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¡Despertad! 1981
g81 8/11 págs. 16-20

Algo faltaba en mi patrimonio judío

“JUDÍOS... váyanse a su sinagoga.” Al entrar en el vestuario, vimos estas palabras escritas en nuestros roperos. Durante el juego de baloncesto contra un equipo “cristiano,” repetidas veces se nos daba empujones y se nos hacía tropezar. Lo único que queríamos hacer era jugar pelota. Pero nuestro equipo judío no podía evitar la intolerancia religiosa.

Yo tenía más o menos 12 años de edad en aquel entonces. Pero aun antes de eso me había enterado de la opresión que mis padres y otros judíos habían experimentado en Europa bajo el régimen del zar Nicolás II. Los cazadores cosacos, las fuerzas del zar, registraban los pueblos y las aldeas para saquearlos y violar y matar a las personas judías. Mis padres habían escapado el exterminio por medio de inmigrar a Norteamérica a principios del siglo.

Entonces me enteré de los millones de judíos que habían sido matados en masa durante el Tercer Reich en Alemania. Todo esto me impresionó profundamente como niño. A menudo me preguntaba: ‘¿Por qué permite Dios que una minoría sufra tales injusticias?’ Con el tiempo empecé a tener dudas en cuanto a cómo realmente era Dios. ¿Tiene Él sentimientos, o es una fuerza abstracta e impersonal? ¿Aprueba Él la guerra? ¿Le ofenden la inmoralidad, la vulgaridad y la falta de honradez que son tan comunes en el mundo? Quería saber las respuestas.

Aunque me atraían las tradiciones y los símbolos que eran parte del judaísmo, éstos no contestaban mis preguntas. Parecía haber un vacío en mi fe. Algo faltaba en mi patrimonio judío.

En 1956 me gradué de la universidad de Boston. En vez de haber logrado consolidar mis convicciones, me sentía más inseguro en cuanto a lo que era la verdad respecto a la vida y el propósito de ésta debido a haber cursado tales materias como la antropología cultural (el estudio de la evolución).

Para ese entonces había encontrado una esposa que había de serme fiel y apoyar mis esfuerzos en asuntos seglares. Su crianza como judía ortodoxa reavivó en mí el deseo de ir a la sinagoga. No obstante, como resultado de algo que sucedió durante los servicios de las solemnidades austeras de Rosh Hashanah, los dos dejamos de asistir.

Habíamos entrado en la sinagoga, pero puesto que no teníamos suficiente dinero para pagar por asientos, decidimos quedarnos de pie y escuchar el servicio. No habíamos estado allí más de unos cuantos minutos cuando un acomodador se acercó a nosotros y nos dijo que sería necesario que compráramos boletos, si no tendríamos que irnos.

“Bueno, si ésa es la alternativa que se nos presenta, simplemente nos iremos,” respondí. Y eso fue lo que hicimos. ¡Qué vacíos y desilusionados nos sentimos al darnos cuenta de que existía la discriminación dentro de lo que se llamaba el templo de Dios! No obstante, debido a que teníamos orgullo de nuestro patrimonio judío, seguimos aferrados a las doctrinas básicas del judaísmo. Pero todavía faltaba algo... las preguntas que me perturbaban interiormente todavía no se habían contestado.

Punto de viraje

Nuestro primer bebé fue un varón, bendición especial para una familia típicamente judía. ¡Qué sacudidos quedamos cuando un accidente puso en peligro su vida! Nos sobrecogieron las ansias y la angustia mental durante las horas que pasaron mientras aguardábamos lo que creíamos que sería un informe negativo sobre su condición. Mis labios pronunciaron una oración fervorosa a un Dios desconocido... si nos decían que nuestro hijo habría de vivir, yo sabría que Dios existía y que se había interesado en mi ruego. ¡Nuestro hijo se restableció!

La mismísima mañana siguiente un testigo de Jehová llegó al establecimiento donde yo tenía mi negocio. Poco después, mi esposa y yo empezamos a estudiar con él las Escrituras Hebreas según el texto masorético.

Recuerdo vívidamente algo que ocurrió una noche durante nuestra consideración de la Biblia con el Testigo. Él nos hizo notar que el hombre fue creado directamente por Dios. (Gén. 2:7) “Pero el hombre es el resultado final de una cadena de sucesos evolutivos,” yo sostuve, “y hay suficientes pruebas al respecto, incluso las formas del hombre primitivo que se han descubierto.” Al hojear mi libro de texto universitario intitulado Cultural Anthropology por Melville Herskovits, hallé una serie de fotografías en la página 15 que ilustraban la reconstrucción de unos cuantos huesos que habían sido desenterrados. “¿No prueba esto de manera convincente que ‘Pithecanthropus erectus’ es uno de los eslabones perdidos en la cadena hacia el hombre moderno?,” dije con insistencia.

Pero después, al repasar el material, noté que en la página anterior, al referirse a aquella figura reconstruida, se declaró: “Ningún otro ramo de la antropología requiere que se ejerza a mayor grado la imaginación científica.” Quedé atónito. Leí la oración varias veces. ¿Pruebas? ¡De ninguna manera! ¡Estaba envuelta la imaginación! ¡Eran teorías de los hombres!

Pronto mis esfuerzos por defender mis creencias, aun con el uso de libros de texto universitarios, cedieron a los argumentos convincentes que se me presentaron de la Biblia y de la literatura bíblica que estábamos estudiando. Me dejó particularmente convencido el folleto La evolución contra el nuevo mundo. Lo que me impresionó fue el ver cómo los argumentos en apoyo de la creación y de un Creador Supremo armonizaban consecuentemente con la ciencia verdadera.

Aceptando a Jesús

El nombre “Jesús” nunca se había usado en nuestro hogar durante mi desarrollo, a no ser de manera despectiva. Fue lo mismo en la familia de mi esposa. ¡De hecho, en una ocasión se le había lavado la boca con jabón simplemente por mencionar el nombre “Jesús”!

“El Mesías no ha llegado todavía,” me dijeron mis instructores de religión. “Dios no tiene hijo,” afirmaron mis asociados judíos. “Jesús fue un hijo ilegítimo,” opinaban mis familiares en general.

Por lo tanto, cuando por primera vez consideramos la profecía en cuanto al Mesías que se encuentra en Daniel 9:24-27, presenté la siguiente objeción: “¿Cómo podría esto aplicarse a Jesucristo? El Mesías todavía no ha llegado, y éste a quien se llama Jesús ya ha llegado y se ha ido.”

Pero a medida que estudiamos esta profecía y otras, empezamos a acumular hechos reveladores. Pues, ¡la profecía de Daniel señalaba con exactitud el año de la llegada del Mesías, 29 de la E.C.! Detalles que lo identificaban se encontraban delineados cuidadosamente en el capítulo 53 de Isaías. Y la profecía de Génesis 49:10 aun decía específicamente de cuál tribu él habría de venir. Llegué a la siguiente conclusión: “¡El Mesías tiene que haber llegado ya, si no, dado que los registros genealógicos ya no existen, ni siquiera se le podría identificar si llegara ahora!”

El aprender que Dios realmente tiene un hijo fue una revelación asombrosa para nosotros, pero se hizo innegablemente evidente a medida que leímos Proverbios 30:4 en nuestro propio ejemplar de las Escrituras Hebreas: “¡Quién ha establecido todos los confines de la tierra: ¿Cómo se llama él, y cómo se llama su hijo, si lo sabes?” (The Holy Scriptures, Sociedad de Publicaciones Judías de Norteamérica) Aprendimos que fue legítimo su nacimiento de una virgen o mujer joven, en conformidad con la voluntad de Dios, según se profetizó en Isaías 7:14 y Isa. 9:6, 7.

Así, nuestro estudio de las Escrituras Hebreas nos dejó convencidos de que Jesús era el Mesías, o Cristo, el Hijo de Dios. Él encajaba con el modelo delineado en las Escrituras.

Hallando lo que faltaba

A medida que seguí estudiando, las preguntas que por largo tiempo me habían perturbado empezaron a ser contestadas una por una. Estaba hallando lo que había faltado en mi patrimonio judío.

“¿Qué hay de las guerras?,” pregunté al Testigo. “¿No debería todo buen ciudadano defender su patria?” Hice esta pregunta, no porque creía en las guerras, sino porque quería saber si Dios las aprobaba.

“En tiempo de guerra,” él respondió, “católicos matan a católicos, protestantes matan a protestantes y judíos matan a judíos. ¿Cómo podría Dios aprobar la guerra o una organización que permite que sus miembros se maten los unos a los otros?”

Este argumento me parecía razonable. Me sentí realmente feliz de saber que Dios no tiene nada que ver con las guerras de las naciones. ¡Qué grato era descubrir que Él tiene un código de moralidad, de habla limpia y de honradez que es muy diferente al que aceptan tanto las personas religiosas como las que no lo son! No fue simplemente el leer la Biblia lo que nos convenció de esto; fue el ver la prueba viva en forma de los Testigos que llegamos a conocer y con quienes nos asociamos. Me dio tanto gusto saber que Dios tiene un propósito para su pueblo y que el obrar en armonía con ese propósito puede resultar en vida eterna bajo condiciones perfectas. (Isa. 25:6-9) En mi mente razoné: ‘¿Cómo podría un Dios tan amoroso ser una fuerza abstracta o impersonal?’

Oposición de la familia

Para este tiempo llegamos a ser los blancos de oposición extrema de parte de la familia. Además de no reconocernos como suyos y mofarse de nosotros, amenazaron con quitarnos nuestro hijo. Se nos privó de comunicarnos con mi hermano menor, Marvin, quien había estado asistiendo a nuestras consideraciones de la Biblia con los Testigos.

Llegó el momento de confrontación después de la muerte de mi abuela. Mi familia hizo arreglos para que nos reuniéramos con uno de los clérigos judíos más prominentes del distrito de Boston. Querían humillarme y, de esta manera, disuadir a mi hermano Marvin de que me escuchara. Pero, el rabino resultó ser el que quedó humillado.

Dado que mi abuela acababa de morir, pregunté al rabino: “¿Podría usted hacer el favor de mostrar a mi familia dónde en la Biblia hay apoyo para la enseñanza judía acerca de la inmortalidad del alma?” Esquivó mi pregunta, e insinuó que yo estaba confundido debido a que no entendía el idioma hebreo. “Sería mucho más convincente si usted simplemente abriera la Biblia y nos mostrara dónde en las Escrituras se apoya la doctrina de la inmortalidad del alma,” respondí. Él siguió esquivando la pregunta.

A medida que continuó la discusión, se hizo referencia a los Diez Mandamientos. Por lo tanto le pregunté: “¿Dónde en la Biblia se encuentran los Diez Mandamientos?” ¡Él no sabía! Dijo algo a mi primo en hebreo y, después de pasar 10 minutos buscando en un libro de consulta, mi primo le dijo en hebreo dónde se encontraban los Diez Mandamientos. Al darme cuenta de lo que había sucedido, pregunté al rabino: “Si usted se ha esforzado tanto por encontrar los Diez Mandamientos, entonces ¿por qué no nos muestra dónde en las Escrituras se apoya la doctrina de la inmortalidad del alma, si usted lo sabe?”

En vista de que al contestarme él se refería al Talmud (la ley o tradición oral según la creencia judía) y a otros escritos, yo hice hincapié en la necesidad de aceptar la Biblia como la verdad, y me puse a leer la profecía de Jeremías 31:31-34.

“Si usted quiere la verdad, hay verdad en todo, ¡incluso en Satanás el Diablo!,” dijo el rabino interrumpiéndome y cerrándome la Biblia bruscamente sobre los dedos.

“Si usted es un verdadero pastor del rebaño de Dios y yo soy una oveja perdida, ¿por qué no me dirige usted de nuevo al redil por medio de contestar mis preguntas usando la Palabra de Dios?,” respondí.

Cuando persistí, él perdió la serenidad y me trató de ignorante. Entonces uno de mis parientes se volvió a otro y le dijo: “¿Por qué simplemente no le contesta sus preguntas?” Se sintieron desilusionados de que el rabino no había podido probar que yo estaba errado. Tal comportamiento de parte de uno a quien le correspondía dar apoyo vital a mi patrimonio judío me pareció muy inapropiado,

Se contestan más preguntas

¡Los maestros religiosos del modo de vida judío dejaron tantas de mis preguntas sin respuesta! Si los judíos son el pueblo escogido de Dios, y todavía están bajo la ley de Moisés, ¿dónde está el santo templo de Jerusalén? ¿Dónde está el arca del pacto? ¿Dónde está el sacerdocio aarónico? ¿Dónde están los sacrificios de animales? ¿Dónde están los registros genealógicos que establecen el origen tribal de una persona? Si se tiene que observar el sábado, ¿que hay de los años sabáticos del séptimo año y del quincuagésimo año, o sea, el año de Jubileo? Ante todas estas preguntas, los miembros del clero judío a quienes yo hablé o permanecieron callados o contestaron de manera evasiva.

“Mis estudios de la Biblia me han llevado a la conclusión de que el Mesías ya ha llegado,” dije a otro rabino.

“Eso es imposible,” dijo él.

“Bueno, pues, ¿cómo lo identificaría usted, puesto que, en Génesis 49:10, las Escrituras indican que el Mesías habría de venir de la tribu de Judá?,” le pregunté

“Bueno, usted tiene una ventaja sobre mí,” confesó el rabino. “Mi entrenamiento se concentró en el Talmud. Para poder considerar este asunto con usted, yo tendría que estudiar la Biblia.”

En otra ocasión mi padre hizo que un rabino me llamara por teléfono. “Si usted está preparado para presentarme pruebas de las Escrituras de que Jesús no es el Mesías, que el Mesías todavía tiene que llegar, y que todas las tradiciones judías están basadas en las Escrituras, entonces ciertamente déjeme saber cuándo le gustaría venir y hablarme.”

“Bueno, le llamaré,” me dijo. Nunca me llamó.

No obstante, con la ayuda de los Testigos, investigamos muchos asuntos durante nuestros estudios de la Biblia en casa. Descubrimos que los escritos hebreos presentaban todos estos asuntos religiosos claramente y nos revelaban la verdadera razón por la cual había desaparecido el sistema judío que existía originalmente.

Mientras los israelitas honraban a Dios y respetaban Sus leyes, Él bendijo el sistema sacerdotal y gubernamental que Él originó y dio a ellos. Pero debido a las tradiciones humanas que ellos adoptaron, invalidaron estos mandatos y abiertamente apoyaron un sistema injusto que duró hasta el año 70 de la E.C., cuando fue destruido por los romanos. Los registros genealógicos que establecían la identidad sacerdotal y tribal fueron destruidos cuando quedó devastado el templo. En lugar de éste, se ve hasta el día de hoy el edificio musulmán, la Cúpula de la Roca.

Esto, según aprendimos, no impidió que el Gran Hacedor del tiempo y de los sucesos prosiguiera con un nuevo arreglo mediante el cual se bendeciría no solo a una nación, sino a personas de todas las naciones. (Gén. 22:18) Desde su comienzo en el primer siglo de la E.C., una organización internacional regida por Dios ha florecido. Mediante Su espíritu santo, Dios ha provisto instrucción de Su Palabra, la Biblia, a toda clase de personas. (Isa. 54:13) ¡Qué felices nos hizo el recibir las respuestas a estas preguntas!

Desde aquel día en 1956, cuando Lorrie y yo abrimos nuestra mente y corazón a la verdad de la Palabra de Dios, han aumentado nuestro amor y aprecio por Aquel que nos ha manifestado tanta ternura y tanto interés. Sí, nosotros y nuestros tres hijos —Joel, Julie y Mark, y la esposa de éste, Marjorie— felizmente hemos llegado a conocer a Jehová, el Originador de la vida y de la esperanza.

Durante los últimos años he tenido el gozo de ver nuevamente a mi hermano, Marvin, a quien hacía 18 años que no había visto. Me alegra poder decir que ahora él y su familia también han llegado a ser testigos de Jehová.

Sí, verdaderamente puedo decir que hallé lo que faltaba en mi patrimonio judío... la adoración del Dios verdadero, Jehová. También he hallado una familia amorosa que está unida por la adoración verdadera y la asociación íntima de los que son fieles a las leyes y principios de las Santas Escrituras. Entre estas personas, hombres y mujeres de diversos antecedentes, jóvenes y personas de más edad, he hallado un profundo respeto por la elevada norma de moralidad de la Biblia, un habla limpia y edificante y un ambiente de honradez y franqueza.—Contribuido.

[Ilustración en la página 17]

Como familia, hemos hallado lo que da felicidad

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