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  • El bolekaja... transporte de vendedoras del África Occidental
  • ¡Despertad! 1972
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  • Razones de su popularidad
  • Descripción y operación
  • Uso personal por mucho tiempo
  • Un viaje a la oficina
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¡Despertad! 1972
g72 22/6 págs. 24-26

El bolekaja... transporte de vendedoras del África Occidental

Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Nigeria

MUCHOS son los medios de transporte que se usan en Nigeria. No obstante, el viajar a pie ha seguido siendo, en muchas partes, el más confiable y, en ocasiones, el más rápido y el más confortable. Le sigue en orden el bolekaja... nombre yoruba que se da a un medio de transporte muy popular, al cual también se le conoce en otras partes de África Occidental como el Mammy Wagon, transporte de vendedoras.

El bolekaja, o Mammy Wagon, es un camión liviano o camioneta que ha sido transformado de manera que pueda llevar pasajeros. Por veinticinco años he vivido en la capital nigeriana de Lagos y sus alrededores, y en esa ciudad muchas personas todavía prefieren el bolekaja a pesar del hecho de que también hay muchos ómnibus y taxis. ¿Por qué?, quizás se pregunte usted.

Razones de su popularidad

Bueno, para tomar un ómnibus, uno tiene que ir a la parada de ómnibus, y en algunos casos esto requiere caminar una buena distancia. Pero no es necesario hacer esto si uno está preparado para viajar en el bolekaja. Este se detiene en cualquier lugar del camino donde haya pasajeros que recoger.

Además, el bolekaja no está restringido a una ruta en particular, y por eso toma atajos que resultan ser una ventaja verdadera especialmente durante las horas de mayor tránsito. Los trabajadores a menudo descubren que es un medio de transporte que los lleva a las fábricas mucho más rápidamente que los ómnibus, los cuales también son menos numerosos. De manera que si una persona desea llegar a su destino a tiempo, la respuesta a menudo es: Tome el bolekaja.

Otra de las ventajas de este medio de transporte es que se permite a las personas, por el pago de una suma de dinero, llevar consigo cargas pesadas. No se puede hacer esto en los ómnibus. Debido a que los bolekajas circulan entre los mercados, han sido particularmente útiles para la mujer africana para llevar sus mercancías hasta los mercados y traerlas de regreso. El uso frecuente que hacen de ellos para este propósito es lo que ha resultado en que también se les llame el Mammy Wagon, haciéndose referencia a las mujeres con la expresión Mammy.

Descripción y operación

A pesar de que no hay nada muy atractivo ni lujoso en él, el bolekaja ha sobrevivido como el medio de transporte más popular, aun en una gran ciudad como Lagos.

Sus asientos están hechos de planchas de madera, que sirven de bancos. Hay una hilera de asientos en cada lado y otra en el medio, de modo que los pasajeros que se sientan en el medio dan frente a los que están sentados a los lados. Debajo de los asientos hay lugar para los bultos.

El techo está hecho de contrachapado cubierto con una lona impermeable. En su mayor parte están descubiertos por los lados en su parte superior, lo que permite la circulación de gran cantidad de aire. En la parte de atrás hay una entrada o puerta. En años recientes se ha construido una clase mejorada de bolekaja, al cual se le llama mauler.

Cada bolekaja tiene un conductor y un cobrador o aprendiz cuya tarea es cuidar la parte de atrás. El cobrador tiene una soga atada a una campanilla que está en la parte delantera del bolekaja, la cual usa para informar al conductor cuándo debe detenerse y cuándo debe avanzar. También tiene una cuña de madera, pequeña y pesada, que calza debajo de las ruedas al detenerse para recoger pasajeros. Esto se hace para impedir que el vehículo se deslice hacia atrás, porque algunas veces los frenos no son muy confiables.

El cobrador viaja sentado o de pie en los escalones, dependiendo de lo lleno que esté el bolekaja. Es una persona atareada, pues aparte de servir de ojos y oídos del conductor en la parte trasera del vehículo, también supervisa a los pasajeros y cobra los pasajes. Esta no es tarea fácil, porque a veces tiene que pelear para lograr que los pasajeros testarudos le paguen. Y es de estos frecuentes altercados que se deriva el nombre bolekaja, el cual significa sencillamente: “Baja y peleemos.”

De más está decir que el nombre bolekaja no está escrito en el pequeño camión. Se trata simplemente del sobrenombre que le han dado los que han tenido experiencia con él. Y la realidad es que todos los que han vivido en las ciudades situadas a lo largo de la costa occidental de África están bien familiarizados con este medio de transporte. Los bolekajas y los maulers con frecuencia llevan títulos o lemas escritos a sus lados, como por ejemplo: “El hombre propone, y Dios dispone,” “No hay teléfono en los cielos,” “El temor de Dios,” “Cuando no hay dinero no hay amigo,” “La sencillez es una cualidad,” etc.

La ley permite que un bolekaja lleve aproximadamente treinta y nueve pasajeros, incluso al conductor y al cobrador. Pero mientras haya pasajeros, el cobrador los apretujará dentro del vehículo hasta el grado que casi no puedan respirar. A menudo, de cuarenta y cinco a cincuenta personas se apiñan dentro. La velocidad máxima en la ciudad es de cincuenta y cinco kilómetros por hora, ¡pero no es raro ver a un bolekaja viajando a ochenta o a noventa y cinco!

Frecuentemente los bolekaja no se mantienen en buenas condiciones; no solamente tienen malos frenos, sino a veces no llevan suficiente combustible para todo el trayecto. Cuando fallan los frenos o se quedan sin combustible entre dos estaciones, se trata de repararlo en ese mismo lugar, mientras los pasajeros esperan. Y si uno se decide bajar del vehículo para buscar otro medio de transporte no se le devuelve el dinero... factor que contribuye a las frecuentes peleas.

Uso personal por mucho tiempo

Durante los últimos veinticinco años he viajado muchas veces en el bolekaja. En 1956 me vi obligado a mudarme de la isla de Lagos a un suburbio situado a unos dieciséis kilómetros de mi oficina. Sucedió que en ese tiempo el único transporte que hacía viajes por la ruta desde esta pequeña aldea hasta Lagos era el bolekaja. El primero salía siempre a eso de las cinco de la mañana. El sonido de éste y las voces sonoras de los cobradores despertaban a la gente que vivía a lo largo de la ruta.

A eso de las seis de la mañana por lo general yo estaba listo para una breve caminata hasta la estación. Solía ir allí porque era más fácil determinar el costo exacto desde ese punto de partida hasta la última parada en Lagos. Los que subían al bolekaja en el camino tenían que depender del juicio del cobrador en cuanto a la cantidad de dinero que deberían pagar, y los desacuerdos frecuentemente terminaban en peleas. Un viaje en bolekaja fue particularmente memorable.

Un viaje a la oficina

Fue un lunes por la mañana. Me desperté muy tarde y salí corriendo para la estación. Encontré allí solo un bolekaja. El motor estaba en marcha, el conductor ya ubicado en su asiento y, como de costumbre, el vehículo atestado de gente. Yo no hubiera tratado de subir de no haber sido por el cobrador quien, sentado en la parte trasera del vehículo, seguía dando voces en procura de más pasajeros.

De modo que, con mi portafolios en una mano, y aferrándome a la puerta de madera con la otra, puse un pie en el escalón para atisbar adentro y ver si quedaba algún lugar desocupado. En ese momento el vehículo comenzó a moverse. ¡Para cuando pude darme cuenta de que no había asientos vacantes adentro, el conductor estaba viajando a ochenta o noventa y cinco kilómetros por hora en un camino muy desigual!

Mi corbata volaba al viento y mi saco desabrochado volaba también hacia un lado. No obstante, el aprieto en que me hallaba no pareció impresionar al cobrador en lo más mínimo. Insistía en que pagara mi pasaje, a pesar de que le era muy fácil ver, o al menos así me parecía a mí, ¡que soltarme de la puerta resultaría en una caída instantánea a la muerte! Sin embargo me cuidé mucho de decir algo que pudiera provocar una pelea. Me limité a orar pidiendo no caer. Después de algunos kilómetros nos detuvimos para que bajaran pasajeros, y entonces tuve la oportunidad de sentarme adentro y pagar mi pasaje.

A un hombre que acababa de entrar y que se había sentado enfrente de mí, también se le pidió que pagara. No obstante, resueltamente dijo que no pagaría hasta llegar a su destino. No sé por qué rehusó pagar, pero quizás recientemente habría viajado en un bolekaja que se descompuso antes de llegar a su destino y, según la costumbre, no se le devolvió el importe del pasaje.

Sea como fuere, el cobrador insistió en que pagara su pasaje de inmediato. Después de intercambiar algunas palabras nada corteses, comenzaron a darse empujones, y el resto de los pasajeros tomó partido. Poco después el vehículo se detuvo y el conductor se acercó a la parte de atrás. Unió su voz a la demanda de que se pagara el pasaje; de no hacerlo así el hombre debería apearse del vehículo. Tanto el conductor como el cobrador trataron de arrastrarlo fuera, y luego sucedió lo que era de esperar. Hubo una pelea. Todos nosotros tuvimos que esperar mientras los transeúntes trataban de zanjar la disputa. Finalmente se pagó el pasaje, y nos pusimos en marcha nuevamente. Pero ese día llegué a la oficina con una hora de retraso.

Hace algún tiempo se proscribió que el bolekaja y el mauler entraran a Lagos debido a la congestión en el puente y al tránsito denso de las horas tempranas de la mañana, pero esta ley fue públicamente desafiada y nunca llegó a ponerse en vigor.

Estoy seguro de que si usted visita los países de África Occidental, y especialmente Nigeria, todavía hallará a los bolekajas y a los maulers en circulación. Mientras existan pobres en la tierra, y mientras otros medios de transporte sean inadecuados, sin duda el Mammy Wagon del África Occidental seguirá floreciendo.

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