Vida en la laguna
SEGÚN RELATADO AL CORRESPONSAL DE “¡DESPERTAD!” EN GHANA
A VECES por las noches me paro sobre el viejo puente, mientras observo a los pescadores ebrié deslizarse en sus piraguas de troncos ahuecados para una pesca nocturna. A medida que los veo pasar remando bajo el puente y desaparecer en la noche, de vez en cuando surge en mí el deseo de ir con ellos y una vez más pasar la noche en la laguna. Pues yo también soy un ebrié y en un tiempo la laguna era toda mi vida.
Ahora vivo en Abidján, Costa de Marfil, una bulliciosa y próspera ciudad. Sin embargo, a menudo ansío librarme de la suciedad y el ruido y de las paredes de cemento de la ciudad y volver a estar en mi piragua, deslizándome entre los juncos al borde de la laguna.
Pasé muchas noches deleitables con mi padre, sobre el agua. La laguna, rodeada de arena y mar por un lado, y de la verde selva por el otro, era tranquila, sin otro ruido que el de las olas y las poco frecuentes llamadas de un compañero pescador. En algunas ocasiones, la Luna llena parecía convertirlo todo en plata: plateadas gotas de agua brillando sobre redes plateadas, peces plateados y a través de las negras aguas de la laguna, el brillo de la Luna parecía hacer un callejón plateado para nuestro bote.
Diferentes métodos de pesca
Teníamos muchas diferentes maneras de pescar. Mi padre y yo, por lo general, partíamos tan pronto como caía la noche. Poníamos las redes a varios kilómetros de la aldea. Nos retirábamos a cierta distancia y esperábamos por unos diez minutos. Entonces comenzábamos a golpear el agua con nuestros remos, y los peces, espantados de sus hoyos, entraban en las redes. El hacer esto una o dos veces por lo general era suficiente para obtener el alimento cotidiano para la familia.
La red de arrojar (esparavel) es muy popular. Es redonda y está provista de plomos o piedras pequeñas en los bordes. Después de haber desparramado migajas de mandioca, o nuestra carnada común, sobre el agua y haber delimitado la zona clavando palos en el fondo arenoso de la laguna, nos retirábamos por un tiempo corto y entonces al volver suavemente, arrojábamos la red sobre la zona donde la carpa se había reunido para comer la carnada.
El arrojar esta gran red mientras se está de pie en la pequeña piragua es todo un arte. Muchos novicios pasan más tiempo abajo entre los peces, que pescándolos. Pero el oír la red ir silbando por el aire hacia el agua y observar la hermosa curva que hace al caer alrededor de los peces, es excitante.
Los aldeanos a menudo salen en grupos de diez o veinte, pues así pueden usar las redes más grandes y pescar los peces verdaderamente grandes, algunos de hasta cuarenta y cinco kilos de peso.
Cuando la pesca se hace a mano, en los pantanos de mangle, participan muchos aldeanos. Dejan sus botes a unos veinte metros del lugar designado, nadan velozmente hacia los mangles, al mismo tiempo que arrojan al aire puñados de barro extraído del fondo. Las carpas, no pudiendo nadar a través de las aguas enturbiadas por el barro, son entrampadas en los espacios que hay entre las raíces del mangle, y los pescadores las pueden coger con sus manos. No obstante, es un poco inquietante, el meter la mano en esos oscuros hoyos, ¡esperando encontrar solo una carpa!
Se desvanece el temor de las leyendas de la laguna
Aunque es cierto que hoy día me regocijaría de las pacíficas noches en el silencio y la oscuridad de la laguna, tengo que confesar que muchas veces cuando salía con mi padre, tenía miedo. En los pantanos de mangle, por ejemplo, a menudo tenía miedo porque creíamos que algunos de estos lugares eran la morada de extraños monstruos, que podían convertirse en un cocodrilo o un pez grande, esperando al asecho por un pescador desprevenido.
Otra leyenda se refiere a Akou, que se cree que es un genio del fuego, cubierto de largo pelo desde la cabeza hasta los pies. Se me había enseñado que si oía un extraño silbido al mediodía o a la medianoche se suponía que se acercaba Akou, y debía saltar sobre un pedazo de madera para protegerme.
Todos estos cuentos eran aterradores para un jovencito. Pero hace algún tiempo aprendí la verdad de la Biblia acerca de esos relatos, y ahora puedo reírme de los temores que en un tiempo sentía. Ahora sé que cualquier silbido extraño a la medianoche es muy probable que sea de un parrandista que regresa tarde después de haber consumido demasiado bangui, nuestro vino local de palmera. Y en caso de que el brujo local y el adivinador de la aldea traten de ponerse en comunicación con los espíritus inicuos, sé que el ser un siervo de Jehová me servirá de protección.—Sal. 23:4; Sant. 4:7.
Aunque echo de menos la vida sencilla de la aldea, tengo mucho por lo cual estar agradecido. Me he liberado de muchas supersticiones esclavizadoras y puedo usar mi tiempo más provechosamente. Aquí en Abidján me llegó el mensaje de verdad de la Biblia, y hay todavía mucha gente que aún no han aprendido sus consoladoras verdades, así es que me siento feliz de quedarme y ayudarlas. Sin embargo, la vida de un pescador es de muchas maneras una vida feliz, así es que, ¿quién sabe? Tal vez algún día tenga un bote otra vez y pueda salir en busca de mi alimento diario como lo hacía antes. Hasta entonces, me contento con la vista desde el puente.