¿Fue mi bebé al limbo?
HABÍA terminado el funeral, pero no el impacto deprimente. Aquel ataúd de color níveo yacía enterrado en la tierra abrasada. Parecía increíble que tan solo unas pocas semanas antes mi niñito hubiera estado dando sus primeros pasos, su rostro brillante con una expresión de verdadero triunfo. ¡Pero ahora Andrés estaba muerto!
Como madre de Andrés, imagínese mi sacudida al descubrirlo inanimado sobre su camita, con sus profundos ojos azules mirando hacia arriba y su triste rostro de enfermo. El médico le había hecho una inyección, pasando a través de la caja torácica al corazón mismo. Pero esto no había logrado que el corazón comenzara a latir de nuevo.
Sí, recibimos cartas y telegramas de condolencia, pero hubo poco consuelo. Noche tras noche las píldoras para dormir que había prescrito el médico no podían traerle a mi cerebro cansado el alivio requerido. Me mantenía al lado de la ventana, mirando afuera a la noche, escudriñando los cielos. “¿Dónde está ahora el pequeñito?” me preguntaba. “¿Está en algún lugar del cielo entre las estrellas?”
Mi hijo mayor estaba en casa durante unas breves vacaciones de su escuela de internos. Al enfrentarse con la tragedia, casi sus primeras palabras fueron: “Andrés está en el limbo.” Esta experiencia desconsoladora sucedió en el año 1956. Pero está vívidamente grabada en mi mente. Todo sucedió en Empangeni en el corazón de Zululandia.
El pequeño Andrés nunca había sido bautizado y por eso estábamos muy preocupados. ¿Se perdería para siempre en el limbo un bebé no bautizado, como enseñaba la iglesia católica? Como una madre transida de dolor, sencillamente tenía que saber la verdad. ¿De veras exigía Dios que se bautizara toda la gente, incluso los bebés? En todo caso, ¿qué es el limbo?
¿Qué es el limbo?
La New Catholic Encyclopedia dice bajo “Limbo”: “Hoy día los teólogos usan el término para designar el estado y lugar ya sea de las almas que no se merecen el infierno con sus castigos eternos pero que no pueden entrar en el cielo antes de la Redención (el limbo de los padres) o de las almas que están eternamente excluidas que la visión beatífica debido solamente al pecado original (el limbo de los niños). . . . En nuestros tiempos la palabra se refiere al lugar o estado de los infantes que mueren sin el Sacramento del Bautismo que sufren el dolor de la pérdida pero no el dolor del sentido. A veces su significado es más amplio y también denota un estado o lugar de felicidad natural para esos infantes.”
Sin embargo, esta obra de consulta también declara: “El destino de los infantes que mueren sin recibir el Bautismo ciertamente es un problema muy complejo. . . . La cuestión del limbo todavía está entre las cuestiones que la teología no ha resuelto. No puede encontrarse prueba de que la iglesia haya apoyado oficialmente la existencia del limbo.”
Sea como fuere, en muchas partes de la Tierra los católicos devotos aceptan el limbo. Seguramente, usted puede entender por qué una madre acongojada y afligida necesitaba saber si el limbo en realidad existía o no.
Cómo aprendí acerca del estado de los muertos
Continué orando fervorosamente por el entendimiento correcto acerca de la condición de los muertos. Poco después de la tragedia nuestra familia se mudó a la ciudad de Pietermaritzburg. Un sábado alguien tocó a la puerta. Al abrirla, hallé a dos señoras con un niñito. ¿A qué habían venido? A considerar la Biblia. Las invité a entrar, y en breve me estaban diciendo lo que las Escrituras dicen acerca del estado de los muertos.
Por ejemplo, me mostraron Eclesiastés 3:19-21. Aunque era católica, había estado usando la Authorized Version (AV), la versión inglesa de la Biblia del Rey Jaime. En ella leí: “Porque lo que les sucede a los hijos de los hombres les sucede a las bestias; aun una cosa les sucede a ellos: como el uno muere, así muere el otro; sí, todos tienen un solo aliento; de modo que el hombre no tiene preeminencia alguna sobre la bestia: pues todo es vanidad. Todos van a un solo lugar; todos son del polvo, y al polvo todos regresan. ¿Quién conoce el espíritu del hombre que va hacia arriba, y el espíritu de la bestia que va hacia abajo a la tierra?”
De hecho, el hombre quizás piense que tiene un alma que va hacia arriba, al cielo. Pero podía ver que estaba errado en esto, “porque lo que les sucede a los hijos de los hombres les sucede a las bestias,” y ‘como el uno muere, también muere el otro.’ Por tanto, Andrés debe estar en la tumba. Era tal como dijo el salmista: “No confiéis en príncipes, ni en el hijo del hombre, en quien no hay ayuda. Su aliento sale, él regresa a su tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos.”—Sal. 146:3, 4, AV.
Las dos señoras también me mostraron estas palabras del libro de Eclesiastés: “Porque los vivos saben que han de morir: pero los muertos no saben nada, ni tampoco tienen ya recompensa alguna; pues la memoria de ellos se ha olvidado. También su amor, y su odio, y su envidia, ya han perecido; ni tampoco tienen ya una porción para siempre en cualquier cosa que se haga bajo el sol. Todo lo que tu mano halle que hacer, hazlo con todo tu poder; pues no hay obra, ni plan, ni conocimiento, ni sabiduría, en el sepulcro, adonde vas.”—Ecl. 9:5, 6, 10, AV.
Era evidente que los muertos no estaban sufriendo tormento en un infierno ardiente. Los testigos de Jehová que me visitaron me explicaron claramente que la palabra hebrea Seol y el término griego Hades, que a veces se vierten como “infierno,” denotan el sepulcro común de la humanidad. Además, mis visitantes señalaron que “Dios es amor,” y que era un insulto al Creador el creer que él torturara a la gente, ya sea por un breve período o para siempre, en un infierno ardiente.—1 Juan 4:8.
Pero entonces quise saber más. ¿Era el sepulcro el fin para las personas que morían?
¿No hay algo más?
“Por el contrario,” me dijeron, “viene el tiempo en que los muertos oirán la voz de Jesucristo y saldrán en una resurrección.” ¡Qué consuelo había en esas palabras de Jesucristo! “No se maravillen de esto,” dijo él, “pues viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán; los que hayan hecho el bien, a la resurrección de vida; y los que hayan hecho el mal, a la resurrección de condenación.” (Juan 5:28, 29, AV) ¡La expectativa de una resurrección era maravillosa! Pero todavía quedaba una pregunta candente . . .
“¿Resucitará Jesús a los que no estaban bautizados?”
Mis visitantes me aseguraron que, según la Palabra de Dios, los bebés que no habían sido bautizados, como Andresito, no estaban excluidos de la maravillosa provisión de Dios de la resurrección. De hecho la vasta mayoría de los muertos en las tumbas conmemorativas serán resucitados a la vida aquí en la Tierra bajo el reinado celestial de Jesucristo.
Para mí, lo que esas señoras me habían dicho era fantástico. Era algo que nunca antes había oído. Cuando me ofrecieron ayuda para investigar otras verdades bíblicas, acepté con gusto. Y a medida que pasaba el tiempo, aprendí mucho más acerca del bautismo.
Por ejemplo, Jesucristo había dicho a sus seguidores: “Vayan y hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo, enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado.” (Mat. 28:19, 20) Esto significa que antes de ser bautizada la persona tendría que familiarizarse con el nombre y los propósitos de Dios. Tendría que aprender acerca del papel que el Hijo, Jesucristo, desempeñaba en el arreglo de cosas de Dios. También tendría que saber algo acerca del funcionamiento del espíritu santo, la fuerza activa de Dios. Era obvio que ningún infante podría entender estas cosas. Así es que se me hizo claro que el bautizar a un bebé de brazos no está de acuerdo con las Escrituras.
Además, aprendí que el bautismo de cristianos no es una mera aspersión. Jesús mismo fue totalmente sumergido en agua para simbolizar su presentación al Dios Todopoderoso. (Mat. 3:13-17) Y cuando el eunuco etíope fue bautizado en símbolo de su dedicación a Dios se escogió “cierta agua” como lugar para su bautismo. Tanto él como el evangelizador Felipe “bajaron al agua,” y Felipe bautizó al eunuco sumergiéndolo en el agua y entonces levantándolo.—Hech. 8:35-39.
¡Pero imagine mi gran deleite al darme cuenta de que Andresito no estaba en el limbo! De hecho, la New Catholic Encyclopedia reconoce: “Los Padres no emplean la palabra [limbo], ni tampoco aparece ésta en la Santa Escritura.” No se encuentra en la Biblia debido a que no hay tal lugar o estado. ¡Qué gozo ha habido en aprender estas cosas!
Dentro de un año después de la muerte de Andresito, di a luz a una bebita. Desgraciadamente, sin embargo, esa niña solo vivió unos veinte minutos. No obstante, ¡qué agradecida me sentí de saber de la maravillosa provisión de Jehová Dios para rescatar a la humanidad imperfecta y resucitar a los que están en su memoria!—Mat. 20:28; Hech. 24:15; Rom. 5:12.
Han pasado unos veinte años desde las muertes prematuras de Andresito y su hermana. Pero ahora tengo una esperanza segura para el futuro. Y qué placer es compartir esta magnífica esperanza con otros, hablándoles acerca de Jehová, el Dios de la resurrección, y señalándoles el maravilloso don que él da . . . ¡“vida eterna por Cristo Jesús nuestro Señor”! (Rom. 6:23)—Contribuido.