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  • g81 8/4 págs. 25-28
  • Manteniendo mi música en su lugar

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  • Manteniendo mi música en su lugar
  • ¡Despertad! 1981
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  • Inclinación a la música
  • El comienzo de una carrera
  • Logros en la música
  • Algo que quería creer
  • Otro músico me dio ayuda
  • Un nuevo modo de vida
  • Manteniendo el equilibrio
  • Vivía para la música
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    ¡Despertad! 1988
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¡Despertad! 1981
g81 8/4 págs. 25-28

Manteniendo mi música en su lugar

COMO muchacho de ocho años de edad que vivía en la ciudad de Filadelfia, en los E.U.A., me parecía que de alguna manera era diferente de los demás. Un día tomé una navaja y me corté el dedo, pues pensaba que, si sangraba como las demás personas, con el tiempo compartiría el mismo fin... como nuestro vecino de más abajo en la manzana, que murió y terminó en un ataúd. Vi brotar la sangre. “Benny Golson,” me dije, “tú también morirás.”

Durante más o menos cinco años después de eso, cuando me hallaba a solas, los asuntos que tenían que ver con la muerte me preocupaban. Me fijaba en las manos y las movía, escuchaba mi voz pronunciando una o dos palabras, y me miraba en el espejo. Me asustaba el saber que vendría un día en que ya no existiría.

No quería morir. Quería vivir. Pero, debido a que el tiempo que se me concedía no era largo, ahora me parecía que me hallaba en una carrera con el tiempo.

Inclinación a la música

Debido al interés que mostré en la música, mi madre comenzó a darme lecciones de piano cuando yo tenía nueve años. A los catorce años de edad comencé a tocar el saxófono alto. Me enamoré de este instrumento. Cada vez que Lionel Hampton llegaba al Teatro Earle, allí estaba yo escuchando cada nota y anhelando tocar como el músico principal que tocaba el saxófono, Arnett Cobb.

Para aquella época, durante la II Guerra Mundial, un grupo de nosotros, adolescentes que aspirábamos a ser músicos, solíamos reunirnos para ensayar. Un día, durante una de estas sesiones de ensayo en mi casa, un amigo, una persona bastante mayor, dijo: “Algún día todos ustedes estarán fumando, bebiendo y tomando drogas.” Me enojé, y le dije que lo único que nos interesaba era la música. Pero él volvió a decir lo mismo, y agregó: “Ya verán.”

La ira que él despertó en mí llegó a ser como un mecanismo de defensa para mí. Como músico, me resolví a mantenerme “limpio,” y aunque yo pude evitar aquellas cosas, muchos de mis amigos de antes, incluso algunos de los que se hallaron allí para el ensayo aquella noche, fueron víctimas de estas cosas. De hecho, algunos murieron debido a un exceso de drogas.

El comienzo de una carrera

En 1948 ingresé en la Universidad de Howard, en Washington, D.C., para hacerme profesor de escuela. Pero la música seguía siendo mi verdadero amor. Yo vivía con la ilusión de que algún día llegaría a ser un músico de renombre internacional, y me embebía en el ensayo del saxófono. ¿Me ayudarían la sicología, la oratoria y otras asignaturas a tocar mejor mi instrumento musical, o a crear nuevas melodías? Un día empaqueté mis pertenencias y me fui de la escuela para no volver jamás.

Me parecía que estaba listo para enfrentarme al mundo, puesto que había estado tocando música a menudo en un club nocturno fuera de los confines de la universidad. Recibía siete dólares por cada adaptación musical (de 17 piezas), y las bandas tocaban todo lo que yo componía. A mí no me importaba el dinero... lo que quería era la experiencia.

Cuando regresé a casa en Filadelfia se me ofreció la oportunidad de unirme a la banda de “Bullmoose” Jackson, cantante popular. Tadd Dameron era el pianista. Él era uno de mis ídolos entre los que creaban adaptaciones musicales. Me parecía que por fin había logrado mi meta.

Logros en la música

Luego, cuando estuve con otra banda, me puse a escribir piezas de jazz en mis ratos libres. A medida que íbamos viajando de ciudad en ciudad, daba estas piezas a los músicos de los diferentes lugares.

Uno de esos músicos, John Coltrane, me dijo un día en la calle: “Oye, Benny, ¿recuerdas esa pieza que llevé a Nueva York? Pues, a Miles le gustó tanto que la hemos grabado.”

Aquello me sorprendió y deleitó, porque Miles Davis era uno de los principales artistas de jazz en el campo de las grabaciones. Aquella grabación, llamada “Stablemates,” dio comienzo a mi carrera de compositor de jazz.

Desde entonces, pareció que todo el mundo quería que escribiera y compusiera música para ellos. El resultado fue que me hallé componiendo música todos los días. Procuré manifestar cierta convicción mía de que las canciones, aunque fueran de tipo del jazz, debían ser melódicas. Con el tiempo, esa convicción llegó a ser mi marca distintiva, y probablemente fue lo que llevó a mi éxito como compositor de jazz. Más o menos al mismo tiempo comencé a ganar reconocimiento como músico del saxófono alto.

Fue en 1956 cuando “Dizzy” Gillespie me llamó por teléfono para pedirme que me uniera a su banda. Él acababa de volver de una gira del Oriente Medio patrocinada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, y estaba a punto de embarcar en una gira semejante a la América del Sur. Mientras estuve con él gané el primer premio como “Nueva estrella musical del saxófono alto” y “Nuevo compositor estrella” en la Encuesta Internacional del Jazz de Compás Acentuado. Cuando el conjunto musical de Gillespie por fin se disolvió, decidí quedarme en Nueva York a fin de establecerme firmemente dentro de la red de la actividad musical.

Algo que quería creer

Mientras estuve en Nueva York, los testigos de Jehová llegaron a la puerta de mi apartamento. Me parecía que eran personas dedicadas, pero que estaban perdiendo el tiempo. ¿Quién tenía tiempo para leer revistas religiosas? Cuando se fueron, tiré las mías a la basura. Sin embargo lo que sí me hizo impresión fue lo corteses y amables que fueron.

Más tarde, mientras estuve trabajando por una semana en el Teatro Apollo, en Nueva York, ví a una pareja parada a la entrada del escenario, con revistas en las manos. Cuando me di cuenta de que eran las revistas La Atalaya y ¡Despertad! dije para mis adentros: “¡Ay, no! Aquí también.” Pero a la vez noté que muchos músicos, entre ellos muchos que estaban endurecidos por una vida mundana, los trataban con amabilidad y cortesía. No pude comprender esto. Más tarde me enteré que el esposo, Paul White, había sido artista y conocía a muchos de los músicos personalmente. Él y su esposa concentraban sus esfuerzos en hablar acerca de los propósitos de Dios a las personas del campo del entretenimiento.

Por fin me hablaron a mí. Simplemente por la curiosidad de saber lo que me dirían, estuve dispuesto a escuchar. Fue entonces cuando comprendí por qué los demás se portaban de manera tan respetuosa y atenta. Estas eran las personas más amables y apacibles que hasta entonces había conocido. Pero me hablaron de cosas que parecían pura fantasía... que este sistema de cosas terminaría y que sería reemplazado por un nuevo orden en el cual las personas habrían de vivir para siempre sobre la Tierra en felicidad.—2 Ped. 3:13; Rev. 21:3, 4.

Yo quería creer aquello, pero tendría que convencerme de que fuera cierto. Pero, no podía serlo, ¿verdad? Nunca había oído al “reverendo” Lewis de la Iglesia Tabernáculo de la Fe, de Filadelfia, hablar de tales asuntos. Cuando estuve tocando en el Teatro Regal, en Chicago, vi de nuevo a Paul e Ida White. Luego me hablaron otra vez en Miami, Florida. “Estas personas verdaderamente son dedicadas, o locas, o una combinación de las dos cosas,” pensé.

Otro músico me dio ayuda

Unos años después, Art Farmer y yo formamos un conjunto que se llamó “El Jazzteto.” Tom McIntosh, quien tocaba el trombón, se unió a nuestro grupo. Después nos enteramos de que él estaba estudiando la Biblia con los testigos de Jehová. Él hablaba a toda persona por igual de las cosas que estaba aprendiendo... a las mozas, a los dueños de los clubes, a los empleados en los cuartos de baño, a otros músicos y a los patrocinadores. No recuerdo jamás haber notado que él se sintiera desanimado ni avergonzado.

Durante los intervalos entre nuestros compromisos en diferentes pueblos a menudo viajábamos por camioneta. Cuando Tom comenzó a viajar con nosotros, nuestros temas de conversación cambiaron dramáticamente a temas bíblicos. De algún modo, los demás siempre querían probar que Tom estaba equivocado. Sin embargo, él buscaba textos bíblicos y decía: “Examinen esto.”

Dentro de poco, los muchachos se molestaron con Tom porque vez tras vez la Biblia probaba que él tenía razón. Ellos hasta votaron para conseguir que dejara de hablar sobre sus creencias. Pero entonces sucedió algo extraño. Tom les había dado suficiente información como para despertarles la curiosidad, de modo que continuamente ellos hacían surgir temas bíblicos, por lo general con alguna pregunta. Por lo tanto, nunca cesaron las conversaciones bíblicas en la camioneta.

Mientras Tom estuvo con nosotros me dijo algo que siguió repercutiendo en mi mente por mucho tiempo después que él se fue. “Estás haciendo muchas cosas buenas,” me dijo, “pero no vas a sacar ningún provecho de ellas.” Lo que él quería decir era que, para disfrutar del don de la vida eterna que Dios da, yo tenía que vivir en armonía con todos Sus requisitos, no solo en armonía con algunos de ellos.—Rom. 6:23; Juan 17:3.

Ahora sí me pareció que tenía que llegar a conocer la voluntad de Dios. Por eso, cuando el conjunto se disolvió poco después, mi esposa Bobbie y yo comenzamos a estudiar la Biblia con Tom en Nueva York. Por nuestros estudios llegué a comprender muchas de las cosas que me habían causado perplejidad y aun preocupación. Yo había estado equivocado al pensar, como un muchachito asustado, que no había escape... hay oportunidad de escapar de la muerte. Aprendí que los humanos originalmente no fueron creados para morir, sino más bien para vivir eternamente en una Tierra paradisíaca. Y mediante la muerte sacrificatoria de Jesucristo se abrió el camino para que con el tiempo las personas disfrutaran de la perspectiva de vida eterna.—Juan 3:16.

Un nuevo modo de vida

Poco después, en 1967, nos fuimos a Los Ángeles. Yo quería componer música para películas y programas de televisión. Muchos de mis amigos y músicos conocidos se habían trasladado a la costa occidental de los E.U.A. y me decían vez tras vez: “¡Ven!” Así que fui.

Una vez que llegué a Los Ángeles puse todo mi interés en ganar reconocimiento en la industria. Guardé el saxófono por algún tiempo, y concentré todas mis energías en componer para películas. Compuse para programas de televisión como “Mission Impossible” y “The Partridge Family,” y también para algunas películas de importancia. En lo que respecta a lo material todo me estaba yendo muy bien, pero no parecía tener tiempo para nada más. Al principio, cuando llegamos a Los Ángeles, yo decía que tan pronto como me estableciera buscaríamos a los testigos de Jehová. Nunca lo hicimos. Cuanto más lograba ganar en sentido material, tanto más quería ganar, exactamente como lo dice la Biblia en Eclesiastés 5:10.—Mat. 16:26.

Entonces, un día cuando llegué a casa mi esposa fue a la puerta a mi encuentro y me dijo: “¡Qué te parece! Los testigos de Jehová pasaron por aquí hoy.” Me avisó que regresarían la semana siguiente. Luego nos enteramos de que Tom McIntosh había pedido que alguien con un interés similar —la música, por supuesto— nos visitara. Al Kavelin y su esposa nos visitaron. Al había logrado gran éxito como conductor de banda.

Al empezar nuestros estudios de nuevo, por fin comenzamos a desarrollar verdadero aprecio por las cosas sagradas. Con el tiempo mi esposa y yo dedicamos nuestra vida al servicio de Jehová Dios, y simbolizamos esta dedicación por medio de bautismo en agua. Finalmente, después de adquirir madurez cristiana, fui nombrado anciano de la congregación.

Manteniendo el equilibrio

Sí, amo la música. Siempre la he amado. Pero siempre pido en oración que como cristiano pueda mantener el debido equilibrio en lo que toca a ese amor. Reconozco que por bien que toque mi instrumento o por bien que componga o por bien que resulte una pieza musical de película o cualquier otro éxito que tenga, ninguna de esas cosas, ni todas juntas, pueden hacer que yo merezca la vida bajo el nuevo orden de Dios. Han pasado más de doce años desde que dediqué mi vida al servicio de Jehová, y soy testigo del hecho de que uno tiene que mantenerse alerta para guardar su espiritualidad.

Por ejemplo, poco después de mi bautismo comencé a faltar a las reuniones cristianas. Otra vez la música estaba reemplazando los intereses espirituales que eran de mayor importancia. Pero un anciano cristiano amablemente me llamó la atención a lo que estaba sucediendo, y, por aprecio a la ayuda que él me dio, hice los ajustes necesarios. El dinero y la fama en el mundo de la música ya no tenían importancia en mi vida. ¿Significa esto que abandoné mi labor como músico y compositor?

No, no significa eso. Reconozco que mi tipo de trabajo me puede exponer a un ambiente malsano... muchos músicos están envueltos en las drogas y la inmoralidad. Pero, ¿puede usted pensar en algún trabajo seglar, sea de tipo profesional o no, en el cual no se hallen rasgos de falta de honradez, corrupción, inmoralidad, alcoholismo, juego por dinero y así por el estilo? Estos elementos, y aun las drogas, se ven ahora en todo nivel de la sociedad. No se puede evadir el roce con ellos, en casi todo empleo o trabajo.

A la vez, como en mi caso, si debido al empleo que tiene un cristiano su espiritualidad empieza a sufrir, se le debe llamar la atención a ello. Yo tomé las medidas necesarias para salvaguardar mi espiritualidad. Además, como músico, he tenido la oportunidad de hablar sobre las buenas nuevas del reino de Dios a muchas personas del campo del entretenimiento a quienes otros testigos nunca llegarían a hablar.

Hace tiempo ya que la música no ocupa un lugar principal en mi vida como en años anteriores. El privilegio de servir a Jehová es mi posesión más preciosa. Él quiere que su pueblo sea feliz, y yo sí soy feliz. Además, abrigo la esperanza de que si gano el premio de la vida en Su nuevo orden seré feliz, sea que tenga el saxófono o no.—Contribuido.

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