¡Qué difícil es decirlo!
“ME DIO pena la situación de mi esposa,” dijo el esposo compasivo. “Ella había trabajado tan fuerte preparando un almuerzo para unas amiguitas. Pero cuando llegó la hora a la que se esperaba que vinieran, nadie apareció. Al principio ella se sintió algo irritada. Luego se indignó. Entonces, a medida que pasaba el tiempo, se enojó por completo hasta llorar. Su almuerzo de ‘gastrónoma’ estaba pasándose. Sin embargo, nadie siquiera llamó para explicar por qué se habían retrasado.” El dijo a continuación: “En tales situaciones uno empieza a temer que haya sucedido lo peor. (¿Qué les habrá ocurrido? ¿Habrán sufrido un accidente?) Bueno, resultó que finalmente dos de ellas aparecieron. Las demás nunca siquiera llamaron por teléfono.”
Aunque semejante situación tal vez pusiera fin a algunas amistades, en este caso felizmente prevaleció la conducta cristiana. Dijo el esposo: “Al día siguiente mi esposa esperaba que sus tres amiguitas olvidadizas se le acercaran con los ojos llenos de lágrimas y le presentaran disculpas. En vez de eso, ellas le dieron unas sonrisas nerviosas y la saludaron rápidamente. Pasaron varios días. Me sentí orgulloso de que mi esposa hubiera decidido tomar la iniciativa y abordar a sus amiguitas. Después de unas cuantas lágrimas y unos abrazos el asunto quedó resuelto. No obstante, una pregunta se me quedó fija en la mente: ‘¿No podían ellas sencillamente haber dicho: “Lo sentimos”?’”
Es como dice el refrán de cierta canción popular: “Parece que lo siento es muy difícil de decir.” ¿A qué se debe esto? Probablemente se deba a que el decir: “Lo siento” es una manera de admitir que uno es culpable. Es verdad que no se nos hace difícil admitir nuestras faltas de manera general. Si se dice a alguien: “¡Eres imperfecto!,” él probablemente contestará: “¿No lo somos todos?” Pero si se le dice que es egoísta, orgulloso, altanero, insensible, infantil o molestoso, se le toca un punto muy sensible. No es de extrañar que la Biblia nos aconseje que pasemos por alto, toleremos y perdonemos las faltas de otros.—Proverbios 17:9; Efesios 4:32; Colosenses 3:13.
Aunque el llegar tarde a un almuerzo parezca poca cosa, pequeños contratiempos como éste son lo que a menudo levanta barreras aparentemente insuperables entre las personas. No obstante la barricada de la contienda frecuentemente puede demolerse sencillamente diciendo: “Lo siento.”
Sí, ¿pero quién será el primero en decirlo? “¡No yo!,” dice usted. Usted ha analizado la situación y se considera “inocente.” “Alguien tiene que tener razón,” insiste usted. Pero al razonar de esta manera pasa por alto que su “adversario” probablemente ve el asunto desde un punto de vista diferente. (Proverbios 18:17) Por eso la situación llega a un punto muerto. Puesto que ambos lados consideran que el disculparse equivale a sufrir una derrota, los adversarios abren trincheras y se preparan para una batalla larga.
Pero la Biblia muestra que aun hostilidades que han existido por largo tiempo pueden allanarse si las personas están dispuestas a sacrificar el amor propio. Considere, por ejemplo, el caso del patriarca Jacob. El estuvo dispuesto a sacrificar más que el amor propio para poner fin a una disputa. La rivalidad entre él y su hermano mellizo, Esaú, se remontaba al nacimiento de ellos. Esta estalló en un odio intenso cuando Jacob se las arregló para recibir el derecho de primogénito, que Esaú le había vendido por un guisado de lentejas. (Génesis 25:22-34; 27:1-41) ¡Jacob huyó para salvar su vida! Aun después que pasaron muchos años no había disminuido el odio de Esaú para con Jacob.
Con el tiempo llegó un día de confrontación. Jacob humildemente envía mensajeros para pedir encontrarse con Esaú. Al leer el relato en los capítulos 32 y 33 de Génesis, uno puede sentir que va aumentando la tensión a medida que estos dos hermanos enemigos se preparan para el encuentro; ¡Jacob con sus rebaños e hijos, Esaú con su banda de 400 hombres! No cabe duda de que la matanza es lo que Esaú tiene presente. Pero Jacob está resuelto a hacer las paces. Humildemente hace un gesto de amistad, ¡y qué gesto de amistad! Como ofrenda de paz, Jacob hace que sus siervos presenten a Esaú centenares de cabras y ovejas y muchas vacas, camellos y toros, todos ellos de gran valor. ¡Imagínese lo sorprendido que se sintió Esaú al ver tal muestra de generosidad!
No obstante, la paz había de costar más aún. Al hallarse cara a cara con Esaú, ¿qué hace Jacob? “Y él mismo se adelantó a ellos y procedió a inclinarse a tierra siete veces hasta que llegó cerca de su hermano,” como si hubiera estado reconociendo a alguien que era superior a él. ¿Cuál fue el resultado? “Y Esaú fue corriendo a su encuentro, y empezó a abrazarlo y caer sobre su cuello y besarlo, y prorrumpieron en lágrimas.”—Génesis 32:13-15; 33:1-4.
¿Qué nos enseña esto? Cuando se trata de una disputa entre dos personas, hay algo más importante que el saber quién tiene “razón” o quién tiene “la culpa.” Es importante que se restablezca la paz. Por eso, si usted ha tenido un desacuerdo con alguien, pregúntese: “¿Estoy viendo el asunto desde el punto de vista de él? ¿He tratado el asunto de la manera cristiana? ¿Estoy dispuesto a ser humilde? ¿Puedo ser yo el primero en decir: ‘Lo siento’ debido a haber causado a otra persona cierto grado de vergüenza?”
Dice cierto refrán: “Lo siento son tan solo dos palabritas.” Pero son poderosas. Procure ser el primero en decirlas.—Mateo 5:9, 23, 24.