Conferencia sobre la habitación... ¿una esperanza para la humanidad?
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en el Canadá
LA PALABRA “habitación” significa un sitio donde se habita, una morada, el lugar donde vivimos. De modo general, el planeta Tierra es la morada u “hogar” de la humanidad, y de modo específico lo es la ciudad o aldea y la casa en que habita la persona.
Hoy día, el hogar de la humanidad está en malas condiciones y está empeorando. Algunos dicen que la supervivencia de la familia humana está en peligro. A eso se debe que las Naciones Unidas convocaran una conferencia sobre la habitación a mediados de 1976 en Vancouver, Canadá.
En la conferencia Barbara Ward, docta en asuntos del ambiente, dijo: “El mundo es una nave y todos somos pasajeros de tercera clase.” Dio énfasis a la seriedad de la condición en que se halla la Tierra como hogar del hombre al referirse a las condiciones inferiores en que se vive como “pasajeros de tercera clase.” En los trasatlánticos, los pasajeros de tercera clase pagan el precio más bajo y hacen el viaje en el peor alojamiento.
Muchos se refirieron a la conferencia como el punto de viraje para las Naciones Unidas. ¿Por qué? Porque les parecía que el éxito o fracaso de la conferencia determinaría si las Naciones Unidas tenían solución alguna relacionada con los problemas globales.
Las metas
Los que planearon la conferencia trataron de concentrar la atención en los problemas crecientes de la habitación urbana. Hace como cien años, solo había once ciudades en el mundo cuya población alcanzaba un millón. Pero se predice que para 1985 habrá 273 ciudades de ese tamaño, 147 de ellas en los países menos desarrollados.
Si la situación sigue en la misma dirección que lleva ahora, para el año 2000 realmente habrá más personas viviendo en las ciudades que en las secciones rurales en un mundo de entre seis y siete mil millones de habitantes. Este alarmante cambio en la habitación humana hace surgir muchos problemas gigantescos.
Por ejemplo, piense en los buenos terrenos agrícolas que serán absorbidos para satisfacer las demandas insaciables de las ciudades crecientes... habrá más y más gente, pero cada vez menos terreno en que producir el alimento que necesitarán. Piense, también, en la tremenda inflación de los valores del terreno a medida que el buen terreno escasee. El modo de deshacerse de los desperdicios humanos higiénicamente y de seguir suministrando suficiente agua limpia constituyen otros dos problemas cuya gravedad aumenta.
Piense también en las naciones que están en desarrollo. La gran mayoría de la gente pobre del mundo vive en unos cuantos países no industriales, ya sea en aldeas rurales o en barrios de chozas que los residentes mismos han levantado en las secciones urbanas que se han apropiado. ¿Será posible inducir a la gente privilegiada de la Tierra a ayudar a los indígenas? La solución de problemas como éstos estaba incluida en las metas de la conferencia.
Fue en este último sentido que se propuso que la conferencia fuera diferente de las otras cinco conferencias globales celebradas durante los pasados diez años bajo el auspicio de las Naciones Unidas. Estaba orientada firmemente hacia el resolver los problemas, más bien que simplemente definirlos. Además, esta conferencia fue la más grande y la más representativa de todas las que se habían celebrado. Los equipos de delegados de unas 140 naciones se reunieron en Vancouver.
Semanas antes que llegaran los delegados, los periódicos de Vancouver estaban llenos de habla acerca de la conferencia. En las calles había señales y carteles que despertaban el apetito para el ‘banquete’ venidero. Banderas y pendones ondeaban de los postes de calle y de los faroles. Reinaba un ambiente de optimismo.
Pero también había mucho escepticismo acerca de la conferencia. Un cantor folklórico, al tocar las cuerdas de su guitarra, cantaba: ‘Me pregunto lo que quieren decir por todo lo que profieren, habla-habla, habla-habla-habla.’ Su punto de vista expresó los sentimientos de muchos.
Se celebró la conferencia principal en el teatro Queen Elizabeth de Vancouver. La conferencia se inició sobre una nota de idealismo y esperanza. En el discurso de apertura Trudeau, el primer ministro del Canadá, dijo que la humanidad había entrado en una “época de una comunidad vitalmente interesada en la supervivencia de la especie.” Instó al mundo a que trabajara hacia una “conspiración de amor.”
Se dieron otros pasos esperanzados durante la semana. Se adoptaron resoluciones que exigían acción contra los siguientes problemas:
(1) El aumento de barrios bajos y poblados de casuchas.
(2) El éxodo insalubre de gente de los campos a las ciudades.
(3) Las ganancias excesivas de los especuladores en bienes raíces.
Entre los otros asuntos que también fueron aprobados estuvo el exigir agua pura para todo el mundo para 1990, el controlar la conversión de terreno agrícola en uso urbano, el incitar a idear nuevos medios de conservar energía y de desarrollar nuevas formas de energía, el estimular a las mujeres a participar a mayor grado en las actividades nacionales, y el instar a que haya mayor participación pública en tomar decisiones.
Cuestión explosiva
Sin embargo se hicieron discernibles indicios de que no habría de esperarse que continuara la buena voluntad y cooperación. Estos indicios estaban relacionados con la Declaración de Principios crucial preparada por un comité y para la cual se esperaba aceptación unánime. Esta declaración incluía una indicación de la actitud de las naciones para con tales asuntos como la discriminación racial.
Más temprano durante ese año las Naciones Unidas habían aprobado una resolución que condenaba el sionismo como una forma de racismo y discriminación racial. Se temía que esta cuestión desbaratara la armonía de la conferencia. En realidad, los titulares periodísticos advertían que amenazaba tempestad. Un diario dijo: “El Canadá espera que Conferencia arrincone cuestión sionista.” Otro declaró: “Israelíes en Conferencia esperan plan de acción de buen sentido.”
No obstante, la cuestión del sionismo inició una tempestad política que amenazaba con causar el naufragio de la nave “Conferencia.” Tan temprano como el Día 4 de la conferencia, veintenas de delegados del “Tercer Mundo” salieron de la sala cuando el cabeza de la delegación israelí se levantó para hablar. Además, hubo manifestaciones en las calles respecto a otras cuestiones políticas. Y al presentar los discursos en la conferencia, todavía otros asuntos políticos fueron inyectados en los procedimientos. Obviamente, no iba a lograrse la meta de excluir cuestiones políticas de naturaleza divisiva.
Al acercarse el día de presentar la Declaración de Principios, todavía había algunos que esperaban con optimismo una concesión que ganara acuerdo general. Entre bastidores progresaban negociaciones febriles para redactar la declaración de tal modo que se evitara una división entre el llamado “Grupo de 77” (una asociación de países en desarrollo del África, Asia y América Latina) y el grupo político de Occidente respecto a la cuestión del sionismo.
Por fin estalló la tempestad. La “nueva mayoría” de las naciones del “Tercer Mundo” —el “Grupo de 77”— había aumentado y ahora era un grupo de más de cien naciones. Votaron a favor de un cambio en las reglas, de modo que en vez de precisarse una mayoría de dos tercios para aprobar una moción solo se necesitara una mayoría simple. Además, aprobaron una enmienda muy disputada a la Declaración de Principios que condena convenios que consolidan la ocupación de “tierras adquiridas por coacción y subyugación.” Obviamente la ocupación israelí de tierras árabes estaba incluida en esta referencia.
El último día de la conferencia, se presentó la enmendada Declaración de Principios para aprobación. Ante eso, la nave “Conferencia” se partió por completo. Quince naciones, entre ellas el Canadá, los Estados Unidos e Israel, rehusaron votar por la declaración. El jefe de la delegación canadiense llamó el resultado final “un asunto verdaderamente lamentable y triste.” El delegado de los Estados Unidos dijo: “El que esta clase de táctica continúe no es buen indicio de que mi país preste apoyo a las conferencias futuras de las N.U. que traten de problemas globales ni de que participe en ellas.” Por supuesto, otras naciones abrigaban diferentes opiniones sobre este asunto.
De nuevo una conferencia principal de las N.U. había demostrado que en asuntos de la política lo factual es una Gran Cuenca o vacío que divide los ideales de la realidad. Al fin y al cabo, la conferencia produjo un cuadro de división ruinosa. Es cierto que muchos habían expresado compasión por los pobres del mundo. Pero la rivalidad de las naciones oscureció mucho este ideal. La “conspiración de amor” que el primer ministro canadiense había esperado se había tornado en una conspiración de odio. Un columnista canadiense declaró: “¿Oímos nosotros —oirá la historia— el estertor de las moribundas Naciones Unidas en la forma que las conocemos?”