Escogí correr en la carrera por la vida
NACÍ en un pueblito de Eritrea, África, en 1947. Dos años después, cuando mi madre murió, se me confió al cuidado de mi abuelo, el que servía de sacerdote en la Iglesia Ortodoxa.
Al crecer, la religión llegó a ser mi principal interés. Yo, también, deseaba llegar a ser sacerdote. De modo que mi abuelo me puso en una escuela para prepararme.
A menudo le oraba a Dios para que me ayudara a alcanzar mi meta de llegar a ser sacerdote. Pedía una señal que indicara que se oían mis oraciones. Al no recibir ninguna, me desilusioné. Con el tiempo llegué a creer que Dios no existía.
Por eso, en 1960 decidí abandonar la escuela. Después de cuatro días de viajar a pie, llegué a casa. Se pueden imaginar la reacción de mi abuelo. Sin embargo, permanecí firme en mi decisión de no continuar mis estudios para el sacerdocio. Mi atención se dirigió a otra parte.
Carrera como ciclista
Hallé trabajo como mecánico de bicicletas. Esto me llevó a interesarme en el ciclismo. ¿Podría llegar a ser campeón ciclista? Esto vino a ser mi deseo. Sin embargo, ni siquiera podía entrar en una carrera porque no tenía bicicleta; tampoco tenía suficiente dinero para comprarme una. De modo que me determiné a fabricar una.
Con la bicicleta fabricada con mis propias manos, entré en mi primera carrera. No gané. Sin embargo, lo hice tan bien que los entrenadores de un equipo de ciclistas que me vieron me regalaron una bicicleta para que pudiera entrar en la próxima carrera del programa. Poco después tomé parte en una carrera en Asmara, la capital de Eritrea, y gané.
Corrí en Eritrea durante cuatro años, aprovechándome de la ayuda de un entrenador italiano. Fui de victoria en victoria, ganando un total de cuarenta copas y diez medallas. Fue en ese tiempo que empezaron a llamarme “Gigante,” en parte debido a mi estatura y en parte debido a mis victorias. Era más conocido por este apodo que por mi nombre verdadero.
Mi reputación llegó a ser conocida en el extranjero, y se me invitó a tomar parte en carreras de ciclismo en Italia, España, Francia, Yugoslavia, Alemania y México. Gané muchas de ellas. Tan solo en Italia gané treinta copas y veinte medallas.
Aunque había llegado a ser uno de los ciclistas más veloces del mundo, algo andaba mal. No me sentía satisfecho ni feliz. Algo había cambiado en mí. Estaba perdiendo interés en los deportes. Había empezado a comprender que había algo mucho más importante que correr en bicicleta.
Entonces por fin llegó la oportunidad que había estado esperando por años... los juegos panafricanos, una especie de olimpiada africana. Fueron programados para enero de 1973 en Lagos, Nigeria. Mi sueño acariciado había sido participar en una competición internacional de alto nivel como esta. Pero, extraño como parezca ahora realmente no deseaba ir.
No obstante, el gobierno etíope me envió diez telegramas invitándome a representar a Etiopía en los juegos. Finalmente decidí concurrir, pero estaba determinado a abandonar los deportes después que terminaran estos juegos. Tuve mucho éxito en la competición, ganando dos medallas de oro, una en una carrera ciclista entre participantes individuales, y la otra en una carrera contra el reloj. Pero entonces hice claro que era mi determinación abandonar totalmente las carreras.
Las noticias de mi abandono pronto llegaron a oídos del entonces emperador de Etiopía, Haile Selassie. Al oírlas, me ordenó comparecer ante él luego que regresara de Lagos a fines de enero. Nuestra conversación duró alrededor de media hora. Trató de persuadirme a continuar corriendo para mantener en alto el nombre de Etiopía. Me prometió tierras y riquezas. También me ofreció la oportunidad de llegar a ser entrenador de ciclistas. Rehusé.
Posiblemente alguien pregunte qué había influido en mi decisión. ¿Por qué había perdido mi interés consumidor en el ciclismo?
Una carrera más importante
Se debió a que había llegado a apreciar que hay otra clase de carrera que es más satisfactoria y más galardonadora que las competencias ciclistas. Cuando abandoné mis estudios para el sacerdocio allá en 1960, un pariente en Asmara me habló por primera vez de las promesas bíblicas de un nuevo sistema de justicia hecho por Dios. (2 Ped. 3:13) En ese tiempo, no me impresionó mucho esta información, puesto que en la escuela me había desilusionado con la religión. Por otra parte, en ese entonces estaba profundamente interesado en las carreras ciclistas.
Sin embargo, unos diez años después acepte una invitación para estudiar la Biblia con un testigo de Jehová en Etiopía. También empecé a asistir a algunas de sus reuniones cristianas. Posteriormente, cuando viajé a Italia para participar en carreras ciclistas, me puse en contacto con una congregación de testigos de Jehová. De este modo continué asistiendo a las reuniones y estudiando la Biblia, esta vez con creciente interés.
Quedé impresionado por el hecho de que el Dios Todopoderoso realmente se propone crear un nuevo sistema, y que ahora está preparando a un pueblo que sobrevivirá para gozar de bendiciones paradisíacas cuando Él ponga fin a este viejo mundo. (1 Juan 2:17) Empecé a ver la importancia de vivir ahora para ese nuevo sistema, haciendo de él mi meta en la vida y hablando a otros acerca de él. Puesto que estaba muy envuelto en las carreras, me impresionaron de modo especial estas palabras del apóstol cristiano Pablo en 1 Corintios 9:24-27:
“¿No saben ustedes que los corredores en una carrera todos corren, pero solo uno recibe el premio? Corran de tal modo que lo alcancen. Además, todo hombre que toma parte en una competencia ejerce gobierno de sí mismo en todas las cosas. Pues bien, ellos, por supuesto, lo hacen para obtener una corona corruptible, pero nosotros una incorruptible. Por lo tanto, la manera en que estoy corriendo no es incierta . . . para que, después de haber predicado a otros, yo mismo no llegue a ser desaprobado de algún modo.”
En cierto sentido me vi descrito en estas palabras de Pablo. ¡Pero la carrera en que yo estaba no era en la que debía estar! Había estado corriendo por un premio de poco valor... fama mundial y riquezas. Ahora me daba cuenta de que era posible correr la carrera cristiana por el premio de la vida eterna.
Por eso, cuando terminaron los juegos panafricanos, empecé a participar públicamente en predicar a otros respecto al propósito de Dios de introducir un nuevo sistema de justicia. Recuerdo la fecha exacta en que empecé a predicar; fue el 1 de febrero de 1973, unos quince días después de mis dos victorias en los juegos panafricanos.
¡Qué gozo hallo ahora que no uso mi fuerza física en correr por algún premio corruptible que se desvanece, sino en correr en la carrera por el premio de la vida eterna que Jehová Dios dará a todos los que continúan amándolo! (Sant. 1:12)—Contribuido.