“Dios es mi copiloto”... ¿es el suyo también?
ESTABAN en los Estados Unidos, haciendo una visita que habían planeado desde mucho tiempo antes, y no estaban acostumbrados a ver lo que los americanos ven tan a menudo... letreros en los parachoques. Durante su viaje descubrieron que algunos de los letreros eran de índole seria, otros simplemente eran anuncios ingeniosos, otros sugerían temas que hubiera sido mejor pasar por alto, ¡y otros eran pura diversión!
Puesto que los visitantes eran personas cristianas que se interesaban mucho en asuntos de religión, se sintieron particularmente fascinados por los letreros que transmitían mensajes religiosos. Por ejemplo, había uno que declaraba con orgullo: “Dios es mi copiloto.”
Es muy posible que lo que el chofer del automóvil quería decir —si es que de hecho quería decir algo— era sencillamente que estaba en muy estrecha relación con Dios, como la que hay entre el piloto de un avión y su copiloto. Hasta ese punto, la idea era buena.
Un copiloto, como es sabido, sirve de asistente o de piloto de relevo en una aeronave, y está autorizado para encargarse del mando cuando, por ejemplo, el capitán de la aeronave le instruye que lo haga, o en caso de emergencia. Después del piloto o capitán mismo, el copiloto es el segundo al mando. Era a este respecto que la comparación parecía inadecuada, pues ¿quién se atrevería a alegar que, en la relación entre Dios y el hombre, Dios solamente ocupa la posición de “segundo al mando”?
Las personas que toman decisiones de gran importancia en la vida, no a base de principios que provengan de Dios, sino puramente a base de lo que ellas prefieren o de la conveniencia propia, están realmente relegando a Dios a un plano secundario. Puede ser que, dejándose guiar por una sinceridad mal orientada, tales personas estén haciendo de Dios su “copiloto,” en el sentido de que confían en que él les ayude si las decisiones que toman no salen bien, y piensan que en caso de emergencia pueden acudir a él para que, por decirlo así, empuñe el mando y las libre de la posibilidad de un aterrizaje de emergencia.
Muchas personas relegan a Dios al puesto de “copiloto” por medio de trazarse un curso religioso durante toda la vida sin considerar debidamente las instrucciones divinas que se presentan en la Biblia. Escogen una religión a base del atractivo financiero o social de ella, lo conveniente que sea, o las tradiciones que observe, y no a base de la adherencia de ésta a los principios y leyes de Dios. Por lo tanto, ¿deberían estas personas esperar que Dios se sintiera obligado a intervenir en momentos de emergencia y servirles de “copiloto”?
Dwight D. Eisenhower dijo en una ocasión que en tiempo de apretura los soldados en el campo de batalla se volvían “instintivamente hacia Dios” por ayuda; afirmó que “no hay ateos en las trincheras.” Pero, ¿por qué aguardan tantas personas a tal emergencia para pensar seriamente en Dios? La verdadera fe está basada en conocimiento exacto y está acompañada de obras que la respaldan. La actitud que se revela en el lema “Dios es mi copiloto” no es indicio de fe genuina. John Ruskin, escritor, crítico y artista inglés del siglo diecinueve, resumió bien el punto al decir: “El que ofrece a Dios un puesto secundario no le ofrece puesto alguno.”
El aplicar al Dios Todopoderoso la expresión “segundo al mando” es una falsificación de la realidad. Las Sagradas Escrituras lo llaman repetidas veces, de hecho 50 veces, el “Altísimo.” El éxito y la felicidad en la vida dependen de reconocer humildemente la posición relativamente baja que ocupa el hombre en contraste con la posición de supremacía que ocupa Jehová.
El ejemplo de Abías, rey del antiguo reino de dos tribus de Judá, comprueba esto. Al verse cara a cara con las fuerzas militares de Jeroboán, rey de Israel, que eran dos veces más numerosas que las suyas, Abías dijo a sus adversarios: “¡Miren! con nosotros está a la cabeza el Dios verdadero . . . no peleen contra Jehová el Dios de sus antepasados, porque no tendrán éxito.” (2 Cró. 13:12) Fue debido a que Abías reconoció que Jehová estaba “a la cabeza,” sirviendo de “capitán” de ellos en los cielos, que los judíos bajo Abías como representante terrestre de Jehová lograron ganar la victoria a pesar de las enormes fuerzas que estaban en contra de ellos.
Si reconocemos con humildad la posición inferior que ocupamos, nuestra relación con Dios será estrecha, como la que existe entre un piloto y un copiloto. Pero nunca —ni por un momento— habrá duda alguna en nuestra mente en cuanto a quién está al mando.