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¡Despertad! 1976
g76 8/3 págs. 3-4

Oraciones que Dios contesta

UN MÉDICO de treinta y nueve años de edad, después de someterse a una operación quirúrgica exploratoria, supo que tenía una forma rara de cáncer. Trató desesperadamente de seguir viviendo. No dejó de explorar ningún ramo en el campo de la medicina. Hasta buscó milagros. Varios clérigos profesionales y laicos lo visitaban con regularidad y uno de éstos oró para que pudiera sanarse. Pero este médico murió, dejando su esposa y dos hijitos.

En vista de casos de esta naturaleza y otros, quizás uno se pregunte por qué parece que muchas oraciones, aunque se ofrezcan con gran fervor, no reciben respuesta. ¿Realmente contesta Dios las oraciones?

Considere esta ilustración usada por Jesucristo: “¿Quién es el hombre entre ustedes a quien su hijo pide pan,... no le dará una piedra, ¿verdad? O, quizás, le pida un pescado,... no le dará una serpiente, ¿verdad? Por lo tanto, si ustedes, aunque son inicuos, saben dar buenos dones a sus hijos, ¿con cuánta más razón dará su Padre que está en los cielos cosas buenas a los que le piden?”—Mat. 7:9-11.

Pero, ¿generalmente les da un padre humano a sus hijos todas las cosas sin excepción que le piden? ¿Qué pasa si los hijos son exigentes, aun arrogantes, al pedir cosas? ¿Qué pasa si han deshonrado a la familia por mala conducta, o sus pedidos son irrazonables, egoístas, o van en contra de las normas de su padre? Si alguno de estos factores u otros semejantes figuran en el asunto, probablemente el padre rehusará los pedidos de sus hijos. En principio, esto también es verdad con respecto al Padre celestial, Jehová Dios.

Las personas que desean que Dios las oiga tienen que acercarse a Él con verdadera humildad, haciéndolo por medio de su Hijo Jesucristo. El que éste es ahora el único medio de acercarse lo hacen patente las siguientes palabras de Jesús a sus discípulos: “Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre, esto lo haré, para que el Padre sea glorificado con respecto al Hijo.” “Nadie viene al Padre sino por mí.”—Juan 14:13, 6.

Además, el individuo que le ore a Dios tiene que hacerlo por motivos correctos. No puede estar practicando lo que Dios condena y esperar recibir la ayuda y el favor de Dios.—Isa. 1:15-17.

Otro requisito vital para que nos oiga Dios es que oremos en armonía con su voluntad. Jesucristo mismo dijo: “Que no se efectúe mi voluntad, sino la tuya.” (Luc. 22:42) Igual que Jesús, la persona que tiene una posición aprobada ante Dios y ora en armonía con Su voluntad puede estar segura de que su oración será contestada. Al escribir a compañeros cristianos, el apóstol Juan hizo notar: “Esta es la confianza que tenemos para con él, que, no importa qué sea lo que pidamos conforme a su voluntad, él nos oye.”—1 Juan 5:14.

Una razón por la cual muchas oraciones, incluso las que piden curación milagrosa, no reciben respuesta es que no están en armonía con lo que es la voluntad de Dios en ese tiempo. Pero alguien pudiera objetar y señalar que la Biblia menciona personas que experimentaron curas milagrosas. Esto es cierto. Sin embargo, un examen del registro acerca de esos milagros indica que tuvieron un propósito especial. A menudo los milagros sirvieron como prueba de que los que tenían el poder para ejecutarlos contaban con el respaldo de Dios.

Cuando en el siglo primero de la E.C. empezó la congregación cristiana, los milagros formaban parte de la evidencia de que Dios aprobaba esa congregación y ya no estaba usando a los israelitas naturales como el pueblo exclusivo que llevaba su nombre. Los que reconocieron este hecho abrazaron el cristianismo. En Lida, por ejemplo, el apóstol Pedro curó al paralítico Eneas. En cuanto al efecto de esta cura milagrosa, la Biblia informa: “Lo vieron todos los que habitaban en Lida y en el llano de Sarón, y éstos se volvieron al Señor.”—Hech. 9:35.

Los que recibieron el poder para ejecutar esos milagros no se valieron de medios milagrosos para aliviar sus propias dolencias ni las de sus compañeros creyentes.—1 Tim. 5:23.

Los cristianos del primer siglo, evidentemente, reconocieron que no era la voluntad de Dios el que ellos buscaran curas milagrosas para sí mismos. Si ése hubiera sido el caso, los cristianos podrían haber prolongado indefinidamente su vida. Siempre que alguno de entre ellos enfermara, simplemente pudieran haber orado para que recuperara la salud. Ni siquiera la muerte hubiera sido un obstáculo que les impidiera continuar viviendo indefinidamente en la Tierra. Así como el apóstol Pedro recibió poder para levantar a Dorcas de entre los muertos, del mismo modo pudiera haber orado para que otros cristianos fueran restaurados a la vida. Entonces, siempre que muriera un cristiano, Pedro y otros pudieran haber orado para que esa persona fuera resucitada vez tras vez.

Sin embargo, la Biblia muestra que el reino de mil años de Jesucristo es el medio que tiene Dios para poner fin a la enfermedad, la vejez y la muerte. (Rev. 20:6; 21:4) A pesar de los argumentos que se presenten hoy acerca de las curaciones milagrosas, éste no es actualmente el modo de Dios para restaurar la salud a la gente. Nadie hoy puede mantenerse en salud perfecta. Hasta los que dicen que han sido curados milagrosamente vuelven a enfermarse, siguen envejeciendo y con el tiempo mueren.

No obstante, la oración puede lograr mucho en la actualidad. Cientos de miles de personas pueden dar testimonio del hecho de que Dios ha contestado sus oraciones. En tiempos de adversidad ha sustentado a los que le oran. Por medio de su espíritu, les ha dado la sabiduría y el aguante necesarios para que puedan hacerles frente a los problemas y pruebas. Han experimentado, en su propio caso, el cumplimiento de lo que escribió el discípulo Santiago: “Si alguno de ustedes tiene deficiencia en cuanto a sabiduría, que siga pidiéndole a Dios, porque él da generosamente a todos y sin reconvenir.” (Sant. 1:5) Cuando han estado enfermos, los siervos de Dios han sido fortalecidos para mantener un punto de vista equilibrado. Ha sido como hizo notar el salmista respecto a uno que está enfermo: “Jehová mismo lo sustentará sobre un diván de enfermedad.”—Sal. 41:3.

Si usted desea que sus oraciones sean contestadas, dé pasos para asegurarse de que tenga una posición aceptable ante Dios y de que sus peticiones estén en armonía con Su voluntad. Esto requiere que uno tenga conocimiento exacto de la Palabra de Dios, la Biblia, y que lo aplique a su vida. Si usted no está estudiando la Biblia en la actualidad, lo alentamos a que lo haga. Los testigos cristianos de Jehová de su zona tendrán gusto en ayudarle en cuanto a esto. ¿Por qué no se entera personalmente de las grandiosas bendiciones que vienen de orar en completa armonía con la voluntad de Dios revelada en la Biblia?

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