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g72 8/6 págs. 13-15

¿Por qué el auge de pelucas?

UNOS años atrás, las pelucas eran casi desconocidas... actrices, pudientes mujeres del mundo elegante y unas cuantas mujeres de cabello enrarecido eran casi las únicas que las usaban. Pero ahora prácticamente se venden por millones por todo el mundo. ¡En los Estados Unidos las ventas al por menor han prosperado desde casi nada hace unos doce años a más de 500 millones de dólares anualmente!

En algunas de las ciudades más grandes y suburbios prósperos una gran proporción de mujeres las tienen... si no una peluca completa, una parcial o peluquín de una clase u otra. El Times de Nueva York del 22 de agosto de 1970 declaró que “las pelucas para hombres son ahora un ‘candente’ nuevo artículo de venta en negocios de todo el país.” Una de las primeras tiendas que almacenaron pelucas especialmente diseñadas para hombres tuvo en las primeras dos semanas ventas por 5.000 dólares.

Semejante popularidad, sin embargo, no es sin precedentes. En el siglo dieciocho, en Europa y en la Norteamérica colonial, tanto mujeres como hombres usaban comúnmente pelucas. Durante la revolución norteamericana las pelucas eran ‘provistas por el gobierno’ a los soldados, y era importante en la vida del soldado peinar su peluca.

¿Pero a qué se debe la nueva y extensa popularidad de las pelucas, especialmente las pelucas de mujeres? ¿A qué se deben las tan prósperas ventas?

Calidad mejorada, bajo costo

Cuando las pelucas comenzaron a ganar popularidad de nuevo alrededor del año 1960, solamente las que estaban hechas con cabello legítimo parecían genuinas. Pero eran, y todavía son, costosas, pues las de buena calidad costaban centenares de dólares. Por otra parte, las pelucas de material sintético eran muy pobres imitaciones, visiblemente artificiales.

Sin embargo, en la parte final de los años 1960 se perfeccionaron las pelucas sintéticas hechas de fibras modacrílicas. Estas fibras son económicas —alrededor de 3,25 dólares la libra (454 gramos)— no muy inflamables, y extraordinariamente similares al cabello humano en estructura molecular. También son tan livianas que una peluca completa puede pesar unos 85 gramos.

Así comenzó la producción de las pelucas sintéticas que copian casi perfectamente en apariencia, y en la impresión que causan al tacto, el cabello humano,... y podían comprarse por de 25 a 30 dólares, bastante barato al compararse con el costo de las que estaban hechas con cabello legítimo. Otra ventaja de la peluca sintética es el mínimo esfuerzo y costo que requiere su conservación.

La peluca de cabello humano requiere casi el mismo cuidado que el cabello propio... peinado regular, lavado con champú, etc. Sin embargo, cuando se manufactura la peluca sintética, las ondas son endurecidas por medio de calor en la misma, de modo que el peinado no se deshace excepto a temperaturas elevadas. Por lo tanto pueden usarse vez tras vez, y todavía estar presentables. Cuando se ensucia, la peluca puede ser lavada mediante sencillamente remojarla en agua jabonosa fría o templada, enjuagarla, sacudirla y colgarla para secar.

En 1967 se realizó otra mejora... se desarrolló la peluca extensible. El cabello se sujeta a un casco hecho de fibras hechas elásticas, que puede ser estirado de modo que se adapte a diferentes medidas de cabeza. Se puede colocar en la cabeza más o menos como una gorra para bañarse, y permanece firme y seguro en su lugar.

Con esas mejoras, el auge de la peluca se puso en marcha. Casi todas las pelucas que se venden hoy día son sintéticas. De las que se venden en los Estados Unidos, más del 90 por ciento son importadas, mayormente de lugares como Corea y Hong Kong.

Otras razones para el auge

Las pelucas son un negocio lucrativo, pues se obtienen tremendos márgenes de ganancia en todas sus etapas, desde la del fabricante hasta la del vendedor al por menor. Por lo tanto los esfuerzos de promoción, impulsados por el deseo de lucro también son un factor en el auge de la peluca. Pero, naturalmente, para mantener las ventas se necesitan compradores.

Lo que a muchas mujeres les agrada respecto a las pelucas es su conveniencia. Solamente le lleva a la mujer unos minutos el ponerse una peluca, y ya está lista para salir, adornada con una cabellera de la cual pocas personas, si es que alguna, podrán distinguir que no es la suya propia. Un supervisor de un departamento de pelucas dijo que solo una persona entre cien compra una peluca porque su propio cabello sea deficiente.

Algunas mujeres, por ejemplo, han hallado que pueden ir a nadar y, con encasquetarse una peluca, estar listas en pocos minutos para cumplir con una cita o un compromiso social. Algunos hombres, también, se alegran por la ventaja que esto proporciona, no solamente a sus esposas, sino a ellos mismos. Como lo expresó uno: “El tiempo que le toma prepararse para salir ha sido reducido a la mitad. ¡Si tan solo alguien inventara ahora el maquillaje instantáneo!”

Un factor, también, en el auge de la venta de pelucas, es que muchas mujeres en vez de comprar solamente una, compran varias; algunas cambian de un estilo (y color) a otro cada día.

Factores que han de considerarse

No todas las mujeres han quedado satisfechas con las pelucas. Algunas dicen que se sienten inseguras cuando las usan; temen que se les caiga, causándoles bochorno. Otras alegan de que se sienten incómodas, y que después de usarlas por un día sienten en la cabeza calor y picazón. Los cascos de las pelucas, dicen algunas, no son lo suficientemente porosos como para permitirle al cuero cabelludo suficiente respiración. Hasta mujeres a quienes les gustan las pelucas reconocen que en un tiempo muy cálido y húmedo pueden ser muy desagradables, tal como lo puede ser un sombrero. Por otra parte, esta particularidad puede ser una ventaja en el invierno, pues sirve entonces para mantener la cabeza abrigada.

A menudo se presenta la pregunta de si el usar regularmente una peluca causa daño al cabello o al cuero cabelludo. Puede hacerlo. Las personas que frecuentemente usan peluca encuentran comúnmente que el elástico que hay alrededor del casco de la peluca tiende a quitar el cabello cerca de la línea de nacimiento del mismo. Aparte de eso, sin embargo, aparentemente el daño es poco, por lo menos no mayor del que ocurriría por usar regularmente un sombrero que cubriera la parte superior de la cabeza. Por supuesto, la peluca debe quitarse cuando la persona se acuesta a dormir, dado que el cabello y el cuero cabelludo necesitan ventilación.

Por lo general las mujeres se alegran de poder quitarse la peluca una vez que vuelven a la intimidad de su hogar, tal como encuentran cómodo el quitarse un sombrero. Como resultado de esto, una mujer puede parecer bastante desagradable a la vista, porque para usar una peluca el cabello tiene que ser recogido y apretado firmemente sobre la cabeza. Algunas mujeres dicen que no les gusta presentarse en esta facha delante de sus esposos, y a los esposos, como fácilmente se puede comprender, tampoco les ha de gustar.

Viendo las pelucas desde el punto de vista cristiano

Algunos piensan que el auge de las pelucas puede ser explicado totalmente por factores como precios bajos, mejora en los materiales sintéticos, y la conveniencia del ahorro de tiempo. Pero, ¿es eso todo?

Tal vez alguien piense ahora en otra cuestión: ¿A qué se debió que el anterior auge de las pelucas, en el cual hasta soldados rasos las usaban, desapareciera en la mayoría de los lugares en el siglo diecinueve? La respuesta es que lo que era popular se hizo impopular; la artificialidad dio paso a la naturalidad. ¿No podría ser hoy sencillamente una reversión de popularidad lo que haya traído la restauración de una manía anterior en la moda?

Las mujeres cristianas recordarán la exhortación de la Biblia a la modestia, incluso el evitar esmerarse en “estilos de cabellos trenzados.” (1 Tim. 2:9) Las pelucas pueden servir como una tentación que lleve a violar este consejo sano. En el siglo dieciocho, cuando las pelucas eran tan populares, notoriamente las mujeres francesas competían por los estilos de peinado más extravagantes. Hoy, también, algunas mujeres compran pelucas que se ven poco naturales en ellas, hasta extravagantes. ¿Por qué lo hacen?

¿Usa la mujer una peluca porque tiene un serio problema con su cabello, como lo hizo una que sufrió la pérdida de gran parte de su cabellera debido a una tragedia que envolvió a su familia? Para la mayoría ésa no es la razón. ¿Es verdaderamente por su calidad de cosa práctica, o es simplemente un fuerte deseo de estar “a la moda,” hasta de “sobresalir”?

En la ausencia de problemas con la cabellera, el factor determinante en cuanto a lo correcto o incorrecto de todo el asunto, desde un punto de vista cristiano, pudiera ser la intensidad del interés del usuario en las pelucas... tal como la intensidad del deseo diferencia a una persona materialista de una que no lo es y que sin embargo trabaja por un salario.

Reconocidamente la apariencia de nosotros los del género humano sufre a menudo debido a la imperfección. Tratamos de cubrir algunos defectos y lo hacemos con un motivo correcto: el de querer que otros tengan algo agradable (¡o al menos razonablemente agradable!) que mirar. Hoy, sin embargo, el ingenio del hombre le ha hecho posible a la humanidad, particularmente a las mujeres, cambiar virtualmente toda su apariencia, sustituyendo artificialidad por naturalidad. ¿Puede implicar este gran entusiasmo por esos artificios y su uso sin limitaciones una falta de aprecio por el cuerpo que hemos recibido de nuestros padres por el proceso dador de vida del Creador? Aquí podríamos recordar la declaración del apóstol de que el cabello de la mujer, su propio cabello, puede ser “para ella gloria.”—1 Cor. 11:15.

Nada de esto es decir que el uso de una peluca en sí mismo sea impropio desde el punto de vista cristiano... no más que el uso de cosméticos, perfumes, joyas, o, en la indumentaria masculina, hombreras, en sí mismo sea incorrecto. Básicamente el punto es el motivo que impulsa a ello y si el uso se hace con moderación.

Así, pues, como a algunas mujeres, a usted le puede parecer que las conveniencias del ahorro de tiempo (o el abrigo en invierno) de una peluca justifican su uso. O, como otras, usted quizás prefiera la naturalidad, y escoja ser apreciada principalmente por lo que realmente es. En cualquiera de los dos casos, la mujer casada debería dar la consideración debida a las preferencias de su esposo.

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