Gigantes de los bosques africanos
POR EL CORRESPONSAL DE “¡DESPERTAD!” EN KENIA
CUAL muchacho travieso, el elefante jovencito vagó de la manada y se puso a pasear a lo largo de un canal africano. No hizo caso del trompetazo de advertencia procedente de una adulta cercana, ¡y de repente el animalito independiente se resbaló y se halló en agua profunda! Pero cuatro elefantas ansiosas acudieron en el acto en socorro de él. Dos de ellas se metieron en el agua y, empleando sus colmillos, lograron levantar al bebé aterrorizado hasta que las otras dos estacionadas en la orilla pudieran sacarlo y ponerlo en un lugar seguro.
Una vez que la madre elefante tenía su cría a su lado, usó su trompa para examinar cuidadosamente al pequeñito delincuente que estaba llorando y soplando agua, y cuando quedó satisfecha de que no había sufrido daño, también usó su trompa para asestarle una tremenda zurra de disciplina. Si una madre humana hubiera presenciado el acontecimiento, ciertamente habría sentido un lazo común con esa airada madre paquiderma, que enseguida hizo que el pequeño pícaro se alejara del agua, a la vez expresó vocíferamente su preocupación materna.
Los elefantes chiquillos aprenden de experiencias como ésta y de la instrucción materna, parecido a la manera en que lo hace un niño humano. De hecho, un elefante joven depende de la guía adulta por un período de por lo menos diez años, lo cual representa un tiempo excepcionalmente largo en el mundo animal. Es posible que esto se deba al hecho de que, como en el caso de los infantes humanos, cuando un elefante nace su cerebro es solo aproximadamente un tercio del tamaño adulto. Por eso, gran parte de su comportamiento va desarrollándose a medida que crece, más bien que deberse principalmente al instinto, como sucede en la mayoría de los animales.
Los padres de un elefante joven quizás hayan tenido un “cortejo” y una “luna de miel” que duraron varios meses. Cuando la hembra por fin llega a estar preñada, pierde interés en su cónyuge. Más tarde, busca la compañía de otra hembra que la acompaña a un lugar solitario y se queda allí cerca protegiéndola mientras nace su cría. La preñez ha durado hasta veintidós meses. ¡Y con razón! ¡El bebé que nace mide un metro de alto y pesa 90 kilos!
La trompa asombrosa
El elefantito necesita la mayor parte del primer año para aprender a usar su posesión más valiosa... la trompa. El ver a un bebé desmañado tropezar sobre la extensión de su propia nariz desgarbada, pisándola o de otra manera torciendo y volviéndola torpemente, puede proporcionarle al espectador unos momentos divertidos.
Cuando un elefante bebé mama a los pechos de su madre no emplea su trompa, sino, más bien deja que ésta se enrosque sobre su cabeza y mama con la boca. Pero en tres o cuatro años, cuando la madre ya no puede soportar las punzadas de los colmillos que le brotan a su chiquillo, desteta a la fuerza al joven sediento. Y de nuevo se puede gozar de una comedia cuando el bebé cuyos colmillos empiezan a asomarse mete su trompa en su propia boca en expresión de desesperación, portándose muy parecido a un niño que chupa su dedo pulgar. Puede que el chiquillo al crecer un poco más, hasta meta su trompa en la boca de un adulto para investigar el alimento que se esté masticando allí.
Aunque la trompa de un adulto puede pesar alrededor de 135 kilos, los miles de músculos a lo largo de sus dos metros de longitud y los “dedos” flexibles al extremo verdaderamente la hacen muy adaptable. La trompa aloja una nariz sumamente sensible, y, puesto que el animal tiene sentidos muy limitados de oído y vista, siempre está moviendo la trompa, olfateando el ambiente cual antena sensible, y palpando para enterarse de la forma, textura y temperatura de los objetos. Entre los elefantes, una trompa extendida también es un saludo típico en lo que parece ser un movimiento moderado de cariño. Cuando los hombres consiguen que los elefantes confíen en ellos, se acepta la trompa extendida como una seña de confianza mutua.
Pero no se debe pensar que esta combinación de nariz y labio superior solo sirve para tareas delicadas. También es un instrumento poderoso que el elefante usa para sacar la arena que ha aflojado con los colmillos y pies cuando cava por agua, para arrancar hierba y sacudir la tierra de las raíces, para alcanzar la fruta en los árboles o rasgar la corteza, y para refrescarse echándose agua o tierra sobre todo el cuerpo, y, junto con los colmillos, para levantar objetos que pesan hasta una tonelada. El elefante hasta puede usar la trompa como tubo snorkel cuando se mete en agua profunda y anda en ella.
Usando su trompa tubulada el elefante puede chupar hasta seis litros de agua, la cual puede beber o usar para rociarse. Para beber el agua solo tiene que arrojarla en la boca, y se le puede oír gorgoteando en ruta al estómago. Así puede que consuma hasta 190 litros de agua o más al día, junto con unos 225 a 250 kilos de alimento que la trompa de tantos usos también mete en la boca de su dueño. Por eso, si se le daña la trompa, como por ejemplo en el lazo de un cazador furtivo, el animal se halla ante un verdadero problema de supervivencia. Se ha visto a algunos elefantes incapacitados así tener que arrodillarse para comer hierba.
Enormes dientes y colmillos
La masticación de estas tremendas cantidades de alimento exige algo excepcional a manera de dientes. Parece extraño, pero solo un diente en cada lado de cada mandíbula —un total de cuatro— está en uso a la vez. ¡Pero qué dientes son éstos! Cada uno puede pesar cuatro kilos y medir por lo menos 30 centímetros de largo. En la duración de su vida, el elefante gasta seis juegos de estos gigantescos dientes molares, además de los primeros dientes de mamón.
Como si estuvieran en una banda transportadora, los inmensos moledores se mueven a su debida posición, pues el diente nuevo expulsa a empujones al raigón gastado. El elefante recibe su último juego de dientes cuando tiene unos cuarenta años de edad. Finalmente, cuando éstos quedan gastados, la inmensa criatura pierde su poder de masticar y con el tiempo muere, evidentemente de una forma de nutrición defectuosa, a los 60 ó 70 años de edad.
Sin embargo, la fama de los elefantes se debe a sus otros “dientes” que son mucho más visibles. Se pudiera decir que en cuanto a dientes protuberantes, los del elefante son los más sobresalientes del mundo, pues sus tremendos colmillos realmente son los incisivos superiores de enfrente. Son los dientes más largos y pesados que posee cualquier animal viviente. Puesto que siguen creciendo durante toda la vida del elefante, se ha calculado que pueden alcanzar hasta cinco metros de largo en la hembra y seis metros en el macho.
Pero estos incisivos salientes reciben un verdadero golpeteo a medida que cavan la tierra en busca de sal, alimento y agua, levantan objetos pesados, o son usados para pelear con otros elefantes a fin de obtener la atención de una hembra atractiva. Invariablemente, un colmillo lleva las marcas de más uso y hasta puede ser más corto debido a haberse quebrado. Por eso hasta pudiéramos pensar en un elefante “zurdo” o uno que no lo sea.
En 1974 cuando Ahmed, el mayor elefante que se ha conocido en Kenia, murió a la edad de 55 años, tenía colmillos cada uno de los cuales se calcula que pesaba 67 kilos. Los incisivos gigantescos de Ahmed valdrían más de 10.000 dólares en el mercado de marfil; lo cual hace fácil de entender por qué fue protegido por un decreto especial emitido por el presidente de Kenia. ¡Ahmed llevaba su precio en la cabeza!
Desarrollo del joven
Uno pudiera pensar que a medida que crecen los machos de la cría de elefantes, llegarían a ser los protectores denodados de la manada, pero no es así. En vez de eso, los machos jóvenes solo se quedan, por lo general, hasta que empiezan a exhibir señas de hacer valer su “masculinidad” de alguna manera estrepitosa. Cuando esto ocurre, generalmente cuando tienen entre 10 y 13 años de edad, la reacción de las hembras de la manada es la de expulsar a fuerza a los jóvenes presuntuosos. Entonces los machos jóvenes se van y emprenden una existencia parecida a la de solteros, aunque pueden congregarse en manadas más pequeñas de machos. Solo se mezclan con las hembras cuando tienen intenciones “amorosas” para con las que ya están listas para aparearse.
Como ya lo habrá acertado, se puede decir que las manadas principales constituyen mayormente una sociedad matriarcal, y por lo general la elefanta que la dirige está enlazada con todo otro miembro de la manada como madre, hermana o tía. El vínculo fuerte entre las hembras une las manadas estrechamente y contribuye a la supervivencia de las crías.
Cuando un elefante africano está plenamente desarrollado, es verdaderamente impresionante, el más corpulento de los animales terrestres que viven actualmente. Los machos del elefante africano alcanzan como promedio más de tres metros y medio de altura en el hombro y pesan unas siete toneladas. Sin embargo, un elefante africano que mataron en 1955 midió más de 4 metros de alto y se dice que pesaba 12 toneladas... ¡un gigante verdadero!
Muerte de los gigantes
¿Realmente existen los llamados “cementerios de elefantes”? Bueno, parece que los elefantes sí se interesan en los huesos y colmillos de sus compañeros muertos. Para poner a prueba este proceder curioso, se colocaron unos cadáveres en la vecindad de una manada que estaba herbajando. Cuando les llegó el olor, las bestias se acercaron con un entusiasmo industrioso y, empleando las trompas, se pusieron a examinar los restos cuidadosamente.
Algunos observadores hasta han notado que los elefantes se esfuerzan por remover los colmillos, y otros observadores han informado que realmente saben de elefantes que se han llevado los huesos por una distancia de hasta un kilómetro de donde estaba el cadáver. Pero no ha habido confirmaciones recientes de que existan “cementerios de elefantes” donde los animales envejecidos supuestamente van a morir en secreto. En realidad, lo susodicho parece indicar precisamente lo contrario: el esparcir los huesos y colmillos, más bien que el reunirlos en un solo lugar.
Hace poco hubo un caso triste en que un elefante recién nacido murió. Un guardabosque vio a la madre llevar al bebé muerto sobre los colmillos por unos tres días; tenía la trompa colgada sobre el cuerpecito flojo para mantenerlo en lugar. Más tarde, vio a la madre sola, cerca de un árbol, pero no comía y acometía a cualquiera que se acercara. Después de varios días, cuando por fin se alejó de allí, el guardabosque halló que la elefanta había escarbado un pequeño sepulcro debajo de ese árbol y había enterrado allí el cuerpecito.
Se dice que actualmente la misma inteligencia de estas maravillosas criaturas es un factor que contribuye a amenazar su existencia. Los elefantes están aprendiendo que los parques nacionales de África les ofrecen algún refugio de la matanza extensa descargada contra ellos por las armas de fuego y saetas envenenadas de los cazadores ilícitos que andan en busca de marfil, así como también de los granjeros y ganaderos que están apoderándose de gran parte del terreno de los elefantes. El resultado de este trastorno de la naturaleza que el hombre ha ocasionado es que los elefantes, en vez de tener centenares de kilómetros por los cuales recorrer, están apiñándose en los parques. A esto a menudo sigue el herbajar en demasía, el despojar los bosques de árboles y el convertir estas zonas en prados descampados inadecuadas para el elefante.
Es desafortunado que esté amenazada la existencia de criaturas que atestiguan tan magníficamente a la sabiduría y habilidad de Aquel que las creó. Las fascinadoras características de estas criaturas es solo otra evidencia de la generosa provisión del Creador para sus criaturas humanas que se deleitan en observar estos animales y sus costumbres. Podemos sentirnos agradecidos de que el Creador, el Dueño de “todo animal silvestre del bosque” y de las “bestias sobre mil montañas,” haya provisto criaturas como éstas para el placer y beneficio eterno de la humanidad.—Sal. 50:10.