Se ofrecieron a servir dondequiera
HABLANDO recientemente en la ciudad de Nueva York, un miembro del Cuerpo Gobernante de los testigos de Jehová dijo: “Más de cinco mil estudiantes se han graduado de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower. Más de mil de ellos actualmente están activos como misioneros en varias partes del mundo, y muchos otros están en otras ramas del servicio de tiempo cabal.” Todas éstas eran personas que, debido a estar intensamente interesadas en la predicación de las buenas nuevas del reino de Dios, se habían ofrecido para servir en cualquier parte de la Tierra. El 10 de abril de 1977, se graduó otra clase de la Escuela de Galaad igualmente deseosa de servir.
En esta clase sexagésima segunda había veintisiete estudiantes que habían venido de seis países. Para asistir a la Escuela de Galaad, tenían que saber inglés, y para los estudiantes europeos eso exigió esfuerzo especial. Algunos de ellos habían aprendido un poco de inglés en la escuela. Pero se mudaron a zonas donde vivían personas de habla inglesa, y vivieron y trabajaron con ellas hasta que dominaron bien el idioma. Esta experiencia también les permitió tratar con personas de muchos diferentes antecedentes. Como dijo una estudiante de Alemania: “Me ocasionó verdadero gozo hablar con personas de todas partes del mundo. Yo misma estudié la Biblia con personas de Vietnam, Corea, Japón y Taiwan.” A medida que ella llegó a conocer a personas de diferentes países, su propio amor por estas personas aumentó, junto con el deseo de ayudarlas.
Pero, ¿por qué no simplemente quedarse en su país natal? Después de todo, hay personas ahí a quienes se puede predicar. Un estudiante de los Estados Unidos que reconocía esto dijo: “El mayor obstáculo que yo tenía era mi actitud de satisfacción serena. Estaba trabajando de precursor, era anciano en la congregación, estaba casado con una esposa hermosa, tenía mi propio hogar y negocio, y descubrí que simplemente me estaba poniendo demasiado cómodo.” Consideró el asunto con su esposa y tomaron la decisión de que debieran ofrecerse para servir dondequiera que se les necesitara.
Un estudiante canadiense agregó: “Puesto que las circunstancias en que nos hallábamos nos permitían ofrecernos para este trabajo en particular, el no ofrecernos hubiese significado que estábamos reteniendo algo que le debíamos a Jehová y que no le estábamos sirviendo de todo corazón.”
Algunos estudiantes, debido al estímulo que recibieron de sus padres, habían estado preparándose para el servicio misional desde la niñez. Sin embargo, otros confesaron francamente que, aunque les gustaba ayudar a la gente, no hallaban especialmente fácil ir de casa en casa en busca de personas que desearan escuchar. Como resultado, no habían hecho de la obra misional su meta. Entonces, ¿por qué se habían ofrecido para hacerlo?
Porque estaban dispuestos a satisfacer una necesidad que existía. Reflejaron el espíritu acerca del cual el escritor bíblico David le dijo a Jehová: “Tu pueblo se ofrecerá de buena gana.” (Sal. 110:3) Así es que al solicitar el servicio misional uno de los estudiantes lo había hecho con este pensamiento: “Si esto es lo que Jehová quiere que haga, de buena gana lo haré.” Y un estudiante del Canadá dijo: “La obra misional me dará la oportunidad de ser usado donde hay mayor necesidad, y cuando hay una necesidad y me es posible ayudar de alguna manera a satisfacer esa necesidad, allí es donde yo quiero estar.”
Para muchos de ellos, el mudarse a una zona alejada de su hogar y trabajar entre personas de costumbres diferentes no sería nada nuevo. Lo habían hecho antes. Algunos, con la idea de prepararse para el servicio en el extranjero, ya habían dejado a sus propias congregaciones para ir y servir donde se necesitaban más los predicadores de las buenas nuevas.
Un matrimonio de la clase había participado en una expedición por canoa en los territorios del noroeste del Canadá que exigió un viaje de 4.000 kilómetros de ida y vuelta por el río Mackenzie. Durmieron en carpas y soportaron enjambres de insectos a fin de llevar las buenas nuevas del reino de Dios a la gente de esa zona. Los poblados distaban de 80 a 320 kilómetros unos de otros. Rara vez llegan visitas a esos lugares aislados, pero muchas personas expresaron aprecio al oír las buenas nuevas. Los estudiantes que habían participado en esta obra sabían lo que el trabajo misional pudiera incluir.
Sin embargo, no fue sino hasta que se acercaron al fin de sus estudios que se les dio información acerca de los países en los que habrían de servir. Las asignaciones incluyeron a Bolivia, Botswana, Chile, Colombia, la República Dominicana, el Ecuador, Honduras, Lesotho, Liberia, España y Samoa Occidental. Todos aceptaron sus asignaciones gustosamente.
Pero ésta no habría de ser simplemente una aventura de viajar. En el día de graduación, U. V. Glass, uno de los instructores en la sala de clase, consideró con los estudiantes sin rebozo por qué iban a esos lugares. Para trabajar. Como reconoció francamente, éste es un tema que para muchas personas de nuestro día es bastante desagradable. Pero ése no siempre ha sido el caso. Les mostró que hay más de una manera de mirar al trabajo. Si uno hace un trabajo simplemente porque se tiene que hacer, puede llegar a ser desagradable. Pero, ¡qué diferente es cuando uno aprende a deleitarse en lo que se logra! Glass instó a los estudiantes a considerar su servicio misional de este último modo.
El otro instructor de la Escuela que también les enseñó con regularidad en la sala de clase, K. A. Adams, animó a los estudiantes a no simplemente tener almacenada en su mente las cosas que habían aprendido, sino a usarlas para ayudar a otros. Así pues, al consolar a una madre cuyo niño hubiese muerto, además de leer la promesa bíblica de que “la muerte no será más,” podrían compartir con la afligida la experiencia tomada de la vida real en que Jesús resucitó a la niña de un matrimonio de Capernaum. (Rev. 21:4; Luc. 8:40-42, 49-56) Para ayudar a alguien que vacila tímidamente ante los privilegios de servicio, en vez de simplemente decirle que debe ver las cosas de modo diferente, podrían con buen provecho sentarse y leer juntos el libro bíblico de Jonás para que la plena fuerza de su consejo llegue al corazón de la otra persona. Y al tratar con los problemas de la congregación, en vez de simplemente hallar un texto bíblico o dos que apliquen, bien podrían recordar una de las congregaciones cristianas del primer siglo que se hubiese enfrentado a una situación parecida, y entonces valerse de la entera porción de la carta inspirada escrita a esa congregación en que se expresa el punto de vista de Dios sobre el asunto. El entrenamiento que los estudiantes habían recibido en Galaad los había equipado a mayor grado para hacer esto.
Los estudiantes a punto de graduarse no solo recibieron los consejos de partida ya mencionados de sus instructores, sino también excelente amonestación que varios miembros del Cuerpo Gobernante de los testigos de Jehová les impartieron en que enfatizaron, entre otras cosas, la importancia de la lealtad, la humildad de mente y el examen de su propia conciencia.
Desde su graduación, los miembros de la clase sesenta y dos han empezado a partir para sus asignaciones en el extranjero. Algunos de ellos estarán en países donde el número de Testigos en proporción con la población les dará tres, cuatro o cinco —hasta noventa— veces más personas con quienes compartir las verdades de la Biblia que la cantidad que tuvieron antes. Los que se han ofrecido voluntariamente para el servicio misional muestran que tienen el mismo espíritu que tuvo el profeta de Dios quien dijo: “¡Aquí estoy yo! Envíame a mí.”—Isa. 6:8.