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¡Despertad! 1972
g72 22/7 págs. 3-4

Confíe y reciba confianza

UNA de las bendiciones de la vida son los amigos en los que uno puede confiar y que confían en uno. Hubo un tiempo en que las personas se sentían inclinadas a confiar en otros; se daba por sentada la honestidad. Pero ya no es así. Por lo menos no en las ciudades más grandes. A medida que la violencia y la maldad aumentan, y toda forma imaginable de inmoralidad y deshonestidad se convierten en una cosa común, la gente se hace más y más suspicaz y menos y menos confiada.

No sin razón la revista Life, del 19 de noviembre de 1971, presentó un artículo especial titulado: “Las ciudades se encierran. El temor a la delincuencia crea un estilo de vida detrás del acero.” Relató de una casa de apartamentos en la que 17 de sus 24 apartamentos fueron forzados por lo menos una vez, y uno de ellos tres veces. El artículo mostró la fotografía de una puerta de entrada a una casa protegida por cinco cerraduras, dos mirillas, alarmas, cadenas, barrotes, cerrojos y trampas. Y todo esto en uno de los mejores sectores residenciales de la ciudad de Nueva York. ¿Desconfianza? ¿Sospecha de los extraños? ¡No hay la menor duda!

Y no son solo las casas las que son forzadas. La gente es asaltada a punta de revólver o cuchillo a plena luz del día. Difícilmente pasa una semana sin que uno oiga de un amigo o pariente que ha sido robado. A la gente se le aconseja el no aventurarse sola, especialmente de noche, porque por lo general han sido los que andaban solos los que han sido golpeados y robados.

En vista del empeoramiento de la delincuencia, el derrotero a seguir es el de la prudencia. Pero si no ejercemos cuidado, esta prudencia, esta falta de confianza en los extraños, puede influir en nuestra entera relación con otros. Si permitimos que esto suceda, ¿en qué resultará? ¿No estaremos provocando que aun aquellos que podrían haber sido amigos, lleguen a ser desconfiados, y a su vez sospechar de nosotros? Es por esto que se dice que cada hombre es un mundo y que un hombre puede sentirse solitario aunque se encuentre en medio de una muchedumbre.

No podemos evitar el ejercer influencia sobre otros. Es como dijo Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios: “Dejen de juzgar, y de ninguna manera serán juzgados; y dejen de condenar, y de ninguna manera serán condenados. . . . Porque con la medida con que ustedes miden, se les medirá a ustedes en cambio.”—Luc. 6:37, 38.

Si nosotros indebidamente desconfiamos o sospechamos de alguien muy bien podremos desanimarlo o tal vez perjudicarlo de alguna manera. La historia registra muchos crímenes que fueron cometidos por falta de confianza, debido al recelo. Entre los que apuñalaron a muerte a Julio César se encontraban algunos de los hombres a quienes él consideraba sus amigos. ¿Por qué lo hicieron? Por tener recelo de sus ambiciones. El rey Herodes asesinó a miembros de su propia familia por sospechar de ellos.

Entre las relaciones en las que debe haber un alto grado de confianza se encuentra la relación de familia. Todos somos imperfectos; todos cometemos errores. Aun si tenemos las mejores intenciones no siempre somos constantes, así es que a veces podemos desilusionar a uno de nuestros amados. Puesto que esto es cierto, qué bendición es cuando nuestros allegados muestran que comprenden nuestras debilidades, y por lo tanto no están prontos a impugnar nuestros motivos o nuestros juicios sino que nos conceden la ventaja y confían en nosotros. Tenemos que recordar que aun cuando las circunstancias aparentemente son sospechosas, en realidad la persona puede ser inocente, tal como lo mostró Shakespeare en su tragedia “Otelo.”a

Hacemos que tanto nosotros como otros se sientan desdichados si somos recelosos, desconfiados. ¿Por qué no conceder la ventaja y confiar en otros, reconociendo que pudieran haber circunstancias atenuantes? Especialmente cuando somos molestados o puestos a prueba de alguna manera por las debilidades de otras personas tenemos que ejercer precaución para no permitir que la impaciencia nos haga ásperos y críticos. Mediante demostrar un amoroso y confiado interés y ejercer empatía —diciendo: “Me pudiera haber pasado a mí”— no solo haremos los asuntos más agradables en esa ocasión sino que indudablemente cosecharemos beneficios personales. Cuando “el tiempo y el suceso imprevisto” hacen que seamos nosotros la causa de ser una prueba para otros, entonces podremos esperar que se nos muestre la misma confiada empatía. Aquí también aplica el principio bíblico: ‘Lo que usted siembre, eso también segará.’—Ecl. 9:11; Gál. 6:7.

El mismo principio aplica en la relación entre padres e hijos. No hay ninguna duda hoy día sobre la realidad de la “brecha entre las generaciones.” La juventud proclama su rebelión mediante la ropa que usa, la manera en que lleva su cabello, el lenguaje que emplea, por su uso de las drogas y por muchas otras maneras. Los padres se quejan y con justa razón, de que sus hijos no confían en ellos, que muestran una falta de confianza en ellos. Pero, con toda probabilidad, ¿cuál será la causa? ¿No será que en primer lugar los padres no han sido suficientemente íntimos, fiables, honrados y a su vez confiados en sus hijos?

Pero no todos los padres tienen razón para quejarse. Hay aquellos que se han mostrado a sí mismos comprensivos, altruistas, profundamente preocupados por el crecimiento mental, emocional, espiritual y físico de sus hijos. Tales padres han sido como un libro abierto para sus hijos, por lo cual éstos naturalmente confiaron en sus padres; son padres que han puesto el bienestar de sus hijos delante de sus propias conveniencias y placeres. Como resultado, sus hijos no son extraños para ellos.

El mismo principio aplica entre los miembros de una congregación cristiana. El que desea que se le muestre confianza debe mostrar confianza en otros. Tenga en cuenta las imperfecciones de otros; concédales la ventaja y confíe en ellos. Recuerde que es el privilegio del más fuerte el llevar la carga de los que son débiles, ser paciente, sufrido, esperando lo mejor. Es mucho más provechoso el desilusionarse o aun sufrir una pérdida por confiar excesivamente en un hermano cristiano, que desanimar o hacer tropezar a otro por ser desconfiado. Su actitud de confianza resultará en que otros confíen en usted. La confianza es una calle de dos manos. Confíe y reciba confianza.—Rom. 15:1.

[Nota]

a En esta tragedia el marido mata a su esposa en un arranque de celos, y entonces, al descubrir que ella era inocente, se suicida.

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