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  • Cantar, un modo de vivir para mí

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  • Cantar, un modo de vivir para mí
  • ¡Despertad! 1976
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  • Condición de profesional
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¡Despertad! 1976
g76 22/8 págs. 12-15

Cantar, un modo de vivir para mí

ME SENTÍA feliz, excitada y muy nerviosa. Había llegado la hora para mi concierto en una galería nacional de arte en Europa oriental. Todos los artistas experimentan nerviosidad ante la iniciación de una presentación, aun los que son veteranos en la profesión, y este sentimiento no era nada nuevo para mí. Entonces, ¿por qué me sentía tan excitada y feliz? Por primera vez mi hijo, un consumado pianista, sería mi acompañante, y deseábamos hacerlo muy bien.

A la hora señalada estábamos en el escenario, y un director de la galería nos presentó a mí y a mi hijo. A través de las candilejas pude ver claramente los rostros del auditorio en la bien iluminada sala. Entre los concurrentes había profesores asociados con la galería y otras personas con considerable conocimiento de la música. Entendían alemán, la lengua en la que iba a cantar, y por eso podían seguir tanto la letra como la música. Todos nos estaban brindando plena atención.

Comencé con selecciones de Brahms y entonces canté algo de Schubert y Mozart. Mi hijo y yo estábamos actuando como uno. En unos cuantos minutos se desvaneció la nerviosidad a medida que me sobrevino ese sentimiento interior de haber establecido contacto con el auditorio. Después de cada ejecución había entusiastas aplausos. Al final del concierto hubo mayor aplauso y repeticiones. Detrás del telón, los visitantes nos brindaron muchas expresiones de felicitaciones.

Ese concierto tuvo lugar hace diez años, sin embargo permanece como un punto sobresaliente en mi carrera de quince años como cantante de profesión. Un concierto más reciente en Washington, D.C., en julio de 1971, también es un recuerdo agradable. Aquí, como en otros lugares, hallé que los aficionados de la música disfrutan de ella y de la habilidad del cantante de interpretarla apropiadamente, aunque no entiendan el lenguaje en el que se cante.

Como soprano lírica, me especializo en cantar selecciones clásicas y de ópera ligera. Esto exige mucho de la voz y requiere mucha habilidad técnica y muchos años de preparación. Sin embargo, ha sido mi modo de vivir y me ha traído felicidad y placer.

Pasé mi niñez temprana en el sur de Alemania, cerca de la ciudad de Estrasburgo, Francia. Remontándome hasta donde puedo recordar, me ha encantado cantar. De niña siempre estaba cantando. Mi madre comprendió que yo tenía una buena voz natural y me estimuló. Lo mismo hicieron mis amigos. Para cuando tuve doce años de edad estaba cantando en el colegio y en el coro de la iglesia. Además, disfrutaba de desempeñar un papel en que pudiera cantar en los programas de la escuela y en las representaciones de Navidad.

Entrenamiento extenso

Madama Mischkin de la Ópera de París fue mi primera profesora. En 1946 comencé a viajar a Estrasburgo dos veces por semana, y seguí haciéndolo por un año y medio, para estudiar bajo su dirección. Nosotros los estudiantes tuvimos que aprender muchas cosas nuevas, siendo la más importante de ellas cómo respirar apropiadamente. Tuvimos que aprender a respirar desde el diafragma para poder controlar nuestro abastecimiento de aire y usarlo del mejor modo para producir notas musicales.

Madama Mischkin nos recordaba lo bien que un perro que va trotando por el camino coordina su respiración con sus movimientos, respirando desde su diafragma. Se nos hizo muy difícil dominar esto. Pensábamos que lo habíamos logrado, solo para comprender más tarde que todavía no habíamos adquirido el pleno control de nuestra respiración. El control apropiado le permite a uno cantar toda clase de cantos, tal como el staccato: “¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!” Para que uno perfeccione la técnica de su voz cantante requiere de dos a tres años de práctica.

Recibimos muchas lecciones de cantar con acompañamiento de piano para aprender a usar lo que llamamos “voz de cabeza.” Es la voz que las personas usan normalmente, pero que a veces parece venir de la parte posterior de la cabeza o de la nariz más bien que de la boca. Cuando esta voz de cabeza está entrenada apropiadamente, le da a la voz poder de transmitirse de modo que se pueda oír cómodamente en grandes salas de concierto y ópera, sin amplificación. A medida que progresábamos, se nos daban asignaciones para cantar en la casa de madama Mischkin ante los invitados. Esto nos dio experiencia y confianza.

Tuvimos que aprender a cantar en toda posición: parados, sentados, inclinados, aun recostados. En una ópera la heroína moribunda canta su aria final mientras yace en el escenario.

En 1948 comencé a estudiar con el profesor Salvatore Salvati en el Conservatorio Mannheim en Alemania. Este fue entrenamiento de un nivel superior. Se prestaba atención especial para determinar si podíamos reconocer las notas o no. Esto es muy importante al cantar. Yo tenía un “oído” para la música, de modo que se me hacía fácil oír una composición y aprender la melodía o música. Tenía que esforzarme más para aprender la letra.

Durante el año y medio de estudiar con el profesor Salvati, progresé más. Para mejorar en cuanto a técnica y contacto con el auditorio, a menudo cantaba para amigos y condiscípulos en el salón de actos de la escuela. Entonces comencé a hacer presentaciones en público.

En 1951 me casé. Mi esposo, también, apreciaba la música y las cualidades de mi voz. Así es que me animó a continuar mi canto y a procurar entrenamiento más adelantado con miras a llegar a ser una cantante de profesión. Yo estaba ansiosa de hacerlo, y pronto me hallé luchando para modelar las habilidades naturales de mi voz en las de una ejecutante entrenada.

Condición de profesional

El profesor Hans Emge, que enseñaba en Colonia, Düsseldorf y Karlsruhe, fue mi siguiente instructor. Él me ayudó a lograr la condición de profesional. Me enseñó a escuchar y analizar mi propia voz mientras cantaba. Aprendí a cantar forte y pianissimo, muy fuerte y muy suave.

Forte no es muy difícil para el cantante con técnica, pero el pianissimo es verdaderamente difícil. Uno tiene que poder cantar muy suavemente y sin embargo tener resonancia para que la voz todavía pueda oírse por todo el auditorio. Para conseguir esta habilidad nuestros ejercicios se hicieron más complicados y difíciles.

De las selecciones que cantábamos, las de Mozart estaban entre las más exigentes. Cualquiera que puede cantar Mozart bien, ha logrado lo máximo en habilidad de cantante. Hubo un tiempo en que pensé que nunca lo lograría. Pero seguí esforzándome. Aun cuando no podía estar personalmente bajo la observación del profesor Emge, hacía grabaciones y se las enviaba para que las criticara e hiciera sugerencias. Finalmente, después de aproximadamente seis años, obtuve mi diploma.

Estudié otros tres años en Europa oriental. Esto puso los toques finales a mi control vocal y a la técnica general del canto. Un compositor rumano maravillosamente dotado me dio ejercicios dramáticos extremadamente difíciles para que pudiera obtener lo máximo de mi voz. Siempre me había dedicado a canto lírico, pero ahora estaba aprendiendo canto dramático. Estos ejercicios requerían que cantara arias dramáticas como la Condesa de Fígaro y selecciones de Verdi. El profesor me hacía cantar estos ejercicios hasta que él quedara satisfecho. Finalmente adquirí reconocimiento profesional como soprano lírica, dramática, y recibí un certificado como capacitada profesora de la voz.

Mi carrera de cantante

Durante mis años de aprendizaje y de canto profesional, el trabajo de mi esposo requería que nos mudáramos frecuentemente de país en país. Rara vez estuvimos más de tres años en un país. No me uní a ningún grupo de ópera ni firmé contratos por largos períodos, sino que me concentré en los conciertos donde por lo general era la única cantante. Puesto que no estaba interesada en adquirir riquezas, la mayoría de mis conciertos públicos eran para propósitos de beneficencia. Se entregaba el precio de las entradas a las organizaciones caritativas, y me daba mucha satisfacción poder ayudar a alguna causa digna.

Aunque era protestante, tenía poco interés en la iglesia o en la religión. No sabía mucho acerca de la Biblia, sin embargo en cierto sentido me sentía cerca de Dios debido a la influencia de mi madre y mi música. Las composiciones en que me especializaba eran de hombres con fuertes sentimientos religiosos. Por ellos supe que el nombre de Dios es Jehová. Por ejemplo, Franz Schubert compuso una canción intitulada “Jehová es magnífico.” Schumann también usó el nombre de Jehová en “Belsazar,” lo mismo que lo hizo Stradella en “Pietà, Signore!” Yo cantaba estas canciones y por eso siquiera tenía esta información acerca de Dios.

La vida fue agradable para mí, aunque sí observaba con preocupación la pobreza y la vida difícil de muchos, especialmente cuando vivimos en África. Pero había otra cosa que me perturbaba mucho. Sencillamente no me parecía justo que la muerte le pusiera fin para siempre a nuestra vida en la Tierra. Yo disfrutaba muchísimo de vivir con mis amistades y familia, y se me hacía injusto que se nos privara tan pronto de estas cosas.

Aparece una vida mejor

Sabía muy poco acerca de los testigos de Jehová, aunque había oído hablar de ellos mientras vivía en Alemania. Entonces un día en 1960, cuando vivía en Ceilán, ahora llamada Sri Lanka, los Testigos me visitaron en mi hogar. Aunque mi inglés entonces era muy limitado, me gustó lo que decían. Me explicaron que no era preciso que la muerte significara el fin de nuestras perspectivas terrestres porque el propósito inmutable de Dios es que los seres humanos vivan para siempre en un paraíso terrenal.

¡Esta idea verdaderamente me atrajo! Parecía tan razonable que Jehová Dios se propusiera que la Tierra fuera habitada por criaturas humanas justas, pues ¿no dice la Biblia que Dios creó a la primera pareja humana perfecta y la puso en un paraíso terrestre? ¡Cuán feliz me sentí cuando los Testigos me dijeron que ese paraíso sería restaurado! Para verificar esto, me leyeron del libro bíblico de Revelación, el capítulo 21, los versículos 3 y 4, que dice:

“Oí una voz fuerte desde el trono decir: ‘¡Mira! La tienda de Dios está con la humanidad, y él residirá con ellos, y ellos serán sus pueblos. Y Dios mismo estará con ellos. Y él limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado.’”

¡Seguramente esto es muy claro! ¡Indica que aquí mismo en la Tierra, donde se han derramado incontables millones de lágrimas debido a la enfermedad o la muerte de los seres queridos, estas cosas lamentables serán eliminadas! Mi corazón se regocijó al saber que la Biblia contiene la promesa de vida eterna en la Tierra, como dice el Salmo 37:29: “Los justos mismos poseerán la tierra, y residirán para siempre sobre ella.” Con el tiempo, creció mi esperanza de que yo podía ser una de los que podrían residir para siempre en una Tierra paradisíaca.

Finalmente, viviendo para el nuevo sistema de Dios

Joyce, la Testigo que me había visitado, empezó a estudiar conmigo usando la ayuda bíblica intitulada “De paraíso perdido a paraíso recobrado.” Cuando mi esposo mostró interés, el esposo de Joyce vino con ella. Tanto mi esposo como yo quedamos muy impresionados con el celo y la sinceridad de estos Testigos. Usaban una motocicleta liviana para hacer su obra, y ni siquiera la época del monzón con sus lluvias torrenciales los detenía. Progresamos en nuestros estudios, pero entonces tuvimos que irnos porque mi esposo fue trasladado a Noruega.

Aquí localicé a los testigos de Jehová por medio de buscar en la guía telefónica. Pero de nuevo tuvimos el problema del idioma, así es que concurrimos a una universidad por tres meses y aprendimos a leer y hablar noruego. Una vez más nos familiarizamos con una excelente pareja de Testigos que me venían a buscar para llevarme a las reuniones, algunas veces en temperaturas de 34,4 grados bajo cero. Sin embargo, mi esposo, estando tan envuelto en su trabajo, no nos acompañaba, y hasta trataba de disuadirme.

Su actitud empezó a afectarme. Además, llegué a interesarme excesivamente en mi carrera, disfrutando de las experiencias estimuladoras de viajar a muchos países y dar conciertos en las capitales del mundo, incluso Washington, D.C., Addis-Abeba, Colombo, Oslo y así por el estilo. Así es que por muchos años tuve poco contacto con los testigos de Jehová. No obstante durante ese tiempo aquellas promesas bíblicas acerca de una vida mejor en el nuevo orden de Dios permanecieron en mi mente.

Con el tiempo, en 1970, nos mudamos a los Estados Unidos, y me hice amiga de una señora que hablaba alemán con facilidad. Alrededor de este tiempo ella hizo arreglos para estudiar la Biblia con los testigos de Jehová, y yo participé en el estudio. Así es que de nuevo comencé a ir a las reuniones de los Testigos, en Kensington, Maryland.

Ahora comprendí que si yo verdaderamente quería vivir en el nuevo sistema de Dios, tendría que probarlo poniendo el servicio de Dios en el lugar de primera importancia en mi vida, aun antes que mi interés por cantar. Comencé a hacer esto. Los ancianos cristianos me dieron buen consejo acerca de ejercer cuidado al escoger las canciones que preparaba para los conciertos futuros. Dejé de cantar canciones que contenían enseñanzas de la religión falsa, o que eran nacionalistas. Finalmente, en febrero de 1973 fui bautizada por los testigos de Jehová en símbolo de mi dedicación para servir a Jehová Dios.

En junio de 1973 mi esposo y yo nos mudamos a Trinidad y, junto con casi 3.000 Testigos cristianos aquí, he persistido en el servicio de Jehová. Con plena confianza en Sus promesas, me deleito en pensar que podré seguir en el servicio de Dios para siempre. Y mi sincera esperanza es que tanto mi esposo como mi hijo con el tiempo aprecien la verdad de la Biblia a tal grado que ellos, también, se dediquen a servir a nuestro Creador amoroso.—Contribuido.

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