BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • g82 8/11 págs. 16-19
  • Algo mejor que ser artista de circo

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • Algo mejor que ser artista de circo
  • ¡Despertad! 1982
  • Subtítulos
  • Información relacionada
  • La vida en el circo
  • Funciones ante las tropas de Hitler
  • La llegada a los Estados Unidos
  • Hallé algo mejor
  • La vida bajo la gran carpa
    ¡Despertad! 2004
  • Por qué le dije adiós al circo
    ¡Despertad! 2007
  • Soñé con una vida sobre ruedas
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 2011
  • Éramos liliputienses entre los enanos
    ¡Despertad! 1988
Ver más
¡Despertad! 1982
g82 8/11 págs. 16-19

Algo mejor que ser artista de circo

Como lo relató Antón Ivanoff

DE JOVEN, mi meta era tener el mejor número circense del mundo. Quería ser objeto de la atención pública. Pasaron años, y alcancé esa meta. Presenté mi número ante los reyes de Rumania y Yugoslavia, los presidentes de Turquía y de los Estados Unidos, y muchos otros personajes políticos bien conocidos. También trabajé con muchas estrellas de cine. No obstante, más tarde hallé algo que era mejor que el ser objeto de la atención pública como artista de circo. Pero antes que explique eso, permítame relatarle algo acerca de mi vida en el circo.

Nací en 1906 de padres muy pobres. Vivíamos en la aldea de Dragievo, en el centro de Bulgaria. Durante la I Guerra Mundial, las condiciones económicas empeoraron a tal grado que mis padres simplemente no podían mantener a mis cuatro hermanos y hermanas y a mí. Por eso, en 1913 mi padre se vio obligado a entregarme a un monasterio, donde se me había de criar para ser monje.

Permanecí en el monasterio por un par de años, atendiendo a los monjes. Madrugaba para tocar la campana, prender el fuego y quemar el incienso. Llegué a acostumbrarme a la vida en el monasterio. Los monjes me decían: “Vas a ser un buen monje cuando crezcas.”

Solo me faltaban meses para llegar a ser exactamente eso. No obstante, las cosas cambiaron cuando mi hermano mayor, Cristo, se comunicó conmigo en el monasterio. Al enterarse de que pensaba hacerme monje, exclamó:

“¿Estás loco? ¡Tú no quieres ser monje! ¡Voy a volver y sacarte de allí!” Así, una noche, cuando vino por mí, me escapé con él.

Con el tiempo, me inscribí en un curso de gimnasia en Sofía, capital de Bulgaria. Tuve éxito. El director del circo llegó a saber acerca de mí, observó mi actuación y dijo:

“Tienes tanto talento que puedes ganar mucho dinero. Puedes ser una gran estrella. Puedes viajar y ver muchos lugares.” ¡Estas eran palabras maravillosas para los oídos de un muchacho de dieciséis años de edad! No hice pregunta alguna... me fui con él para hacerme artista de circo.

La vida en el circo

Trabajé mucho. Estaba resuelto a ser famoso. Se me escogió para que formara la parte superior de una pirámide de hombres, y en dicha posición me sostenía con las manos en postura vertical con la cabeza hacia abajo. También hacía un número en el que yo colgaba de los dientes mientras sostenía a dos personas. Pronto llegué a ser objeto de la atención pública en el circo.

No obstante, la vida en el circo no era tan gloriosa como me había imaginado. El practicar los números vez tras vez era trabajo duro... lo hacía cada día desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Además, había mucha competición entre los artistas. Algunos estaban dispuestos a hacer cualquier cosa simplemente para ser objeto de la atención pública. Por ejemplo, en Alemania, cierto artista de circo búlgaro, cuyo nombre se parecía al mío, se puso de hecho a usar mi nombre debido a lo popular que era mi número. Tuve que enjuiciarlo.

Si alguien ejecutaba un número que era mejor que el de otra persona, ésta odiaba y despreciaba a la otra. Si la actuación de cierto artista no era tan buena como la de los demás, éstos hacían resaltar la inferioridad de dicho artista. De hecho, recuerdo que en el caso de dos grupos de trapecistas que competían, hubo tanta envidia y odio entre los artistas, que alguien que era participante de uno de los números cortó parcialmente uno de los alambres, de modo que durante la actuación el alambre se rompió, y uno de los artistas murió. ¡Imagínese, cometer asesinato para no tener que compartir la atención del público con otra persona!

En 1926 empecé a vivir con Greda, artista que participaba conmigo en los espectáculos circenses. El padre de ella amenazó matarme. Por eso, nos fuimos de la región y viajamos juntos por el Oriente y a lo largo de la frontera rusa e irania, y fuimos presentando bailes rusos y acrobacias en cabarets. Entonces, una noche, en 1935, mientras estuvimos presentando nuestro número, Greda miró hacia el auditorio y quedó asombrada al ver a su padre sentado en la primera fila. Se sintió muy perturbada y corrió a su camarín llorando. Yo la seguí y dentro de poco su padre estaba parado a la puerta. Creí que iba a matarme, pero en vez de eso dijo: “¡Voy a ver que ustedes se casen aquí mismo!”

Al día siguiente un pregonero público, acompañado de un desfile de elefantes, pasó por el pueblo anunciando que esa misma noche ante el auditorio iban a casarse los dos mejores artistas del circo. Tres circos de la región se juntaron y presentaron un espectáculo especial para la ocasión. Todos los habitantes del pueblo acudieron a la boda.

Poco después, Greda enfermó gravemente y en el transcurso de tres años estuvo hospitalizada repetidas veces. Entonces, en 1941, mientras estuve en otro lugar presentando una función, recibí un telegrama en el que se me informó que Greda había muerto. Lo que aumentó mi sufrimiento fue el hecho de que hacía algún tiempo que no había visto a Greda y que no había estado con ella para que pasáramos juntos sus últimos momentos. Yo ya no podía tolerar el permanecer en Bulgaria, y, por eso, me hice parte de un grupo de acróbatas aéreos que viajaba por Europa.

Funciones ante las tropas de Hitler

Para este tiempo, se peleaba la II Guerra Mundial, y me puse a presentar mis números ante los oficiales del ejército de Hitler. Una noche aun presenté un número ante Hermann Goring. Esa noche, durante la acrobacia, me caí y me rasgué un músculo. Goring rió a carcajadas. El creía que esto era parte del número.

En aquel entonces, yo creía que estaba haciendo algo bueno al entretener las tropas de Hitler. Yo sabía que no era correcto matar, y por eso no estaba a favor de la guerra. Pero, en cambio, cuando oía hablar a Hitler, me parecía que él era un buen hombre, y aparentemente tenía buenas intenciones. De hecho, cuando me caí al actuar ante Goring y tuve que permanecer en el hospital por tres meses, se me trató como si hubiese sido un soldado alemán. No tuve que pagar el tratamiento médico.

No obstante, mi punto de vista cambió a medida que me enteré de las matanzas en masa que se llevaban a cabo en los campos de concentración. Jamás olvidaré lo que vi al estar entreteniendo a los oficiales en el campo de Mauthausen. Al acercarnos, pudimos ver a la gente parada en el patio. De lejos parecían solo esqueletos. “¿Qué es esto?,” nos preguntamos los unos a los otros con asombro. “¿Por qué tratan a estas personas como si fueran animales?”

Más tarde, los nazis me acusaron de haber estado escuchando la estación de radio de Londres. Planearon ejecutarme. Pero antes de que pudiera suceder eso, llegó el ejército norteamericano y me puse a entretener a las tropas norteamericanas.

En 1945 conocí a una joven que venía de Alemania Oriental en un tren de refugiados. Ella se llamaba Gerda. Nos casamos el año siguiente, y luego tuvimos un hijo varón.

La llegada a los Estados Unidos

En 1950 mis hermanos, quienes ahora estaban trabajando con el circo de Ringling Brothers, me invitaron a que fuera a los Estados Unidos. Acepté la invitación, y actuamos juntos bajo el nombre de Los Tres Ivanovs. Presentamos números en el Radio City Music Hall de la ciudad de Nueva York, el Big Top de Filadelfia, el Super Circus de Chicago, como también en los programas televisados de Ed Sullivan y Jackie Gleason.

Entonces, en 1956, mientras estuve actuando en Toronto, Canadá, me caí y me fracturé la mano. No fue la primera vez que me caí. En Turquía, en 1927, cuando tenía más o menos veintiún años de edad, estuve en un número en el que yo sostenía a dos hombres con mis dientes, mientras quedaba colgado cabeza abajo con una soga atada a los pies. En una ocasión la soga se rompió repentinamente, de modo que los tres caímos al suelo. Aunque me herí el cuello y el hombro, dentro de un mes estaba presentando nuevamente el número. Entonces, en Viena, cuando tenía unos treinta y siete años de edad, me caí durante mi número acrobático y me fracturé la mano. Tres meses después estaba de vuelta en el circo.

Pero esta vez los años empezaron a afectarme. Tuve que dejar el circo. Me pareció que mi vida ya no tenía propósito.

No me di cuenta en aquel entonces de que dentro de poco hallaría algo mejor que la “gloria” de la que había disfrutado mientras estuve en el circo.

Hallé algo mejor

Gerda y yo nos establecimos en la ciudad de Nueva York, donde me hice camarero de un restaurante bien conocido de Broadway, y mi esposa abrió una tienda de artículos apropiados para regalos. Enfrente de la tienda había un Salón del Reino de los testigos de Jehová. La gente que Gerda veía entrar y salir despertó su curiosidad, y dentro de poco estaba estudiando la Biblia con los Testigos. Lo que Gerda estuvo aprendiendo de la Biblia la entusiasmó, y en 1958 se bautizó como testigo de Jehová.

Yo critiqué su nueva religión. Ella trataba de hablarme acerca de las cosas que estaba aprendiendo, pero yo no escuchaba. En particular, yo criticaba el que se usara el nombre “Jehová” para Dios. Entonces, un día, Gerda me mostró este nombre en mi Biblia búlgara. ¡Qué golpe! Ese nombre había estado allí todo ese tiempo y yo nunca había oído acerca de él, ni siquiera en el monasterio.

Sentí curiosidad. “¿Por qué son tan diferentes las creencias de esta gente?,” me pregunté. “¿No usan todos la Biblia?” Así, cuando iba al Salón del Reino a buscar a Gerda, solía ir mientras todavía estaba celebrándose la reunión y me paraba en el fondo del Salón para escuchar. Lo que oí me hizo examinar mis propias creencias.

Por ejemplo, mientras estuve en el monasterio, se me enseñó que, si confesaba mis pecados en la iglesia y daba dinero, se me perdonaría. Yo creía esto y lo ponía en práctica. La vida del circo no era muy conducente a que uno se abstuviera del pecado, y yo participé en el juego, el beber y la inmoralidad. Esperaba plenamente que el dar dinero a la iglesia y confesarme aliviaría el remordimiento de conciencia que resultaba de dicho modo de vivir.

Pero no fue así, y yo me preguntaba: “¿Por qué me siento todavía infeliz?” Por lo que aprendí en las reuniones y al escuchar a Gerda, empecé a darme cuenta de que tenía que hacer cambios en mi vida. De hecho, tenía que cambiar mi entera manera de pensar.

Entretanto, compramos una casa en Pensilvania y Gerda se mudó allí mientras yo continué trabajando por un poco más de tiempo como camarero, a fin de poder colectar una pensión. Pedí a uno de los Testigos que estudiara la Biblia conmigo y progresé rápidamente. No dije a Gerda que estaba estudiando sino hasta cierto día, en 1968, cuando la llamé por teléfono y le dije que iba a bautizarme la semana siguiente. Ella se llenó de alegría y al día siguiente tomó el autobús con rumbo a Nueva York para estar conmigo.

Desde entonces he podido hacer llegar las “buenas nuevas” de la Biblia a otros artistas de circo. Muchos de ellos me conocían en Bulgaria cuando llevaba una vida desordenada, y no podían comprender qué me había hecho cambiar. He tenido muchas oportunidades para explicarles la maravillosa esperanza que tengo respecto al futuro, de vivir en un justo nuevo orden de cosas aquí sobre la Tierra. (2 Pedro 3:13) De hecho, Gerda y yo pudimos empezar un estudio bíblico con una antigua artista de circo y ella ahora es testigo de Jehová también, junto con sus seis hijos varones.

Mientras estuve en el circo, la felicidad y satisfacción que experimentaba provenían de los elogios y el honor que recibía debido a mis actuaciones. Ahora, como siervo de Jehová, experimento una satisfacción y un gozo interior que exceden por mucho la gloria pasajera del circo, y tengo una gloriosa esperanza respecto al futuro. Así, en vez de procurar ser objeto de la atención del público ante multitudes de gente, ahora hallo gozo en hacer que la Biblia, la Palabra de Dios, y la esperanza que ésta contiene para toda la humanidad sean objeto de la atención del público.

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir