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¡Despertad! 1972
g72 8/6 págs. 20-26

Soy un aborigen australiano

Según relatado al corresponsal de “¡Despertad!” en Australia

SOY un aborigen australiano. Mi nombre es Warwirra. En mi país, para distinguir de los emigrantes de la primera generación a quienes nosotros llamamos “nuevos australianos,” damos el término “Dinkum Aussie” a los ciudadanos nacidos en el país. Yo soy un “Dinkum Aussie.”

En apariencia soy muy similar a otros aborígenes, porque, aunque somos muchas tribus, sin embargo tenemos un mismo origen. La forma de nuestra cabeza es un poco más alargada que la de la mayoría, con una frente algo aplanada y cejas protuberantes. Nuestro cabello es ensortijado y nuestras fosas nasales achatadas y nuestra boca grande, con blanca dentadura. Somos de construcción mediana, pero nuestras extremidades son largas y delgadas. El color de nuestra piel es negro-marrón. La gente dice que los más parecidos a nosotros son la tribu salvaje weddah de Ceilán y las tribus montañesas de la India.

Vivo en una humilde casa de ladrillo, pero mis antepasados no vivieron así. En esto, como en otras cosas, hemos cambiado. En consecuencia, frecuentemente nos sobrecoge un ardiente deseo de dar lo que llamamos una “caminata.” Cuando sentimos el aguijoneo, entonces dejamos nuestra casa y “vamos al despoblado,” para allí vivir del producto de la tierra como lo hicieron nuestros padres.

Este impulso se debe a que en la mente de todo aborigen existe lo que llamamos nuestra “época de los sueños,” queriendo decir nuestra historia tribual y modo de vivir primitivo. Un deseo nostálgico de los días de nuestra “época de los sueños” parece que nace con nosotros. Antes que el capitán Cook desembarcara en Botany Bay disfrutábamos de un modo de vivir totalmente diferente del de ahora... una vida dura, pero libre. Por mutuos acuerdos mi tribu y otras tenían derechos a territorios que eran universalmente respetados. Había fronteras, pero no las estorbaban cercos y portones. Dentro de cada territorio tribual había lugares “sagrados” que eran para nosotros lo que para los franceses es París o Londres para los ingleses.

No todos nuestros sueños son felices. Entre ellos hay recuerdos de terrible salvajismo. Después que los europeos se establecieron en el país, ignoraron nuestros derechos territoriales y se propusieron exterminarnos. Paulatinamente fuimos degradados hasta llegar a ser siervos en nuestra propia tierra. Tan recientemente como en el año 1942, mientras, irónicamente, Australia estaba en guerra con Hitler por el asunto de genocidio, un miembro del Parlamento de Australia Occidental sostenía que: “Será un día feliz para Australia Occidental y toda Australia cuando los nativos y los canguros desaparezcan. . . . Al tratar este asunto todo sentimiento entorpecedor debería ser eliminado. Ha llegado el tiempo para tomar acción drástica y positiva.”

Para sueños más felices tenemos que retroceder a antes de la llegada de los europeos. Nosotros amábamos nuestra tierra y la cuidábamos con cariño, pero teníamos nuestras propias maneras de hacerlo. Por ejemplo, nosotros no encerrábamos el ganado ni los canguros. No teníamos tractor o arado. Nuestro modo de actuar estaba adaptado a nuestras necesidades.

Un valioso conocimiento de la naturaleza

Viajábamos a través de nuestro territorio, recogiendo lo que había crecido por sí solo y, en el caso de algunas tribus, esparciendo a medida que hacían esto. Nuestra mente siempre estaba proyectada hacia nuestra próxima visita a la misma zona. Era en nuestro propio provecho el que conservásemos lo que nos sería de utilidad en la siguiente visita. Extraíamos agua de árboles productores de agua, pero cuidadosamente los taponábamos después; excavábamos pozos para obtener agua, y luego los cerrábamos con arena, para impedir la evaporación; matábamos para comer, pero nunca un animal preñado; pescábamos la pastinaca, pero en tiempo de cría la dejábamos ir.

Por estos métodos, particulares a nuestro modo de vivir, atendíamos nuestra tierra. Es verdad que no recogíamos grandes cosechas como se hace hoy día, pero lo que obteníamos era altamente nutritivo y en provisión constante y fresca.

El buen éxito de nuestros métodos dependía de considerable conocimiento y habilidad. La supervivencia se basaba en acumular en nuestro soñar un valioso conocimiento de la naturaleza. Considere lo que este libro (The Australian Aborigine, por A. P. Elkin) dice sobre esto: “La naturaleza es para el aborigen un sistema en el cual especímenes y fenómenos naturales están relacionados o asociados en el espacio y el tiempo. La aparición de un objeto, por ejemplo un . . . pájaro, flor o insecto, ha llegado a ser por la observación a través de los siglos, la señal de que está por llover, que los peces están desovando, que algún animal o reptil en particular pronto se hará abundante, que el ñame o las nueces terrestres ya pueden ser extraídos, o que ciertas frutas están maduras. . . . La flor amarilla de las acacias son una señal de que el ganso está por pasar volando en su ruta tradicional por encima de los grandes árboles de cuya corteza se produce el papel, de pantano en pantano, para comerse los tubérculos de los nenúfares. Por lo tanto los hombres construyen plataformas en las ramas de árboles seleccionados, esperando, e imitan el ¡jonc! ¡jonc! de los gansos, los cuales entonces circundan el árbol y descienden. Pero cuando lo hacen son abatidos al suelo con certeros palos arrojadizos, y allí son rápidamente muertos por los hombres que están al pie del árbol.”

Es una lástima que muchas de estas habilidades se hayan perdido hoy día. Por ejemplo el arte del rastreo. Es cierto que la policía todavía usa aborígenes para seguir el rastro de personas perdidas en la maleza, pero los buenos rastreadores van desapareciendo rápidamente. Pero allá atrás en la época de los sueños, nuestra misma vida dependía de eso. Desde la misma infancia se enseñaba a los niños a examinar el terreno minuciosamente y leer la historia que contaba, y lo hacían tan fácilmente como mi hijo lee hoy sus libros escolares. Al llegar a la edad adulta podíamos relatar la historia que contaba cualquier pedazo de terreno, hasta la roca dura... qué hombre, animal o reptil había pasado por aquel lugar y cuándo. Podíamos seguir estos rastros durante días. Los rastros dejados por una persona, hubiera sido conocida previamente por nosotros o no, nos decían muchas cosas acerca de ella; si era alta o baja, gruesa o delgada, hombre o mujer, enfermo o sano, blanco o aborigen. A medida que lo seguíamos podíamos relatar qué había hecho mientras viajaba.

El rastrear requería gran paciencia y perseverancia. Podíamos seguir el rastro de un animal durante todo el día, y a la caída de la noche acampar para dormir y continuar el día siguiente hasta que alcanzábamos nuestra presa. Si por un descuido nuestro el animal se daba cuenta de nuestra presencia y se nos escabullía, entonces comenzábamos todo el procedimiento de nuevo hasta tenerlo a tiro de lanza. ¿Cree usted que podría hacer eso? Muy a menudo leemos en los diarios de hombres que hubieran muerto en el despoblado árido de no haber sido por nuestras habilidades.

Yendo al despoblado

Dije despoblado “árido,” pero en realidad lo es solamente para los Aussies nuevos. Nosotros los aborígenes sabemos que el agua está allí y también sabemos cómo localizarla. Esta es otra de nuestras habilidades de la época de los sueños. ¿Le gustaría venir conmigo en una “caminata” y permitir que se lo demuestre? ¿Ve ese tinte verdoso entre la hierba más oscura? Allí puedo recoger agua con la ayuda de mi palo de excavar. Si hago incisiones en este árbol, fluirá el agua. Debajo de aquel barro secado por el sol hay ranas que recogen agua. Las raíces de aquel árbol mallee, cuando son exprimidas, sueltan agua. Si cavo a suficiente profundidad en ese arroyuelo seco llegaré hasta el agua. Así es que, como ve, estamos rodeados de agua en esta tierra árida, si es que se sabe cómo conseguirla.

De hecho, hay tanto alimento como bebida, pero uno tiene que saber dónde encontrarlos. Un antropólogo moderno alistó los artículos alimenticios para los aborígenes en una zona pequeña de la siguiente manera: 18 mamíferos y marsupiales, 19 aves, 11 reptiles, 6 raíces de agua, 17 semillas, 3 hortalizas, 10 frutas, además de muchas plantas acuáticas, hongos y huevos. Probablemente nuestra selección de alimentos y métodos de cocinar no serían muy atrayentes para usted. Como dice la gente, los gustos difieren. Después de un largo y cansador día de viajar y cazar, ¡qué satisfactorio es disfrutar de canguro tierno, unas gordas lagartijas lentamente asadas sobre la arena o en un horno de barro, junto con bayas recién recogidas, hojas verdes y diversas semillas! ¡Delicioso! Pero lo que es más importante, eso está lleno de la nutrición que es tan esencial para nuestra vida activa.

En una “caminata” no necesitamos casas. En el clima amigable de Australia, no son esenciales. De hecho, son un impedimento, puesto que nos atan a un lugar donde pronto el agua y la comida se agotarían. Tampoco transportamos tiendas de campaña. Nuestra vida de cazadores exige que viajemos sin carga. Por lo tanto, aparte de las cosas elementales —bolsas para el agua, herramientas y palos para encender fuego, cargados por las mujeres— nosotros los hombres solamente llevamos las lanzas y los bumerangs.

En estos viajes la tribu procede de acuerdo con reglas establecidas. Nosotros los hombres vamos adelante, ampliamente esparcidos, nuestros ojos escudriñando el terreno para observar rastros frescos. Detrás, a la distancia, vienen las mujeres, los niños y los ancianos. Todos guardan completo silencio. Hasta los niñitos que apenas caminan evitan pisar una rama seca, o una hoja, o emitir un murmullo. Recuerde, un solo sonido y nos vamos a la cama sin cenar. Conversamos usando un bien desarrollado lenguaje de señales. De hecho, las palabras básicas tienen señales universales entre todas las tribus. ¿Podría usted hablarle a personas cuyo idioma desconoce?

El viajar no se hace siempre de día. Para conservar la humedad del cuerpo y atrapar al canguro nocturno a veces viajamos de noche. Cuando llega el tiempo en que debemos acampar, entonces rápidamente erigimos una “casa” de ramas, como resguardo del viento frío de la noche y del sol abrasador durante el día. Encendemos una fogata, y el hogar queda establecido.

Esto me trae al tema de encender fuego. En nuestros viajes, protegemos cuidadosamente de la humedad los palos que usamos para encender fuego. ¿Ve este palo con punta como la de un lápiz y esta madera perforada con agujeritos quemados? Observe ahora. Introduzco la punta del “lápiz” en uno de estos agujeros y lo hago girar rápidamente entre las palmas de mi mano, presionando firmemente, y vea cómo pronto la hojarasca comienza a arder. Que las chispas caigan sobre esta leña seca y, con soplar suavemente, ya tengo iniciado el fuego, ¿ve? ¡Casi tan rápido como lo que le toma a usted prender un fósforo! ¿Quisiera comer con nosotros? Tenemos pato, larvas gordas, huevos de emú, raíces comestibles y terminaremos con las bayas que recogen los niños.

El bumerang

¿Se está preguntando cómo hemos conseguido estos patos? Se lo explicaré. Pero para hacerlo primeramente tendré que describirle nuestros métodos y armas de caza. Permítame comenzar con el bumerang. ¿Ha considerado alguna vez la precisión que tiene este instrumento? Ningún armero ha calibrado jamás con tanta habilidad un caño como nosotros modelamos un bumerang. El largo relativo de las hojas, el ángulo de la curva, la torsión de tipo hélice y la superficie superior convexa: cualquier falla podría arruinar el resultado final. La Australian Encyclopedia dice: “Los matemáticos han demostrado que una mínima alteración en la forma del bumerang volvedor —en la proporción del tamaño, la torsión y la redondez— todo causa cambios correspondientes en su vuelo que puede ser demostrado por ecuaciones.”

Viendo que no tenemos tableros de dibujo o instrumentos de precisión, usted se estará preguntando cómo es que hacemos un arma tan exacta. Su diseño está en nuestra cabeza, por decirlo así, aprendido desde la infancia. Las únicas herramienta que usamos al darle forma son un cincel hecho de un diente de animal, un tula o herramienta para grabar hecho de cuarzo con un filo convexo preparado para trabajar, y pedazos de pedernal y piedras para alisar. Sin embargo, ¡qué cuidadosamente equilibrado y hermosamente pulido es el instrumento terminado! ¿Puede hacer usted un bumerang? ¿o arrojar uno?

¿Sabe que hay dos clases de bumerang? ¿O que el tipo volvedor no se utiliza para cazar? Para eso solamente usamos el segundo tipo, el palo arrojadizo. Este está hecho con la misma delicadeza y es muy semejante en forma, pero las hojas están colocadas en planos que lo hacen silencioso. Si fuera ruidoso, el canguro que estuviera pastando oiría que se acercaba. Tan rápido es su giro que es mortal hasta una distancia de 180 metros. El tipo volvedor lo usamos únicamente para competencias deportivas y con un solo propósito al cazar... agarrar el pato artero que tenemos para la cena.

Estos pájaros prudentes apostan guardias mientras se alimentan, así es que hay que usar estrategia. Un equipo de cazadores se esparce y con gran cautela se arrastra hasta el borde del agua, donde uno de ellos arroja un bumerang volvedor a ras del agua. El sonido de sus hojas al girar se parece al aleteo del halcón cazador. La alarma suena, los patos levantan vuelo, fáciles blancos para nuestros bumerangs de arrojar. Así es como hemos conseguido pato para comer esta noche.

Nuestra habilidad de diseñar y hacer el bumerang ha cautivado el interés de otras naciones, pero ésa es solamente una de nuestras habilidades. En nuestros sueños hemos acumulado un vasto conocimiento de la naturaleza o de saber cómo hacer las cosas. Aprendemos los hábitos de los animales, conocemos e imitamos sus reclamos, sabemos de antemano la dirección del viento, hacemos y arrojamos delicados arpones para la pesca, convertimos piel o madera en herméticos recipientes para agua, preparamos lanzas dentadas de cuarzo, construimos trampas para peces, hacemos balsas o ahuecamos una canoa de un tronco. Podemos disimular olores del cuerpo con barro, nos camuflamos con ramas, y si la presa mira en nuestra dirección, podemos quedarnos “petrificados” inmediatamente.

No el resultado de una evolución

¿Se está preguntando por qué sigo llamando a su atención nuestras habilidades? Por favor no me interprete mal; no me estoy jactando. Se debe a que hay una teoría común, relacionada con la evolución atea, que dice que nosotros los aborígenes australianos somos una especie de “eslabón perdido” sobrante. Habrá visto esos muy imaginativos dibujos de criaturas cavernícolas, mitad hombre, mitad bestia, con habilidades escasamente distintas de los instintos animales. Esas criaturas nunca existieron fuera de las páginas de libros pseudocientíficos. Pero porque nosotros los aborígenes no construimos casas, nos cobijamos en cuevas, no usamos máquinas, esos hombres tratan de probar que nosotros estamos estrechamente relacionados con esas criaturas. ¿Disgustados? ¡Por supuesto que lo estamos!

El punto que quiero subrayar es éste. La diferencia que existe entre los pueblos aparentemente más atrasados y los más adelantados es una de oportunidad. Las prensas impresoras han permitido a otras naciones almacenar un vasto conocimiento en bibliotecas, pero nosotros lo hemos hecho solamente en nuestros sueños. Los que afirman que, debido a su progreso tecnológico, esas naciones tienen mayor grado de evolución, se están apoyando en una falacia. Nosotros no podemos igualar su conocimiento acumulado, pero, ¿pueden ellos igualar el nuestro? Lo que ilustra mi punto: las habilidades de muchos pueblos han sido canalizadas en distintos campos, cada uno de acuerdo con sus necesidades.

Hace unos años se publicó un artículo. Relataba acerca de una niñita africana abandonada por una tribu caníbal, rescatada por unos norteamericanos y luego educada por ellos en Norteamérica. En la universidad igualó y superó a sus condiscípulos. No es el lugar de nacimiento lo que cuenta, sino la oportunidad.

Se dice que un pueblo puede ser justipreciado por la complejidad de su lenguaje. Así es que echemos una mirada a nuestros lenguajes. Aunque ahora son quinientos, todos provienen de una sola fuente. Ya relaté que todavía conversamos por señas, pero nuestro lenguaje hablado es bastante complejo. La gramática, el orden de las palabras y el vocabulario, todo varía. Mientras que el inglés tiene seis casos de sustantivos, algunos de los nuestros tienen nueve. Otros tienen tres géneros, en contraste con los dos que hay en francés. Los ingleses tienen seis conjugaciones del verbo, nosotros once.

Nuestro sistema social

¿No evoca respeto también la cultura y civilización que hemos construido? Aunque cada territorio tribual tenía fronteras establecidas, eso no interfería con las relaciones intertribuales. En tiempos de sequía era necesario compartir los recursos de agua y comida. Las relaciones se mantenían mediante embajadores que portaban una especie de pértiga con el tótem tribual, algo que les confería el rango de embajadores. El portador de la pértiga tenía entrada libre en otros territorios, donde hacía arreglos para el intercambio de novias, aseguraba la provisión de agua y alimento y así por el estilo. De esta manera se aseguraban las relaciones pacíficas.

El sistema social dentro de cada tribu estaba similarmente bien ordenado. La autoridad algunas veces era patriarcal, otras, descansaba sobre un consejo de ancianos. Varias tribus iban desnudas, pero el código moral era elevado. Todo hombre tenía el derecho de lancear a la esposa adúltera y a su amante. La educación de los niños comenzaba temprano; las niñas a rastrear, recoger y cocinar insectos y lagartijas; los niños a rastrear, cazar, hacer y usar herramientas, y memorizar las leyes tribuales e intertribuales.

¡Ah, usted no está prestando atención! ¿No es que lo distrae ese ruido? Es Wanju practicando con su didgeridoo para la fiesta de esta noche, que pronto comenzará. Venga y observemos.

Es en estas fiestas donde mucho de nuestro soñar se graba en la mente de la tribu, porque aquí se repasan la ley, las costumbres y los métodos de caza. Por ejemplo, la danza que ahora está comenzando es una lección sobre caza. ¡Con cuánta destreza imitan esos hombres al canguro! Los otros son cazadores al acecho. La imitación de los reclamos de aves y animales es parte de la danza. Fíjese lo atentamente que los niños observan y aprenden. Ahora se está relatando una historia; se cuenta la historia de cuando la tribu fue salvada de una gran inundación que destruyó a todo el resto de la humanidad. Acontecimientos recientes también se incorporan en la fiesta. Vea, ahora están ilustrando cómo se hace una película cinematográfica, tal como lo presenciaron en cierta ocasión. Cada danza representa un drama, tragedia o comedia; pero siempre con sus raíces arraigadas en la historia tribual.

Cómo llegamos acá

Cuando alguien me mostró la Biblia, fue una sorpresa descubrir que, también, relata del gran diluvio que usted acaba de ver en la danza. Esto me hizo ponerme a pensar en cómo nosotros los aborígenes viajamos desde la distante Sinar a Australia. Por lo que he leído, nadie parece realmente saberlo. ¡Las opiniones parecen tan variadas como los que las dan! Sin embargo, algunos hechos sobresalen y son de ayuda. Estos son que nosotros somos de ascendencia aria, no negroide; y que provenimos del norte.

Es muy probable que mis antepasados llegaran a estas playas de Australia pasando de isla en isla, y luego se desparramaran por el continente, adaptándose a cada localidad donde se establecieron y gradualmente se dividieran en tribus, establecieran costumbres locales, introdujeran variedades en el lenguaje básico, desarrollaran fronteras y territorios mutuos. El conocimiento y las habilidades que trajeron consigo los adaptaron al nuevo ambiente, adquiriendo más con el tiempo y según las necesidades. Se hicieron especialistas en la supervivencia en tierras áridas. Debido a que ahora estaban aislados de la corriente de conocimiento que corría en otros pueblos, las circunstancias los moldearon según el patrón que los primeros colonizadores europeos encontraron cuando desembarcaron en 1770 E.C.

Dos civilizaciones, totalmente distintas, ahora chocaron. Debido a que los recién llegados no estaban al tanto de nuestras fronteras territoriales y de nuestros métodos de cuidar la tierra, llegaron a la conclusión de que la tierra estaba sin dueño y se dedicaron a explotar lo que habían descubierto. Al principio fuimos tolerantes, pero inevitablemente llegó la guerra. El mosquete y la lanza se enfrentaron. Pedazo a pedazo nuestra tierra cayó en manos de los recién llegados y nosotros los aborígenes nos vimos arrojados a las reservas. Hemos visto caer nuestros bosques ante el hacha, el fuego y las máquinas empujadoras; hemos presenciado la extinción de algunas especies de vida silvestre, y la casi extinción de otras. El palo de excavar y el tractor se enfrentaron en conflicto y el tractor venció.

¿Habrá vencido, realmente? Hectáreas de tierra ahora son cuencas de polvo; la capa superior del terreno se está vertiendo en el mar; los ríos están contaminados. Los insecticidas están socavando la ecología de insectos, pájaros, animales y ahora hasta amenazan al hombre. Tal como los aborígenes que están viviendo en reservas, también muchas especies de pájaros y animales raros existen en solamente pequeñas zonas que rápidamente están disminuyendo en tamaño y número.

Solamente en el vasto y árido interior de Australia viven grupitos de aborígenes los días de su época de los sueños. Con uno de éstos, la tribu de pintubi, recientemente estableció comunicación (1957 E.C.) un periodista de Melbourne en el desierto de Gibson, 965 kilómetros al oeste de Alice Springs. Su informe sobre éstos incluyó lo siguiente: nunca antes habían visto a un hombre blanco, ni dinero, ni pescados, ni harina; cazaban con perros salvajes amansados, comían roedores y lagartijas, iban desnudos, nunca se habían bañado y hablaban solamente en un suave murmullo.

¿Que si yo desearía estar viviendo allí con ellos? ¡Por supuesto que no! Tampoco deseo volver a los días de nuestra época de los sueños como lo deseaba en un tiempo. Resulta que en años recientes he aprendido mucho sobre lo que la Biblia dice del futuro inmediato de la humanidad, y que toda la Tierra tendrá que ser transformada en un nuevo Edén. Nada como esto fue escrito jamás en nuestros “sueños.” En vez del pasado, ahora anhelo lo que encierra el futuro y espero tener participación en cultivar esta tierra de Australia, ver correr el agua donde ahora hay desiertos, estar aquí cuando mis antepasados vuelvan en la resurrección, y que se me permita añadir a su “época de los sueños” la feliz información acerca del reino de Jehová, y animarlos a participar conmigo en hacer un paraíso de nuestra sonriente tierra de acá abajo.

[Ilustración de la página 23]

Usando palos para encender fuego

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