BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • g82 8/11 págs. 23-24
  • Petunia... la cerdita juguetona

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • Petunia... la cerdita juguetona
  • ¡Despertad! 1982
  • Información relacionada
  • Donde el dinero anda en cuatro patas
    ¡Despertad! 2012
  • Disfrute de los animales... ¡en su debido lugar!
    ¡Despertad! 1976
  • Cerdo
    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
  • Ayuda para los animales que el hombre maltrata
    ¡Despertad! 1982
Ver más
¡Despertad! 1982
g82 8/11 págs. 23-24

Petunia... la cerdita juguetona

DESPUÉS de pasar años mudándonos de una ciudad a otra casi semanalmente, llegamos a esperar encontrarnos con personas extraordinarias y estar en lugares raros. Pero nunca quedamos tan sorprendidos como cuando llegamos con nuestra casa-remolque al corral delantero de un hogar en Alpine, Tejas. En vez de que unos niñitos o un perro amigable nos dieran la bienvenida, como solía suceder, salió un animalito robusto de cuatro patas. ¿Era posible? ... ¡sí, realmente era una cerdita! Pero no era una de la clase corriente, de color rosado. Esta tenía el pelo erizado y de color gris y tenía la espalda arqueada. Era una cerdita de dos semanas de edad de las que al desarrollar se convierten en las feroces cerdas cimarronas que mandan a la gente corriendo de susto.

Davis Turmin, quien fue nuestro anfitrión durante la semana, trabaja para el Servicio de Animales Salvajes de los Estados Unidos. En el terreno fragoso de Big Bend, en Tejas, halló una cerda salvaje y dos pequeñuelos. Capturó a una cerdita y la trajo a casa para domesticarla. Y, ¿qué otro nombre podría ser más apto que Petunia para una cerdita salvaje?

Nos encariñamos con Petunia. Ella visitaba nuestra casa-remolque cada día en busca de su alimento favorito, tajadas de manzana. Si tratábamos de levantarla, se torcía y retorcía, pero por fin nos dejaba levantarla. Cuidadosamente la levantábamos en los brazos y la llevábamos como a un infante. Cuando le rascábamos la barriga se echaba para atrás con las cuatro patas estiradas, mientras largaba gruñiditos en tono bajo. A Petunia le encantaba que se le prestara atención, y solía frotarnos las piernas con su espalda o con su hocico para conseguir que nos fijáramos en ella.

No obstante, todavía le quedaba mucho de su disposición salvaje. Una mañana me descuidé de dar los pasos debidos de levantarla lentamente y con cuidado, y la agarré de súbito. Me mordió el brazo y hasta me hizo salir sangre... lo cual me sirvió de recordatorio sólido de que aunque se le había domesticado, seguía teniendo la disposición salvaje que era natural para ella.

En el vecindario donde Petunia recorría libremente —la ley prohíbe que se acorrale a los animales salvajes sin permiso del gobierno— había una manada de perros grandes. ¿Pudiera esta cerdita sobrevivir entre animales de rapiña tan poderosos? Esto no le presentó a Petunia ningún problema en absoluto. Los puso en fuga fácilmente, a pesar de que Turmin le había sacado los colmillos a fin de que ella no matara a los perros. En la selva, cerdos como Petunia corren en manadas y matan a pumas y a otros animales salvajes, pero generalmente comen cactos, bellotas y plantas de las regiones semiáridas.

Dentro de poco, Petunia se hizo demasiado grande para ser un animal doméstico, que entraba en la casa corriendo y salía de la misma manera. Las visitas se asustaban al ver a la cerda salvaje, que ahora pesaba unos noventa kilos, venir corriendo hacia ellos, pero ella solo quería que se le acariciara. Con el tiempo su dueño la mudó al campo a un nuevo hogar, donde vivió con amistades de él en un ambiente que era mucho más como el de su habitat natural.

Pero, ¿no son sucios, glotones y tontos los cerdos, y a quién se le ocurriría optar por tener un cerdo como animal domesticado? Tal vez los cerdos tengan dicha reputación, pero ésta no se conforma a los hechos. Como cuarto de baño, el cerdo escoge el rincón de la pocilga que quede lo más lejos posible de donde come y duerme. Los cerdos se echan en el lodo con un buen motivo: para mantenerse frescos, puesto que no tienen glándulas sudoríparas. Además, es fácil enseñarlos a que no ensucien la casa. Quizás parezca sorprendente, pero se puede entrenar al cerdo a un grado comparable al del perro. ¿No dejó maravillados a millones de espectadores Arnold, el cerdo domesticado y bien entrenado que apareció en el programa de televisión Green Acres? Y aunque no tiene nada de delicado el modo de comer del cerdo, éste sigue siendo uno de los pocos animales que no suele excederse en el comer hasta el punto de enfermar, como lo hacen las vacas, los caballos, los perros y algunos otros animales.

Estamos descubriendo que muchos animales que anteriormente se consideraban buenos solo como alimento, sea que fueran domesticados o salvajes, pueden resultar excelentes como animales domesticados. Cuando se les muestra consideración y bondad, sale a luz su instinto natural de ser sumisos al hombre. ¡Qué gusto da poder disfrutar de muchos de estos animales hoy! ¡Qué bendición será deleitarnos en todos los animales diariamente en el futuro cercano cuando la Tierra de Dios llegue a ser un paraíso!

Mientras tanto, algunas de nuestras memorias más gratas serán de Petunia, la robusta cerdita “salvaje” de disposición afectuosa.—Contribuido.

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir