente cuando éste tiene que ver con su relación con Dios, un día tendrán que responder por lo que han hecho. Y tendrán que responder a Dios mismo. En ese tiempo nadie podrá correr para obtener una orden judicial, porque ésta no tendrá poder alguno. En cambio, chocarán, de frente, con el Juez Supremo del Universo, para su pérdida eterna.—Deu. 32:35, 41.