Tragedia en el mar
Según fue relatado al corresponsal de “¡Despertad!” en Papuasia Nueva Guinea
PARTIMOS de Gasmata, Nueva Bretaña, a eso de las once el miércoles nueve de marzo. Hacía un tiempo muy agradable. Una brisa suave hinchaba la vela de nuestra canoa de batanga y nos movía constantemente adelante. Para conseguir mayor velocidad, bogamos.
A nuestra izquierda, por una buena porción del viaje, la costa estaba guarnecida con mangles de verde oscuro. A intervalos eran interrumpidos por aldeas costaneras y de vez en cuando había pequeñas playas. Las olas besaban sus arenas blancas, e hileras de cocoteros servían de fondo.
De cinco a ocho kilómetros más hacia el interior de esta parte de esta isla de 485 kilómetros de largo que se llama Nueva Bretaña, las montañas vestidas de selva suben abruptamente a una altura de hasta 1.525 metros. ¡Qué majestuosas se veían!
De vez en cuando nuestra canoa pasaba sobre macizos de corales llenos de colorido donde podíamos ver peces tropicales. Íbamos avanzando bastante cerca de la costa. Aquí el mar estaba tranquilo. De vez en cuando divisábamos pequeños escollos mar adentro que podíamos identificar por las líneas blancas del agua que se rizaba... las olas se elevaban y se deshacían de su carga de espuma a intervalos rápidos. El estar sentados en la canoa contemplando toda esta tranquilidad y grandiosidad hizo surgir en nosotros un profundo sentimiento de satisfacción. ¡Una escena hermosísima!
Poco sabíamos que en cosa de horas esta escena serena iba a cambiar. ¡Nos hallaríamos en un mar hirviente con tremendas olas agitadas por un viento ciclónico!
El propósito del viaje
Habíamos emprendido el viaje con el propósito de asistir a una asamblea de los testigos de Jehová a unos 50 kilómetros costa arriba en Umisa. Éramos cinco en conjunto: dos ministros de tiempo cabal en servicio especial, Jack Nelulu y William Nahilo, un señor de edad avanzada que se llamaba Deia, su esposa Kurkur y su hija adoptada de cinco años de edad. Algunos testigos de Jehová de la pequeña congregación de Umisa estaban cuidando a la hija de doce años de edad de Deia y a su hijo de diez años de edad. De modo que Deia y Kurkur tenían otra razón para ir... volver a ver a sus otros dos hijos.
Viajes de esta clase son comunes entre nosotros los que vivimos en las costas de la Nueva Bretaña. No estábamos haciendo nada fuera de lo usual al navegar a lo largo de la costa en nuestra canoa de batanga. Esta es la manera en que todo nuestro pueblo viaja. ¡Y qué espectáculo presentan las canoas con sus velas blancas plenamente extendidas a medida que saltan a través de las olas! Nuestra zona abunda de peces y otras clases de vida marina. A medida que seguimos costeando, era fascinador ver los diferentes tipos de vida marina. Las acciones graciosas de los delfines nos proveían comedia y variedad.
Azotados por un viento terrible
Ya muy entrada la tarde, llegamos al fin del arrecife a lo largo del cual habíamos estado navegando en paralelo. Adelante de nosotros, no muy lejos de la isla principal de Nueva Bretaña, veíamos la pequeña isla de Atui. Decidimos que podíamos llegar a ella. Solo soplaba un viento ligero.
De repente, como a las seis de la tarde cuando habíamos viajado aproximadamente la mitad de esta travesía de alta mar, y todavía nos faltaba kilómetro y medio para llegar a Atui, nos azotó un viento terrorífico. Rápidamente se encrespó el mar. Grandes cantidades de agua empezaron a entrar en la canoa y nos esforzamos frenéticamente por sacarla. ¿Podrían el mástil y la vela resistir los azotes del viento? Si resistían, podríamos llegar a la pequeña isla. Pero esto no habría de ser.
El viento era demasiado fuerte. Se desencadenó con gran fuerza desde las montañas. Bajo la presión, se quebró el mástil y quedamos a la merced del viento. Remamos con más vigor. ¡Oh cómo nos esforzamos con esos canaletes! Pero no pudimos dirigir el derrotero de la canoa hacia Atui. El viento nos llevó mar adentro, más allá de la isla. Creímos que si la canoa no se desbarataba podríamos orientarnos y llegar a la isla después que el viento se calmara.
Continuamos alejándonos. El mar se embraveció más. Ahora la cuestión era: ¿Podría resistir la canoa sin desbaratarse? Los baos fueron sometidos a cada vez más esfuerzo. Entonces, como a las siete horas, se desbarató nuestra canoa, pues ya no pudo soportar el constante azote. Se partió de proa a popa y el viento se llevó la mitad más ligera. Rápidamente nos dimos cuenta de que no había esperanza de salvar cosa alguna de la canoa, aunque William todavía tenía bien agarrada su bolsa.
Sin perder un momento, Jack deshizo el resto de la canoa y arrojó tablones a William, a Deia y a su esposa, mientras gritaba frenéticamente: “Ahora podemos nadar. El que llegue a la playa primero puede decirles a nuestros hermanos de la congregación lo que ha sucedido y ellos saldrán a buscarnos.”
Uno llega a salvo
Entonces William fue separado de los demás y ya no se le podía ver en la oscuridad. Confiando en que estaba bien orientado, se puso a nadar hacia la isla Atui. Entre tanto, Deia, Kurkur y Jack, con la muchachita agarrada de sus hombros, decidieron que sería mejor nadar en dirección al escollo, con la esperanza de poder permanecer en éste hasta que llegara ayuda.
Más tarde William dijo: “Al nadar pensé en Jehová Dios y no sentí temor.” No sintió calambres en los brazos y piernas y no pensó en que se ahogaría. Continuó nadando y nadando, pero no apareció tierra. Entonces, recuerda él: “Alrededor de las nueve de la noche la luna salió. Podía ver las luces de Fullerborn [una plantación] y su isla, y nadé en dirección a ella. Llegué a la isla alrededor de las once de la noche. Para entonces mi cuerpo estaba entumecido y no podía sentir nada.” William simplemente quedó echado en la playa hasta que recobró algunas fuerzas y su vista normal. El mar y el viento le habían dañado los ojos y no podía ver bien.
Cuando sintió que había recobrado las fuerzas, se levantó y tomó su bolsa, la cual no había soltado durante todo el tiempo que estuvo en el agua. Anduvo a una aldea en la isla. Cuando llegó allí, solo había unas cuantas personas en sus casas. (Los demás, atemorizados por los fuertes vientos, habían remado a una aldea más grande en la cercana Nueva Bretaña.) La gente recibió bien a William y le dieron ropa seca y bizcochos. Entonces durmió. Al amanecer, lo llevaron a una aldea mayor en la isla grande. Allí consiguió una canoa y bogó a Umisa. Allí les contó a sus amigos lo que había sucedido, como el viento había destruido la canoa y que Jack, el matrimonio y la muchachita todavía no habían llegado a la playa.
Todos estaban muy tristes. William les dijo que Jack no tenía un tablón como los otros. Además, llevaba la muchachita sobre la espalda. Concluyeron que, como no tenía nada que lo ayudara, se habría ahogado. Creían que el matrimonio también habría muerto. Todos estaban muy angustiados. Pero se consolaron unos a otros con la idea de que si éstos realmente estaban muertos, Jehová se acordaría de ellos y los resucitaría.—Juan 6:40.
Llega el segundo sobreviviente
El jueves, durante todo el día, algunos de los Testigos que habían llegado para la asamblea anduvieron por la playa en ambas direcciones buscando los cuerpos. Otros se quedaron y hablaron de lo que había sucedido. ¡Entonces esa noche a eso de las siete y media, llegó Jack! Al acercarse a una casa, oyó un llanto. “No lloren... estoy aquí,” dijo él, después de lo cual se desplomó dormido. Convencidos de que necesitaba alimento, majaron un pedazo de papaya y se lo metieron en la boca a fuerza. El viernes, al amanecer, William y otra persona fueron a una plantación cercana donde había una radio con comunicación de dos vías. Se alertó a los barcos para que buscaran los cuerpos de los otros tres. Sin embargo, el mar todavía estaba demasiado bravo y los capitanes temían salir.
Jack relata su horrenda experiencia
Más tarde, Jack despertó y contó todo lo que le había acontecido. Después que perdió de vista a William, él, Deia y la esposa de Deia se comunicaron a gritos. Creían que la canoa se había desbaratado cerca del escollo, de modo que trataron de llegar a éste. Deia y su esposa tenían tablones de la canoa. En cuanto a Jack, recuerda: ‘No tenía nada de qué agarrarme para flotar. Simplemente nadé, con la muchacha asida de mis hombros.’
Las olas eran montañosas y se precipitaban hacia ellos con gran ferocidad. Las aguas espumosas los arrojaban hacia arriba y hacia abajo sin cesar. El viento aumentó el horror al arrojar en sus rostros y ojos la salada y urticante agua de mar. Cuando las olas de repente venían sobre ellos, no podían evitar tragarse parte del agua. Pronto Jack percibió que se había separado de Deia y su esposa. Debido a la oscuridad no se podían ver unos a otros. “Grité sus nombres,” dijo Jack, “pero no contestaron.” Entonces se dio cuenta de que no iba a hallar el escollo. Por eso, con la niña todavía agarrada de él, dio la vuelta y trató de nadar en dirección a la isla que habían visto más temprano. Nadó y nadó. Alrededor de las diez de la noche el viento se hizo extremadamente violento y las olas los cubrían. Jack siguió nadando por lo que le pareció otros 30 minutos, y cuando trató de tocar a la niña, ¡descubrió que ya no estaba allí! Una de las tremendas olas debe habérsela llevado, y como tenía la espalda entumecida, no lo sintió.
Jack prosigue: “Cuando me di cuenta de que ya no estaba en mi espalda traté de hallarla.” La buscó por unos treinta minutos, pero de nada valió. De modo que siguió nadando, sin saber a dónde iba. Simplemente siguió nadando hasta que salió el sol. La isla Atui estaba cerca. A más o menos las ocho de la mañana llegó a tierra y, tambaleando, subió a la playa donde se desplomó rendido. Sin que William lo supiera, esto aconteció en el lado opuesto de la isla.
Jack había estado en el agua más o menos 13 horas, con la muchachita en su espalda gran parte de ese tiempo. ¡Realmente un esfuerzo de gran resistencia! ¡Cuán agradecido se sentía de estar vivo! Su cuerpo inmóvil yació en la playa toda esa mañana. De vez en cuando arrojaba algo del agua del mar que se había tragado. Para el mediodía se sintió muy débil. Lo único que podía hacer era quedarse echado. Luego se durmió y no despertó sino hasta las seis de la tarde.
Cuando se levantó, anduvo por la playa y halló una pequeña canoa. En condiciones normales, uno disfrutaría de andar allí. Atui no es una isla muy grande... solo tiene 275 metros de longitud y como la mitad de eso de anchura, pero es una isla muy bonita, con un borde de arena blanca que la circunda completamente. Los cocoteros y muchos otros árboles que crecen allí en abundancia contribuyen a su hermosura. No obstante, este viento ciclónico realmente había azotado a esta pequeña isla. Según algunos, estos vientos estuvieron entre los peores que habían experimentado.
Después de hallar la canoa, Jack remó lentamente hasta donde estaban sus amigos, a más de tres kilómetros. ¡Con razón se desplomó cuando llegó!
No se perdió todo
Desde entonces Jack y William se han restablecido de su dolorosa experiencia. Un tribunal dio audiencia a lo que había acontecido y el juez decidió que fue un accidente. No obstante, entre los parientes de los muertos los sentimientos llegaron a un extremo. En esta isla, como en otras partes de Papuasia Nueva Guinea, hay la costumbre de “pagar en la misma moneda.” Algunos han amenazado con quitarles la vida a estos dos ministros de tiempo cabal, aunque no había estado en su poder salvar a los otros tres.
Esto quiere decir que actualmente nadie puede predicar las buenas nuevas del Reino sin riesgo en la zona de Gasmata de donde era Deia, especialmente en su propia aldea, Lukuklukuk. Triste es decirlo, pero personas de otras religiones han tratado de usar este suceso para detener la obra de los testigos de Jehová. Pero Jack y William están seguros de que los individuos que se interesan en la Biblia todavía quieren oír las verdades que ésta contiene. Se espera que, a su tiempo, sea posible volver a visitar estas aldeas.
Los testigos de Jehová reconocen la veracidad de estas palabras de la Biblia respecto a la humanidad: “El tiempo y el suceso imprevisto les acaecen a todos.” (Ecl. 9:11) Cualquier persona que hubiese estado en el mar cuando se desató esta tormenta pudiera haber estado envuelta en este accidente.
Entendiendo esto, William explicó que los que iban en la canoa sabían que cosas parecidas les habían acontecido a los apóstoles. Pablo sufrió naufragio cuatro veces. En una ocasión pasó toda la noche y un día en el mar. (Hech. 27:39-44; 2 Cor. 11:25) Por eso, cuando les sobrevino este accidente, todos pensaron en los apóstoles, y esto los fortaleció. Jack y William dieron gracias a Dios por haber sobrevivido. Se sintieron muy tristes por lo que les pasó a Deia y a Kurkur y a su muchachita.
Si usted es pariente de Deia, un residente de su zona o tal vez simplemente una persona interesada en este relato, tenga la seguridad de que no se ha perdido todo. La muerte de estos tres ciertamente fue un golpe. No hay ser humano que pueda hacer volver a los muertos, como se ve claramente en el caso del hijo del rey David. (2 Sam. 12:23) Pero, como dijo Jack: “Sabemos que Jehová Dios resucitará a los muertos.” (Hech. 24:15) Él sabe que solo están dormidos en la muerte y que Dios se acordará de ellos y los despertará de su sueño.—Juan 11:11-13.
Que todos los parientes de estas personas amadas, Deia y Kurkur y su hijita, junto con toda otra persona que haya experimentado una pérdida parecida, saquen consuelo de las palabras del apóstol Juan en Revelación 20:13. Allí él describe lo que vio acontecer en la visión que se le dio de la resurrección: “Y el mar entregó los muertos que había en él, y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos.” ¡Considere lo que eso significa! El que hayan perecido en el mar no le presenta dificultad alguna al Todopoderoso. En vez de la desesperanza que se siente en tiempos de tragedia o pérdida, las promesas de las Escrituras nos dan la segura expectativa de que podremos reunirnos con nuestros amados si ejercemos fe en la provisión que Dios ha hecho para la salvación. Esta es la clase de reunión que Jack y William esperan al pensar en sus amados amigos que se perdieron en esta tragedia en el mar.