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¡Despertad! 1980
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El “escarabajo” hecho en Alemania

Por regla general no se muestra gran afecto a insectos como el escarabajo. La gente tiende a rehuirles. Sin embargo, permítame darle alguna información acerca de mí, porque yo, también, soy un “escarabajo,” pero creo que como tal soy una notable excepción.

Aunque por nacimiento soy alemán, me he convertido en figura internacional y en cualquier parte del mundo me siento cómodo. He sido blanco de las bromas de amigos en muchísimos idiomas, y hasta se han hecho películas acerca de mí.

Pero ya estoy entrando en años y las cosas empiezan a cambiar. Me parece que jamás volverán a ser lo que han sido. ¿Me permite contarle mi historia?

Mi nacimiento

La verdad es que no soy un escarabajo, sino, como usted puede ver por la ilustración de arriba, un auto. Pero hay quienes me conocen más por el mote que me dan que por mi verdadero nombre. Originalmente me llamaron “der Kraft durch Freude Wagen” (el auto de “A la fortaleza por el gozo”). Esto se derivó de un lema popular (“A la fortaleza por el gozo”) del gobierno de Alemania en el tiempo en que fui concebido. ¡Vaya nombrecito para un auto! Más tarde llegué a ser mejor conocido como el Volkswagen, un nombre registrado, que significa “auto de la gente.”

Aunque desde mucho tiempo antes se había pensado en la construcción de un auto de este tipo, solo fue en 1934 que el gobierno alemán ordenó a Ferdinand Porsche, diseñador e inventor de automóviles, que produjera uno. Para que estuviera al alcance de todo bolsillo, el gobierno decretó que no había de costar más de 990 reichsmark, equivalente a 396 dólares en aquel tiempo. Era para la gente, un “auto de la gente.” Se pudiera decir que era la versión teutónica del sueño norteamericano de tener “un pollo en toda olla,” común en los años treinta.

Los preparativos que se hicieron para mi nacimiento fueron tanto detallados como complejos. ¡No solo se trazaron planes para edificar una fábrica nueva, sino hasta para construir toda una ciudad nueva con una población de 90.000 personas! Se colocó la piedra angular de la ciudad el 1 de julio de 1938, unas cinco semanas después de empezar la construcción de los edificios fabriles donde yo nacería. A esta nueva ciudad, estratégicamente situada más o menos en el centro del Reich alemán, se le dio el nombre poco imaginativo, y ciertamente falto de gracia, de “La ciudad del auto de ‘A la fortaleza por el gozo.’” Hoy se le conoce por el nombre de Wolfsburg y es una ciudad moderna, de 130.000 habitantes, de tal desarrollo que a nadie se le ocurriría que fuera una población de solamente poco más de 40 años de edad.

¡Pues bien, aunque yo no sea más que un “escarabajo,” me parece que pocos han sido los bebés humanos para los cuales se han hecho tantos planes y preparativos prenatales! Mis perspectivas ciertamente eran prometedoras.

Ocurre un desastre

Entonces estalló la II Guerra Mundial, con lo cual quedaron malogrados muchos futuros brillantes, entre ellos el mío, por lo menos temporáneamente. Aunque apenas había nacido, se me abandonó para dar atención a asuntos más apremiantes. Entonces toda la maquinaria de fabricación que se había preparado para mí fue ajustada para fines militares.

En realidad, debido a este cambio en la situación, hasta la legitimidad de mi existencia se puso en tela de juicio. Una sombra se me cruzó en el camino, pues se me acusó de ser parte de una tremenda estafa. William L. Shirer, autor del libro The Rise and Fall of the Third Reich, lo explica como sigue:

“Puesto que la industria privada no podía producir un automóvil por 396 dólares [990 reichsmark], Hitler mandó que el Estado lo manufacturara y puso el proyecto a cargo del Frente Laboral. . . . El Frente Laboral adelantó capital en la suma de cincuenta millones de marcos. Pero ese capital no era la principal parte de la financiación. El Dr. Ley ideó el ingenioso plan de que los trabajadores mismos suministraran el capital por medio de lo que llegó a conocerse como el arreglo de ‘pagar a plazos antes de recibirlo’... cinco marcos a la semana, o, si el trabajador pensaba que podía hacerlo, diez o quince marcos a la semana. Cuando el comprador hubiese pagado 750 marcos, recibía un número para un pedido que le daba derecho a recibir un automóvil tan pronto como pudiera ser fabricado. ¡Ay del trabajador, pues no se produjo ni un solo automóvil para ningún comprador durante el Tercer Reich! Los asalariados de Alemania pagaron decenas de millones de marcos, pero no se les devolvió ni un solo pfennig.”

Sea o no cierto que el gobierno hizo aquello a propósito para reunir fondos para el esfuerzo bélico, como algunas personas afirman, la triste realidad es que, según se calcula, unas 170.000 personas perdieron su dinero. Aunque esto no fue culpa mía, no estoy orgulloso de este capítulo de mi historia. Me resolví a conseguir que el mundo olvidara aquella deshonra que me había sobrevenido, y —si me permite jactarme un poco— me parece que he tenido bastante éxito en hacerlo.

Un renacimiento

Al fin de la guerra, las instalaciones de Wolfsburg estaban en ruinas; más del 50 por ciento de ellas fueron destruidas. Ninguna de las potencias que ocupaban el país querían la fábrica como pago de indemnización. Según me enteré más tarde, todos los fabricantes de automóviles de las Potencias Aliadas me consideraban demasiado sencillo y —¡cuánto me desagrada la palabra!— demasiado feo para que se me tomara en serio.

No obstante, las tropas de ocupación británicas mandaron que se volviera a abrir la fábrica bajo administración alemana, de modo que empezó la producción del “auto de la gente,” aplazada ya por tan largo tiempo. Fue en esa época que los estadounidenses y los británicos me pusieron de mote “escarabajo,” apodo que no habría de apartarse de mí. Y, de veras, me siento obligado a confesar que hay cierta semejanza. Pero, después de todo, los escarabajos no son tan feos, ¿verdad?

Los primeros años de mi vida fueron difíciles, pero hubo progreso constante. La cifra de producción anual subió de menos de 2.000 autos en 1945 a más de 2.000.000 de autos a principios de los años setenta. Para 1974 se habían fabricado casi 18 millones de estos “escarabajos” de apariencia parecida, todos con el símbolo de un lobo y un castillo en el volante. ¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué se usaba este símbolo? Simplemente porque en alemán el nombre Wolfsburg, dado al lugar de mi nacimiento, significa “castillo del lobo.”

Sí, es cierto que nosotros los “escarabajos” nos parecemos. Pues, en el transcurso de los años, no ha habido cambio en el concepto que originalmente hubo para mí, ni en mi apariencia general; pero esto no quiere decir que no se hayan realizado mejoras técnicas. De hecho, cada una de las más de 5.000 piezas individuales de que se compone cada automóvil ha experimentado mejoras o cambios, de un modo u otro, en los años que han transcurrido desde que empezaron a fabricarnos.

No pasó mucho tiempo antes de que yo me convirtiera en una vista familiar por toda Alemania. Pero parece que también empecé a ganarme el favor de muchos extranjeros, y para 1947 hasta se me podía hallar en nuestro país vecino de Holanda. En 1949 crucé el Atlántico por primera vez para ir a los Estados Unidos. Muchos militares norteamericanos llevaron a casa un “escarabajo” cuando sus deberes en Alemania terminaron.

A medida que la tendencia a automóviles más pequeños y más económicos cobró ímpetu en lugares como los Estados Unidos, me hice más popular. La exportación de “escarabajos” aumentó constantemente; de hecho, a veces durante los años sesenta y setenta fue necesario reservar hasta dos terceras partes de la producción total para exportación. Se construyeron fábricas en el extranjero para facilitar el trabajo que se hacía en Wolfsburg y en las cinco plantas adicionales que entretanto se habían construido en Alemania.

¡Qué recuerdos acaricio! Como, por ejemplo, aquel momento de 1955 cuando desde la línea de montaje se condujo el “escarabajo” número un millón, o cuando salió el que completó 15 millones para ser llevado un lugar de honor en la Institución Smithsoniana, en Washington, D.C. Pero el punto culminante llegó el 17 de febrero de 1972. En ese día no solo alcancé, sino que superé, la marca de producción de poco más de 15 millones de automóviles que se había establecido allá en 1927 en el caso del famoso automóvil “Tin Lizzy,” de Ford. ¡Ahora yo era el nuevo campeón, el automóvil del mayor éxito que se había visto! ¡Para un “escarabajo,” había logrado tremendo progreso!

El fin de una época

Aunque en muchos países siguió la tendencia hacia automóviles más pequeños, aquí en mi tierra natal la tendencia empezó a tomar otro rumbo, en la dirección opuesta. A medida que los alemanes se fueron hallando en una situación económica más próspera —irónicamente, yo mismo había contribuido en gran manera a esto— quisieron automóviles más grandes, más potentes y más cómodos. Yo mismo me veo obligado a confesar que no soy el automóvil más cómodo del mundo, y no puedo negar que mi tamaño pequeño y mi peso ligero me ponen en situación desventajosa en caso de un accidente o cuando se me conduce en condiciones peligrosas. Pero, después de todo, ¿quién es perfecto?

El 19 de enero de 1978: el día más triste de mi vida, el día en que cesó la producción del “escarabajo” en Alemania. A partir de esa fecha las seis plantas domésticas de Volkswagen solo fabricarían modelos más complejos. El último “escarabajo hecho en Alemania” jamás experimentaría la excitación de correr libremente por las carreteras, pues estaba destinado a pasar el resto de su vida colocado en un lugar cómodo y seguro en un museo. Sin embargo, puedo enorgullecerme de que se sigue manufacturando el “escarabajo” original en las fábricas de Volkswagen en México, Brasil, Nigeria y África del Sur.

Este viraje en la fabricación de automóviles pone al alemán que está aficionado al “escarabajo” en una situación paradójica: si desea un “escarabajo” nuevo —que actualmente es casi tan claro símbolo de Alemania como lo son los pantalones cortos de cuero, los bocks o jarros de cerveza y los relojes de cuco— tendrá que importarlo. ¡Imagínese! ¡Si eso es casi como decirle al mejicano que tendrá que conseguir sus tortillas, frijoles y jalapeños del extranjero!

Perdone que le haya expresado tan emotivamente mis inquietudes. Supongo que las personas eminentes siempre tienden a vivir rememorando los gloriosos momentos de su pasado. Tal vez sea que estoy envejeciendo y me voy poniendo sentimental. ¿A quién le agrada que lo descarten y lo echen al olvido? Por supuesto, todavía hay millones de mis semejantes zumbando por las autopistas alemanas y por las carreteras y caminos apartados de más de 140 países por todo el mundo. Por eso, aunque mi apogeo sea cosa del pasado, todavía estoy aquí, vivito y coleando, aunque quizás no con el mismo vigor que antes. Pero por lo menos hay una cosa de la cual usted puede estar seguro: ¡Pasará mucho tiempo antes de que la gente se olvide de nosotros los “escarabajos” hechos en Alemania!

[Ilustración en la página 21]

¡Pocos han sido los bebés humanos para los cuales se han hecho tantos planes y preparativos prenatales!

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