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  • g80 22/8 págs. 26-27
  • Un sacerdote católico cambia

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  • Un sacerdote católico cambia
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¡Despertad! 1980
g80 22/8 págs. 26-27

Un sacerdote católico cambia

LA SIGUIENTE carta, dirigida a la central mundial de los testigos de Jehová en Brooklyn, Nueva York, se recibió en julio de 1979:

“A quien pueda interesar:

“Esta es solo una nota de agradecimiento por sus publicaciones que están tan llenas de información vital y esclarecedora. Fue por medio de sus publicaciones y con la ayuda de una predicadora de ustedes de Newark, N.J., que pude hallar lo que en realidad es la VERDAD. Si hubiera una placa de mérito, debería ser entregada a esta pequeña practicante de la verdad, . . . Janet Jones. En un tiempo yo fui sacerdote católico de mucha prominencia y fue por medio de esta joven que me di cuenta de que yo no tenía realmente la verdad, pero que lo que ella me mostró sí lo era. De nuevo, quiero darles las gracias y, si es la voluntad de Jehová, yo también llegaré a ser predicador de Jehová, nuestro amoroso Creador.”

En la Asamblea de Distrito “Esperanza Viva” de los Testigos de Jehová que se celebró el verano pasado en el Estadio de los Gigantes, en Nueva Jersey, Janet Jones relató cómo llegó a conocer a este sacerdote. Explicó:

“El año pasado trabajé de secretaria en la Universidad de Seton Hall. Por medio de ser paciente al testificar, pude comenzar un estudio bíblico con una estudiante joven, quien algún tiempo atrás había pensado en suicidarse. Ella progresó rápidamente en sus estudios. Poco después me dijo que renunciaría a su iglesia. Sin que yo lo supiera, durante todo aquel tiempo ella le había estado dando al sacerdote fotocopias del material que considerábamos cada semana.

“El sacerdote se disgustó mucho cuando se enteró de que la joven había renunciado a la iglesia, e hizo todo cuanto pudo por persuadirla para que cambiara de parecer. Poco después, ella regresó al hogar de su familia en Florida, donde continuó progresando espiritualmente. Mientras tanto, el sacerdote averiguó que yo era la persona con quien ella había estudiado, y pidió verme. Me pidió ejemplares de los libros de los cuales habíamos sacado la información de nuestro estudio... La verdad que lleva a vida eterna y ¿Es esta vida todo cuanto hay? Me dijo que yo había cometido un pecado grave al apartar a aquella joven de la Iglesia Católica.

“Después de eso lo vi varias veces, y me dijo que sabía que había muchos defectos en aquellos libros y que me llamaría atención a ellos tan pronto como terminara de examinar el material. Las muchas preguntas que él tenía requirieron que yo efectuara mucha investigación para contestarle. Sin que yo lo supiera, él comenzó a visitar varios Salones del Reino, a hablar con Testigos que estaban predicando, y a hacerles las mismas preguntas que me había hecho a mí. Recibió las mismas contestaciones vez tras vez. No lo volví a ver ni tuve noticias de él por aproximadamente tres o cuatro meses. Entonces cambié de empleo seglar y me mudé a otro lugar. Varias semanas después recibí del sacerdote una carta que llevaba la fecha de 22 de junio de 1979. Escribió:

“‘Quiero agradecerle el entendimiento que me ha ayudado a adquirir por medio de esas publicaciones, ¿Es esta vida todo cuanto hay? y también La verdad que lleva a vida eterna. Tengo que admitir que después de aquella primera reunión con usted me hice a mí mismo varias preguntas en cuanto a la base de mi fe y descubrí que ésta no descansaba en un fundamento tan sólido como la suya. De modo que examiné mi fe como usted me sugirió e hice varias preguntas a mis superiores, quienes, para sorpresa mía, no pudieron contestarme tan bien como lo había hecho usted. Fue en ese momento que comprendí que definitivamente algo faltaba en mi vida y quise hallar las contestaciones. Hay una casa de adoración de ustedes en Irvington a la que asistí a menudo, y fue allí donde escuché lo que estaba buscando, “La Verdad.” También quise investigar si ésta era en realidad todo lo que usted me dijo que era. Bueno, querida amiga, ¡usted la subestimó!

“‘Para cuando reciba esta nota habré renunciado de ser clérigo, como usted me llama, y probablemente estaré en camino a casa en busca de uno de los Salones del Reino de ustedes para aprender más acerca de esta verdad. Usted fue como una luz clara que brillaba muy intensamente en un largo y oscuro túnel, hasta en viejos y oscuros túneles como yo. Pase lo que pase, continúe brillando. Nunca permita que nadie ni nada la detenga, porque puedo decir con certeza que Dios verdaderamente tiene que estar trabajando con usted.

“‘Mis superiores se sorprendieron cuando les dije que me iba después de 33 años de servicio, pero cuando se enteraron de la razón, pidieron que me fuera inmediatamente, o antes. Pero, ¿sabe usted algo extraño? Años atrás otro sacerdote se había ido por la misma razón, y yo hice un voto de que nunca permitiría que nada se interpusiera entre mí y la iglesia. ¡Y ahora, fíjese! Siento como si se me hubiera quitado un gran peso de los hombros y como si estuviera respirando aire fresco por primera vez en 33 años. ¡Qué bondadoso, glorioso y amoroso es el Creador, nuestro Dios Jehová!

“‘No sé si nos volveremos a ver, pero tenga la certeza de que siempre estará en mis pensamientos y en mis oraciones.’”

“Cierto día, después que él había renunciado, dos de sus colegas vinieron a verme a la oficina de la Universidad donde yo trabajaba antes. Uno me preguntó si estaría bien que ellos regresaran para hacerme algunas preguntas. Concordé en ello.

“Poco después los dos regresaron con otros ocho sacerdotes, todos en su ropa tradicional. Las edades de ellos variaban, según me parece, desde los tempranos cuarenta hacia arriba; el mayor probablemente tendría unos setenta años de edad. Yo solo tengo 25 años.

“Los sacerdotes se sentaron en la oficina y comenzamos a considerar puntos. Me hicieron preguntas en cuanto a mi creencia en Cristo, la muerte de él y el que él fuera el hijo de Dios. El tema de la Trinidad parecía interesarles especialmente. Un sacerdote me dijo que, debido a que yo había desviado a otros de la fe católica, sería atormentada para siempre en el infierno. Mostré con la Biblia que en el ‘infierno’ la persona no está consciente de nada en absoluto, y por lo tanto no podía experimentar tormento.—Sal. 139:8; Ecl. 9:5, 10.

“Durante toda la consideración noté que el sacerdote de más edad no parecía tener preguntas. Solo se apoyaba sobre el bastón y me miraba fijamente, especialmente cuando yo usaba la Biblia para contestar las preguntas de los demás.

“Finalmente, un sacerdote dijo con exasperación: ‘Usted no sabe de lo que está hablando. Está mintiendo, y no podría reconocer la verdad aunque ésta se le plantara enfrente mismo.’ Entonces el sacerdote de edad avanzada se levantó y dijo: ‘Ella sí sabe lo que dice. Habla la verdad, algo que nosotros mismos rehusamos aceptar.’”—Contribuido.

[Comentario en la página 27]

Un sacerdote dijo: “Usted no sabe de lo que está hablando.” Pero un sacerdote mayor dijo: “Ella sí sabe lo que dice. Habla la verdad”

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