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¡Despertad! 1973
g73 8/5 págs. 12-16

Managua... víctima de una trágica pesadilla

Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Nicaragua

EL CARTEL todavía está en pie. En testimonio mudo declara: MANAGUA, 404.700 HABITANTES. Y en el centro de la ciudad otro sentinela silente da testimonio. El reloj de la puerta principal del Palacio Nacional permanece parado a las 12:35.

En esa hora temprana de la mañana del sábado, 23 de diciembre de 1972, mientras todavía estaba oscuro, la capital de Nicaragua pereció en un aterrorizador terremoto.

Con el epicentro del temblor localizado directamente bajo el centro del distrito comercial, Managua dejó de existir como ciudad habitable en apenas treinta segundos. El número oficial de víctimas es más de 12.000, pero nunca se podrá determinar el número exacto de los que perecieron en las tumbas formadas por casas derrumbadas.

La ciudad en su mayor parte descansaba tranquilamente cuando un temblor vino en advertencia en la noche del viernes, aproximadamente a las 10 en punto. Pero Managua ha tenido muchos temblores. Estos ocurren con regularidad año tras año, sin embargo por lo general no producen daño significante. Pero, esa mañana del sábado del pasado diciembre fue diferente.

Poco después de las 12:35 de la mañana, los sobrevivientes del poderoso terremoto comenzaron a desparramarse por las calles. Una espesa capa de polvo ahogaba a la ciudad. La gente estaba quieta, aturdida. Apenas había comenzado a disiparse el polvo cuando una segunda sacudida azotó, no tan fuerte como la primera, pero lo suficientemente fuerte para derrumbar paredes. Entonces aproximadamente a las 2 de la mañana una tercera azotó. A éste se le había dejado poco que dañar.

Informes procedentes de toda la ciudad dan testimonio a la misma reacción cuando el polvo finalmente se disipó. Como ocurrió en el antiguo Egipto cuando el primogénito en cada casa fue muerto, “empezó a alzarse un gran alarido” y lamentación de parte de la gente horrorizada. (Éxo. 12:30) Comenzaba a entenderse lo que realmente había ocurrido. A medida que se iniciaba la obra de rescate, estábamos conscientes de la escalofriante muerte que nos rodeaba.

Durante las primeras horas de la mañana, se iniciaron fuegos en varios puntos de la ciudad. El peor asoló el mercado central, quemando una zona de quince manzanas de largo. Ni el agua ni la electricidad estaban disponibles. La estación central de bomberos había sido destruida; su moderno equipo yacía enmarañado entre los escombros.

Por toda la ciudad las familias sufrieron la misma pesadilla. Se repitió mil veces, sí, hasta decenas de miles de veces: La casa se derrumbó. Los sobrevivientes tuvieron que desenterrarse de los escombros con sus propias manos, luchando por respirar, ahogándose en las ruinas llenas de polvo. Muchos no pudieron hacerlo. Los que sí lo hicieron inmediatamente comenzaron a trabajar para ayudar a su familia.

Una madre de ocho niños informa: “Mi esposo fue el primero que pudo librarse de las ruinas. Después de desenterrarme, trabajamos frenéticamente para encontrar a los niños. La luz de los enormes fuegos en el distrito de comercio nos ayudaron a ver. Donde oíamos un llanto apagado excavábamos. Un brazo sobresalía por allí, una pierna un poco más allá. Gracias a Dios, pudimos salvarlos a todos.”

Lola Díaz, una testigo de Jehová de setenta y nueve años de edad, estaba descansando cuando el temblor derrumbó la pared al lado de su cama y la sepultó. Su hija pudo desenterrarse, y entonces rápidamente pidió ayuda. Varios vecinos respondieron a sus gritos y juntos desenterraron a Lola, que había quedado inconsciente. Ella recobró el conocimiento y se está recuperando.

Conchita Gonzales estaba cosiendo tarde esa noche. A medida que las paredes comenzaron a derrumbarse ella se agazapó bajo la máquina de coser. Grandes ladrillos de cemento cayeron sobre ésta, pero ella estaba a salvo.

Sin embargo, otros no fueron tan afortunados. Una familia había acabado de mudarse a su nueva residencia en la zona nordeste de la ciudad. Su casa estaba hecha de ladrillos de cemento. Las rejas de acero en el exterior de las ventanas daban un sentido de seguridad. Sin embargo, todo se desplomó como si hubiera estado hecho de lodo húmedo. La entera familia de ocho pereció, enterrada viva.

También había una feliz recepción de bodas en progreso temprano en la mañana de aquel sábado. El horror azotó cuando el espeso techo de concreto se desplomó sobre la sala de baile. Treinta murieron.

Pero también hubo sobresalientes y extraordinarios incidentes de sobrevivientes. Una madre aterrorizada buscó frenéticamente a su niñita de dos años de edad, excavando en los escombros de lo que había sido su hogar. Más tarde, se encontró a la pequeñita durmiendo pacíficamente en un cuarto al fondo, el terremoto no la había dañado.

Un huésped en el cuarto 318 del Gran Hotel había acabado de darse una ducha. Trató de abrir la puerta de su cuarto y no pudo hacerlo. Finalmente ésta fue abierta por una pareja que estaba dentro. Desnudo, atónito y asombrado, demandó: “¿Qué están haciendo en mi cuarto?”

“¿Su cuarto? Este es nuestro cuarto, el 418,” fue la respuesta.

Ninguno de ellos comprendía que el tercer piso se había desplomado, y que el cuarto piso estaba situado ahora sobre él. El hombre desnudo había escapado a la muerte, pero muchos otros en el tercer piso perecieron.

Para enterrar a los miles de muertos, se excavaron largas trincheras en los cementerios. Las hileras de muertos apilados unos sobre los otros fueron un espectáculo que será recordado por mucho tiempo. Algunos fueron enterrados en ataúdes, pero la mayoría no lo fueron. Los muertos llegaban envueltos en plástico, en frazadas, en sábanas y algunos estaban desnudos. Cuatro cuerpos fueron colocados dentro de un armario portátil de ropa, el cual fue sujetado por una cuerda, y así fue descendido hasta el fondo de la trinchera.

A medida que los informes de la tragedia comenzaron a filtrarse al exterior, el mundo horrorizado respondió rápidamente. Casi inmediatamente otros países comenzaron a enviar ayuda médica y otros suministros. Así es que no mucho después del terremoto las víctimas comenzaron a recibir ayuda.

Uno de los primeros centros para proveer suministros de auxilio de agua y alimento fue la oficina sucursal de la Watch Tower Bible and Tract Society, una agencia usada por los testigos de Jehová. Ésta estaba ubicada a dieciocho manzanas del epicentro del temblor de tierra, en el sector este de Managua. El edificio sufrió solo poco daño. La mayoría de los otros hogares alrededor de él fueron destruidos.

A medida que rayaba el alba fría sobre la ciudad, en la mañana de aquel sábado, los superintendentes de las congregaciones de los testigos de Jehová actuaron de acuerdo y con el mismo propósito. Estaban particularmente interesados en saber cómo estaban sus compañeros Testigos. Visitaron a cada miembro, uno por uno, para ver lo que podía hacerse a fin de asistir a los que necesitaban ayuda médica y ayudar con cualesquier otras necesidades que pudieran tener. Después de esta investigación, se llevó un informe completo a la oficina de sucursal, donde se hizo un avalúo de cuál sería la mejor manera de comenzar el programa de auxilio.

En pocas horas, los informes comenzaron a llegar. Para el mediodía del sábado, quince de las dieciséis congregaciones de Managua habían informado. ¡Sorprendentemente, no habían ocurrido muertes entre los más de 1.000 Testigos de la ciudad! Había magulladuras, cortaduras, arañazos y abrasiones, demasiado numerosos para mencionar, pero ¡ni siquiera un hueso roto! Siete Salones del Reino fueron destruidos, y cuatro más fueron dañados. Por lo menos 80 por ciento de los Testigos perdieron sus hogares.

Inmediatamente comenzaron a hacerse esfuerzos para cuidar de estos Testigos y sus familias. El genuino amor que existe entre el pueblo de Dios ciertamente se puso de manifiesto. Para la tarde del sábado un Testigo llegó con un camión y más de 1.000 litros de agua procedente de una congregación a 26 kilómetros de distancia. Los que estaban en la oficina de la sucursal y sus vecinos fueron grandemente refrescados por esto.

Entonces a las 10 de la noche los primeros dos camiones cargados de suministros llegaron, procedentes de los testigos de Jehová en Liberia, Costa Rica. Poco después, otros dos camiones llegaron procedentes de Testigos en Tegucigalpa, Honduras. ¡Así es que más o menos veinticuatro horas después del desastre había alimento, ropa, medicina, agua y gasolina a la mano! Las fronteras estaban abiertas día y noche. No se necesitaban visados en esta emergencia nacional.

Poco después de las 7 de la mañana del domingo el superintendente de la sucursal de la Sociedad Watch Tower en Costa Rica llegó con más suministros. Representantes de la sucursal en El Salvador trajeron más suministros un poco antes del mediodía del domingo. Trabajadores voluntarios venían en grandes cantidades desde varias congregaciones en Nicaragua también. Rápidamente se les dio asignaciones de separar ropa, empaquetar alimento y despacharlo. Otros se ofrecieron a cocinar comidas sencillas para alimentar a los trabajadores que estaban dedicando tiempo cabal a la obra de auxilio.

Obra de auxilio cobra ímpetu

El domingo, el primer día del programa de auxilio, 578 personas recibieron suficiente alimento para dos días. En la tarde del domingo el superintendente de sucursal celebró una reunión con los Testigos visitantes de Costa Rica, Honduras, y El Salvador. Ellos querían saber: “¿Qué necesitan nuestros hermanos nicaragüenses? ¿Qué podemos hacer para ayudar? ¿Qué suministros debemos comprar?”

Era imposible comprar cosa alguna en Managua. Así es que se hicieron listas de los suministros necesarios y se dieron instrucciones. Para la mañana del lunes comenzaron a llegar los camiones con suministros desde otros lugares, y los camiones continuaron viniendo día y noche. Al fin de dos semanas se decidió que de allí en adelante los suministros se traerían desde Costa Rica, debido a su cercanía y condiciones favorables de mercado. Para el fin de la tercera semana el programa de auxilio de los Testigos había empaquetado y embarcado más de veinte toneladas de alimento, lo suficiente para suministrar 120.000 comidas. Los Testigos en las afueras de Managua habían abierto sus hogares a sus hermanos y hermanas cristianos que necesitaban un lugar en el cual vivir.

De todas partes del mundo los testigos de Jehová han estado enviando regalos para ser usados en ayudar a sus hermanos Testigos de Nicaragua. Y a medida que los suministros se necesitan, la Sociedad Watch Tower ha estado enviando dinero a Costa Rica para comprar estas cosas. Además, debido a la bondadosa cooperación de la Cruz Roja y el programa de AYUDA para Nicaragua de los Estados Unidos, 70 tiendas, 100 catres y 100 frazadas se obtuvieron para los Testigos necesitados. Además, otras 100 frazadas se compraron en Costa Rica.

No sabemos por cuánto tiempo tendrá que continuar nuestro programa de auxilio. Pero el gobierno declaró que será necesario alimentar a un cuarto de millón de personas en Nicaragua por aproximadamente un año.

Un éxodo del día moderno

Durante el sábado, el día del terremoto, a medida que continuaban las operaciones de rescate, la atención de los sobrevivientes también se dirigió a salvar cualesquier efectos personales que no hubieran sido destruidos o enterrados irrecuperablemente. Para esa noche Managua vivía en las calles. La pavorosa noche era fría y amenazadora. Linternas improvisadas de carburo y pequeñas lámparas de kerosene comenzaron a titilar en un débil y patético esfuerzo por aliviar el temor.

Los niños gemían y lloriqueaban suavemente y los perros se acurrucaban cerca de sus amos, agachados por el miedo a medida que la tierra continuaba temblando frecuentemente. Cuando, al fin, después de las que parecieron ser interminables horas sin dormir, el bienvenido sol dominical rasgó con una lanza de luz el miedo de la noche, miles habían llegado a la misma resolución, abandonar esta ciudad llena de horror.

El gobierno estaba emitiendo por la radio mensajes pidiendo la evacuación inmediata, pero había dudas en cuanto a qué sectores tendrían que ser evacuados o cómo se efectuaría la evacuación. Sin embargo, durante un período de tres días aproximadamente 100.000 huían de la ciudad al día en un éxodo sin precedentes que rayaba en la histeria. La transportación estaba muy escasa. Los choferes de camiones privados cobraban de cuatro a cinco veces la cantidad usual.

La desesperación de algunos los llevó al extremo y a medidas egoístas de conseguir transportación. Un hombre que conducía una camioneta explicó: “Había parado para doblar a la derecha. Mientras vigilaba el tráfico, un hombre saltó a la calle con un revólver en la mano y lo metió dentro de la ventana del vehículo que estaba a mi lado, agarrando al hombre con la otra mano.”

Saqueo

Uno de los aspectos más tristes de esta tragedia nacional fue el saqueo que ocurrió. Varios días después del terremoto, grandes muchedumbres comenzaron a reunirse enfrente de los supermercados. Estos estaban bien surtidos debido a la temporada de la Navidad. Guardias armados estaban estacionados alrededor de éstos como medida preventiva contra el saqueo. Pero pronto las muchedumbres se hicieron incontrolables. Según muchos testigos presenciales, los guardias o huyeron o se unieron a ellas en el saqueo. Cinco supermercados fueron completamente saqueados. Hasta las instalaciones de cañería fueron arrancadas de sus bases y transportadas. Más tarde, dos supermercados fueron incendiados.

Se informaron muchos casos aislados de pillaje privado en los hogares. Se dio instrucciones al ejército de disparar a cualquiera que fuera hallado robando. Durante cuatro o cinco noches después del terremoto el sonido del fuego de los rifles resonaba por toda la ciudad durante la larga oscuridad. Muchos fueron los casos en que la gente iba a buscar transportación para mudar sus efectos personales, solo para regresar y hallar que sus hogares habían sido saqueados durante su ausencia.

Un profesor, después de haber desenterrado a su familia de los escombros, encontró a su hijita en condiciones críticas. El techo del garaje se había desplomado sobre su auto. Así es que usó otros medios para llevar a su hija al hospital. Al regresar el día siguiente, después de la muerte de su hija, encontró a ladrones saqueando su hogar. ¡Hasta habían entrado en el garaje, alzado y apuntalado el techo y proseguido a desmantelar todo su auto!

Ánimo ante la catástrofe

El pueblo nicaragüense, por su mayor parte, es de corazón afectuoso y generoso. Han desarrollado sobresaliente ánimo. Las penalidades de la vida no les son algo nuevo. Y esta última ha sido aceptada con ánimo característico.

Un ejemplo que lo representa bien es el de una mujer que huyó de Managua y estaba viviendo en una choza provisional en la plataforma del ferrocarril de Masaya, veinticuatro kilómetros al sur de Managua. Mientras esperaba que su vestido se secara, el único que había podido salvar, le habló a una misionera testigo de Jehová a quien había invitado a entrar. Explicó que veintisiete familias tenían que esperar su turno diariamente para tomar un baño en la cercana estación de gasolina. Con ánimo calmado aceptaba su aprieto.

En una zona a la cual habían huido refugiados, el rocío era tan fuerte que por la mañana las sábanas estaban empapadas y tenían que ser exprimidas y colgadas para secarse, a fin de tenerlas listas para esa noche. Pero, no se oían quejas.

Muchos en Managua, sin tener lugar al cual huir y siendo demasiado pobres para partir, habían permanecido en la desolada ciudad. Los grupos se habían unido para buscar el compañerismo humano, consuelo y protección durante la noche. La mayoría de la gente dormía sobre catres de lona que suministraban poco calor en las frías noches. La condición de los Testigos que aún permanecen allí continúa mejorando.

Tres semanas después del terremoto, se halló a una anciana de setenta años durmiendo en la calle sobre su catre al lado de una cerca. Para protegerse algo de los fríos vientos nocturnos, ella había clavado algunas tablas de contrachapado alrededor de sí. Los Testigos que trabajaban en el programa de auxilio levantaron una tienda para que ella viviera allí. Al verlos levantar la tienda no pudo contenerse y comenzó a llorar. Otros Testigos se sintieron igual cuando recibieron sus tiendas. Muchos habían estado durmiendo sobre el terreno, otros en catres a campo abierto. Verdaderamente parece casi milagroso, en vista de todo lo que ha sucedido, que no se haya informado ninguna muerte entre los testigos de Jehová.

Ayuda espiritual

Cinco días después del terremoto se decidió evacuar la oficina sucursal de la Sociedad Watch Tower y el hogar misional. Fue relocalizada en el campo, a veinte kilómetros al sudeste de Managua. Allí una familia ofreció bondadosamente compartir su espacio de vivienda a fin de que la oficina sucursal y la obra de auxilio pudiera continuar funcionando sin interrupción desde una ubicación central. Aproximadamente 100.000 habitantes de los 404.700 habitantes de Managua han permanecido en la ciudad. Entre los que se han quedado hay muchos Testigos.

La oficina sucursal y el superintendente de circuito de la zona de Managua rápidamente hicieron un horario para visitar y unir en grupos a los Testigos. Las reuniones de congregación fueron establecidas y el ministerio del campo reorganizado. La visita del superintendente del circuito fue programada para un día y medio con cada grupo. De esa manera para el fin de diez días todos los grupos estaban funcionando sin problemas.

La primera visita del superintendente de circuito fue seguida por una segunda visita de dos días. Un día se dedicó al ministerio del campo y el otro a reuniones especiales. Puesto que la ley marcial prevalece, no se celebran reuniones durante la noche. El superintendente de circuito también entregó alimento y ropa en cada visita y dio instrucciones especiales en cuanto a la higiene y los peligros de contaminación. También supervisa la salud de los hermanos desde un punto de vista físico, tomando nota de cualesquier necesidades de hospitalización o de medicinas. Todo esto ha resultado ser una bendición.

Parte de la “señal”

Verdaderamente ésta fue una trágica pesadilla para los cientos de miles de habitantes de Managua. El temor, la angustia y el horror han impulsado a muchas personas a orar a Dios. ¿Persistirán en sus esfuerzos de acercarse a Dios? ¿Creerán en la Biblia... que “habrá grandes terremotos” en este tiempo del fin? Solo el tiempo lo dirá.—Luc. 21:7, 11.

Ya ha comenzado la obra de reconstrucción de edificios, pero ningún hombre puede traer de vuelta a las personas amadas que han muerto. Solo el Creador, Jehová Dios, lo puede hacer. Y tenemos la promesa segura registrada en las Escrituras de que él lo hará.—Juan 5:28, 29.

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