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  • ¿Dónde encaja el hombre en esto?

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  • ¿Dónde encaja el hombre en esto?
  • ¡Despertad! 1978
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¡Despertad! 1978
g78 8/10 págs. 17-20

¿Dónde encaja el hombre en esto?

AL VOLVERNOS de las maravillas y complejidad del mundo de los animales y considerar la vida humana, hallamos maravillas aún mayores, porque el cuerpo humano, y en particular el cerebro humano, es de una complejidad inmensurablemente mayor. De hecho, el vacío o abismo entre el mundo de los animales y el de la humanidad es mucho más ancho que el que existe entre los insectos y los monos.

¿Qué es este vacío? Es la diferencia en la estructura física, mental y espiritual. En todas partes de la Tierra, el género humano de toda tribu y nación tiene el deseo de adorar. Los gobiernos más irreverentes no han podido erradicar esta característica. La historia revela que los seres humanos siempre se han consagrado a un dios en un sentido u otro. Aun los que confiesan el ateísmo quizás adoren al Estado, dinero, placer, algún héroe, o a un astro del mundo de los deportes o entretenimiento, o tal vez se establecen a sí mismos como “dioses.”

Capacidad humana para espiritualidad

La razón es que, de todas las cosas vivientes en la Tierra, el hombre tiene la capacidad para comprender cosas espirituales y por lo tanto también tiene moralidad, cosa que los animales no poseen. Verdaderamente puede decirse que el hombre tiene una capacidad innata para la espiritualidad, y tiene la necesidad de que se satisfaga esta capacidad. Le tiene aprecio al arte, a la belleza y las cualidades excelentes. Puede, con la ayuda de Dios, producir el “fruto del espíritu,” que es “amor, gozo, paz, gran paciencia, benignidad, bondad, fe, apacibilidad, gobierno de uno mismo.”—Gál. 5:22, 23.

Propósito, raciocinio, conciencia de muerte

La Biblia explica esta superioridad de parte de la humanidad cuando dice que el hombre fue hecho ‘a la imagen y semejanza de Dios.’ (Gén. 1:26, 27) Puede reflejar algunas de las cualidades de Dios. Antes que Adán pecara él fue completa y perfectamente “la imagen y gloria de Dios.” (1 Cor. 11:7) Esto no es decir que en apariencia o forma fuera a la imagen de Dios, sino en el sentido de tener los atributos deseables de amor, raciocinio, sabiduría, compasión y misericordia. Tenía éstas y otras cualidades de Dios en una medida adecuada para el lugar que ocupaba en la creación de Dios y las obligaciones que tenía que cumplir.

Además, los seres humanos proceden con propósito en lo que hacen, no como los animales que hacen todo por instinto. Es cierto que los animales logran un propósito, pero no con su facultad de raciocinio... lo hacen o por instinto o por una reacción de corta duración que hayan obtenido de la experiencia para hacerle frente a un objetivo inmediato. Considere, por ejemplo, la descripción bíblica del comportamiento del avestruz:

“Deja sus huevos a la tierra misma

Y en el polvo los mantiene calientes,

Y olvida que algún pie puede aplastarlos

O hasta alguna bestia salvaje del campo puede pisarlos.

Ella sí trata a sus hijos bruscamente, como si no fuesen suyos...

En vano es su afán porque no tiene ningún pavor.

Porque Dios la ha hecho olvidar la sabiduría,

Y no le ha dado parte en el entendimiento.”

—Job 39:14-17.

En la obra Animals Are Quite Different, Hans Bauer dice en la parte intitulada “Un estudio de la relación entre el género humano y los animales”:

“En contraste con el género humano, ningún animal investiga las razones de sus acciones. Cuando a un animal se le deja valer por sí mismo simplemente busca su propio placer y comodidad, nada más. Es cierto que como regla general disfruta de hacer lo que es de servicio a su constitución en particular. Y en muchísimos casos sucede que lo que le es de servicio es el establecimiento de una vida comunal [como en el caso de los comejenes, hormigas, abejas, pájaros, etc.].”—Pág. 204.

Esto no es decir que los animales no tienen sentimientos. El libro ya citado dice, en las páginas 24 y 25:

“Tenemos toda razón para admitir que los animales, al igual que los seres humanos, pueden temer, odiar, sentir afección y repugnancia y nostalgia, amar su ambiente nativo, experimentar ira y terror, poseer los instintos sociales e imitativos y sentir placer, pena, gozo y depresión.”

Pero por lo general estas emociones solo son temporáneas y no están basadas en la razón. Por ejemplo, puede que un perro se adhiera a un amo y luche por él a pesar de que éste lo trate muy ásperamente y lo use para lograr propósitos crueles e inicuos.

Solo los seres humanos tienen un concepto del futuro, o planean para el futuro. Pueden mirar adelante al tiempo indefinido, a la infinidad. La Biblia dice esto acerca del don de Dios a los hombres: “Aun el tiempo indefinido ha puesto en el corazón de ellos.” (Ecl. 3:11) Por otra parte, los animales viven solo para el momento inmediato o la satisfacción inmediata de sus deseos. El hombre edifica para el futuro. Al planear su futuro se vale de la información y descubrimiento de la historia, y la mayoría de los hombres quisieran continuar llevando adelante sus propósitos hasta tiempo indefinido. Los hombres sienten “pavor” al pensar en el fin de su vida. Saben cómo resulta la vida... primero, el envejecimiento en camino a la muerte, luego el dejar a los seres amados, el no poder llevar a cabo sus obras proyectadas, la suspensión de todo goce y dentro de poco el ser olvidado. Pero los animales no sienten ese “pavor,” tal como dice la Biblia respecto al avestruz.

Se creó al hombre para vivir para siempre y tener dominio sobre los animales

La razón para esta tremenda diferencia es que el hombre no fue creado para morir, sino para vivir para siempre en la Tierra. La entrada del pecado es lo que introdujo la muerte. (Rom. 5:12; 6:23) Sin embargo, el pecado de parte del hombre no introdujo el pecado y muerte en el mundo de los animales. Los animales no tienen conocimiento del pecado ni una conciencia que los dirija o condene. El modo pecaminoso en que el hombre ha tratado a los animales ha causado la muerte de ellos en algunos casos, sí, hasta la extinción de algunas especies. Pero los hallazgos geológicos prueban que hubo animales que vivieron y murieron mucho antes que el hombre apareciera en la escena. Es obvio que la duración de su vida siempre ha sido limitada. Por eso, sea que mueran y se descompongan, o los consuman otros animales, es cosa natural el que ellos pasen de la escena. Tienen instintos que les advierten de peligros. Esto asegura la supervivencia de la especie. Pero el animal ignora este hecho.

Originalmente se le dio al hombre dominio sobre los animales. (Gén. 1:28) Se hizo esto debido a su gran superioridad mental. A menudo ha ejercido este dominio de una manera cruel y destructiva. No obstante, es el amo innegable de ellos. Después del diluvio, Dios le aseguró a Noé: “Un temor a ustedes y un terror a ustedes continuarán sobre toda criatura viviente de la tierra y sobre toda criatura volátil de los cielos, sobre todo lo que va moviéndose sobre el suelo, y sobre todos los peces del mar. En mano de ustedes ahora se han dado.”—Gén. 9:2.

En armonía con esta declaración, los animales temen al hombre. Aun las bestias salvajes que se consideran peligrosas generalmente hacen todo lo posible para evitar al hombre. Es raro el animal que busca al hombre para atacarlo. Por lo general esto solo sucede cuando se arrincona un animal y se ve obligado a atacar. De hecho, en el estado original y perfecto los animales fueron los amigos del hombre y ciertamente fueron puestos en la Tierra para el bien de la humanidad. Hoy solo un porcentaje muy pequeño puede considerarse dañino, y en casi todo caso esto se debe al maltrato que han recibido del hombre, o a los hábitos que éste tiene de desperdiciar y contaminar.

Se ve pues que el hombre encaja en la escena terrestre como aquel que tiene dominio, y como aquel para quien la entera estructura compleja de la vida existe en la Tierra. Aunque la creación vegetal y animal glorifica a Dios, el hombre, por su naturaleza y estructura creada, puede producir mucha más gloria para Dios si establece una buena relación con Él. En respuesta a nuestra pregunta, tenemos que decir: No, la vida en la Tierra no es un producto de la simple casualidad. El maravilloso arreglo de toda cosa viviente, en todas sus normas de contrabalanza, y especialmente en la obra maestra de la creación terrestre —el hombre mismo— es un arreglo que ensalza la magnificencia del diseñador y constructor más excelso de todos... DIOS.

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