¿Muestra usted amabilidad a los solitarios?
“VIVO sola, pero no me aflige la soledad. Tengo todas las amistades que deseo. Me gusta conservar la vida privada,” así escribió una mujer de negocios jubilada en una carta que salió en muchos periódicos de prominencia. Continuó: “Una noche, a eso de las 7:30, alguien tocó a mi puerta. Pregunté quién era, puesto que no estaba esperando a nadie. Era una viuda que vivía en mi piso, y a quien yo solamente saludaba cuando por casualidad nos veíamos. Me dijo que se sentía sola y que no sabía qué hacer consigo, y me preguntó si podía pasar adentro y visitarme un rato.
“Le contesté con amabilidad, pero francamente, que estaba ocupada. . . . ella se disculpó por haberme molestado y se fue. . . . Yo me sentí muy orgullosa de mí misma por no haberme dejado atrapar por una persona aburridora de quien quizás hubiera sido difícil deshacerme. La noche siguiente una amiga me telefoneó para preguntarme si conocía a la mujer que se había suicidado en mi edificio la noche antes. Si usted ya ha adivinado que se trataba de la misma señora que había tocado a mi puerta, no se equivoca.”
¡Qué horrible! Esta experiencia ilustra lo necesario que es mostrar amabilidad a las personas que se sienten solas y seguir el consejo bíblico de ‘hablar confortadoramente a las almas abatidas.’ (1 Tes. 5:14) Pero, ¿cómo? Lo que se necesita es compasión humana, amistad genuina. Estas personas necesitan que uno esté allí, con ellas. A menudo la simple presencia de uno resulta de mayor valor que el consejo que les dé.
Una joven de 16 años que trató de suicidarse lanzándose ante un auto dijo en súplica: “Yo en verdad no quería morir; solamente quería que alguien me prestara alguna atención.” Sus comentarios demuestran cuán poco se requiere para ayudar a la persona que se siente sola. A menudo basta con una simple palabra, unos minutos de conversación, algo que les deje saber que uno se da cuenta de que están allí. ¿Da usted a otros así de su persona?
La mayor parte de nosotros nos comunicamos regularmente con grupos de personas, sea cada día o alguna vez cada semana. En estas ocasiones tenemos oportunidades de asociarnos con muchas diferentes personas y conversar con ellas. Al buscar a las personas que parecen tímidas o retraídas, usted tal vez pueda animar a las que sufren debido a la soledad.
Además, ¿por qué no incluir a tales personas en sus ratos de esparcimiento? A veces quizás pueda invitarlas a su casa o a participar en alguna reunión social. Invítelas, no sencillamente porque les tenga lástima, sino más bien porque reconoce que en estas personas solitarias hay mucho que ellas pueden aportar a otros si se les abre la oportunidad de hacerlo.
Al mostrar amabilidad para con otros de esta manera, usted estará mostrando interés genuino a las personas que están luchando contra la soledad. Y en su propia vida estará poniendo en función el magnífico principio que dio Jesucristo para la vida cuando dijo: “También, así como quieren que los hombres les hagan a ustedes, hagan de igual manera a ellos.”—Luc. 6:31.