La piedra de Roseta... clave para los jeroglíficos egipcios
ERA el año de 1799. A seis kilómetros de la pequeña población egipcia de Rashid, o Roseta, se hallaba trabajando duro un cuerpo de soldados franceses haciendo alteraciones en el Fuerte Julián. Lanzados a la defensiva por la victoria de la flota británica bajo Nelson, el ejército francés bajo Napoleón se preparaba para hacer una última resistencia.
Súbitamente, uno de los soldados se topó con una piedra sumamente insólita. Era negra y producía un sonido metálico al ser golpeada por el pico del trabajador. Tres de las esquinas se habían roto. Al examinarla más de cerca, notó que estaba cubierta con una escritura extraña. Un oficial llamado Boussard reconoció el valor de la piedra. Indiscutiblemente la escritura era muy antigua. Además, había diferentes clases de escritura que componían la inscripción, una de las cuales incluía caracteres griegos.
Cuando Napoleón se enteró acerca de la piedra, ordenó que se hicieran copias de ella, y más tarde, cuando la piedra fue entregada como parte del despojo de guerra, fue llevada a Inglaterra. Para fines de 1802 se hallaba en exhibición en el Museo Británico, donde todavía ocupa la posición más prominente en la Galería de Escultura Egipcia.
La piedra de Roseta es de importancia para los lingüistas debido a que su inscripción está en dos idiomas, egipcio y griego. En la parte superior, grabados en piedra, están los intrigantes caracteres jeroglíficos, y abajo de éstos aparece la forma demótica, o más popular simplificada, la escritura de la gente en general. La última franja en la parte inferior contiene la traducción griega.
El primer esfuerzo con esta nueva clave
La escritura desconocida siempre ha atraído la curiosidad del hombre. Pero el descifrar la clave más difícil y secreta a menudo ha resultado sencillo en comparación con algunas escrituras antiguas. En el pasado, se había creído que los jeroglíficos egipcios eran simple ornamentación. De alguna manera se creía que los chinos estaban envueltos en ellos, y a lo más se consideraban como un simbolismo meramente pictórico. Pero durante el siglo dieciocho se hicieron esfuerzos más serios para descifrar sus misterios, e ideas y teorías empezaron a cobrar forma.
Pronto se reconoció que la piedra de Roseta era un hallazgo de inmenso valor para los estudiantes de la historia de Egipto. La traducción de la porción griega había aparecido en francés e inglés para 1802, y, armados con ésta, doctos de varios países comenzaron a estudiar los textos egipcios. David Akerblad, orientalista sueco, identificó todos los nombres griegos de la sección demótica y formó un alfabeto parcial de dieciséis letras. Sin embargo, su error consistió en pensar que la escritura demótica era exclusivamente alfabética.
En 1814 un científico inglés, Thomas Young, empezó a efectuar algún progreso con los jeroglíficos. Comenzó por dividir la totalidad de los textos para que correspondieran con el griego. Notó algo sobre lo cual otros investigadores anteriores habían comentado. Seis grupos de signos estaban encerrados en un anillo oblongo que se conoce como orla, y esto los hacía resaltar prominentemente de los otros signos. Sus posiciones correspondían a un nombre en el texto griego, el del rey Ptolomeo. Young trató de descifrar los signos identificándolos con las letras y sílabas de su nombre. El resultado fue como sigue:
[Arte: caracteres jeroglíficos]
Otro inglés, W. J. Bankes, descubrió un obelisco en la isla de Filae, en el río Nilo, e identificó la orla de Cleopatra. Contenía tres de los signos que se hallaron en la orla de Ptolomeo. Con la ayuda de otros textos jeroglíficos, así como algunas conjeturas sensatas de su parte, Young había hecho una lista de más de 200 palabras para alrededor de 1818, pero de éstas, solo aproximadamente un tercio eran correctas. No obstante, fue el primero en darse cuenta de que muchos de los signos tenían un valor fonético o silábico.
Al llegar a este punto, Young perdió interés en sus estudios, y desapareció de la escena. El campo quedó abierto para el hombre que finalmente descifraría de manera decisiva los secretos del antiguo pasado de Egipto.
Champollion emprende con vigor la búsqueda
Jean François Champollion todavía no había cumplido los nueve años de edad cuando se halló la piedra de Roseta. A una edad temprana se dio cuenta de que el antiguo lenguaje copto había descendido del aún más antiguo idioma egipcio, y por eso emprendió el dominar el copto. Que esto fue un escalón vital se demostró cuando su conocimiento del copto lo llevó a su primer éxito con los jeroglíficos.
A medida que diversos signos cedían su significado por medio de los intensos y concienzudos esfuerzos de Champollion, se le ocurrió en 1821 una idea sencilla pero importante. Sumó el número de signos jeroglíficos de la piedra de Roseta, y obtuvo el total de 1.419. Pero el texto griego solo contenía 486 palabras, de modo que claramente los jeroglíficos no podían ser simplemente ideogramas o símbolos, ya que había el triple de ellos.
Regresó al nombre Ptolomeo, que Young ya había descifrado parcialmente. Ahora lo leyó correctamente como ‘Ptolmis’ como sigue:
[Arte: caracteres jeroglíficos]
Con el descubrimiento del obelisco de Banks, Champollion también pudo corregir la lectura que él mismo había sugerido de la orla de Cleopatra. Después de haber analizado estos dos nombres letra por letra, Champollion estudió toda orla real dentro de su alcance.
Al descifrar nombre tras nombre, se notaba que siempre parecían pertenecer al período posterior decayente de la historia egipcia, en tiempos ptolemaicos y romanos; además, ninguno de los nombres era genuinamente egipcio, sino extranjero. ¿Descubriría también su interpretación los secretos de los faraones más antiguos? Un día apareció una orla diferente. Él sabía que el primer signo era el Sol, que en copto es ‘Re.’ Al final había una doble ‘s.’ Si el signo de en medio era una ‘m,’ ¡pues, el nombre tenía que ser ‘R - m - s - s,’ Ramsés! Los jeroglíficos no habían cambiado radicalmente por centenares de años.
Al fin Champollion estaba seguro de que había hallado la clave para descubrir los secretos de la historia egipcia, pero la excitante búsqueda inflexible, llevada a cabo a menudo contra sus necesidades físicas, lo había dejado débil y agotado. Durante casi una semana estuvo demasiado enfermo para poner por escrito sus hallazgos de manera presentable. Cuando se dio a conocer su evidencia en 1822 despertó mucho escepticismo en ciertos lugares, y hasta su muerte por apoplejía en 1832 no pudo disipar la tormenta controversial que había evocado su método de descifrar.
La piedra cuenta su historia
Pero ahora el camino estaba abierto. Otros doctos prosiguieron la obra donde la había dejado Champollion. En particular, Karl Richard Lepsius, alemán, se aplicó impasiblemente a elucidar todo detalle, y en 1837 proveyó un tratado completo sobre el asunto. Otra inscripción que se halló en Tanis (en el Bajo Egipto) en 1866 era parecida a la piedra de Roseta. Esta estela contenía un texto jeroglífico y griego; en el margen había un texto demótico. Ha llegado a conocerse como el Decreto de Canopo. Lepsius leyó el texto jeroglífico y el texto griego en su primera tentativa.
Ahora que se podía leer completamente la piedra de Roseta, junto con miles de otras inscripciones egipcias, ¿cuál es la historia que cuenta? Contiene un decreto hecho por los sacerdotes de Egipto en el año noveno de Ptolomeo V Epífanes, que corresponde a 196 a. de la E.C. Debido a las acciones benéficas del rey durante su reinado, los honores que se le rendían como “Salvador de Egipto” serían aumentados. Su estatua sería erigida en todo templo de Egipto, y se usarían figuras de oro en las procesiones. El aniversario de su nacimiento y del día de su coronación serían festivales “para siempre,” y todos los sacerdotes asumirían un nuevo título, “Sacerdotes del benéfico dios Ptolomeo Epífanes, que ha aparecido en la Tierra.” Finalmente, el decreto habría de grabarse en losas de basalto que serían erigidas junto a su estatua en los templos, y talladas con la “escritura del habla del dios”... el lenguaje jeroglífico.
Casi dos mil años después, cuando fue desenterrada la piedra de Roseta de su casi total extinción, los templos de Egipto se hallaban en ruinas. La gloria de Egipto era una leyenda, y sus reyes y faraones habían muerto ya hacía largo tiempo. Los dioses y las estatuas se habían desplomado de sus nichos, impotentes para ayudar a sus sacerdotes en la celebración de los festivales de Ptolomeo “para siempre.” Aun el lenguaje de ese dios se había perdido y olvidado, y la búsqueda de indicios para revelar de nuevo los secretos del pasado había de ser un desafío que requirió la ingeniosidad de más de una generación de doctos.
[Ilustración de la página 25]
La orla de Ptolomeo