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  • Una joven de una sociedad matriarcal escoge servir al Dios verdadero

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  • ¡Despertad! 1975
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¡Despertad! 1975
g75 8/12 págs. 21-24

Una joven de una sociedad matriarcal escoge servir al Dios verdadero

FUI criada en la última aldea junto al río Tapanahoni muy adentro del interior de Surinam. El llegar a la aldea implica viajar por varios días, y a veces semanas, en una lancha a motor fuera de bordo por peligrosos reciales rocosos y a lo largo de rugientes cataratas. Más de veinte aldeas pertenecen a nuestra tribu mis djan.

La nuestra es una sociedad matriarcal. Esto significa que la línea de descendencia se traza por el lado materno de la familia y no por el lado paterno. Por lo tanto, el lado materno tiene mucha más autoridad que el lado paterno. Como resultado, los hermanos de mi madre tenían que ver con mi educación a mayor grado que mi propio padre. De hecho, se me considera como una posesión o pieza de propiedad que pertenece a la familia de mi madre.

La adoración en nuestras aldeas

Cada aldea tiene muchos dioses. Se cree que muchos de estos son antepasados muertos. En la aldea donde nací, la adoración de los ídolos tiene una influencia especialmente fuerte sobre cada aspecto de la vida. El dios principal reside allí.

Los aldeanos creen que la enfermedad y aun la muerte, son causadas por los dioses, y que estos dioses pueden curar la enfermedad y evitar que uno muera. Cuando los dioses menos poderosos no pueden ayudar, los aldeanos finalmente vienen al dios principal para tratar de hallar alivio. Esto es lo que mi madre, que tenía una enfermedad, hizo antes de nacer yo.

Después que fue sanada no pudo volver a su propia aldea; de otro modo, se decía, ella moriría. Esta fue la severa advertencia del dios principal llamado Gran Gado, que era representado por el sacerdote. Este dios realmente mantiene una poderosa influencia sobre la gente. Lo adoran cada mañana. Yo crecí en medio de esa adoración de dioses ídolos.

Adorando al Dios verdadero

Cuando tenía diez años de edad, oí por primera vez acerca del Dios verdadero que hizo los cielos y la Tierra. Un testigo de Jehová vino a nuestra aldea para contarnos acerca del propósito de Dios de establecer un nuevo sistema de cosas para la bendición de la humanidad. El Testigo era un joven de la tribu de mi familia. Había aprendido estas verdades bíblicas cuando vivía en la ciudad de Paramaribo.

La mayoría de los aldeanos se burlaron de él y lo ridiculizaron. Sin embargo, el mensaje me atrajo fuertemente. Conseguí algunos libros de él. Pero puesto que no hay escuelas, nadie en nuestra aldea sabía leer. No obstante, las ilustraciones en los libros me ayudaron a recordar las cosas que el Testigo enseñó. Triste es decirlo, el Testigo solo pudo permanecer una semana. Pero yo estaba decidida a aplicar en mi vida las cosas que había aprendido de la Biblia. Por ejemplo, pude ver claramente que para el Dios verdadero era ofensivo el que las criaturas humanas comieran sangre. (Gén. 9:4; Lev. 17:12; Hech. 15:28, 29) Así es que rehusé comer animales silvestres que no hubieran sido desangrados apropiadamente. Mi madre se me opuso en esto.

Tres años más tarde, en 1962, conocí a un matrimonio de Testigos que fueron asignados a predicar en las zonas junto al río. En ese tiempo yo estaba con uno de mis tíos en una aldea río abajo. Conseguí de los Testigos el libro De paraíso perdido a paraíso recobrado. Cuando mi tío descubrió que esta pareja estaba estudiando la Biblia conmigo, rápidamente me devolvió a mi madre.

Continué estudiando por mí misma las significativas ilustraciones en el libro Paraíso, y así mantuve viva mi fe. Mi madre me llevó ante el jefe de la aldea para que me previniera acerca de esta creencia. Pero esto no me disuadió. Así es que me llevó al jefe principal de nuestra tribu. Sin embargo, él tampoco pudo hacerme dejar de adorar a nuestro Creador, a pesar de amenazas y maltrato físico. Finalmente me llevaron ante su dios y me dijeron que lo adorara. Yo sabía que era un dios impotente, de modo que no me asusté.

De ahí en adelante todos en la aldea comenzaron a presionarme. Oré con todo mi corazón a Jehová pidiendo que me ayudara a soportar esto, y él lo hizo.

Casamiento

Para ahora tenía quince años de edad, pero no tenía edad suficiente, según las costumbres de la tribu, para vivir con un hombre. Sin embargo, vino un hombre para pedir el consentimiento de mi madre para darme en matrimonio a su hijo. Mi madre accedió.

Conocí a mi esposo futuro, quien entonces trabajaba en la ciudad de Paramaribo, y le dije que estaba aprendiendo acerca del Dios verdadero Jehová, y que no dejaría de servir a Dios aun si llegara a ser su esposa. ¡Qué feliz me sentí cuando me dijo que él también estaba estudiando la Biblia con los testigos de Jehová en la ciudad, y que hasta asistía a sus reuniones!

Después de dos años fui dada a este hombre como su esposa. Nos llevaron delante de los dioses y nos bañaron con cerveza y una variedad de hojas. Hicieron oraciones por nosotros, en las que pidieron a nuestros antepasados que nos protegieran y apoyaran, y que tuviéramos una vida feliz juntos. No me agradó el someterme a estas ceremonias religiosas. Pero, en ese tiempo, me parecía que era el único modo en que mi familia me permitiría ir a la ciudad.

Obstáculos en la ciudad

¡Qué desilusión me esperaba allí! ¡Mi esposo me había engañado! Había dicho que estaba estudiando la Biblia con los testigos de Jehová solo para que yo llegara a ser su esposa. Mi suegro, que vivía en el mismo predio, pasó por nuestra casa para advertirme que no debía permitir en nuestra casa a ninguno de los testigos de Jehová, de otro modo se me enviaría de nuevo a nuestra aldea.

Sin embargo, las amenazas no quebraron mi determinación de servir al Dios verdadero. Después de un tiempo me puse en comunicación con mi cuñada, quien había llegado a ser testigo de Jehová. Ella dio mi dirección a la Testigo que originalmente me había dado el libro Paraíso, y ella vino a estudiar conmigo, pero usando estrategia. Entraba en mi casa por el jardín de atrás para que mis suegros no lo notaran. Mi esposo trabajaba dos o tres meses seguidos en la selva, así es que ella podía estudiar conmigo con regularidad.

Cuando mi esposo volvía a la ciudad visitaba a otras mujeres. Gastaba gran parte de su dinero en ellas. Además, me contagió una enfermedad venérea. Yo no sabía nada de esa enfermedad, así es que alcanzó un estado avanzado. Con el tiempo tuve una operación, y entonces fui a la casa de mi cuñada para recuperarme.

Estando con mi cuñada pude asistir a una asamblea de circuito de tres días de los testigos de Jehová. Aquí pude ver lo que durante todos estos años solo había oído... un pueblo que verdaderamente se ama y sirve celosamente a Jehová Dios. ¡Cómo desbordó mi corazón de felicidad por estar con ellos!

Tres semanas más tarde mi suegro regresó de la selva, y me prohibió asociarme con los testigos de Jehová. Sin embargo, decidí obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres, de modo que seguí estudiando la Biblia y asistiendo a las reuniones. (Hech. 5:29) Pero entonces mi suegro me dijo que al día siguiente iba a llevarme en avión de regreso a mi aldea. ¿Qué podía hacer yo ahora?

Temprano a la mañana siguiente, mientras empacaba unas cuantas pertenencias, mi suegro seguía cada movimiento mío. Traté de razonar con él, sugiriéndole que postergara el viaje debido a que todavía estaba bajo atención médica. Pero rehusó escucharme.

Alquiló un taxi para que nos llevara al aeropuerto. Al salir a la calle, traté de escapar. Sin embargo, él me alcanzó, y durante el forcejeo, ambos caímos en una zanja de agua enlodada. La conmoción despertó a mi cuñado que salió y ayudó a ponerme en el taxi.

Al llegar al aeropuerto, comencé a gritar. La gente vino corriendo, preguntando qué pasaba. Dije que me estaban llevando por la fuerza al interior donde no había médicos. Y les mostré la tarjeta de mi médico, que indicaba que todavía estaba bajo tratamiento.

Los espectadores telefonearon a la policía. Mientras tanto, mi suegro me había llevado hasta la aeroanave, pero el piloto rehusó dejarme entrar porque se dio cuenta de que algo andaba mal. Mi suegro entonces pagó un taxi para alejarme del aeropuerto, y él se fue en el avión porque temía tener dificultad con la policía.

Más bien que dejar que el conductor del taxi me llevara a casa, hice que me condujera a la residencia de un testigo de Jehová, donde me atendieron. Mientras tanto la familia de mi esposo comenzó a buscarme. Mi tío alquiló un autobús, y con hombres armados con palos sitiaron la casa donde yo estaba. Pero mientras subieron las escaleras para conseguir mis pertenencias, yo escapé.

Afortunadamente, casi al momento de salir, un policía ofreció llevarme a la estación de policía más cercana. Mi tío vino a la estación para llevarme a casa. Sin embargo, cuando la policía oyó lo que estaba sucediendo, ordenaron que me devolvieran mis pertenencias personales y dejaran de molestarme, ya que yo tenía edad suficiente para decidir dónde quería vivir. Los Testigos entonces me llevaron a una dirección diferente para impedir otro intento de secuestro.

Un esfuerzo final

Poco después mi esposo regresó a la ciudad y se enteró del sitio donde estaba. ¿Qué debería yo hacer ahora?

Tomé mi decisión. Cuando vino, le hice saber que nuestra relación había terminado. Surinam no reconoce como legales los casamientos tribuales, de modo que según la ley del gobierno realmente no estábamos casados. Le dije a mi esposo que él y su familia tenían que dejarme en paz porque yo deseaba servir al Dios Todopoderoso. Yo sabía que las costumbres de nuestra tribu requerían que él o su familia me devolvieran a mi familia si rompíamos nuestra relación. Pero le dije que le informara a mi familia que yo no quería regresar, y que no quería las cosas que le había dado mi familia. Accedió a la disolución de nuestra relación en esos términos.

Después de unos cuantos meses recuperé mi salud. Ya había dedicado mi vida a servir a Jehová Dios, de modo que me bauticé. Sin embargo, se presentaron más problemas.

Mi familia insistía en que mis anteriores parientes políticos me devolvieran, de otro modo una joven de la familia de ellos sería retenida como rehén. Fue tan grande la presión de mi familia que toda una delegación de mis parientes políticos anteriores vino a la ciudad para llevarme devuelta.

Se comunicaron con el superintendente presidente de la congregación donde yo asistía a las reuniones, pidiendo que cooperara para que se me hiciera volver a la aldea. Se concertó una cita para hablar conmigo concerniente al asunto en el Salón del Reino. Sin embargo, mis parientes políticos anteriores no se atuvieron al acuerdo, porque en vez de venir una sola persona, según lo prometido, vinieron seis.

La reunión de la congregación acababa de concluir. El propósito de los hombres era evidente. ¡Me iban a llevar por la fuerza! Mi suegro anterior corrió hacia mí, y con la ayuda de los otros me arrastró de allí, aunque yo estaba luchando con todas mis fuerzas en contra de ellos. El superintendente aconsejó que ninguno de los Testigos participara en la lucha, y esto fue prudente porque mi anterior esposo estaba armado con un revolver. Mientras tanto un Testigo había corrido en busca de la policía, pero antes que llegaran los policías, me habían empujado dentro de un auto y se habían ido.

Me llevaron a la casa de mi esposo anterior, y apostaron una guardia de unas veinticinco personas. ¡Desde adentro grité por ayuda, y esta vino! La policía llegó y mi esposo anterior fue llevado a la estación de policía. Refuerzos policiales fueron enviados a la casa, obligando a la guardia a soltarme, y yo también fui llevada a la estación de policía.

Después de escuchar mi relato, la policía me permitió regresar a donde estaba viviendo. El jefe de nuestra aldea, quien también había venido a la ciudad, fue al jefe de policía exigiendo que se me hiciera volver a mi madre. Sin embargo, se le advirtió que ni él ni otra persona deberían causarme más molestia, de otro modo serían encarcelados inmediatamente. Esto lo asustó, y les dijo a los otros miembros de la tribu que si mi familia me quería, quedaba con ella venir a llevarme.

El inspector de policía le dijo al jefe de nuestra aldea: “Si esta mujer está estudiando con los testigos de Jehová no tienen razón para preocuparse. Conozco a los testigos de Jehová. No roban, no cometen inmoralidad, ni son borrachos. Ellos la cuidarán bien.”

Progreso espiritual

Los Testigos me han ayudado y animado inmensamente, tanto espiritual como físicamente. Quizás debido a mis experiencias terribles, de vez en cuando todavía tengo problemas de salud. Por el momento me hallo de nuevo en buena salud y, gracias a Jehová, puedo participar en la obra de predicar.

Me siento especialmente feliz de que he aprendido a leer, como lo han hecho muchos otros nativos de la selva, en la escuela especial organizada por la congregación local de los testigos de Jehová. ¡Qué placer es ahora leer de la Biblia en los hogares de las personas y así dirigir su atención a las magníficas promesas de nuestro Dios amoroso, Jehová! (Sal. 37:9-11; Rev. 21:3, 4) ¡Verdaderamente es un privilegio conocerlo y servirle! Mi esperanza es que algún día tenga la oportunidad de ayudar a mi madre y también a otros parientes a aprender acerca del Dios verdadero, Jehová. (Jer. 10:10-12)—Contribuido.

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