¿Pondrá fin al mundo una catástrofe nuclear?
¿Será arruinada la Tierra en una guerra nuclear?
SE DICE que hasta el año 1982 las naciones que tienen “poder nuclear” habían acumulado por lo menos 50.000 ojivas nucleares. El poder combinado de estas armas se puede comparar con la explosión de 1.600.000 bombas del tipo que los Estados Unidos dejaron caer sobre Hiroshima, Japón, en agosto de 1945.
Si como parte de un ataque concertado se dejaran caer sobre concentraciones demográficas claves de los Estados Unidos tan solo 300 superbombas de ese horroroso arsenal, éstas pudieran aniquilar a 60 por 100 de la población y convertir zonas extensas en yermos desolados. Los estadounidenses sospechan que 300 megabombas equivalen a menos de 3 por 100 del arsenal soviético. Por otro lado los estadounidenses están preparados para destruir a los rusos de manera similar.
Mientras compiten entre sí en la acumulación de armamentos, los líderes políticos siguen advirtiendo seriamente que algún día las potencias mundiales tendrán que “reunirse en la mesa de negociaciones con el entendimiento de que la era de armamentos ha terminado, y la raza humana tiene que conformar sus acciones a esta verdad, o morir”, para citar lo que dijo el presidente Dwight Eisenhower en 1956. Un cuarto de siglo después el presidente Jimmy Carter, en su discurso de despedida, hizo eco en cuanto al temor de que, si hubiera algunos sobrevivientes a una catástrofe nuclear, éstos “vivirían desesperados entre las ruinas envenenadas de una civilización que se había suicidado”. Los líderes soviéticos concuerdan en que la guerra nuclear significa “desastre global”.
Albert Einstein era un científico “puro” que procuró adquirir conocimiento porque quería saber la verdad. Esa búsqueda lo llevó a calcular una fórmula para liberar la energía latente dentro del átomo: E=mc2 (la energía es igual al producto de la masa por el cuadrado de la velocidad de la luz). Al dividir un átomo (fisión) o unir varios átomos (fusión) hay una liberación de energía de proporciones horrendas. ¿Cuánta energía se libera? Bueno, la cantidad de masa fisible que se empleó en la destrucción de Hiroshima fue de cerca de un gramo.
En 1950, dos años antes de la prueba de la primera bomba de hidrógeno, o termonuclear, Einstein advirtió que el “envenenamiento radiactivo de la atmósfera y la subsiguiente aniquilación de cualquier vida en la Tierra ha llegado a estar dentro del alcance de las posibilidades técnicas”.
Los líderes mundiales concuerdan en que este peligro no ha tenido precedente en los 6.000 años de la “civilización”. El hombre finalmente ha llegado a poseer un poder que puede causar su propia extinción. En un intercambio incondicional de bombas nucleares, toda vida pudiera quedar arruinada.
El planeta Tierra pudiera dejar de existir: En una millonésima parte de un segundo se volatiliza a ciudades enteras. Cráteres más profundos que un rascacielos indican los lugares donde explotó en tierra una bomba de un megatón. El día se convierte en noche a medida que los hongos atómicos se abultan unos sobre otros, cubren un continente y vierten una “lluvia negra” de radiación letal. Tormentas de fuego envuelven las ruinas. Siluetas carbonizadas de perros, caballos y seres humanos cubren los escombros. Si acaso hay sobrevivientes, la radiación los mata. Si aún así hay sobrevivientes, éstos se tambalean de conmoción en un mundo desprovisto de toda cosa familiar —alimento, ropa, luz, energía eléctrica, servicios sanitarios, medios de comunicación, medicinas, familias, amigos, policías, gobiernos— de la civilización.
¿No hay manera de evitar que ocurra eso?