¡Vanidad! ¡Vanidad! ¿Es todo esto vanidad?
ENTRE los famosos dichos del rey Salomón que vivió en la antigüedad están las palabras: “¡La mayor de las vanidades! ¡Todo es vanidad!” Descubrió que “todo era vanidad y un esforzarse tras viento, y no había nada que sirviese de ventaja bajo el sol.”—Ecl. 1:2; 2:11.
¿Tenía razón Salomón al decir eso? En el sentido en que quería decirlo, sí, porque hablaba basándose en la experiencia. No solo fue famoso Salomón por motivo de su gran sabiduría, sino que había acumulado para sí vastas posesiones de toda clase. Entre sus posesiones estaban viñas y huertos, jardines y parques, plata y oro, cantores masculinos y femeninos, pájaros exóticos y bestias. Y no obstante, todo esto no le trajo contentamiento ni satisfacción. Todo ello realmente había sido vanidad, “un esforzarse tras viento.”—1 Rey. 4:29-34; 10:22; Ecl. 2:3-11.
En tiempos modernos lo mismo ha sido cierto vez tras vez en el caso de hombres prominentes que han ido en busca de riquezas, fama o poder, sean éstos multimillonarios o jefes de estado. Uno de los hombres más ricos de esta clase, cuyos años finales subrayan la veracidad de las palabras de Salomón, fue Howard Hughes. Se nos dice que durante los últimos quince años “llevó una vida falta de sol, falta de gozo, media lunática . . . virtualmente un prisionero, paralizado por sus propios temores y debilidades que lo cercaban como muros insuperables,” y al mismo tiempo estaba a la merced de las camarillas que lo rodeaban. (Time, 13 de diciembre de 1976) Sus hazañas en la aviación y su perspicacia comercial le habían acarreado tremendas riquezas y poder. Pero estas cosas ciertamente no le trajeron contentamiento ni felicidad. Aunque se decía que poseía miles de millones de dólares, murió a la edad de setenta en medio de circunstancias sumamente lastimosas.
Considere también a los que se esfuerzan por obtener fama y poder en la arena pública de la política. ¡En qué arriesgada situación se hallan a menudo! ¡Qué pocas veces sacan verdadera satisfacción de sus logros! Y ni siquiera son excepciones respecto a esto los jefes de estado de muchos países.
Confirman esto las conclusiones del profesor de derechos en la Universidad Emory y erudito estadounidense Jonas Robitscher. En un repaso de las vidas de los hombres que habían sido presidentes de los Estados Unidos, escribió: “El que gana las elecciones ha conseguido cuatro años de poder, pero si halla tiempo para meditar sobre ello, debe preguntarse: ‘¿Vale la pena?’”
Robitscher saca a colación un detalle relacionado con Abrahán Lincoln, a quien muchos tienen por el mejor presidente que el país ha tenido. Cuando su predecesor Buchanan salía del puesto, le dijo a Lincoln: “Estimado señor, si usted se siente tan feliz al entrar en la Casa Blanca como yo me sentiré al regresar a Wheatland [su hacienda en Pensilvania], usted verdaderamente es un hombre feliz.” Después que le dijeron al hijo de Lincoln “Tad” que su padre había sido asesinado, él dijo: “Nunca se sintió feliz después de venir aquí. ¡Este no fue un buen lugar para él!” Según los historiadores, de los treinta y ocho presidentes estadounidenses, cuatro fueron asesinados, y cuatro murieron durante su presidencia, evidentemente de causas naturales. De los treinta restantes, solo un número pequeño contaba con el pleno respeto de los estadounidenses al tiempo de terminar su presidencia. No obstante, se puede decir de una manera general que la gente mira con envidia a los que llegan a la cumbre en los campos del dinero y la política.
Se tiene que decir lo mismo acerca del campo de los deportes. Un jugador de béisbol estadounidense, actualmente jubilado pero que había tenido tremendo éxito, saca mucho placer de volver las hojas de su álbum de recortes que relatan sus hazañas, no obstante, añade: “Y recuerdo cómo eran las cosas y como yo pensaba que siempre sería así.” De modo parecido, un jugador de baloncesto, que actualmente gana 100.000 dólares al año, declaró: “Hay terror detrás del sueño de ser un jugador profesional de pelota. Acomete poco a poco a medida que uno se da cuenta del final y de las aterradoras incógnitas que el fin trae. Cuando llega a su fin el jugar, uno se percata de que ha gastado su juventud en jugar un juego, y que ahora tanto el juego como la juventud han desaparecido.” Concluye diciendo: “Detrás de todos los años de practicar y todas las horas de gloria aguarda el terror inexorable de vivir sin el juego.” ¿“Terror inexorable de vivir sin el juego”? ¿Vale la pena? o ¿también es vanidad la gloria que acompaña los deportes?
¿Por qué son tan ciertas las palabras de Salomón ‘todo es vanidad’? Principalmente a causa del egoísmo inherente. Debido a la codicia de nuestros primeros padres, ‘la inclinación de nuestro corazón es mala desde la juventud.’ (Gén. 8:21) Por eso leemos que “los que están determinados a ser ricos [algo que puede aportar fama y poder] caen en tentación y en un lazo y en muchos deseos insensatos y dañinos, que precipitan a los hombres en destrucción y ruina. Porque el amor al dinero es raíz de toda suerte de cosas perjudiciales.” (1 Tim. 6:9, 10) Además, debido al egoísmo heredado “un simple amador de la plata no estará satisfecho con plata, ni ningún amador de la riqueza con los ingresos. Esto también es vanidad.”—Ecl. 5:10.
Además, el que uno fije su corazón en metas materialistas a menudo resulta en vanidad debido a la incertidumbre de las cosas. Como comentó Salomón con exactitud: “No tienen los veloces la carrera, ni los poderosos la batalla, ni tampoco tienen los sabios el alimento, ni tampoco tienen los entendidos las riquezas, ni aun los que tienen conocimiento tienen el favor; porque el tiempo y el suceso imprevisto les acaecen a todos.” ¡Qué cierto! ¡Qué inseguro es el futuro!—Ecl. 9:11.
Pero hay una zona de actividad en la cual no todo es vanidad y un esforzarse tras viento. Y ¿cuál es ésa? La vida del individuo que deja que los principios y verdades manifiestos en la Palabra de Dios lo dirijan y le den motivo para actuar. Ese Libro, la Biblia, está lleno de ejemplos de personas cuyas vidas no estaban llenas de vanidad, ejemplos como los que se mencionan en el capítulo 11 de Hebreos.
Además, los ejemplos bíblicos no son los únicos que tenemos. Hay muchos siervos de Jehová Dios en la actualidad que han descubierto la vanidad de ir en pos de metas materiales y que han cambiado su vida a una que les trae satisfacción y felicidad. Por ejemplo, había la administradora que buscó en vano un logro que le diera satisfacción en el mundo comercial y en el movimiento de liberación femenino. Pero sí halló satisfacción al obtener conocimiento acerca del Creador y ajustar su vida en armonía con la voluntad y propósitos de él. Lo mismo ha resultado cierto vez tras vez en la vida de personas prominentes en el mundo del entretenimiento y los deportes.
Las palabras inspiradas del apóstol Pablo están directamente relacionadas con este asunto: “El entrenamiento corporal es provechoso para poco; pero la devoción piadosa es provechosa para todas las cosas, puesto que encierra promesa de la vida de ahora y de la que ha de venir.” ¿Por qué? Porque el esforzarse por tener devoción piadosa ayuda a la persona a evitar los efectos físicos y sicosomáticos de los vicios de las drogas y del juego, del alcoholismo, de la promiscuidad sexual, y de la búsqueda ávida de riquezas, fama o poder. Sí, “es un medio de gran ganancia, esta devoción piadosa junto con el bastarse con lo que uno tiene,” o el estar satisfechos.—1 Tim. 4:8; 6:6-8.
Jesucristo, el Hijo de Dios, dio un testimonio parecido al decir: “Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, porque soy de genio apacible y humilde de corazón, y hallarán refrigerio para sus almas.” (Mat. 11:29) Al hacerse seguidor de Jesucristo, e imitar su ejemplo de ser apacible y humilde de corazón, hallará que su vida, lejos de ser vana, un esforzarse tras viento, será completamente recompensadora.
De modo que ¡Vanidad! ¡Vanidad! ¿Es todo vanidad? Parece que lo es para muchos, en realidad, para la gran mayoría de la humanidad, ya sea debido a codicia o las circunstancias. Pero no tiene que ser así. La vida puede ser satisfaciente, recompensadora, hacer feliz a uno... SI se permite que Dios entre en el cuadro.