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¡Despertad! 1980
g80 22/2 págs. 12-16

Cómo escapamos de la guerra civil de Chad

Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Costa de Marfil

LLEGAMOS a N’Djamena a principios de agosto de 1978. Habíamos dejado nuestra tierra natal, Francia, para ayudar a efectuar en Chad la obra vital de predicar las buenas nuevas del reino de Dios. Sabíamos que en Chad había condiciones difíciles. Sin embargo, aquello no nos desanimaba, y estábamos deseosos de comenzar nuestra obra misional. En el hogar misional había tres matrimonios y un hermano soltero.

Nuestro primer contacto con la población mientras participábamos en el servicio cristiano fue inolvidable. En casi todo hogar pudimos tener una conversación completa acerca de un tema bíblico y pudimos ver que la gente estaba hambrienta de la verdad bíblica. Nos sentimos muy agradecidos a Jehová por el privilegio de estar allí para ayudar.

Fue en el mes de septiembre de 1978 que salió a la luz el duelo político que había entre el jefe de estado, el presidente Malloum, supuestamente cristiano, y su primer ministro musulmán, Hissein Habré. A partir de agosto de 1978 el jefe de estado no hizo mucho más que protestar verbalmente, y entonces comenzaron los rumores. Pero nosotros no estábamos envueltos en la política, así que Anna y yo continuamos hablando a la gente acerca de la solución que Dios dará a los problemas de la humanidad.

Parecía que las fuerzas armadas del FROLINAT (Frente para la Liberación Nacional apoyado por Libia, que está al norte) habían tomado la ofensiva durante septiembre de 1978. En el pueblo vimos a muchos soldados heridos, sin duda de regreso del frente de batalla. Pero aun entonces la mayor parte de la gente no tomaba estas noticias en serio. Después de todo, en Chad había estado ardiendo la llama de la guerra desde 1966; la mayoría de la población recibía con indiferencia las noticias y rumores.

Por las noches oíamos con regularidad el disparo repetido de armas automáticas y disparos de rifles, lo cual indicaba que había violencia en la ciudad. Por la mañana, cuando nos sentábamos a desayunar, solíamos mencionar lo que habíamos oído, para asegurarnos de que no nos habíamos equivocado.

Aquí celebramos con mucho éxito una asamblea nacional de los testigos de Jehová en diciembre de 1978, aunque habíamos tenido nuestros recelos debido al ambiente político.

En enero la tensión era tal que tuvimos que disminuir la actividad que efectuábamos de casa en casa en el vecindario musulmán, donde en varias ocasiones habíamos afrontado problemas. Continuamos efectuando nuestras actividades de manera más prudente, y al anochecer tratábamos de regresar al hogar misional lo más pronto posible.

El 27 de enero, en el mercado de vegetales la crisis alcanzó un nivel peligroso, pues hubo serios incidentes. Se escuchó el ruido de ametralladoras y granadas; hubo varias muertes y heridos. Por algún tiempo se cerraron las escuelas. En la calle 40, donde está el hogar misional, vimos a docenas de jóvenes musulmanes gritando y blandiendo armas. Por consejo de varias personas con quienes estudiábamos la Biblia, permanecimos en el hogar en espera de que regresara la calma.

Fue durante ese tiempo cuando recibimos un telegrama de la sucursal de la Sociedad Watch Tower en Nigeria en el cual se nos invitaba a ir a Lagos si se hacía necesario. Puesto que la situación empeoraba, tomamos la iniciativa por medio de llenar solicitudes para obtener visados para ir a Nigeria. Sin embargo, cuando las cosas se estabilizaron un poco, suspendimos las gestiones y esperamos para ver si se resolvían las cosas. A pesar de todas estas dificultades, deseábamos proseguir con nuestras actividades en este país. Cuando estábamos predicando nos olvidábamos rápidamente de los problemas de la localidad.

El domingo 11 de febrero también fue un día memorable; aquel día por la mañana, en Farcha, a unos 5 kilómetros del centro comercial de la ciudad, casi todos los hermanos de la localidad y todos los misioneros nos reunimos en la casa del hermano Sarki para escuchar un discurso bíblico, y después todos fuimos a participar en una campaña de predicación de casa en casa. En Farcha se hallaban las tropas francesas, que ascendían a más de 2.500 soldados, y también algunas unidades del ejército regular de Chad. Durante aquel domingo pusimos muchas publicaciones en manos de la gente. Al fin de la mañana se podía ver la felicidad retratada en el rostro de los proclamadores del Reino, a pesar del ambiente de guerra civil.

N’Djamena, 12 de febrero: Como de costumbre, Anna y yo nos levantamos a eso de las 5:45 de la mañana. Nos desayunamos con toda la familia. Max y Pauline tenían la asignación de cocinar aquel día según el arreglo misional. Nosotros nos marchamos como a las 7:30 de la mañana para conducir un estudio bíblico. Pasamos por enfrente del edificio presidencial en nuestra motocicleta. Para cuando llegamos frente al edificio de la Radio Nacional de Chad, percibimos que algo estaba a punto de ocurrir. Había hombres armados en posición de disparar. Todo el barrio estaba lleno de soldados que pertenecían al FAN (Fuerzas Armadas del Norte), bajo el mando de Hissein Habré, y éstos estaban armados y llevaban cascos protectores.

Entonces nos dirigimos hacia la gran mezquita que está junto a la avenida del General de Gaulle. A lo largo de ambos lados de esta calle ahora había hombres en uniforme de combate, en posición de disparar. Pertenecían al FAT (Fuerzas Armadas de Tchad) bajo la dirección del presidente Malloum.

Nos dimos cuenta de lo seria que era la situación. Había automóviles por todas partes y la mayoría de estos se dirigían hacia la zona de Farcha. En cuanto a nosotros, nuestro deseo era regresar al hogar. Teníamos que pasar por la gendarmería. Había gente corriendo en toda dirección. Estábamos como a 100 metros del hogar de nuestro amigo Seraphin, con quien estudiábamos la Biblia, cuando una granada explotó, y acto seguido empezaron los disparos de armas automáticas. El corazón empezó a latirnos a cien kilómetros por hora, oramos a Jehová en voz alta y le pedimos su dirección y ayuda para tomar las decisiones correctas.

Decidimos refugiarnos en el hogar del patrón de Seraphin... un maestro francés casado con una norteamericana. La gente de la zona nordeste huía en la misma dirección que nosotros. En el hogar del maestro nos recibieron bondadosamente y nos invitaron a entrar en la casa. El patrón de Seraphin nos dijo que acababa de regresar de la universidad, que era presa de las llamas. ¡La situación era espantosa!

Unos minutos después llegó otro maestro directamente de la escuela de segunda enseñanza Felix Eboue. Estaba frenético, especialmente por lo que había visto. El edificio de la Radio Nacional de Chad había sido parcialmente destruido; en la escuela de segunda enseñanza se efectuaban violentos encuentros entre el FAN y el FAT. Muchos estudiantes ya habían perdido la vida. Él había tenido precisamente el tiempo necesario para escapar del lugar y buscar refugio en esta zona donde vivían muchos maestros y consejeros extranjeros.

Entonces, súbitamente, hubo calma y quietud. Era el momento de tratar de regresar al hogar. Teníamos que recorrer por lo menos 3 kilómetros. Salimos en la motocicleta a toda marcha para llegar con la mayor rapidez. La gente todavía huía en todas direcciones. Finalmente llegamos al hogar misional. Max y Pauline estaban allí; no podíamos hacer nada sino esperar y confiar en Jehová, que ya nos había ayudado.

Para ahora volaban aviones sobre la ciudad. Cerca de las 12:15 de la tarde los aviones comenzaron a abrir fuego, en gran escala, sobre la zona de Kabalai. La ráfaga de balas de las armas automáticas, las explosiones y el intenso fuego de mortero retumbaban por toda la ciudad. Era una guerra, la temida confrontación.

Comenzamos a preparar nuestras maletas por si se hacía necesario evacuar el lugar. Escuchábamos cuidadosamente las noticias de la radio (Francia Internacional, La Voz de América, Radio Canadá Internacional). Vivíamos horas de tensión, pues no sabíamos en qué resultaría la situación. Durante la tarde algunos helicópteros volaron sobre la parte del pueblo donde vivíamos y dispararon, pero felizmente no alcanzaron nuestro hogar.

A la hora de acostarnos arreglamos un refugio debajo de la cama para protegernos de los proyectiles perdidos. ¡Debajo de la cama podíamos escuchar el silbido de las balas, y algunas rebotaban en las persianas de metal de nuestra casa!

Durante el martes 13 de febrero la lucha continuó rabiando con la misma intensidad. Verdaderamente nos preguntábamos en cuanto a nuestra situación, pero confiábamos en Jehová. Anna y yo estábamos conscientes de que, hasta si sucedía lo peor, todavía teníamos la maravillosa esperanza de la resurrección. Sentíamos en nosotros una fuerza que nos ayudaba en aquellos momentos críticos.

Para la mañana del miércoles 14 de febrero parecía que la lucha se había detenido, con la excepción de algunos disparos aislados. Desde nuestras ventanas podíamos ver la calle. Había muchos hombres apostados en las esquinas de las calles. La radio dijo que había habido muchas bajas. Decidimos hacer un mejor refugio por medio de usar cajas de literatura. Puesto que Olaf y Barbara estaban en el campo visitando congregaciones, nos mudamos al cuarto de ellos, que estaba menos expuesto que el nuestro, que se hallaba hacia el frente de la casa.

Nos preparamos para una tercera noche de lucha. Esta resultó ser la más terrible; se pudo notar que la violencia del combate fue más severa que la de las noches anteriores. Allí, bajo nuestro refugio provisional, acostados boca abajo, muy juntos uno al otro, podíamos oír el matraqueo de las armas automáticas y las explosiones del intenso bombardeo de morteros. Un proyectil podía demoler la casa en cualquier momento. El campamento norteño había colocado un lanzador de cohetes a 50 metros de nuestra casa en la terraza de un edificio de apartamentos. Cada vez que disparaban un cohete, había un sonido ensordecedor. En una ocasión pensamos que nos habían alcanzado... hubo un fallo en el disparo de un cohete y éste cayó cerca de la casa y hubo una explosión tremenda. Los restos del cohete y el polvo resonaron sobre nuestro techo de lata. ¡Vaya “fuegos artificiales”! La lucha se detuvo de nuevo a eso de las 7 de la mañana.

En la calle todavía iba y venía la gente, huyendo de las zonas de combate. Muchos llevaban en la cabeza algunas pertenencias envueltas en una esterilla de paja.

Aquel día Anna y yo leímos la Biblia y suplicamos a Jehová que nos dirigiera al tomar decisiones en cuanto al futuro. Nos acostamos y la noche transcurrió en relativa calma en comparación con las noches anteriores. Las fuerzas de oposición habían firmado una tregua.

Al poco tiempo todos habíamos decidido qué hacer. Max y Pauline, al igual que Patrice, irían por automóvil al sur vía Bongor, que está a 250 kilómetros de distancia, para dirigirse a Camerún y entonces a Nigeria. Anna y yo trataríamos de llegar al aeropuerto. En realidad, puesto que estábamos en medio de una guerra civil, ninguna salida parecía prometedora o posible.

Dedicamos la mayor parte de la noche de aquel viernes a orar, pues necesitábamos la dirección de Jehová. No podíamos conciliar el sueño. Nos preguntábamos que ocurriría el día siguiente. Anna y yo nos levantamos muy temprano, hicimos dos banderas blancas, preparamos la motocicleta, y entonces escuchamos todo el informe de noticias africano. Parecía que el cese del fuego seguía. Esta era la mejor ocasión para tratar de llegar a la base militar francesa. Con mucha tristeza dejamos a nuestros tres compañeros a eso de las 7:45 de la mañana. Más tarde ellos se dirigirían hacia el puente de Chagoua.

Cuando salimos había poca gente en las calles. Nosotros íbamos en primera marcha para no dar la impresión de que estábamos huyendo. Cuando llegáramos a la calle principal, tendríamos que decidir en qué dirección iríamos. En las esquinas había soldados que estaban listos para disparar. Preguntamos a algunos musulmanes cuál sería la manera más segura de llegar al aeropuerto. Ellos indicaron que era la ruta más corta. Al ver que no había casi nadie en el camino, nos arriesgamos a tomarla. ¡Ah, cuánto oramos a Jehová durante aquel viaje que no podremos olvidar!

Ante nosotros estaban los resultados de la guerra... casas abandonadas, cajas de municiones por todos lados. Para tranquilizar el ambiente, saludábamos a la gente que encontrábamos en el camino. Al acercarnos a las esquinas de las calles yo disminuía la velocidad tanto como podía, pues en éstas había francotiradores escondidos. Pero nuestras banderas blancas podían verse desde lejos. Aquella zona verdaderamente había sido afectada. No había ruido alguno; todo parecía muerto. Al pasar la gendarmería, docenas de soldados (bajo el mando del Coronel Wadal Abdelkader Kamougue) apuntaron sus armas hacia nosotros. Hicimos un ademán de amistad. No contestaron, pero nos permitieron continuar.

Ahora estábamos frente a la prisión, y había soldados a ambos lados, pero ninguno hizo que disminuyéramos la marcha. Fue como si no nos hubieran visto. Después, tomamos la avenida que lleva directamente al aeropuerto. Todos los bosques de los alrededores del aeropuerto habían sido quemados. Había cuerpos quemados por todo el lugar, y las casas que habían sido destruidas por las bombas presentaban una apariencia siniestra.

Al llegar al aeropuerto se nos dirigió al servicio de recibimiento. Explicamos que habíamos venido de la zona musulmana por la parte nordeste de la ciudad. Las autoridades militares dijeron que el que hubiésemos logrado pasar por la gendarmería había sido un milagro. Nos mencionaron que otros habían tratado de llegar a la base y no lo habían logrado. Algunos europeos que habían intentado escapar así habían sido asesinados.

Aquella tarde se enterraron unos 800 cadáveres en una sepultura común. Todavía se podían ver cientos de cuerpos en diferentes sectores del pueblo: Kabalai Moursal, Saaba Ngali, Bobolo, Saint Martin’s Basin, la zona de la Estación de la Radio Nacional y el centro comercial de la ciudad. Aquellos cadáveres se habían hinchado hasta alcanzar el doble de su tamaño normal y los perros, punzados por el hambre, ya se los estaban comiendo. El hedor de los muertos flotaba en el aire por toda la ciudad.

Según cálculos se estimaba que el número de muertos en la capital ya ascendía a miles. Un miembro del Servicio de Salud nos dijo que el hospital, que también había sido atacado con proyectiles, estaba atestado. Vimos que se transportaban en carretillas los cuerpos de los que habían sido terriblemente mutilados con heridas de cuchillo. Algunas embajadas habían sido destruidas y el edificio de la O.N.U. había sido quemado.

Las autoridades nos encomiaron por la iniciativa que habíamos tomado, pues, aunque estaban al tanto de nuestra situación, no habían podido intervenir para permitirnos salir. Puesto que todos nuestros papeles estaban en orden, las autoridades francesas nos dieron una comida y nos pusieron en el próximo vuelo en un avión de las fuerzas aéreas. Después de una espera de varias horas en la pista de despegue, nuestro avión alzó vuelo a las 6:30 de la tarde en dirección a Libreville, Gabón. Nos fue muy triste tener que salir de N’Djamena en aquellas circunstancias. Estábamos seguros de que pasaría mucho tiempo antes de que pudiésemos regresar a este país envuelto en guerra civil.

El avión aterrizó en Libreville a eso de las 10:00 de la noche. La embajada francesa se ocupó de todos los franceses que habían sido evacuados. Nos alojaron en el Hotel Okoume Palace.

Puesto que la Sociedad había sugerido que fuéramos a Nigeria, el lunes por la mañana fuimos a la embajada de aquel país para obtener el visado. El funcionario del consulado rehusó rotundamente darnos el visado puesto que éramos franceses y habíamos sido evacuados de Chad. No quería tener nada que ver con nosotros. Nos negó hasta un visado de 24 horas. ¿Qué íbamos a hacer? Teníamos poco dinero con nosotros.

Desde luego, desde allí nos hubiera sido muy fácil aceptar que las autoridades nos enviaran a París por medio del arreglo de evacuación, pero deseábamos permanecer en el servicio misional en África si era posible. Pidiendo ayuda a Jehová, decidimos ir a Abidján, en la Costa de Marfil. Con la ayuda del agente de viajes de Air Afrique, que estaba supervisando la repatriación del personal de Air Afrique y los parientes de éstos que habían sido evacuados de N’Djamena, pudimos obtener dos pasajes para Libreville-Abidján-Dakar. Bondadosamente, nos hicieron también una rebaja por ser misioneros . . . eso en un país donde la obra de los testigos de Jehová está proscrita. Quedaban solamente dos plazas en el vuelo RK 103. ¡Qué alegría fue para nosotros poder permanecer en África!

Así que llegamos a Abidján el martes 20 de febrero como a las 3:45 de la tarde y pasamos por la aduana del aeropuerto sin ningún problema. ¡Cuánto nos alegraba estar aquí, y cuán agradecidos nos sentíamos por la provisión de Jehová! Después de inquirir un poco, finalmente hallamos a nuestros hermanos cristianos. Jamás olvidaremos la bienvenida que nos extendieron nuestros compañeros misioneros, y el amor que nos mostraron. Todos los hermanos que hemos conocido en Abidján nos han mostrado mucha bondad.

Aquí en Costa de Marfil continuamos santificando el nombre de Jehová y estamos disfrutando mucho de la predicación en una zona residencial de la ciudad. ¡Qué privilegio es hablar a otros acerca del propósito de Jehová de traer verdadera paz y seguridad a todos los que aman la justicia! (Miq. 4:2-4; Sal. 46:8, 9)—Contribuido.

[Comentario en la página 13]

“Por las noches oíamos . . . el disparo repetido de armas automáticas”

[Comentario en la página 14]

“Debajo de la cama podíamos escuchar el silbido de las balas, y algunas rebotaban en las persianas de metal de nuestra casa”

[Comentario en la página 15]

“Docenas de soldados . . . apuntaron sus armas hacia nosotros”

[Comentario en la página 16]

“Cadáveres se habían hinchado . . . y los perros, punzados por el hambre, ya se los estaban comiendo”

[Mapa en la página 12]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

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