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  • ¡Despertad! 1978
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¡Despertad! 1978
g78 22/9 págs. 23-24

La tragedia que probó nuestra fe

ERA nuestro primogénito. Lo llamamos Miqueas Natanael, no solo debido a la belleza imperecedera de los nombres, sino también por sus significados. Miqueas significa “¿quién es como Jehová?” y Natanael significa “dado de Dios.”

Lo habíamos esperado con mucha expectación. Y ahora en realidad podíamos sostenerlo en nuestros brazos y mirar en sus profundos ojos azules. Al partir del hospital la noche del domingo en que nació, podía sentir el orgullo que todos los padres nuevos deben sentir. No tenía noción alguna de la gran prueba que nos esperaba.

Temprano en la tarde del lunes quedé sorprendido por una llamada telefónica de mi esposa. ¿Podía venir inmediatamente al hospital? “Seguro, ¿pero está todo bien?” Dijo: “Sí,” pero no sonaba convincente.

Una vez allí, inmediatamente pude ver por el rostro de mi esposa que algo estaba muy mal. Reteniendo las lágrimas, me dijo que Miqueas tenía una temperatura de 39,4 grados centígrados. La consolé diciéndole que todo estaría bien. Aun así, ella podía darse cuenta de mi preocupación.

Fui del cuarto en que ella estaba a la sala de los niños para ver a Miqueas. Pero, ¿qué estaba sucediendo? ¡Su cuerpo yacía flácido! ¡No estaba respirando! Nuestro médico estaba trabajando frenéticamente sobre Miqueas, mientras que la enfermera recogía equipo apresuradamente. Por un altavoz se pedía ayuda de emergencia.

Una enfermera me llevó de vuelta a mi esposa para aguardar mientras pasaba la crisis. Por fin, nos enteramos de que Miqueas estaba vivo. Cuando su condición se estabilizó (aproximadamente una hora más tarde), fue transferido a la sala de niños de cuidado intenso del hospital de una universidad cercana. Miqueas había parecido tan saludable, pero ahora estaba tan enfermo. Nos preguntábamos: “¿Por qué?”

Las primeras noticias que recibimos no eran muy buenas. Él estaba sufriendo una hemorragia por debajo del cráneo y ésta ocasionaba convulsiones periódicas y fallos en la respiración. Parece que durante un momento forzoso en el parto el bebé es susceptible a sufrir una ruptura de un vaso sanguíneo debajo del cráneo. Aunque esto rara vez sucede, le había pasado a Miqueas. Se nos aseguró que lo estaban tratando y haciendo pruebas adicionales.

A eso de las 9 de la noche recibimos palabra de que Miqueas tenía meningitis, que es una enfermedad del cerebro y la espina dorsal. Además, su recuento de células rojas de la sangre estaba peligrosamente bajo. Los médicos querían administrarle transfusiones de sangre. Puesto que somos testigos de Jehová, mi esposa y yo tenemos profundo respeto a la ley de Dios respecto a la sangre. (Hech. 15:19, 20, 28, 29) Anteriormente les habíamos informado a los médicos de la universidad de nuestra posición... ninguna transfusión de sangre. Nos aseguraron que nuestras creencias serían respetadas.

Pero ahora deseaban permiso para darle sangre a Miqueas. Mi esposa y yo dijimos que No vez tras vez. Finalmente, dijeron que respetarían nuestra creencia y usarían otro procedimiento. No obstante, nos informaron que si la condición de la sangre de Miqueas empeoraba, tratarían de obtener una orden judicial para administrar sangre. Como habíamos hecho durante todo el día, continuamos orando a Jehová Dios, pidiendo guía y fuerzas.

En la mañana del martes nuestro médico nos informó que la proporción de muertes entre los bebés recién nacidos que tienen meningitis es aproximadamente de 90 por ciento. Nos dijo que, aun si Miqueas sobrevivía, habría alguna retardación mental. Comenzamos a tratar de prepararnos para su deterioro mental o su muerte.

Esperamos desde el martes hasta el jueves. La hemorragia se había detenido, pero repetidas punciones lumbares continuaban mostrando bacterias de la meningitis en el líquido cerebrospinal. Estas bacterias continuarían destruyendo las células cerebrales mientras estuvieran presentes.

Aunque los médicos no mostraban mucho optimismo acerca del recobro de Miqueas, notaron que la cuenta de las células rojas de su sangre había vuelto a lo normal... y sin transfusión de sangre alguna. Por esto mi esposa y yo estábamos agradecidos. Lo que nos preocupaba era: “¿Cómo contrajo Miqueas meningitis?”

Se nos explicó que durante los últimos días del embarazo mi esposa debe haber desarrollado un minúsculo agujero en el saco acuoso que rodeo al bebé en la matriz. Hay bacterias en el canal de nacimiento de cada madre, tal como hay muchos gérmenes en todas partes del cuerpo de todas las personas. En casos extremadamente raros, cuando se produce un agujero, las bacterias se introducen en el interior del saco e infectan al bebé. Nos aseguraron de que debido a que la infección era bacteriana y no viral mi esposa no estaba infectada. Ella podía continuar teniendo hijos con poca probabilidad de que esto volviera a suceder. Continuamos orando por Miqueas.

Poco después en la tarde del jueves los médicos nos dijeron que un examen del cerebro mostraba que Miqueas había sufrido grave daño cerebral. Nos solicitaron que nos reuniéramos con ellos la tarde siguiente para “considerar el futuro de Miqueas.” Mi esposa y yo sabíamos lo que esto significaba. Miqueas iba a morir.

La experiencia fue verdaderamente espantosa. Seguimos pensando que estábamos atravesando nuestra ‘más grande tribulación.’ Todo parecía tan irreal... como algo que uno ve en la televisión. Durante toda la semana periódicamente nos habíamos entregado al llanto. No teníamos apetito.

El viernes la tarde fuimos al hospital determinados a dejar que Miqueas muriera con dignidad, si la muerte era inevitable. En la reunión, nos dijeron que le habían dado a nuestro bebé dos pruebas de EEG (electroencefalograma). Éstas habían mostrado daño cerebral total... ninguna actividad. Concordamos en que sacaran a Miqueas del respirador. Una vez que esto fue hecho, no volvió a respirar. Solo había vivido cinco días.

Con la muerte de Miqueas parece que nuestras lágrimas cesaron. Habíamos llorado su sufrimiento, pero ya no volvería a sufrir. También habíamos llorado nosotros mismos, pero las lágrimas no lo traerían de vuelta. La muerte era una liberación... para Miqueas y para nosotros.

Durante toda nuestra experiencia penosa nuestros amigos y parientes en realidad afirmaron que habían sido fortalecidos al observamos. No obstante, era difícil comunicar a otros el grado de nuestro dolor, y, al mismo tiempo el grado de consuelo que recibíamos del espíritu santo de Jehová. ¡Nuestra fuerza vino de Jehová... hasta la última partícula de ella!

Al hablar con otros acerca del reino de Dios, mi esposa y yo muchas veces habíamos hablado de la esperanza de la resurrección para los muertos y la expectativa de vida eterna en el venidero nuevo sistema de cosas. ¡Cuántas veces habíamos citado a Jesús! Él dijo: “No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán.”—Juan 5:28, 29; Rev. 21:1-4.

Durante toda la enfermedad de Miqueas tuvimos que enfrentarnos claramente a una selección: O manifestar fe en estas creencias, o abandonarlas del todo. Fue nuestra fe completa en la resurrección futura de Miqueas lo que nos sostuvo. Esta amorosa provisión de Jehová, el Creador, es lo que nos da la esperanza de volver a ver a nuestro muchachito... en un sistema libre de enfermedades, sufrimiento y muerte.—Contribuido.

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